Una deuda de gratitud con Leonardo


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Quienes tenemos la tendencia de acercarnos al mundo de la música contemporánea a partir del rango artístico que distingue a cada género, nos hemos visto envueltos en discusiones interminables acerca de qué puede ser considerado artísticamente valioso y qué realmente no lo es. Nos referimos a la polémica en torno a qué se reconoce como música comercial o música de consumo. Quizás para ir entrando en materia con la mayor claridad posible, vamos a tratar un tema similar como si nos fuéramos referir a la llamada comida chatarra que se vende en una McDonald y la comparáramos con la dieta conformada por una variada selección de alimentos naturales, por lo tanto sanos y con alto valor nutritivo.

Es cierto, existe la llamada música chatarra, cuya definición más cercana en términos profesionales, es  música comercial o música de consumo, aquella música ajena a un mínimo de requerimientos artísticos porque su principal finalidad, es que está hecha con toda intención para ser vendida de forma rápida a un gran público (1), canciones destinadas a ser olvidadas tan pronto aparezcan otras similares que según los dictados del mercado, merecen también ser compradas. Por supuesto, cada cual es libre de escoger el tipo de música que prefiera escuchar, pero los críticos cual nutricionistas del alma, estamos en la obligación de mostrarles los componentes que caracterizan a la música comercial y no se le confunda con verdaderas obras de arte. Otra aclaración pertinente es que está claro que toda música necesita ser vendida, necesita ser comercializada para que llegue hasta los oídos del receptor. Por ejemplo, la música de Beethoven tiene que estar grabada en discos para uno poder comprarla. Pero el caso es que cuando nos referimos al término de música comercial, se trata de un tipo muy específico de música realizada por aquellos seudo compositores y aparentes intérpretes, que sin ningún pudor, hasta ellos mismos se venden al hacer cualquier cosa, musicalmente hablando, con tal de ganar dinero a toda costa.

Por otra parte, valga señalar que la profesión de músico está marcada por una compleja estructura de conceptos como cualquier otra profesión donde el rigor de los conocimientos adquiridos determina un mayor dominio de la especialidad en cuestión, independientemente de la posesión de un talento natural y hasta de ese ángel que hace del músico, un artista carismático. No cualquiera puede ser un buen ingeniero si no ha estudiado lo suficiente, del mismo modo que no cualquiera puede pretender ser respetado como músico si no es capaz de haber reunido las exigencias imprescindibles de la profesión. Recuerdo la anécdota  de un muy joven intérprete de reguetón quien explícitamente afirmó que le daba pena con aquellos que se han pasado años estudiando música, si a él con lo poco que sabía, le bastaba para llenar salas de público.

Hace más de 30 años,  Arte y Literatura, editó el libro Música y Descolonización (2), del escritor y musicólogo Leonardo Acosta. Para quienes desde entonces comenzábamos a adentrarnos en la difusión y en la crítica de la música popular, semejante publicación cuando nadie escribía sobre el tema, se convirtió como en una especie de brújula para orientarnos en el preciso y fundamentado cuestionamiento de la música comercial, tendencia musical esta que por aquellos años 80 del pasado siglo, todavía no llegaba a ser el profundo océano de mediocridades en que hoy en día nos mantenemos sumergidos, queramos o no.

Enjundioso documento sobre la música y sus avatares, en once capítulos Leonardo aborda tanto las esencias de la música precolombina al igual que de la música africana a la vez que presenta una reseña de los inicios del colonialismo musical.

Sin embargo, es en el Capítulo 3, titulado Lo popular y lo seudopopular, donde se nos revelaría lo que muchos intuíamos, pero no contábamos con las claves para descifrar una realidad que teníamos ante nuestros ojos: esa música que se siente falsa, como carente de vida interna, pero sobretodo porque carece del extra que en el plano estético, le imprime el creador a su obra desde el instante que le nace del corazón.

A continuación, proponemos una aproximación a dicho capítulo, específicamente al contenido del acápite Patrones de la música de consumo, donde el prestigioso investigador realiza una disección de la música comercial, explicación que hemos acompañado por breves comentarios nuestros.

