La mayor parte de la comunidad científica internacional concuerda en que hay una importante influencia de la actividad humana en los cambios que están ocurriendo en el clima del planeta; se conoce que, a lo largo de la evolución de la Tierra, han existido diferentes períodos climáticos en los cuales se han sucedido etapas de grandes glaciares y etapas de mayores temperaturas, procesos ocurridos muy lentamente. Sin embargo, el actual Cambio Climático está transcurriendo de forma más acelerada, y en esto tiene una clara influencia la actividad humana, especialmente las grandes emisiones de CO2 a la atmosfera provocadas por el descontrolado empleo de combustibles fósiles que facilitó la acelerada industrialización de los siglos XIX, XX y lo que va del presente.
A ello hay que agregar una situación que se muestra con más evidencia cada día que transcurre y es la falta de voluntad política de determinados gobiernos que, continúan con tales excesos en sus procesos de producción y que, al mismo tiempo, alimentan las arcas de enriquecimiento de sus respectivas oligarquías neoliberales dentro de un mundo cada vez más globalizado. A tal efecto tomemos como ejemplo a la actual administración estadounidense del presidente Donald Trump.
Tras asumir el poder el 20 de enero de 2017, Trump, aduciendo poner por delante los intereses de su país, ha actuado de forma insistente contra un grupo de acuerdos suscritos o en negociaciones relacionadas con el cambio climático. Uno de los más importantes fue el Acuerdo de París sobre Cambio Climático, del cual se retiró el 1 de junio de 2017, menos de cinco meses después de asumir la jefatura de la Sala Oval de la Casa Blanca en Washington.
Este Acuerdo fue uno de los resultados de la XXI Conferencia sobre Cambio Climático (COP 21) realizada en la capital de Francia, en la cual participaron 195 países, fruto de importantes negociaciones y con la asesoría de importantes instituciones científicas; tras dos semanas de intensas negociaciones y 21 años de cumbres climáticas, el tratado fue adoptado el 12 de diciembre de 2015 y abierto para firma el 22 de abril de 2016 para celebrar el Día de la Tierra, comprometiéndose todos los firmantes a transitar de manera conjunta hacia una economía baja en emisiones de carbono. En esa oportunidad el gobierno del entonces presidente Barack Obama participó como firmante.
Igualmente, la actitud del actual gobierno norteamericano de negar las evidencias científicas sobre el cambio climático, ha provocado que varias reuniones internacionales hayan concluido sin declaración final o sin acuerdos concretos, debido a su negativa de aceptar la inclusión del problema Cambio climático como un fenómeno que afecta al planeta.
Un ejemplo fue la reunión del Consejo de Ártico efectuada en mayo de 2019 en Finlandia, a la que asistió el Secretario de Estado Mike Pompeo. Pese a que los demás países que integran el Consejo estaban de acuerdo en hacer referencia al cambio climático en la Declaración final –dadas las evidencias existentes en sus respectivos territorios, y muy principalmente por el descongelamiento de una parte importante del Océano Ártico–, la delegación norteamericana se negó a firmar el documento final.
Ocurrió algo similar en la Cumbre del G-20 realizada en Japón, a finales de junio de 2019, en la cual estuvo presente Trump; los 19 países restantes estuvieron de acuerdo en apoyar el Acuerdo de París de 2015, incluido el presidente de Brasil, que se consideraba pudiera sumarse a la posición norteamericana. Nuevamente, el gobierno de los EE.UU. estuvo en contra. Algo similar había ocurrido en Buenos Aires el año anterior.
Es significativo que el gobierno de Estados Unidos adopte como excusa para su salida del acuerdo sobre el cambio climático los intereses de los trabajadores de su país, cuando la mayor parte del planeta está consciente que, en su caso, como en la de todos los líderes imperialistas de esa nación, los intereses realmente importantes son los de las grandes empresas transnacionales con sede en ese país, a las cuales solo les interesan la obtención de cada vez mayores ganancias.
Lamentablemente para Trump, las informaciones que aparecen en la prensa de su país, y en los sitios de las principales instituciones científicas, parecen contradecir sus afirmaciones. Por ejemplo, en un artículo publicado en el sitio web Yale Climate Connections, denominado Pros and Con of fracking: five issues (A favor y en contra del fracking: cinco cuestiones), se hace referencia a un documento del año 2014 el que expone: Los costos y beneficios ambientales del fracking, escrito por investigadores afiliados a universidades y organizaciones de investigación líderes de todo el mundo que revisaron más de 160 estudios.
