Una decisión irrevocable que marcó el panorama político de Cuba en 1925


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“El pueblo entero se puso, vigilante y erguido,
junto al lecho del heroico revolucionario,
demandando del gobierno su excarcelación inmediata (...)
La campaña por la libertad de Mella trascendió nuestras costas”

Raúl Roa García

 

1925 fue un año muy significativo en la vida del joven estudiante universitario Julio Antonio Mella. Varios hechos de naturaleza política impactaron en su incipiente carrera revolucionaria y contribuyeron considerablemente a su acelerada madurez. Contaba entonces con 22 años de edad.

El primero de ellos fue la constitución del primer Partido Comunista de Cuba, tarea en la que Mella tuvo una decisiva participación. Después de un lustro tratando de hallar la manera mejor de organizarse, los comunistas cubanos formaron inicialmente la Agrupación Comunista de La Habana, en 1923, dirigida por el ya anciano Carlos Baliño, y dos años más tarde (después que surgieron agrupaciones similares en otras regiones del país), en el mes de agosto, se creó el Partido Comunista de Cuba. El congreso constitutivo se realizó en el local de la escuela creada por Mella, el Instituto Politécnico Ariel, en la barriada de El Vedado. Mella integró la dirección del partido y desde el primer momento su actuación fue dinámica y central en la organización.

Otro hecho relevante fue su expulsión de la Universidad de La Habana en el otoño de ese año, a partir de una violenta discusión sostenida con un profesor que estaba teniendo, a su vez, una fuerte disputa con la esposa de Mella. Mella salió en defensa de su compañera. La dirección universitaria aprovechó el hecho para separar al joven rebelde de las aulas alegando el irrespeto del docente. Para Mella esa expulsión solo representó la oportunidad de desvincularse de la alta casa de estudios, en la que ya no cabía y cuyo movimiento estudiantil, en el que había sobresalido en años anteriores como uno de sus líderes naturales, ahora se encontraba plegado al presidente Gerardo Machado.

Pero el hecho principal que lo llevó a ocupar planos de relieve nacional en el panorama de la política cubana tuvo su detonante el 27 de noviembre, aniversario del fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina por el poder colonial español. Ese día, Mella fue detenido y conducido a prisión por la policía machadista. La orden de detención, totalmente arbitraria e injusta, decía que obedecía a “una infracción de la ley de explosivos” y estaba asociada a unos petardos que habían detonado en el teatro Payret diez días antes, pero en los que Mella y los casi cincuenta detenidos (en su mayoría dirigentes sindicales) nada tuvieron que ver.

Pocos días después del apresamiento, comenzó una primera protesta escenificada por el Partido Comunista (que operaba en la ilegalidad) y la Liga Antimperialista, seguida por las primeras manifestaciones de los estudiantes. Estos crearon el Comité Pro Libertad de Mella, grupo que encabezó en las semanas siguientes las protestas cívicas. Descollaban en este comité los jóvenes Leonardo Fernández Sánchez, Aureliano Sánchez Arango, Rubén Martínez Villena y el doctor Gustavo Aldereguía. Muchos de ellos pertenecían a la Universidad Popular José Martí, creada por Mella y algunos eran miembros de la Liga Antimperialista. Ninguno pertenecía en ese momento al PCC.

El día 5 de diciembre, Mella, después de meditar durante una semana los riesgos de tan dramática decisión, se declaró en huelga de hambre ilimitada. Fue una decisión producto de su impetuosidad y a la vez un pulso que echaría contra el tirano Machado. Su decisión chocó inicialmente no solo con sus compañeros de prisión, sino que, de manera general, predominó la opinión entre muchos revolucionarios y amigos que el presidente Machado aprovecharía la oportunidad para dejarlo morir de hambre. No debe pasarse por alto que ya Mella, desde su revista Juventud, había predicho los amargos días de dolor y sangre que tendría Cuba con el tirano, al que, por demás, había calificado de “Mussolini tropical”.

La noticia de la huelga circuló rápidamente por la ciudad y los periódicos comenzaron a informar, en primera plana, sobre los incidentes de la misma y sobre el estado de salud de Mella. Como escribió su biógrafa Christine Hatzky, “En la medida que empeoraba el estado de salud de Mella, crecía la ola de protesta: un hombre que, mediante una huelga de hambre, bajo riesgo de su vida, protestaba contra su encarcelamiento, era algo que en Cuba nunca se había dado”. Y es cierto, Mella había puesto en marcha un proceso de protesta totalmente inédito en la historia del país. Hatzky también refiere en su documentado y excelente libro (Julio Antonio Mella. Una biografía, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2008), que el reflejo en los medios “convirtió la huelga de hambre en un drama nacional”.

