Mis primeros recuerdos de esa música que se llama blues proviene de aquellos discos que alguna vez escuchaba mi padre siempre que su amigo “Tony el gordo” le visitaba los domingos. Aquellas sesiones de escucha; que solían prolongarse toda la tarde y que eran interrumpidas por el llamado de mi madre a almorzar o a comer; siempre comenzaban con la voz de Frank Sinatra y terminaban con un disco de un tal B.B. King que hacía una música acompasada.
Con el pasar de los años un día descubrí que Bobby Carcasses también hacía blues y que hasta había dedicado uno a la figura del Benny. Aquel momento fue de una total epifanía cultural y social que me llevó a la conclusión de que entre aquella música de lamento, aquellos cantos de trabajo también tenían mucho que ver con la música cubana; sobre todo aquella que me comenzaba a interesar.
Aquellos tiempos en que el casete y el disco de vinilo eran nuestras formas de escucha cotidiana –eso incluye a las hoy anacrónicas grabadoras y los walk man—me acercaron a otras formas del blues y en ese acercamiento jugó un papel importante el cine; sobre todo después de ver y escuchar a Al Johnson en un filme memorable que responde al nombre de The Jazz Singer; que de hecho fue la primera película sonora.
Solo que con el paso del tiempo el jazz latino y afrocubano le ganaron la partida a ese blues en que se desgarra el alma del hombre negro del sur de los Estados Unidos. Mas; el blues no dejó de interesarme, solo fue desplazado a una zona del goce que de modo intermitente se activa en mi memoria.
Hoy vuelvo nuevamente a escuchar blues hecho en Cuba, con sus particularidades y una de ellas es su vínculo con el rock; y esta vez no se trata de Bobby; llega desde el centro de la isla, de la ciudad de Santa Clara.
Confieso, y no me avergüenzo, de que mi vinculación con el rock cubano y sus diversas tendencias y estilo no es el pan nuestro de mi trabajo; pero pobre de mí si reniego de la posibilidad de disfrutarlo siempre que me es posible.
Lo curioso de este acercamiento al blue santaclareño es que ocurrió en medio de una peña de rumba; fue en el barrio matancero de La Marina; en la tierra de los Muñequitos de Matanzas. El promotor Edson Guillermo Benítez ─llamado por Todos Guillermito—, cuando le pregunté cuánto de cierto había en una leyenda del barrio del Condado acerca de una calavera que apareció en una calle. Sin pensarlo dos veces, además de narrarme los hechos me los ilustró con un tema de una banda que desconocía y que responde al nombre de Bluespirit. Y como siempre ocurre entre melómanos, se valió de las nuevas tecnologías para hacerme llegar el disco que contenía ese tema y algunos otros de un disco que a la postre resultaría nominado al pasado Cubadisco.
Once upon a time in Pompeya, así se llama el disco de marras, me devolvió de alguna manera a aquellos años de mi infancia en que descubrí el blues, solo que con una dosis de rock y algunos elementos contemporáneos interesantes sobre todo en el tratamiento de sus historias y en los riff de la guitarra o esos juegos lúdicos del violín. Para mi satisfacción se ha vuelto una escucha recurrente en algunos momentos de mi data cotidiana.
Cada tema está pensado para contarnos una historia de este tiempo, sin acudir a frases hechas o simples rejuegos lingüísticos propios de una estética cursi que por momentos ha caracterizado al rock cubano; incluso a la misma música popular bailable.
A pesar de que los temas son cantados en inglés –algo que no siempre se logra, sobre todo por el hecho de que resulta difícil esconder el acento—, son entendibles para el común de los mortales y hasta pegajosos si se quiere. Toda una rareza para alguien como este servidor.
Consciente de la evolución y la interrelación cultural de estos tiempos que borra por momento los límites “oficiales” de las músicas, me atrevo a afirmar que Bluespirit es un soplo de aire fresco en el rock cubano de estos tiempos. Habida cuenta que el potencial del género está más cerca de otras tendencias y estilos con mayor número de seguidores y adeptos
Aquellos tiempos en que para hacer un blues con todas las de ley había que imitar el sonido de la Luciana o de New Orleans han quedado en el pasado. Hoy se produce blues de altos quilates en ciudades como Toronto, Sidney, Shangai o Santa Clara y en todas ellas se cuentan historias y sucesos que enaltecen o comentan hechos propios de esos lugares y los músicos involucrados funcionan como una cofradía, la cofradía del blues aderezado con sus pizcas de rock o de sonidos autóctonos, que no siempre están a la vista, pero subyacen en las intenciones o en espíritu del trabajo que se propone
En el caso que nos ocupa, las historias son propias de una ciudad del centro de un país en el que alguna vez el rock no fue el centro de su universo pero que en estos tiempos representa y refleja la actitud y el modo de vivir de varias generaciones de hombres y mujeres que se identifican, actúan, piensan y aman en tiempo de rock.
No me atrevería a terminar estas líneas sin regresar a aquella tarde en el matancero barrio de La Marina cuando escuché por vez primera la música de Bluespirit. Fue a partir del tema “Rum and beer”; o para decirlo en palabras cristiana: la crónica sonora de una historia del santaclareño barrio del Condado –el mismo donde nacieran José Luis Cortes y la musicóloga y productora Elsida González— que relata la aparición de una calavera en un basurero y que tanta suspicacia generó entre sus habitantes.
“Rum a beer” es toda una delicia musical. Tanto que llegué a imaginar una versión en tiempo de rumba o de son –incluyendo su variante timbera muy a lo Tosco─; incluso traté de asociarla con algunas otras tantas leyendas de barrios y pueblos del interior de la nación en que un hecho de esa índole se magnifica más allá de lo real y adquiere el carácter de leyenda. Concluí que debe seguir su camino como todo un blues; cualquier intento de versionarla más allá de su concepto inicial le convertiría en todo un hecho musical inferior.
Cierta tarde, hace ya muchos años, hablando del mundo musical de Santa Clara el pianista Pucho López llegó a afirmar entre un grupo de amigo que “…su ciudad era un lugar mágico en el que la música se reinventa una y otra vez… que un día nos sorprendería y tendríamos que pensar siempre en ella para asumirnos como nación…”
No se equivocaba. Supongo que hubiera sido un adelantado del trabajo de formatos como Bluespirit, o de otros tantos que las luces de esta ciudad en la que habito y de la que salen todos los caminos no siempre iluminan.
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