En el mencionado documento un numeroso grupo de científicos se oponen a esa técnica empleada actualmente en Estados Unidos para la extracción de petróleo y gas natural, al provocar la contaminación del aire y del agua potable en las regiones donde se extrae, y en la emisión de gases de efecto invernadero, lo que afecta a millones de personas que habitan cerca de las zonas de extracción, además de crear condiciones para eventos sísmicos.
Los que favorecen el fracking dan criterios diferentes, pero es conocido que las grandes transnacionales norteamericanas de la industria petrolera son muy “generosas” con aquellos que apoyan sus negocios con criterios o investigaciones justificativos. Sin olvidar que Trump es, ante todo, un hombre de negocios.
La revista Science reporta que funcionarios de esa Administración ejercieron una gran censura sobre un reporte del U.S Geological Survey que señalaba el probable efecto del cambio climático en un estado de la Unión. El estudio, publicado en la revista Scientific Reports, demostraba que California, la quinta economía más grande del mundo, enfrentaría más de 100 mil millones de dólares en daños relacionados con el cambio climático y el aumento del nivel del mar para fines del presente siglo. Informó, asimismo, que de tres a siete veces más personas y negocios de lo que se creía anteriormente estarían expuestos a graves inundaciones. Sin embargo y, no obstante, los criterios científicos, el informe fue modificado para que coincidiera con los del gobierno. Algo sumamente ilustrativo de la defensa de Trump a los intereses de la gran oligarquía de ese país y sus empresas transnacionales.
Mucha voluntad política y solidaridad humana
Desde la década de los sesenta del pasado siglo el Líder cubano Fidel Castro Ruz comenzó a llamar la atención sobre los problemas derivados del Cambio climático para toda la humanidad:
“Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre. Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo. Es necesario señalar que las sociedades desarrolladas son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente (…) El deterioro acelerado y creciente del medio es, hoy día, posiblemente el peligro a largo plazo más grave que enfrenta toda la especie humana en su conjunto, y muy en particular el aún llamado Tercer Mundo. Junto con el riesgo todavía presente de la destrucción nuclear, se trata de la peor amenaza que tiene planteada ante sí la humanidad. En lo que respecta a los países subdesarrollados, es uno de los factores que agrava con más fuerza las condiciones de vida de cientos de millones de personas en el Tercer Mundo”.
Así planteó el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, en su discurso emitido durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, efectuada en Río de Janeiro, Brasil, el 14 de junio de 1992. Un llamamiento que, cada día que transcurre, se hace más vigente y, a la vez, más urgente pues como nunca antes en la Historia de la Humanidad se ha producido una agresión más devastadora contra el equilibrio de todos los sistemas vitales del medio ambiente.
Pese a ser el hombre una especie superior al resto de las que habitan el Planeta –especialmente por su capacidad de pensar y su conciencia, entre otras cualidades–, es hoy el principal causante del desequilibrio ambiental existente en el mundo. Ante todo, por su cultura consumista y derrochadora que lo conduce invariablemente a una acentuada agresividad contra el medio.
¿Qué ocurriría en el mundo si la temperatura media aumentara por encima de los dos grados centígrados?
Hay que recordar que, en la Cumbre de la Tierra, en 1992, representantes de gobiernos de distintos países suscribieron la Convención Marco sobre Cambios Climáticos, en la que se comprometieron a reducir sus emisiones de gases causantes del efecto invernadero hasta los niveles de 1990. Sin embargo, la mayoría no cumplió con este compromiso debido a las presiones de los principales consorcios y transnacionales del petróleo, gas, carbón y de la industria automovilística, temerosos de que cualquier medida pudiese afectar sus intereses económicos.
Otra reunión similar tuvo lugar en Kyoto, Japón, en 1997 donde los representantes de naciones altamente industrializadas tuvieron la oportunidad de asumir compromisos reales para reducir seriamente sus emisiones de dióxido de carbono (CO2). Al cierre de esta conferencia las naciones industrializadas –excluyendo Estados Unidos que no suscribió el Tratado de Kyoto–, tan sólo aceptaron reducir sus emisiones de CO2 en un cinco por ciento, por debajo de los niveles de 1990 de aquí al año 2012.
En 1996, el Panel Intergubernamental sobre Cambios Climáticos (IPCC), organismo formado por 2 500 expertos en cuestiones climatológicas de diversas partes del mundo, emitió un informe que afirmaba que “está ocurriendo un calentamiento global cuyas consecuencias serán graves para la especie humana y para el entorno terrestre”.
