Un día de junio de 1967, el destacado crítico inglés de ballet Arnold
Haskell bautizó en el suplemento CUATRO PÁGINAS DE GRANMA con el
nombre de Las joyas cubanas, a cuatro jóvenes bailarinas: Aurora Bosch,
Mirta Plá, Loipa Araújo y Josefina Méndez.
El célebre especialista “partícipe directo en la gestación del
ballet inglés junto a Ninette de Valois, Marie Rambert y Liliam Baylis;
testigo del quehacer renovador de los Ballets Rusos de Sergio de
Diaghilev y cercano admirador de estrellas legendarias como Ana
Pávlova, Tamara Karsávina y Olga Spessítseva, nos estaba entregando
un documento que, con el tiempo, habría de convertirse en uno de los
más trascendentales para la balletomanía cubana y para la
historiografía y la crítica de la danza en Cuba.
En él se establecía de manera rotunda, no sólo que el ballet cubano era ya algo más que la valiosa y abnegada trilogía Alonso, empeñada durante años en plantar en medio del Caribe la semilla “exótica” del ballet académico,
sino también una valoración que en justa medida hacía reconocimiento
a los logros históricos de la Escuela Cubana de Ballet, y a la
individualidad de sus más sólidas representantes jóvenes”, al decir
de Miguel Cabrera, Historiador del BNC en su libro LAS CUATRO JOYAS.
Precisamente ahora, cuando en este 21 de septiembre se cumple el
aniversario 18 de la desaparición física de una de ellas: Mirta
Plá, sirvan estos recuerdos impresos en blanco y negro, con parte de su
valiosa vida entregada a ese lenguaje universal que es la danza, para
mirar el camino recorrido y “navegar” con ánimo por sobre las
estelas grabadas por esa destacada bailarina en el tiempo.
En octubre del 2000, en ocasión de la entrega del Doctorado en Ciencias
del Arte, en la especialidad de danza a Aurora Bosch y el Doctorado
Honoris Causa del Instituto Superior de Arte (ISA) a Josefina Méndez,
Loipa Araújo, Ramona de Sáa y Mirta Plá, Pedro Simón, director del
Museo de la Danza y de la revista CUBA EN EL BALLET, al hacer el elogio
múltiple de estas cinco imborrables huellas de la danza cubana,
ofreció un perfil perfecto de cada una de las historias confluyentes.
Uno de los baluartes más importantes de la danza cubana
Detengámonos en Mirta Plá (Cuba, 1940/ España, 2003). Aquellas
certeras palabras que Pedro Simón dedicara a la artista, cobran hoy
especial connotación, por ser ella, uno de los baluartes más
importantes de la danza cubana: “Mirta Plá fue –argumentó en aquel
elogio-, en este grupo de estrellas, la primera que alcanzó el rango
de prima ballerina (1962).
“Su profesionalidad escénica ha estado definida por la femineidad, la sencillez, la gracia y la serenidad. Su danza fue siempre clara y sosegada, sin trasgredir jamás los límites de sus notables posibilidades. Son inolvidables para nuestro público aquellos personajes de carácter juvenil, en que se engarzaban
perfectamente el peculiar encanto de su sonrisa, y su aire indulgente y
refinado. ¿Cómo olvidar su Lisette en LA FILLE MAL GARDÉE, o la
Swanilda en COPPELIA, la Princesa Aurora en LA BELLA DURMIENTE DEL
BOSQUE, o su laureada interpretación de Cerrito en el GRAND PAS DE
QUATRE?”…
A la altura del tiempo, regresan los recuerdos de aquella niña que
comenzó a estudiar piano en el Conservatorio Municipal de La Habana
motivada por la tradición musical de la familia, pero que un día, al
acercarse a una clase de ballet, en ese centro, fue como un imán, un
amor a primera vista…, se dio cuenta que esa sería su Historia.
En 1950 comienza su formación, y al año siguiente entra en la Academia de
ballet Alicia Alonso, donde comienza a “tocar” el firmamento de esta
especialidad guiada por Fernando y Alicia Alonso. Allí tuvo otros
importantes profesores de la talla de León Fokine, Alexandra Fedorova,
Charles Dickson, José Parés… Hasta que el 15 de marzo de 1953, en el
teatro América tuvo lugar su debut profesional como alumna de la
Academia, en el VALS DE LAS FLORES del ballet CASCANUECES, con el Ballet Alicia Alonso, hoy Ballet Nacional de Cuba.
De ese instante expresaba siempre: “... lo recuerdo perfectamente, como si fuera hoy mismo. Aún yo no era profesional y como faltaban muchachas para el cuerpo de baile, se me dio la posibilidad de bailar en el VALS DE LAS FLORES, de CASCANUECES. Éramos seis bailarinas, yo estaba muy nerviosa porque en esa escena había dos momentos en los que debía bailar un brevísimo solo. Recuerdo muy bien que era una frase de 16 tiempos, una sencilla diagonal hacia adelante y hacia atrás. Yo estaba muy nerviosa, a pesar
de que la practiqué muchísimo. Esa constituyó mi primera actuación
importante con la compañía y también mi primer solo”.
