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Una vieja frase cubana: ¡Se cayó el andamio!


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El pintor Vermay protagonizó en La Habana un vuelo no deseado.

No quiero descubrir el agua tibia, al afirmar que esta Gran Antilla tiene al castellano como lengua oficial.

Anótese, no obstante, que en el coloquio íntimo con gente de entera confianza, cuando nos ponemos… ¿cómo decirlo? … bueno, cuando nos ponemos desalmidonados, nos sacamos de la manga un español de nuestro muy particular uso, el cual ciertamente no está exento de belleza, aunque repugne a algún academicista de nariz respingona.

Así, decimos “meter La Habana en Guanabacoa”, por tratar de introducir algo donde no cabe; bañarse será “jugar a los bomberos”; un lugar muy remoto se designará como “Las Quimbambas”; le “chupa el rabo a la jutía” el borrachín… y un largo etcétera.

Y hoy esta croniquilla la vamos a dedicar a una exclamación de nuestro jacarandoso argot. Cuando aquí sucedía algo extraordinario o catastrófico la gente comentaba: “¡Se cayó el andamio!”.

¿De dónde demonios salió la dichosa frasecita? Ah, para dar cumplida noticia al respecto, hemos de remontarnos hasta la San Cristóbal de La Habana, en la primera mitad del siglo antepasado, donde un artista se metió a aviador… sin avión.

El personaje

Nace Jean Baptiste Vermay de Beaumé cuando transcurre 1786, en Tournan-en-Brie, un poblado a cuatro leguas de París.

A los once años de edad, sus padres lo envían a la Ciudad Luz, para que estudie pintura con el maestro Jacques-Louis David, el célebre autor de Marat asesinado. David, a su innegable genio, unía la total falta de ética que caracteriza a los cambiacasacas. En los días de la Revolución Francesa traicionó hasta a su progenitora.

Pronto brilló en los salones el talento de su discípulo, Vermay. En 1808 gana la Medalla de Oro en la Exposición de París. Entre los contendientes derrotados se encuentra su maestro, el mismísimo David.

Poco después recibe un contundente espaldarazo: lo apadrina Napoleón I. Bonaparte, personalmente, se ocupa de librarlo del servicio militar, para que pueda dedicarse a su arte.

Pero, cuando en Waterloo se eclipsa la estrella del Emperador de los Franceses, Vermay se queda sin padrino. Andará como un nómada, hoy en Alemania, mañana en Estados Unidos. En 1816 aparecerá en La Habana, con una mano delante y otra detrás, como suele decirse. Pero pronto aquí encuentra un protector: Espada y Landa, el ilustrado y progresista obispo vasco.

Algunos afirman que la voluntad del mitrado se plegó ante dos recomendaciones que le muestra el recién llegado: una de Francisco de Goya y otra de Louis Felipe de Orleáns, futuro rey de Francia. Algún biógrafo asegura que eran falsificaciones pues Vermay, junto a los secretos del arte pictórico, también había aprendido con su maestro David cómo ejecutar triquiñuelas.

Aquí construirá el Teatro Diorama, al fondo de los terrenos donde hoy se halla el Capitolio. Y fundará la Escuela Gratuita de Pintura y Dibujo, después llamada de San Alejandro. Y, cuando el gobernador Vives decide recordar la fundación de Habana edificando El Templete, le encarga los tres grandes óleos que aún hoy vemos en sus paredes.

Fue Vermay uno de los ocho mil infortunados que en La Habana se llevó por delante la epidemia del cólera de 1833.

La anécdota

Del cielo —que se sepa—  solo caen lluvia, nieve, granizos y rayos. Y hasta maná, el legendario pan que alimentó al pueblo de Israel durante su éxodo por la península de Sinaí.

Pero los habaneros de hace casi dos siglos tuvieron una oportunidad singular: ver caer, del cielo, nada menos que a un señor pintor, con su atuendo clásico, sus ocres y sus sienas, sus pinceles y paleta.

Sucede que, mientras se celebraba misa, en la catedral habanera el maestro Vermay pintaba en las alturas el bautismo de San Juan.

El andamio se vino abajo y, para asombro de los feligreses, en el momento más solemne del piadoso acto, les cayó encima el pintor galo.

“¡Milagro, milagro!”, gritaron unas beatas. Pero otros, más realistas, dictaminaron sobre el hecho con una frase que aquí se escuchó durante muchas décadas: “¡Se cayó el andamio!”.  


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