El informe predice que la temperatura en la Tierra subirá hasta 3,5 grados centígrados (seis grados Farenheit) en el presente siglo, “por lo cual este sería el mayor cambio climático global desde el final de la última era glacial hace 10 mil años”.
Otra investigación del IPCC estima que el nivel de los océanos del mundo podría aumentar hasta un metro a finales del presente siglo, como consecuencia del derretimiento de los casquetes polares y los glaciares, situación que provocaría la desaparición de algunos estados insulares e inundaciones a gran escala en las tierras bajas.
“El calentamiento global podría afectar las corrientes oceánicas, que regulan la temperatura en regiones específicas y, por consiguiente, los cambios climáticos provocarían una intensificación de las tormentas y huracanes en algunas áreas y falta de lluvias en otras”, pronostican los especialistas del IPCC.
Y auguran asimismo que “todo esto podría provocar hambrunas en muchas partes del Planeta, la propagación de enfermedades tropicales como la malaria, en regiones anteriormente templadas, además de la extinción masiva de especies y la desintegración de los ecosistemas a medida que los cambios de temperatura hagan estragos en los diferentes hábitats”.
En junio de 1998, científicos de la Universidad estadounidense de Colorado, revelaron que “los glaciares del mundo se están derritiendo con más rapidez que nunca antes”. Y destacaron además que, en marzo de ese año, un enorme trozo de hielo se separó en la región de la Antártida.
Un reciente informe del Programa Mundial de Alimentos (PMA) titulado El cambio climático y el hambre en el mundo. Responder al desafío, señala que hasta 2050 el porcentaje de personas desnutridas en el mundo podría aumentar de 10 a 20 por ciento como consecuencia de ese fenómeno, y recuerda además que las tres cuartas partes de los más de mil millones de hambrientos en el mundo residen en áreas rurales densamente pobladas.
Científicos alertan también acerca de un aumento en la acidez del agua derivada de la absorción del CO2. Algo que afecta a los microorganismos, y repercute a su vez en toda la cadena alimentaria de la fauna marina. Ejemplo de ello es que, con el aumento actual de la temperatura, peces de aguas cálidas ya empiezan a aparecer en lugares tan lejanos como el Mar del Norte. Cambios tan terribles como éstos conllevarán a la desaparición de entre un 20% y un 30% de las especies marinas actuales.
Lo paradójico en toda esta situación es que, desafortunadamente, el cambio climático afecta más a los países que menos contaminan, mientras que los industrializados plantean que las medidas de recorte a las emisiones de CO2 obstaculizan su crecimiento económico. Un verdadero círculo vicioso que, si no se enfrenta con cordura y urgencia, el calentamiento global continuará acelerándose.
Actualmente, las naciones más ricas del mundo –donde habita tan sólo un 20% de la población mundial–, son responsables del 60% de las emisiones globales de gases causantes del efecto invernadero. Por tanto, la interrogante continúa siendo: ¿Cómo lograr que la mayoría de los gobiernos de todo el mundo lleguen a un acuerdo serio y urgente para reducir las emisiones globales?
A todo esto, habría que agregar que la mayor responsabilidad la tiene, sin lugar a dudas, Estados Unidos, el país que más derrocha, más contamina y que más dinero y tecnologías posee.
Muchos conocen –en especial representantes y líderes de movimientos sociales y de instituciones humanitarias, culturales y científicas–, que el proyecto promovido por parte del Gobierno de la Casa Blanca, durante la Cumbre sobre Cambio Climático, efectuada en Copenhague en diciembre pasado –a la cual asistieron representantes de cerca de 200 naciones del Orbe–, constituye un retroceso de las posiciones y esfuerzos alcanzados para evitar una catástrofe de nuestra especie. Así, el documento invoca la idea engañosa de que las naciones ricas aportarían una mísera suma de 30 mil millones de dólares en tres años a las naciones pobres para sufragar los gastos que implique enfrentar el cambio climático –cifra que podría elevarse a 100 mil por año en el 2020–, lo que en este gravísimo problema, equivale a esperar por las calendas griegas. Los especialistas conocen que, esas cifras son ridículas e inaceptables por el volumen de las inversiones que se requieren.
¿Qué significan 30 mil millones? Significan menos de mil millones que no superan en la actualidad el financiamiento para la construcción de una refinería de petróleo de mediana capacidad.
Para salvar sus bancos de la reciente crisis monetaria la Administración norteamericana empleó 800 mil millones. ¿Cuánto estaría dispuesta a emplear para salvar a los nueve mil millones de personas que habitarían el Planeta en el 2050, si antes no se producen grandes sequías e inundaciones provocadas por el mar debido al deshielo de glaciares y grandes masas de aguas congeladas de Groenlandia y la Antártida?