Tema y variaciones:

Prácticamente toda la música del mundo ha seguido siempre la pauta del tema con variaciones. Lo característico del patrón comercial es el abandono o eliminación de las variaciones y el énfasis en el tema. (…) La música comercial prefiere temas simples, con escasas modulaciones, breves y repetitivos. La idea básica detrás de esa simplificación es que el tema se identifique y recuerde fácilmente.

La canción comercial debe de ser pegadiza, sobretodo sumamente fácil de tararear. Por lo tanto, la letra de la canción debe de ser bien simple, nada complicada en su estructura ni emotivamente tampoco.

Improvisación:

La improvisación es parte fundamental de casi toda la música popular del mundo. En la música de consumo, con el predominio de arreglos orquestales precisos y pulidos, hay poco o ningún lugar para la improvisación.

Esta música de consumo ha sido moldeada desde sus inicios para atraer a un público al que le han deformado el gusto con música de muy baja calidad y de escaso valor poético, por lo que no se pretende correr ningún tipo de riesgo con la presencia que implica un rasgo de creatividad como es la improvisación.

La creatividad y la novedad:

La creatividad de un músico se refleja principalmente en la riqueza de sus variaciones y la coherencia interna de las mismas. El desarrollo de una línea melódica o de un contrapunto es a la vez lógico y orgánico (…) y la originalidad no podrá estar en contradicción con estas condicionantes. Hasta cierto punto, la parte reproduce el todo. Según Arnold Schonberg para quien lo esencial radicaba en la idea musical, esta idea no era otra cosa que “la pieza en su totalidad “. En la música comercial ocurre algo muy distinto.  Los criterios de creatividad y originalidad se asimilan al de novedad. Lo “nuevo” es una de las principales palancas en la promoción de ventas, en una sociedad que debe de cambiar constantemente el diseño de sus productos.

Dominados por las ansias de ganar dinero a partir de productos estéticamente mediocres, en la música comercial no hay espacio para recrear la belleza que otorga  la originalidad en el complejo proceso de conformar una obra de arte. Incluso, prefieren  suplantar constantemente a quienes ya dieron lo que se esperaba de ellos, con nuevos intérpretes que siempre funcionan como la última revelación del momento. Ese intento de “llegar” al mayor número de gente que no piensen demasiado lo que están escuchando, viene dado por una intensa campaña de marketing y el alcance mediático de dicha propuesta más que por su calidad intrínseca. Cuando se descubre a un talento que puede llamar la atención por sus relevantes valores artísticos, bienvenidas las campañas de marketing. En cambio, lo que si resulta verdaderamente inmoral, es financiar una millonaria campaña de marketing para promover la falsedad y la mediocridad de alguien que está muy lejos de ser considerado un artista.

Por eso, aquí se cumple aquello de determinados productos comerciales que aparecen acompañados por la advertencia de “usar y tirar”. A la canción comercial le resulta imposible perdurar en el tiempo, cualidad otorgada nada más que a los clásicos de cada género musical.

El fin y los medios:

La música comercial hace uso de los modernos recursos de grabación con la finalidad de introducir una apariencia de “contemporaneidad”. La tecnología y la realización son impecables, y superan e incluso absorben el supuesto mensaje musical que los ejecutantes y creadores deben comunicar al oyente. Lo anteriormente expuesto implica una  subordinación de los fines a los medios, es decir, una inversión de valores en la que inevitablemente sale perdiendo la música. Por el contrario, en la música popular, todos los medios están en función del mensaje artístico, de lo que se quiere comunicar al público. En la música comercial se produce la desintegración de la idea musical y el enmascaramiento de la pobreza del mensaje (…) según la consigna del ideólogo burgués de los medios masivos Marshal McLuhan de que “el medio es el mensaje”.

Cuántas veces no hemos sido testigos de cómo descoloridos intérpretes de la música comercial, aparecen apoyados por un sólido basamento instrumental que supera con creces la pobreza del mensaje de esta música.

