Para todos los que la hemos visto actuar, Corina Mestre ha sido más que un referente. Para quienes hemos compartidos junto a ella los ensayos de una puesta en escena o las largas horas de un viaje interminable, sencillamente, la recordaremos como una de las personas más alegres, carismáticas y colaborativas que existe; pero, sobre todo, por ser una cubana con todas las letras.
La primera vez que viajé con ella fue en una guagua, rumbo a Holguín. Asistíamos al 4to Festival Internacional del Cine Pobre, en Gibara, y la calamidad nos golpeó un par de veces. Primero nos quedamos botados, por casi tres horas, entre Conejito y Conejito. Después fue peor. Nos «rompimos» de verdad, por seis horas más, en medio de la carretera. Era un tumulto de gente, de actores, de artistas todos: cineastas, plásticos, teatristas, del circo y las variedades, músicos… Una comitiva grande, una suerte de embajada cultural.
Al principio, como siempre pasa, todo fue risas. Pero pasó el tiempo y comenzamos a cansarnos; nos desesperamos, nos impacientamos y nunca fue peor gracias a la sabia conducción de Corina. Nadie la eligió como jefe, mas su carácter se impuso y todos lo aceptamos, porque en ella hay una condición natural de mando y de liderazgo.
Tal vez sus muchos años como profesora de la Universidad de las Artes, como conductora de jóvenes, la convierten en una guía natural y espontánea, que la gente respeta y sigue, porque convence con la ternura de la palabra o la fuerza misma que su voz impone, cuando hace falta.
Recuerdo que llegamos bien tarde en la noche a una cafetería de camino, recién entrados en la provincia Las Tunas, y cuando nos bajamos para merendar algo, Corina volvió a ser popular y a traer la alegría a esa tropa cansada y un tanto vencida. Los pocos lugareños que por allí estaban la reconocieron enseguida y corrieron la voz. En menos que nada, se le congregaron alrededor niños, personas mayores, muchachitas… Todos querían tomarse una foto con ella o que les escribiera algo en una hojita o en una libreta. Volví a comprender cuán grande es la cultura, y no porque lleváramos una acción «evangelizadora» sino porque nos curó a nosotros mismos de la flojera y la indiferencia. Corina, sin proponérselo, nos salvó.
Y eso mismo lo viví durante los casi quince días que compartimos. Verla entrar a un caserío o a una pequeña comunidad era una suerte de regalo. Sin que importara la hora, era sentir como la gente la quiere, la recuerda y la admira. Nadie la deja pasar sin procurar arrebatarle un ratico de su tiempo.
Después, ya en Holguín, la vi actuar en una obra de tres, en una sala abarrotada a cielo abierto. No era un público selecto, ni esperaban verla recibir un premio más grande que el de sus aplausos y el de la felicidad que dejaban ver en sus caras. La obra se repuso una vez más.
Conversamos muchísimo, porque le gusta estar rodeada de gentes y de escuchar sus criterios. «A ustedes, los plásticos, las cosas se le dan fáciles», nos decía a mi hermano y a mí cada vez que le proponíamos una idea para la escenografía o, simplemente, le comentábamos algo. Y no caía en una bolsa vacía. Mientras hablábamos podía sentir en su mirada como iba dando vueltas dentro de su cabeza la imagen o el símbolo de un nuevo concepto, de un nuevo pensamiento.
Compartir con ella siempre es un suceso, un acto de aprendizaje. Hemos participado juntos en algunas comisiones de Educación y Cultura convocadas por la UNEAC y su criterio ha sido fundamental. Conocedora de estas dos grandes concepciones filosóficas en la que se dirime la esencia de nuestra sociedad y de su mejor implementación para el desarrollo del país, su criterio ha sido una piedra de toque, que se convierte en un látigo para decir lo que piensa claramente, sin distingos ni palabras rebuscadas o para fustigar con su fino humor.
Y en esto radica otro de los misterios de la pedagogía, puesto que no solo se es maestro en las aulas sino en la vida toda, desde lo cotidiano hasta lo más extraordinario o excepcional.
Con Corina no hay misterio. Todo en ella es así. Salve, entonces, su más reciente premio. Para mí el más merecido de todos. Se ha sido justo. Una larga trayectoria pedagógica que se reconoce también fuera de las tablas porque, Corina, es una Maestra completa.
Ahora, que se deje escuchar en el silencio los aplausos y los chillidos de alegría tras el anuncio del Premio Nacional de la Enseñanza Artística 2016: un premio bien merecido y esperado.
Deje un comentario