Así comenzaría la carrera de una de nuestras mas grandes bailarinas,
Mirta Plá, de la que catorce años después de la primera vez que
pisaba el escenario, el célebre crítico Arnold Haskell dijera, en un
artículo publicado en Granma y titulado LAS JOYAS CUBANAS, a propósito
de su participación en el Festival Internacional de Ballet de La
Habana, en 1967: …” Mirta Plá posee una serenidad tremenda, y la
mayor gracia natural. Un movimiento se diluye en el próximo en continua
armonía. Ese es el “bel canto” de la danza…”.
Luz singular que encendía la escena
En esas profundidades/misterios del ballet, cual hermosa perla, ella
brilló por derecho propio, con una luz singular que nos encendía los
adentros en cada actuación. Por eso añadió su nombre a tantas obras.
Siempre vivirá en el recuerdo de aquella joya lírica de Gustavo
Herrera: ALFONSINA, uno de los últimos ballets dentro de su repertorio,
y que él creó especialmente para Mirta.
“Leí mucho sobre ella, cómo fue su vida, su conflicto sentimental, su muerte y me sentí muy comunicada con Alfonsina”, dijo una vez la bailarina, profesora y
maître. En ella dejó su impronta, vestida de una melancolía, casi
suplicante, bañada del desamor irreparable que llevó a la poetisa
argentina más allá de la locura. Pieza que bordó con su madera
artística y personal para hacerla también suya. Y apareció en su
camino luego de interpretar durante mucho tiempo la Consuelo de TARDE EN
LA SIESTA, de Alberto Méndez.
¡Mirta parecía esculpir en danza el sentimiento que convoca el nombre mismo! Como todo lo que tocó, porque para ella era de vital importancia entregarse en cuerpo y alma. Eran dos personajes de gran profundidad, pero muy distintos. “Cuando uno asume un ballet, expresó en una ocasión en una entrevista, por muy sencilla que fuera la obra, el resultado artístico depende de la dedicación. Un ballet es como una maquinaria de reloj, y la maquinaria es el
bailarín…”.
Una sensualidad típica de la cubana
Era una bailarina de “sensualidad típica de la cubana en su forma de
bailar, además de su hermosura y expresividad”, como la calificó un
día el MAESTRO Fernando Alonso, algo que siempre la acompañó a lo
largo de sus años en las tablas prestando su piel a personajes tan
disímiles, variados, como la Princesa Aurora (LA BELLA DURMIENTE)
–uno de sus trabajos más recordados y atractivos-, era como la
encarnación de algo real, que llevaba dentro, por el físico, por el
alma del personaje, por la técnica que se avenía a sus condiciones
físicas naturales…, al igual que la Lisette (LA FILLE MAL GARDÉE)
donde vibraba la muchacha alegre, de amplia sonrisa siempre juvenil, con
tintes de maldad picaresca adolescente, y en el que desbordaba esa
capacidad nata para enfrentar roles demi-carácter. Algo que se
emparentaba también con la Swanilda de COPPELIA, otro de los trabajos
donde dejó grandes huellas… Y qué decir de Mlle. Cerrito, de GRAND
PAS DE QUATRE… Plena de vitalidad, astucia danzaría, belleza
estilística se sumergía en ella, danzando el vals con un arte y
técnica desbordante…
No por azar, alcanzó en 1970, la Estrella de Oro (compartida junto con Loipa, Josefina y Aurora) del VIII Festival Internacional de Danza de los Campos Elíseos, en París, y un premio especial del jurado por su interpretación de Mlle. Cerrito, otro rol histórico de ella en el ballet cubano. Tantos y tantos ballets: EL LAGO DE LOS CISNES, LAS SÍLFIDES, GISELLE, PASO A TRES, EDIPO REY…regó con su astucia danzaría, con su espíritu alegre, delicadeza,
amor…
Pero dejemos que ella hable de sus preferencias, de sus
personajes, de los estilos y momentos que vivió en algunos de ellos,
donde moldeó las personalidades para hacerlos vivir en escena.
Confesiones de Mirta
Como recordar es vivir, dejemos que hablen las memorias en blanco y
negro, al traducir sus palabras al papel durante disímiles diálogos,
encuentros, entrevistas que nos regresan a la enorme bailarina, a flor
de piel... ¿La Princesa Aurora? Era para Mirta vivir en un cuento, solo
escuchar la música la emocionaba, solía decir…
Y el día de su aniversario 30 del debut escénico sobre las tablas (1983) bailó el
ADAGIO DE LAS ROSAS con cuatro “compañeros que me hicieron sentir
como una princesa: Esquivel, Salgado, Carreño y Zamorano”, comentó
en una entrevista; mientras que ¿Lisette?: “Me divertía mucho, era
traviesa y me venía muy bien aunque era difícil de interpretar”.
