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Una plástica de cuervos y pulsiones


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Anoto aquí mis segundas impresiones, a manera de ensayo escueto, acerca de Pulsiones, una exhibición que permanece abierta en la Galería Servando Cabrera de 23 y 10; y digo “mis segundas impresiones”, porque las primeras, después de una calurosa tarde de caminata sobre tacones y bajo el sol, fue decididamente superficial y nefasta. A primera vista noté que las piezas parecían “hechas de modo apurado”; y aunque el catálogo justifica de alguna manera esta evidente ausencia de elementos compositivos, a mí me resultaba obvio que estaban sin terminar, que les faltaba algo. Recuerdo haber dicho entonces que me molestaba no haber encontrado al menos restos de ese oficio bien dominado por el artista como grabador, lo que no implicaría ser plurales o abarcadoras de diversas disciplinas, sino de integrar lo pictórico y lo gráfico bajo un mismo lenguaje personal, donde la identidad del artista transite en armonía y coherencia por ambos caminos.

Luego de aquellas apreciaciones, y ya en ambiente menos tenso, releí la visualidad de la muestra; o más bien la leí entre líneas, y encontré que existen en ella intensiones subyacentes que van más allá del plano estético o de la pura construcción de la imagen, para ahondar en el campo de lo conceptual, polisémico y semiótico.

Pulsiones toma como objeto de representación la metamorfosis y apropiación subjetiva del hombre por el cuervo y viceversa, como una metáfora dual figurativa de lo que Freud llamara El malestar de la cultura. Ahí aparece interiorizada la insalvable ambivalencia entre los deseos primigenios del hombre y las limitaciones que impone la cultura; entendiéndose a ésta como complejo de normas y sistemas de la realidad social.

En las visiones plásticas aludidas, los deseos o impulsos son transferidos al cuervo, retomándose nuevamente la intensión de Edgar Allan Poe de proveerlo de cualidades humanas; esta vez de las más oscuras nociones psicológicas y somáticas relacionadas con las diferentes categorías pulsionales que van desde la oral, anal y fálica, hasta la escópica, donde lo imaginario, lo auto-contemplativo y el espacio de lo subjetivo caracterizan a la oscura ave como un depositario más de la neurosis global que genera la propia cultura (representada en Poe por el busto de Palas).

Para mi quedó resuelto así —dentro de la propuesta de Irving— el enigma implícito en la incomodidad emitida por los espacios en blanco del lienzo, que se explican tal vez (inconscientemente) a través de la noción de “falta”. En este sentido, el hombre a veces transmutado en cuervo, persigue deseos que se traducen en pulsiones dirigidas a alcanzar un fin. Intento mediante el cual sacia sus apetencias con objetos efímeros, aunque sin lograr alcanzar nunca su aspiración primigenia. De ahí deriva, entonces, la “falta” como deseo eternamente insatisfecho.

O. Irving nos está mostrando, en pictografías intensas que fusionan lo informalista con referentes simbólicos, una suerte de metáfora poco alentadora de la sociedad moderna, cuya abarcadora cultura obliga a seguir patrones de comportamiento civilizados, obviando impulsos naturales a cambio de un estatus económico y una relativa seguridad.

Las obras en cuestión revelan al hombre moderno visitado, dentro de su propia neurosis, por el cuervo que se vuelve parte de él y transita, al igual que el protagonista del célebre poema homónimo de Poe, hacia un estado creciente de frustración y fracaso. Al observarse en planos socio-filosóficos las pinturas resuelts casi en blancos y negros con sus grises, advertimos cómo el autor se formula constantemente preguntas cuya respuesta conoce de antemano, y que exacerban ese estado morboso auto-agresivo y auto-destructivo propio del Thanatos. Cuanto más el hombre reprima sus deseos a causa de las restricciones que impone la cultura, en pos de la unión social, mayor será su insatisfacción y su delirio.

El cuervo construido por Poe, con toda su carga semántica heredada de múltiples culturas, encierra al “alma” del joven en su propia sombra, para no dejarla escapar nunca más; y éste deseo de recordar y a la vez de olvidar, remite a la teoría freudiana del “principio del nirvana”, donde —paradójicamente— se “desea dejar de desear”, para liberarse así de cualquier goce (dígase sensaciones corporales y psicológicas de todo tipo); y en consecuencia dejar de sufrir.

En su condición de artista visual, Irving se enfrenta a Thanatos por conducto del Eros; y en su instinto de auto-conservación, se revisa a sí mismo, se reconstruye a “través del espejo” … Y por persistir en semejante perspectiva estética de sentido, es que desde anteriores exposiciones viene mostrándonos su preocupación por los comportamientos psicosociales y la preservación de la memoria. El uso de la noción de huella y la revelación del progresivo deterioro nutren una ruta mantenida por él, hasta llegar finalmente a Pulsiones, una exposición en la que se remonta a la búsqueda o restablecimiento del yo, incluso en ese estado inorgánico anterior a la vida misma.


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