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Una medianoche de 1878


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Al principio de la primera de las dos hojas mecanuscritas donde Martí pasó en limpio su poema, seguramente en los días en que preparaba el índice de sus Versos libres, escribe con lápiz: «A los 25 años de mi vida, escribí estos versos. —Hoy tengo cuarenta». Y al margen derecho anota: «Se ha de escribir viviendo, con la expresión sincera del pensamiento libre, a renovar la forma poética vana que de España tiene América, y desviar del fácil y [palabras ininteligibles]». De manera que en 1893 recuerda con significativa precisión que escribió su poema una medianoche de 1878. Y si lo leemos,

 

 

MEDIA NOCHE

 

 

Oh, qué vergüenza!:—El sol ha iluminado

La tierra: el amplio mar en sus entrañas

Nuevas columnas a sus naves rojas

Ha levantado: el monte, granos nuevos

Juntó en el curso del solemne día

A sus jaspes y breñas: en el vientre

De las aves y bestias nuevos hijos

Vida, que es forma, cobran: en las ramas

Las frutas de los árboles maduran: —

Y yo, mozo de gleba, he puesto solo,

Mientras que el mundo gigantesco crece,

Mi jornal en las ollas de la casa!

 

Por Dios, que soy un vil!:—No en vano el                            sueño

A mis pálidos ojos es negado!

No en vano por las calles titubeo

Ebrio de un vino amargo, cual quien busca

Fosa ignorada donde hundirse, y nadie

Su crimen grande y su ignominia sepa!

No en vano el corazón me tiembla ansioso

Como el pecho sin calma de un malvado!

 

           

El cielo, el cielo, con sus ojos de oro

Me mira, y ve mi cobardía, y lanza

Mi cuerpo fugitivo por la sombra

Como quien loco y desolado huye

De un vigilante que en sí mismo lleva!

La tierra es soledad! La luz se enfría!

Adónde iré que este volcán se apague?

Adónde iré que el vigilante duerma?

 

Oh, sed de amor! —oh, corazón, prendado

De cuanto vivo el Universo habita;

Del gusanillo verde en que se trueca

La hoja del árbol:—del rizado jaspe

En que las ondas de la mar se cuajan:—

De los árboles presos, que a los ojos

Me sacan siempre lágrimas:—del lindo

Bribón gentil que con los pies desnudos

En fango y nieve,  diario o flor pregona.

Oh, corazón,—que en el carnal vestido

No hierros de hacer oro, ni belfudos

Labios glotones y sensuosos mira,—

Sino corazas de batalla, y hornos

Donde la vida universal fermenta!—

 

Y yo, pobre de mí!, preso en mi jaula,

La gran batalla de los hombres miro!—

 

[Mc. en CEM]

 

 

encontramos cuajado ya en su forma, su movimiento y su contenido el núcleo fundamental de lo que José Martí llamó sus endecasílabos hirsutos. Y si queremos saber qué vivía Martí en ese año del que brotaron los versos arrebatados de dolor que escribe, podemos acudir a dos citas de sus cartas a Manuel Mercado.

En enero de1877, Martí está enamorado de Carmen Zayas-Bazán, para casarse tiene que tratar de estabilizar su situación económica —siempre precaria—, tiene que acomodar a sus padres en Cuba, porque ya no se pueden sostener en México, y debe marchar a Guatemala, donde hay indicios de que puede encontrar una situación mejor. Pero sobre todas las cosas, tiene que justificar sus acciones ante sí mismo. Martí sabe que la pobreza impide la realización de cualquier aspiración, que el que tiene que estar al tanto de alimentar cada día a los suyos, no puede pensar más alto ni emprender grandes empresas. Y él sí que le ha visto la cara a la pobreza. Sus versos mexicanos están repletos de la disyuntiva entre familia y patria, entre patria y mujer. Pero en 1877 pensaba que podía conseguir alguna felicidad, escribe a Manuel Mercado el 22 de enero de ese año desde La Habana, donde prepara la instalación de sus padres y sus hermanas, para que vivan con un poco de holgura a su parecer:

Tengo especial gusto en hablar con V. dilatadamente, con cariñosa expansión que ni con mi misma madre, con quien mi amor sufre hablando de esto; tengo, —de estas íntimas cosas que son descargo de mi alma y justificación de mi conducta, de la que todavía me hago reproches, porque pienso que mi deber no estaba bien cumplido sino muriendo a sus ojos de impotencia, de acabamiento y de dolor. —un espíritu celeste, el de mi amorosa criatura me ha dado brío secreto… [Carmen Zayas-Bazán]

Y más adelante formula su esperanza:

…esta mi conducta es garantía de la certidumbre que ahora tengo de la preponderancia de la revolución, vencedora últimamente en la lid campal contra el nombradísimo caudillo [Arsenio Martínez Campos]…

En este instante de su vida, por un momento piensa que puede conseguir —asegurando la posición de sus padres y hermanas en La Habana—, ya casado con Carmen, un trabajo que lo saque de penas en Guatemala, y ya que no ha podido para su vergüenza participar en la guerra, escribir entonces un libro para hacer su historia. Por breve tiempo se concentrará en su proyecto de libro y hoy contamos con algunos fragmentos. Nunca, sin embargo, lo abandonaron sus angustias, sabía que al final tendría que elegir. Todo se derrumbará como un castillo de naipes. Y tendrá que regresar casado a Cuba, pobre y en espera de un hijo. La guerra ha fracasado, no ha podido asentarse en Guatemala, no puede vivir en su tierra humillada. Tiene 25 años. El 6 de julio de 1878 le escribe a Manuel Mercado:

