Vistazo al ayer de una ciudad cumpleañera: Cuando el soldado Inocencio apagó a La Habana


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Para La Habana, el año de 1930 tuvo cierta inauguración originalísima… y sombría.

Todo fue por culpa de Inocencio Herrera, alistado en el ejército de la nación. Y —mire usted lo que son las cosas— no era el soldado un mal hombre, aunque sí algo alocado… vaya, medio “creisi”, como dice el pueblo recordando a un término inglés.

Ah, pero Inocencio, él y sólo él, fue responsable de aquel desastre finianual. Me explico. El pobre guardia no las pasaba ni regular. Tenía como jefe a un sargento, con ínfulas de general prusiano, que no lo dejaba ni respirar. Lo que ganaba le tenía siempre con una mano delante y la otra detrás. Pero, en aquel fin de año, se dijo que un día es un día.

De modo que, desde muy temprano, comenzó a “chuparle el rabo a la jutía” en el habanero solar El Mono Verde, sito en Vives número 83.

Ronazos van, ronazos vienen, de manera que cuando llegó la medianoche ya Inocencio había perdido toda prestancia marcial, y más bien parecía un trapo de cocina, con la diferencia de que los trapos no balbucean.

Cuando fueron las doce de la noche, se vio al soldado salir al pasillo del solar El Mono Verde. En la mano derecha portaba su revólver de reglamento, un Colt 45, de aquellos que en la crónica roja calificaban, con razón, como “pavorosos”. Tambaleándose, llegó al centro de la calle, alzó el arma, tiró del gatillo y se escuchó el estampido, que no es necesario describir a quien haya oído cantar a un Colt 45.

Y entonces se produjo el milagro bíblico de la Creación. Pero al revés.

Recuerdo que en el Génesis nos cuentan que El Creador ordenó: “Hágase la luz”. Y la luz se hizo. Ah, pero el milagro del soldado Inocencio fue al revés. Tras el fogonazo de su “forifái”, más de media Habana quedó envuelta en las tinieblas, según contó el costumbrista Guillermo Lagarde. El super-plomo 45, por pura casualidad, acertó a impactar sobre una importante línea de alta tensión.

¿Se acuerdan de aquellas domésticas vitrolitas, de cuerda, las del perrito oyendo la voz del amo? Sí, las de la RCA. Pues, como no dependían de la electricidad,  en aquellas primeras horas de 1930 fueron el único consuelo para La Habana en tinieblas. Aquella Habana que acababa de conocer la pieza Suavecito, de Ignacio Piñeiro.

Hubo, al menos, un resultado plausible en el incidente: Inocencio, en su inocencia, facilitó la grata tarea a novios acosados por chaperonas, durante aquel fin de año en que se produjo el más memorable apagón habanero.


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