Si para la lucha contra el cambio climático se dedicara la mitad del presupuesto que anualmente las naciones subdesarrolladas deben pagar por el servicio oneroso de su deuda externa (que no deja de crecer), se dispondrían de más de 200 mil millones de dólares anuales. Otra alternativa sería que el Gobierno de Washington dedicara la décima parte de sus gastos de guerra y armamentos para tales efectos. Si esto llegara a suceder la humanidad tendría disponibles otros 50 mil millones de dólares.
Al decir del Líder de la Revolución cubana Fidel Castro Ruz en sus Reflexiones (20 /XII/ 2009): “…Cuba considera extremadamente insuficiente e inadmisible el texto de este proyecto apócrifo. La meta de dos grados centígrados es inaceptable y tendría consecuencias catastróficas incalculables…Es incompatible con el criterio científico, universalmente reconocido, que considera urgente e insoslayable asegurar niveles de reducción de, al menos, el 45% de las emisiones para el año 2020, y no inferiores al 80% ó 90% de reducción para el 2050.”
En suma, la principal causa del fracaso de la Cumbre de Copenhague radicó en la dificultad de conciliar lo que se necesita científicamente en términos de reducción de emisión con la falta de voluntad política de los países –en especial, de Estados Unidos–, que tenían que asumir el liderazgo en esa reducción. Aunque habría que agregar que todo ello es consecuencia de la naturaleza del sistema capitalista.
Todo el tema climático y sus efectos se hallan en el medio ambiente, pero, donde se negocia, es en la economía. Se refieren a cómo ahorrar, cómo salvar energía, cómo vivir en modelos de vida más austeros, a cómo transformar la forma en que se produce, en que se consume y, el sistema capitalista por su naturaleza, genera todo lo contrario. Está basado, entre otros factores, en el despilfarro y en la rápida reposición de bienes de tiempo de vida corta.
Por tanto, hoy, negociar en cambio climático, significa negociar en finanzas, en tecnología, en toda la economía mundial y plantear un reajuste económico. Ello implica que, en un futuro, las negociaciones continúen siendo muy difíciles. Es el caso de la próxima Cumbre acerca de este tema a desarrollarse en México, en noviembre próximo, y en la que (una vez más), la posición multilateralista de Cuba continuará siendo latente porque se logre un acuerdo en el cual se sigan precisando puntos urgentes e inmediatos acerca de la necesidad de un nuevo paradigma para reorganizar las relaciones económicas internacionales, acerca de la necesidad de estrategias de transformaciones estructurales, no soluciones mágicas.
¿Qué hacer entonces?
Nunca antes en la Historia de la Humanidad se ha logrado un desarrollo tan ascendente en la ciencia y la tecnología, ni han existido condiciones tan favorables para el logro de una gran calidad de vida, como en el momento actual. Sin embargo, nunca jamás como ahora, en este mundo tan extraordinario han coexistido tanta hambre, pobreza, desigualdades, guerras y migraciones en los cuatro puntos cardinales.
La lucha contra el cambio climático tiene que ser compatible con el desarrollo sostenible de las naciones pobres o subdesarrolladas –las que, en definitiva, muy poco o nada han contribuido al calentamiento global–, al ser las más vulnerables y amenazadas.
Hay que actuar con urgencia no sólo a favor del cuidado, seguridad y protección del medio ambiente, sino también contra todo vestigio de hambre, pobreza, desigualdad y subdesarrollo existentes en el Orbe, producto del secular saqueo de las potencias colonialistas primero, e imperialistas después.
Hay que lograr que prevalezca la cordura de cada habitante de este Planeta frente a la barbarie de unos pocos ocupados en llenar sus bolsillos de dinero. Ellos son los mayores responsables de tanta destrucción y, a la vez, son los más responsabilizados con la supervivencia de la especie humana y porque no continúe afrontando tantos problemas de salud que pueden, de seguro, ser evitables.
Mucha voluntad política se necesita para enfrentar esta batalla. El logro de un mundo armónico, equitativo y con un seguro disfrute ambiental es posible, a partir del entendimiento y la solidaridad humana; de la voluntad política de cada gobierno a nivel internacional.
La experiencia de Cuba, su colaboración, persuasión y entrega a las necesidades y urgencias de un país y pueblo, y a las de otros rincones del mundo –tan sólo por citar en el orden de la salud humana–, son pruebas irrebatibles de todo ello.