…—¿cómo podré dar rienda a todos estos sentimientos naturales, en mí tan dominantes y tan vivos? ¿cómo podré vivir con todas estas águilas enterradas en el corazón? —Temo, amigo mío, que su aleteo me mate. —Temo perder mis fuerzas en este terrible combate silencioso. –¿Quién nació en un momento más difícil, rodeado de circunstancias más amargas… (…) Ya yo imagino qué errores se cometieron [para el fracaso de la guerra], qué fuerzas podrían explotarse, de qué simultáneo modo habrían de hacerse obrar, cuánto corazón americano podría enardecerse y empeñarse en nuestra lucha. (…) —Y en vez de esto, ¡volveré ahora como una oveja mansa a su rebaño! — ¡Ahora que tenía casi terminada, con el amor y el ardor que V. me sabe, la historia de los primeros años de nuestra Revolución! —

No es extraño que de estos tremendos dolores nacieran los heptasílabos hirvientes de Media noche y que José Martí anotara a los cuarenta años el tiempo exacto de su eclosión. Fue el tiempo en que su poética alcanzó una maestría muy suya, nueva y renovadora, que veremos explayarse en muchos otros versos y sobre todo en sus crónicas modernistas de las Escenas norteamericanas, tan admiradas en Hispanoamérica, y operativas como uno de los núcleos fundamentales de donde irradia la nueva prosa modernista en lengua española.

Este treno desgarrador está ya cifrado con las imágenes visionarias que caracterizan a su poesía, y de tanto en tanto, la prosa misma de José Marí; la celeridad y atropellamiento que imprime al verso con la abundancia de encabalgamientos arrebatados que avanzan y rematan adentrándose en el verso siguiente.  El comienzo es un lamento rotundo, una declaración de la desgracia, seguido por una sucesión de encabalgamientos de perspectiva cósmica, en una sucesión de oraciones violentamente yuxtapuestas que agrandan la dimensión de la propia pena hasta alcanzar los tamaños de las fuerzas que operan en el universo:

 

Oh, qué vergüenza!:—El sol ha iluminado

La tierra: el amplio mar en sus entrañas

Nuevas columnas a sus naves rojas

Ha levantado: el monte, granos nuevos

Juntó en el curso del solemne día

A sus jaspes y breñas: en el vientre

De las aves y bestias nuevos hijos

Vida, que es forma, cobran: en las ramas

Las frutas de los árboles maduran: —

 

La visión de un mar cuyas columnas sucesivas sostienen a las naves rojas, abre la enumeración tremenda, para rematar con la descripción de su culpa: “Y yo, mozo de gleba, he puesto solo, / Mientras que el mundo gigantesco crece, / Mi jornal en las ollas de la casa!”  Su vergüenza es su incapacidad de hacer la obra mayor para la que se cree capaz, la incapacidad de desempeñarse con todas sus capacidades y protagonizar un papel al que se piensa destinado en la historia de su país y en la construcción de un mundo nuevo que nace y se establece ante sus ojos.

En las dos estrofas siguientes describe su vileza, lo que percibe como su rebajamiento y condensa la imagen de un poder superior que lo observa y qué lo vapulea — “el cielo con sus ojos de oro” — con la imagen de su propia conciencia — “un vigilante que en sí mismo lleva”. Se convierte así en reo de sí mismo y del universo todo, insuflando esa perspectiva cósmica, de fuerza titánica al verso endecasílabo con el describe sus enormes tensiones interiores.

Por Dios, que soy un vil!:—No en vano el sueño

A mis pálidos ojos es negado!

No en vano por las calles titubeo

Ebrio de un vino amargo, cual quien busca

Fosa ignorada donde hundirse, y nadie

Su crimen grande y su ignominia sepa!

No en vano el corazón me tiembla ansioso

Como el pecho sin calma de un malvado!

 

El cielo, el cielo, con sus ojos de oro

Me mira, y ve mi cobardía, y lanza

Mi cuerpo fugitivo por la sombra

Como quien loco y desolado huye

De un vigilante que en sí mismo lleva!

La tierra es soledad! La luz se enfría!

Adónde iré que este volcán se apague?

Adónde iré que el vigilante duerma?

 

A esta poética han venido marchando otros momentos anteriores de su escritura, tanto en prosa como en verso, donde vemos asomarse esa arrasadora y arrebatada perspectiva, pueden evocarse tiradas enteras de El presidio político en Cuba (1871), donde el revuelto período romántico de garra huguesca, presenta bruscas entradas en una prosa más moderna y apretada, visionaria y aferrada a la realidad simultáneamente o versos de De noche en la imprenta, concebido también en una espacio nocturno mientras trabaja en la imprenta mexicana en 1875 on1876.

Y como será usual en este patrón lírico martiano que se reitera en sus Versos libres, el lamento exaltado se transforma en una declaración fervorosa y afirmativa:

 

Oh, sed de amor! —oh, corazón, prendado

De cuanto vivo el Universo habita;

Del gusanillo verde en que se trueca

La hoja del árbol: —del rizado jaspe

En que las ondas de la mar se cuajan: —

De los árboles presos, que a los ojos

Me sacan siempre lágrimas: —del lindo

Bribón gentil que con los pies desnudos

En fango y nieve, diario o flor pregona.

Oh, corazón, —que en el carnal vestido

No hierros de hacer oro, ni belfudos

Labios glotones y sensuosos mira, —

Sino corazas de batalla, y hornos

Donde la vida universal fermenta! —

 

Para rematar el poema con la desolada declaración de su sentimiento de hombre cautivo, incapacitado para realizar su vocación:

Y yo, pobre de mí!, preso en mi jaula,

La gran batalla de los hombres miro! —

 

No era posible para José Martí olvidar aquel poema concebido en lo más alto de una noche agónica, el poema donde sus versos fraguaban en la poética de un príncipe de la poesía.


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