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Un Quijote cubano


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Hace alrededor de un siglo, dijo adiós a este valle de lágrimas el Caballero de la Triste Figura, en su versión pinera. 

En la isla de los tantos nombres —Evangelista, de Pinos, de la Juventud—, fue Antonio Herrera  pescador de esponjas y carpintero.    Y, como Alonso Quijano, sufrió un sobrecalentamiento del occipucio, a causa de lecturas poco recomendables. Según aseguran las investigadoras Mercedes Mesa y Antonia Tristá, en este caso el veneno cerebral no fueron las novelas de caballería. Todo indica que Herrera se zampó de una sentada el libro del Barón de Münchhausen, militar alemán que en el siglo XVIII escribió un absurdo relato de supuestas hazañas, entre las cuales se contaban:  cabalgar sobre una bala de cañón, viajar a la Luna y salvarse de morir ahogado gracias a que salió de una ciénaga tirándose de su propia coleta. Herrera, intoxicado por los disparates del noble alemán, se autobautizó “Barón de Herrera”, y fue construyéndose una biografía disparatada.   Herrera, intrépido cazador de patos

Las investigadoras Mesa y Tristá han recogido auténticas joyas del atolondrado Barón Herrera, que conserva la memoria popular de los pineros. Entre otras preciosidades, se encuentra la siguiente maravilla.

Contaba el “Barón” que un día llegó a una lagunita, llena de patos de la Florida. No traía escopeta, pero, ni corto ni perezoso, se lanzó al agua provisto de un bejuco. Se zambulló y fue atando las patas de todas aquellas aves. Cuando terminó su tarea, las azoró y, al salir volando, los patos lo arrastraron por los aires.

¿Saben hasta dónde? Pues hasta la mismísima península de la Florida, donde descendió para vender todas aquellas aves a los floridanos, perplejos porque un hombre, no sabe cómo, había caído de los aires.

El Barón Herrera y su perro multipropósito

Otro disparate que se le atribuye a Herrera es el que sigue.

Un día andaba por el Sur de la Isla de Pinos, y su perro se lió en fiera pelea, nada menos que con un cocodrilo. Temeroso de que el fiel animalito pereciese, Herrera le lanzó un machetazo al reptil. Con tan mala suerte de que erró el golpe, y el perro quedó partido en dos mitades limpias. Acongojado, se puso a coser con bejucos las dos mitades. Pero, con la premura, las empalmó al revés.

Desde entonces, el perro sólo caminaba con dos patas, manteniendo las otras dos hacia arriba. Cuando se cansaba, el otro par de patas entraba en función.

Ah, y ahora el animal contaba además con otra ventaja: con el ojo de abajo buscaba puercos jíbaros, y con el de arriba, jutías.

Y decían quienes lo conocieron que aquel mitómano colosal narraba sus rocambolescas historias con tremendo aplomo, sin que le temblase un músculo de la cara.

A no dudar, fue un antecesor del Juan Candela que después nos regalaría Onelio, “El Cuentero Mayor.”


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