Una llave polisémica en la expo personal de Jeosbiel Abstengo


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Cualquier manifestación artística debería llevar a la diversidad de pensamiento y de lecturas. Nadie tiene la verdad absoluta y nadie puede imponer su visión de las cosas. El pensamiento es el resultado de una acumulación de vivencias y la vivencia es la realidad hecha significado para el individuo que, ya sabemos, es único e irrepetible en esencia. Por lo que la multiplicidad de saberes hace la sabiduría, el conjunto de opiniones hace la crítica, la unión de muchos pensadores hace la filosofía y convoca al ser humano a construir un mañana coherente.

Digo esto porque mi cabeza arde con esa fiebre que produce la disquisición cuando el terreno es fértil y las condiciones son propicias para que se produzcan esos monstruos de la reinterpretación. Dígase porque soy también un creador, o porque esta exposición personal de Jeosbiel Abstengo, La llave de la ciudad, me provoca el deseo del discurso, las ansias de hacer crítica y, sobre todo, de construir la escena para que los otros también expongan su propio conjunto de obras.

Porque ahora es la oportunidad de dar mi punto de vista. Ahora es el momento de decir lo que entiendo de estos quince dibujos que, como la cábala numérica puede fraccionarse en 1+5 y sumar 6 que es el número que tiende a la honestidad, a la personalidad amorosa y confiable. ¿Será que esta exposición es el decir genuino de su creador? o ¿Es solo algo fortuito?

Siempre me ha gustado pensar que el arte no le debe al azar pero sí a la causalidad. Aunque bien es cierto que la historia está plagada de ejemplos que ilustran cómo los accidentes provocan los mejores efectos y las mejores producciones artísticas. Pero no todo, entonces, se le debe dejar al azar o a esa teoría del caos que tanto me agrada. Y en esta exposición de Jeosbiel Abstengo no creo que ella tenga mucho espacio para ostentarse.

Más bien supongo que Abstengo ha querido jugar con el intelecto de los espectadores y provocar en ellos un deseo de adivinar, de interpretar y, por consiguiente, de pensar. Quizás el artista esté agobiado de tanta inactividad humana en el mundo del arte que desee, de una vez por todas, conseguir una transformación, una llamada de acción para que sus iguales hagan remover los simientes de la vida cultural local y procuren un ambiente de sano ejercicio de la crítica y creación.

A mi juicio ese es el punto más débil de la exposición. No todo puede ser carne para alimentar a las animales, ni todo pasto debe servir para construir cuerpos. El mero hecho de hacerme pensar no debería ser el plato fuerte de una obra de arte sino el complemento, el ejercicio otro que se resuelve una vez que la obra envió su mensaje al receptor que, en definitiva, somos todos.

Esto es coherente con esa imagen de un Jeosbiel que a cada rato veo dando tumbos por cuanto espacio cultural se manifieste en este terruño para opinar, transgredir, para incidir en su mejoramiento o para aniquilar en pos de su propio ejercicio de criterio y de interpretación. Y es que a Jeosbiel le gusta fabricar contextos, llevar al plano terrenal lo que en su quehacer artístico se viene revelando. Es un artista de la práctica que construye o destruye en función de una obra más universal.

Por eso La llave de la ciudad está cargada de una acción que empezará a cobrar fuerza en la medida que mucho más público la visualice, disfrute, interprete y luego la reinterprete, la critique haciéndola suya ya para siempre. Jeosbiel ha intentado, y creo que consigue, mover los finos hilos del proceso del pensamiento en el ser humano que venga a la galería Azagaya de la UNEAC avileña a visualizar su exposición.

Los elementos visuales que la componen, por ejemplo, son tan polisémicos y diversos como lo son las distintas escuelas de pedagogía que existen en el mundo, o como las formas de la moneda para cada credo o país, o las connotaciones que la guerra pueda suscitar en el individuo que la explique. Y me refiero a esos elementos pictóricos que llevan en su concepto el peso de la exposición porque si bien no son llaves, en el sentido literario de la palabra “llave”, no es menos cierto que si abre cualquier puerta o umbral a lo irrevelado, entonces cumple la función de llave.

No habría entonces que esperar que el título de esta exposición sea tan literal como lo que anuncia y que en su afán de remover al intelecto humano, se ramifique y ofrezca libre albedrío (alabado sea) a su interpretación. Por eso veo yo, en esas figuras estilizadas, unos remos. Y la historia que me creo está en función de un tema que ya es inherente en el cubano: la emigración y la inmigración.

Digo remo porque es lo que se me figura, y aquí sí que no vale la intelectualidad ni la interpretación semiótica, es solo lo que de golpe emotivo me vino a la cabeza, como el resultado de una técnica proyectiva. Y es que remar es sinónimo también de luchar, de obstinarse por lo que uno quiere, es permitir que las fuerzas fallen pero que no se destruya el sueño humano y su voz profunda en pos del mejoramiento. Así lo veo, así lo leo.