El Partido Comunista, por decisión de su Comité Central, al que Mella pertenecía como ya hemos citado, le prohibió continuar con la huelga, pero el joven estaba decidido a ir hasta el final, mientras lo retuvieran preso. Esta desobediencia (entre otros argumentos, algunos increíbles), se convirtió posteriormente en la razón fundamental por la que el Partido lo expulsara de sus filas (Mella alegó tiempo después que él no recibió nunca información sobre la decisión partidista). Acto seguido, el PCC se desmarcó de la protesta.

Mientras tanto, el Comité Pro Libertad de Mella incrementó su campaña en la prensa y escenificó numerosos actos de repulsa a la detención de Mella y sus compañeros. Rápidamente lograron conformar un frente de oposición. El periódico El Día, cuyo propietario había sido la primera víctima ese año de la represión machadista (Armando André, muerto a balazos delante de su casa en agosto por publicar duras críticas al gobierno), informaba diariamente sobre la temperatura corporal y los resultados de los análisis de orina y sangre que se le hacían a Mella. Sobresalientes personalidades del mundo intelectual se incorporaron a las protestas y le dirigieron una carta colectiva al presidente Machado. Entre los firmantes estaban Fernando Ortiz, Emilio Roig de Leuchsenring, Juan Marinello, Enrique José Varona y Rubén Martínez Villena.

En este punto del proceso se apeló a un veterano de la última guerra independentista para que promoviese una entrevista de algunas de las personalidades mencionadas con Machado. Fue Martínez Villena quien, en casa del veterano, se vio con el presidente. El artículo de Pablo de la Torriente Brau “Mella, Rubén y Machado”, describe el encuentro entre los dos hombres. Desde los mismos inicios de la reunión ambos perdieron los estribos y Machado, vociferando, se abalanzó a golpear con los puños al poeta, teniendo que intervenir los guardaespaldas del tirano. Rubén, como se conoce, le dedicó el epíteto que se mantiene vivo hasta hoy día: Machado, un “asno con garras”.

Fracasado ese intento de mediación y ante el agravamiento de Mella, su médico, Gustavo Aldereguía y su abogado, Martínez Villena, exigieron a un tribunal que se permitiera el traslado del huelguista a un hospital, cosa que se produjo el 14 de diciembre. Al moverse a Mella hacia la Quinta de Dependientes, una multitud espontánea siguió a la ambulancia y la policía tuvo que intervenir para disolverla. La protesta se expandió a todo el país, sumándose escuelas, logias y sindicatos, los telegramas y cartas llegaban diariamente por decenas a los periódicos y al Palacio Presidencial pidiendo ponerle fin a esa situación angustiante. Hasta los padres de Machado y su hija le pidieron al gobernante pusiese en libertad a Mella. El gobierno de la ciudad de la Habana y la fiscalía se unieron también al reclamo y pidieron la libertad del huelguista y de los demás encausados, ya se sabía a esa altura del proceso que todos habían sido apresados injustamente. El escándalo había traspasado las fronteras insulares y se había expandido por todo el continente e incluso más allá. En México, por poner un ejemplo, el Senado emitió una resolución de protesta dirigida al gobierno de Machado y le solicitó al mandatario mexicano que intercediera ante su homólogo cubano. En Chile, Uruguay, París y Nueva York se produjeron grandes manifestaciones por la liberación de los prisioneros.

El 17 de diciembre, el Comité Pro Libertad de Mella y las organizaciones obreras realizaron un gigantesco acto, que también fue replicado en otras ciudades a lo largo del país. La policía trató de impedir estas manifestaciones, pero fracasó. Hatzky escribe en la biografía de Mella: “En su impotencia, el Gobierno prohibió al día siguiente toda manifestación pública. Pero esto se volvió en su contra, y sacudió incluso a aquellos que aún no se habían manifestado. Ahora, la opinión pública exigió ya no solo la liberación de los detenidos y la depuración del aparato judicial, sino además el derecho a la libertad de reunión”.

En el hospital, los médicos presionaron a Mella para que terminara la huelga o abandonara el hospital, pero él se negó. A los diecisiete días de huelga, el 22 de diciembre, le falló el corazón y su vida corrió un peligro mucho mayor. Los miembros del Comité Pro Libertad comenzaron a preocuparse y a reconsiderar la idea de terminar con aquello. Por su parte, las organizaciones obreras comenzaron a organizar una huelga general como último recurso de presión al presidente Machado. El tirano finalmente cedió ante la voluntad del joven y la casi incontrolable presión de la sociedad y el 23 de diciembre el tribunal emitió la derogación de la orden de detención y decretó la libertad provisional bajo fianza de Mella.

Fue una verdadera prueba de fuerza, extraordinaria, que convirtió a Julio Antonio Mella en una figura de relevancia política nacional y en el vencedor del antipopular tirano.

 

 


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