La forma y la formula:

La historia de la música es en gran parte la historia  de las formas musicales que han ido surgiendo, bien para cristalizar en formas clásicas, bien para engendrar nuevas formas (…) Toda forma artística es la plasmación de una idea expresiva, aún cuando el artista  utilice una forma cristalizada, preexistente como sucede con frecuencia en el caso de la música. En la música comercial, la forma se sustituye por la formula. Y una formula en música, es índice no ya de una codificación sino de una cosificación, provocada por las propias leyes del mercado. Esta forma convertida en formula, viene a constituir una especie de envoltura, de envase. Y en la sociedad de consumo, el envase es más importante que su contenido: El anuncio es más importante que lo anunciado, de la misma manera que el dinero es más importante que los bienes que puedan adquirirse con él.

Las fórmulas en la música comercial constituyen patrones ideados como para convencer a quienes gustan de dicho tipo música de que han hecho la elección correcta, estrategia que al mismo tiempo aleja a aquellos que la rechazan precisamente por tales razones. Aunque la formula se transforma con el decursar de los años, esta no es despojada de las características que definen a la música comercial como producto artístico de poca originalidad, baja creatividad y demasiada banalidad, entre otras.

Un razonamiento elemental sobre esta polémica, pudiera llevarnos a conclusiones como que entonces lo de mayor calidad debiera de ser lo que más se vendiera. Un ejemplo donde se demuestra que la comercialidad y la calidad no tienen por qué estar necesariamente reñidas es la canción Yesterday de Los Beatles, con sus más de tres mil versiones en todo el mundo. Al mismo tiempo, una obra musical que ha sido confeccionada con la única finalidad de vender, no tiene por qué ser obligadamente, de mala calidad. Así las cosas, puede que en ocasiones se de lugar esta situación, mientras que en otras no, porque en la concreta, estamos tan enajenados por la cantidad de música comercial que nos acompaña en nuestra vida cotidiana, que esta resulta difícil de identificar. Se ha diversificado tanto la expansión de fórmulas exitosas para hacer música comercial, se encuentra tan enmascarada, que lo más probable es que simplemente se le disfrute como tal, sin apenas el menor cuestionamiento crítico.

Por tal motivo, puede que ahora mismo sea muy difícil establecer una discusión acerca de un artista famoso y convencer a la otra persona que este se trata de un intérprete de música comercial. Pero de lo que estamos seguros, es que todos si sabemos quienes no clasifican como exponentes de la música comercial de ninguna manera. En tal sentido, pudiéramos llenar cuartillas con honorables nombres de músicos de cualquier época, de cualquier género y de cualquier país, cuyas piezas están cargadas con toda la emotividad de un sentimiento auténtico que solo se alcanza por las maravillas del arte. Gracias a visionarios como Leonardo Acosta, Premio Nacional de Música 2014, los cubanos no hemos sido sorprendidos in fraganti en estos tiempos que corren con una verdadera invasión de música comercial proveniente de todo el mundo. A pesar de todo, compartimos el optimismo del maestro con que concluye su libro Música y Descolonización: “De lo que si estamos seguros es de que, en fin de cuentas, quedarán aquellas manifestaciones musicales que representen las mejores causas y sostengan los más nobles valores y aspiraciones de la humanidad.”


Notas

(1) Si profesionales como un piloto, un cirujano o un pintor, viven de altos salarios que corresponden al incuestionable prestigio profesional que los distingue, entonces otro profesional, en este caso dedicado a la música, puede justamente valorarse del mismo modo. Lo que pasa es que cuando un músico prostituye su posible talento por dinero fácil de ganar, todo queda en el terreno de que cada cual tiene derecho a ganarse la vida como entienda. Sin embargo, nadie monta en un avión si se entera que el piloto es un improvisado del mismo modo nadie se deja operar por un cirujano que no domina su especialidad como tampoco se compra un cuadro que parezca pintado por un niño de cinco años de edad. Aquí las opiniones, sin lugar a dudas, coinciden en un grado casi absoluto. Cuando se dice que la música comercial está concebida para ser vendida rápida es porque se ha estudiado concienzudamente como que componer e interpretar una música que por su simpleza ramplona, se pegue de inmediato en el gusto de muchos. Los que están dispuestos a entrar en el negocio de la música, pero de esta forma, son los a los que se les llama vivir de la música mientras que vivir para la música, implica la entrega de un talento superior que inmediatamente se le identifica por una honestidad artística indiscutible.
(2) Acosta, Leonardo: Música y Descolonización. Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1982.

 


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