¿Consuelo?: “La estrené en 1973, bellísima obra, había que
transformarse en una mujer de la época colonial nuestra con todos su
problemas…”.
¿GRAND PAS DE QUATRE? Las unió a las cuatro joyas…
“una hermosa época, juntas iniciamos una escuela, nos desarrollamos
al unísono, y siendo diferentes marcamos una época del Ballet Nacional
de Cuba”. ¿Cisne negro? Siempre argumentaba que tuvo que trabajarlo
mucho, pero cuando lo bailaba bien era muy feliz ¿GISELLE?: “Lo
interpreté a partir de 1968, fue un premio bailarlo. Y todas teníamos
una meta a seguir, un ejemplo muy alto: Alicia. Abordarlo después de
ella era difícil”.
¿Talento? En el ballet –comentó en una oportunidad- es casi
obligatorio mirar primero las condiciones físicas. Luego está el
espíritu, el temple del bailarín; yo más bien me fijo en los ojos. Al
que tiene vocación, al que tiene alma se le nota un brillo especial en
los ojos…”.
Un número mágico que se repite en ella, Loipa, Josefina y Aurora:
¿Cuatro? “Siempre hemos sido compañeras, amigas, hermanas…
–respondió en otra entrevista-. Tenemos una compenetración sana
entre nosotras, siempre hemos trabajado juntas, luchado por bailar bien,
y contribuir a que todo salga en la compañía y en la escuela, como
bailarinas y profesoras. Y descubrió en el diálogo algo que una vez
les dijo Alicia, calificándolas: Josefina, era el invierno, Loipa, el
verano, Aurora, el otoño y yo, la primavera”.
¿Arte/técnica? “Todo no se puede bailar igual. En el vocabulario de
la técnica, está, por ejemplo, el arabesque, está en todos los
ballets, pero depende del estilo. Es diferente en EL LAGO DE LOS CISNES,
que en GISELLE. No estoy en contra de la técnica, naturalmente, pero
tenemos que dar arte”.
En otras confesiones Mirta Plá argumentaba siempre que su mayor
aspiración era bailar. Se propuso ser una bailarina completa. Le
entusiasmaban los estilos romántico y clásico, pero siempre estaba
preparada a enfrentar retos y asumir personajes distintos a los que el
auditorio estaba acostumbrado a verla interpretar. Tocaba el piano, a
veces. Le gustaba Chopin y disfrutaba con las buenas pinturas. En
términos de literatura, solía decir que no tenía preferencias
concretas. Después de Alicia, la bailarina que más admiró fue a
Galina Ulánova, aunque no pudo verla bailar mucho, le encantó su
trato, su manera de ser… ¡Cuánto más se podría decir de nuestra
querida Mirta Plá!, y llenar cuartillas con su singular historia.
La voz de una fuerza popular
Valgan las sabias palabras de Pedro Simón, aquel 25 de octubre del
2000, en el Elogio múltiple a las cinco bailarinas, en el Instituto
Superior de Arte, para terminar de moldear la personalidad en un ámbito
común a todas ellas, una arista de especial connotación cuando se
habla de Cultura y sobre todo, de Patria…
“Me referí al principio –concluyó Simón- a algunos rasgos comunes
que encontramos en Loipa Araújo, Aurora Bosch, Josefina Méndez, Mirta
Plá y Ramona de Sáa. Pero hoy quiero proclamar en ellas, como la
virtud más importante, la fidelidad a nuestro pueblo, a sus sueños por
un futuro mejor. Y también a las más caras tradiciones propias del
Ballet Nacional de Cuba, el respeto a sus fundadores, y la conciencia
que mantienen de su responsabilidad histórica ante el país y la
cultura nacional. Juan Marinello escribió en una ocasión, que: `el
Ballet Nacional de Cuba es mucho más que una suma de excelencias y una
_escuela_ singular: es la voz de una fuerza popular sin reposo`. Y a
esta fuerza pertenecen estas cinco estrellas del firmamento cubano, para
gloria del Arte y la Patria”.
Junto a su carrera como bailarina desarrolló una loable labor como
profesora que había comenzado en 1957; desde 1962 en la Escuela
Nacional de Ballet y más tarde en México, Perú, Italia, Bélgica y
España, esta última donde vivió los últimos doce años de su vida.
En Cuba obtuvo altas distinciones: el Premio Nacional de Danza, la Orden
Félix Varela y el Premio del Gran Teatro de La Habana, entre muchas
otras. Ese implacable, el Tiempo, pasa, pero Mirta Plá sigue entre
nosotros, en la obra del Ballet Nacional de Cuba, en los bailarines y
amantes de la danza, en sus amigos, en cada pieza que rozó con su
magia, tejiendo en el movimiento fibras sensibles que aun hoy vibran en
las memorias.
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