El primer país con riesgo de desaparecer: Islas Marshall
Cada día sufrimos las consecuencias del cambio climático: aumento de la temperatura, fenómenos naturales más violentos, la crecida de las aguas.... Ahora nos encontramos con otro terrible daño colateral: la posibilidad de que deje de existir la República de las Islas Marshall, compuesta por dos archipiélagos del Pacífico.
Las Islas Marshall se encuentran en medio del Océano Pacífico: dos archipiélagos situados al noreste de Australia, que podrían llegar a desaparecer como consecuencia de los efectos del cambio climático, entre los que se hallan la crecida de los mares que pueden enterrarlas en el agua en menos de 90 años. Se estima que el Pacífico aumentará su canal en 0,59 metros para 2011.
Sus más de 61 mil pobladores no sólo temen perder sus viviendas, sino también su cultura y la de sus antepasados. “Hay cementerios a lo largo de la costa que están siendo erosionados, tumbas que están cayendo al mar”, afirman.
Entre las actividades de sus pobladores se destacan destaca la navegación basada en la posición de las estrellas y mapas hechos con conchas; también construyen sencillas y resistentes canoas, además de ser maestros del ancestral arte del tatuaje. Sus dibujos impresionaron en 1529 a la expedición de su descubridor, Álvaro de Saavedra, que bautizó al archipiélago como Las Islas de los Pintados.
Maravillas en peligro
Los monumentos tienen la misma potencia simbólica para representar a un país que su moneda, su comida o su bandera. Unos cuantos de los más importantes están en peligro de extinción, ya sea por el exceso de turistas, el cambio climático o el urbanismo salvaje.
Algunos de ellos son una tremenda fuente de ingresos, además de depositarios de la memoria colectiva. ¿Qué hacer para evitar que desaparezcan? Los expertos dicen que hay que ir caso por caso.
Catedrales góticas
El descenso de humedad en Inglaterra, norte de España, centro de Europa y Francia amenaza seriamente a estos elegantes templos. El talón de Aquiles son sus elaborados adornos, hechos en piedra porosa. Esta absorbe sal marina que transporta el aire. Luego la sal cristaliza dañando los edificios.
Tumba de Tutankamón
Zahi Hawas, secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades del país, advierte de lo siguiente: “Estas tumbas se destruirán totalmente dentro de 200 años debido a la respiración de los turistas que las visitan. La única manera de proteger estas antigüedades es cerrarlas y hacer réplicas de ellas". Otro enemigo declarado es la humedad, alfombra de entrada de los hongos.
Casco antiguo de Sevilla
El proyecto de un rascacielos en la zona podría alterar para siempre el icónico paisaje y carácter de la ciudad. Hablamos de la Torre Pelli o Torre Cajasol, que está a la espera del dictamen inminente de la UNESCO. Sería un duro golpe para el área del barrio de Triana. El pasado verano el Comité de Patrimonio Mundial decidió solicitar al Gobierno español que detenga la construcción del rascacielos diseñado por César Pelli.
Ruinas de Pompeya
En el año 79 D.C el volcán Vesubio entró en erupción y sepultó por sorpresa la ciudad napolitana. Hoy la ciudad vive bajo otra amenaza: los millones de turistas que la vistan cada año. Hay espacios vallados, otros han desparecido y las fotos con flash están prohibidas. Este año se ha derrumbado el famoso Domus, donde se entrenaban los gladiadores en tiempos del Imperio.
Coliseo
Alessandra Mottola, directora de la ONG Italia Nostra, que se ocupa de la protección del patrimonio paisajístico y cultural, afirma que “sin fondos ni manutención, el conjunto de los tesoros culturales está en peligro. Todos los monumentos corren el mismo riesgo que Pompeya, desde el Coliseo a la Domus Aurea o la catedral de Florencia”.
Petrogriflos
Cincuenta mil petroglifos antiguos en el norte de Pakistán quedarán bajo agua por la construcción de la represa Diamar-Basha. Se trata de representaciones gráficas grabadas en rocas o piedras, hechos por nuestros antepasados prehistóricos, sobre todo a partir del Neolítico. Como si nos quitasen Altamira.
Partenón
El cambio climático produce un estrés termal que puede afectar al monumento más famoso de Grecia. El descenso de lluvias en el sur de Europa también provoca que las autoridades tengan que gastar más dinero en labores de limpieza. Es uno de los lugares marcados en un Atlas de la Vulnerabilidad confeccionado por expertos europeos en octubre de 2010.
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