Como también puedo interpretar que son plumas para escribir aquello que podría ser cambiado o transmutado; o cuchillas para cortar de raíz los males que nos aquejan; palmas casi ilusorias que no se agitan con el viento porque ni viento queda para mover alturas; removedores de bebidas o agitadores de motivaciones. Veo muchos objetos en uno solo. Veo muchas imágenes en una sola. Y leo una historia, o varias historias.

Tal vez por mi oficio como narrador es que leo las obras de arte como una gran historia que se va contando en la medida que suceden las estaciones o la estructura artística. Así veo en esta exposición que no tiene un primer cuadro ni un último, sino que es como una serpiente en círculos que se muerde la cola; la historia de un grupo humano que en su afán de vivir en la vorágine de la modernidad y del progreso va cayendo en distintos períodos, en disímiles situaciones que se van marcando de tres en tres.

No en vano este número, el 3 está muy presente en la estructuración de la muestra. Son como pequeños grupos de 3 que ilustran una idea. El 3 es el número del equilibrio porque es 2 y es 1, es el equilibrio perfecto, es la familia extendida, es la unión de lo terrenal, celestial y lo humano, es la santísima Trinidad, es la puerta que se abre a las experiencias. Es eso y mucho más, todo depende de ti también.

Aquí vemos entonces tres trabajos (que pudieran ser el comienzo de la historia narrada) con trazos vigorosos y mezcla alta de colores, se ve el color de la tierra, de las heces fecales, de la sangre. Colores humanos, sentido de la naturaleza y esencia humana. Como el correr del hombre a través del tiempo y ocupando los espacios que aún le quedan por ocupar. Se ve la carrera y el vértigo que produce esa carrera y se ve la esencia humana transformada en movilidad. Pero luego pasamos a una etapa en que la oscuridad se adueña de todo y son solo los trazos blancos los que guían la figura y hacen la vida.

Hay como unas casas flotantes sobre botes, ¿o lo estoy imaginando en demasía? Y los remos aquí ocupan el papel protagónico, no solo impulsan la vida sino tratan de mantener el equilibrio, conservan la calma y la sobriedad.

El blanco y el negro pasan a suplir la falta de tonalidades. Y hay grises también en la siguiente fase. Y siguen los remos ocupando la principal carta de triunfo en ese batallar por la vida. Pero también hay plumas y un diseño bastante transparente que nos recuerda la cola de un pavo real con sus ojos que todo lo ven, pero con ausencia de colores.

Luego los colores tropicales van llegando en sus matices más primarios: azules, verdes, naranjas, negros, marrón, entre otros. Es el trópico o parte de él, pero también es la nada que recrea su propia historia y que necesita imperdibles para sostenerse en la memoria de los hombres de este tiempo.

Y saltamos a la esencia de la sangre, el color rojo que tiene las veces de peligro y las veces de síntomas vitales. Anuncia o presagia la muerte, o la exageración de los ánimos. Hay un control en cada cosa, se miden las extremidades, las formas del cuerpo y la anchura de la cabeza. La medida es la misma: 4,2 cm del largo del cuerpo, 7,8 cm la cabeza y 8,2 cm el ancho de esa cabeza, como si fuera posible que una cabeza mida más en su anchura y que no se vea como tal.

Ahora bien, ¿hay algún código en los números? Si sumo los tres me da la extraña cifra de 20,2 cm. ¿Significa algo? Me gustaría pensar que sí, porque siempre he creído que en el arte no hay nada fortuito.

También está el muelle como emblema de lo que necesita, o amortiguarse en su movimiento continuo o empujar en su inactividad. Así también, amortiguar el crecimiento o decrecimiento de una palma que, sin ser palma, se me antoja símbolo de cubanidad o de gallardía, rebeldía si se quiere. ¿Reflejo de nuestra contemporaneidad? ¿Está ocurriendo algo así en nuestra sociedad actual? No debo ser yo quien de la respuesta aunque me atrevo a afirmar que por ahí anda la flecha.

En este raro mundo de la creación, las vivencias hacen no solo al artista sino también a la connotación de su obra, y le dan valor y sentido a cada recurso empleado. Por eso vemos los trazos a pastel en estos quince dibujos y podremos pensar en el Jeosbiel Abstengo padre que procura llegar también a su hijo pequeño con las mismas maneras con que este intenta llegar a su padre a través del juego.

Así pudiera pensarse que esta exposición está destinada a erigir el futuro de su hijito o a guiarle, desde la temporalidad y el rumbo de la historia. Así pudiera pensar que es solo un juego intelectual para que gente como yo pensemos y busquemos una razón; o para que otros, como lo estoy haciendo ahora, escriban su interpretación y construyan la otra llave que dará paso a la vida cultural de una provincia.


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