Vindicación de la flor de vicaria.(1)


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No recuerdo el momento exacto en que me recomendaron usar fomentos de flor de vicaria para tratar una infección ocular. Debió ser una de aquellas tantas tardes de mi infancia en que tras  sudoración copiosa, mis ojos se irritaron lo suficiente como para causar una gran molestia.

Recuerdo, nítidamente, que mi abuela tenía sembrada en aquella colección de palanganas viejas que aglomeraba en su pequeño patio, no menos de tres variedades de aquella mata pequeña que se mantenía florecida todo el año. Había una variedad blanca, una morada y otra roja y cada una cumplía una misión específica en materia de tratamiento a dolencias de la vista.

La blanca era para refrescar la mirada. La violeta para cuando había una fuerte irritación ocular enfermedad propia de los soldadores; y la roja para tratar los orzuelos o  chalasos;  aquellas infecciones que uno generaba en el mismo momento en que negaba a una embarazada un deseo o no le complacía un “antojo”.

No mentiría si digo que era raro el jardín de esta ciudad en que no hubiera sembrada una planta de vicaria de cualquiera de sus variantes. No  debía sorprender el hecho de que alguien estuviera pendiente de recibir como obsequio –previa solicitud al dueño—un gajito con varias flores.

Ciertamente la ciencia médica había aportado para esas mismas dolencias e infecciones sus mágicos productos como el cloranfenicol u otros menos conocidos; así como las cremas antibióticas que solucionaban aquellas infecciones venidas de no se sabe dónde.

Gracias a la existencia de tal planta muchos superamos aquella primera infección de conjuntivitis hemorrágica que conocimos en los años setenta. Igual suerte corrieron otras infecciones momentáneas que debimos enfrentar; hasta que cierto día la ciencia nos trajo una novedad: el uso del fomento de vicaria, de flor de vicaria en específico sin importar el color de la misma, era contraindicado para tratamiento ocular.

De un plumazo los hombres de ciencia borraban de la faz de la tierra, de las tradiciones de un país, un método que había servido de paliativo a problemas de salud. Y como era fruto de estudios científicos cuestionarlo era un sacrilegio.

Solo que la ciencia –en especial los hombres a ella dedicados—trajeron más malas nuevas. La lista incluía a la grasa del cerdo –esa masa amorfa que una vez sometida a fuego intenso daba al congrí o a los moros y cristianos ese “brillo” particular que invitaba a sacrificar hasta el último grano lo mismo en el plato personal que en la cazuela de marras. Había otros alimentos y plantas incluidos en esta relación; pero estos dos son los que más recuerdo; sobre todo por el hecho de que en la promoción a su exclusión de nuestra vida familiar involucraba  algunos amigos médicos de la familia; sobre todo al Dr. Carlos Cervantes.

Cervantes impulsó una cruzada en contra del uso de la manteca de puerco en nuestra familia. Él que siempre estaba presto a pegar la gorra en casa de cualquiera de sus amigos antes de comenzar a usar “las herramientas” frente al suculento plato que le habían servido; se atrevía a preguntar si se había usado aceite o manteca de puerco; y en dependencia de la respuesta así procedía. Eso sí, la prohibición, según su códice, no incluía los chicharrones que eran todo un placer en el mismo momento en que sentaba a jugar domino y se sumaba al coro de los que bebían un trago de ron o aguardiente.

Aún así; a pesar de los consejos médicos y los argumentos bien fundamentados mi abuela no dejo de usar la vicaria cuando se trataba de infecciones oculares. Todo funcionó hasta el mismo día en que entregó su alma al creador y  con ella se marchitaron sus plantas de vicaria; debo decir que fue casi un acto masivo, popular. Un buen día en los jardines de la ciudad dejó de existir esa planta cuyas flores alegraban ese espacio.

La ciencia había ganado la partida y como sucedáneos para las infecciones que trataban nuestros antepasados aparecieron las lágrimas artificiales y otros colirios –además de ver pasar a una mujer hermosa—que se han popularizado.

Solo que la naturaleza es sabia, posiblemente más sabia que los hombres de ciencia.

Ocurre que hace unos días una noticia comienza a recorrer el mundo científico y se adentra en la vida cotidiana: la flor de vicaria regresa por sus fueros. Esta vez no se trata de la vista. La comunidad científica está muy esperanzada de que “…el uso de la flor de vicaria en todas sus variedades tiene un efecto interesante en el tratamiento de la diabetes mellitus…”

Como se decía hay ya algunos años: acaban de poner la tapa al pomo.

Según algunos estudios “…el uso regular de infusiones de estas flores ha demostrado que puede incidir en el control de una enfermedad que afecta a casi un cuarto más de la población mundial…”. La más recomendad es la flor blanca que incide en la segregación de insulina, aunque la morada además tiene efectos no demostrados en su totalidad en el tratamiento de infecciones renales ligeras…”

Es decir, casi medio siglo de haber sido eliminada de los jardines familiares ahora resulta que hay que sembrar vicaria y en vez de fomento hay que hacer tisanas o infusiones. Que los diabéticos tendrán una mejor calidad de vida al reducir el uso de inyecciones de insulina, porque una enzima x de las flores ayuda a regular la cantidad de insulina.

Le zumba el mango. Puedo afirmar que si mi abuela viviera le lanzaría una trompetilla al Dr. Carlos Cervantes, el mismo que impulsó una cruzada contra aquellas matas sembradas en una serie de viejas palanganas que ella tenía en su pequeño patio. Solo que Cervantes también se fue a jugar al otro equipo y se puso el esmoquin de palo.

Todo indica que es hora de sembrar vicaria nuevamente en los jardines; solo que dónde encontrar la semilla o el gajito para lograr que se reproduzca rápidamente. También ha de regresar aquel vecino que llamara a la puerta pidiendo un par de flores para un cocimiento pues hoy tiene el azúcar en números complicados y habrá quien tome tal remedio a modo de novedad cultural; es decir organizará una tertulia que será perfumada por un té de vicaria y caña santa.

Nada me debe sorprender, sobre todo si mañana la ciencia demuestra que podemos usar nuevamente los fomentos de flor de vicaria.

Después de todo rectificaron y levantaron la veda a la manteca de puerco… ahora resulta que no es tan mala como se llegó a afirmar… menos mal que en ese asunto,  en ese tema, votamos contra la ciencia.

 


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