"Vuelos prohibidos". Los desvaríos entre lo real y lo soñado


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Un cubano y una francesa se encuentran por casualidad en un aeropuerto galo. El azar, desde ese momento,  se convierte en su compañero más oportuno, pues a ella le antecede un vínculo personal con la Isla, a la cual pretende viajar ese día. Así podría presentarse el argumento de Vuelos prohibidos de Rigoberto López (Casta de robles, Yo soy, del son a la salsa), cinta que marca su regreso a la dirección de largometrajes de ficción.

La historia de Dominique y Mario, nombre de los personajes protagónicos, está apoyada en la imaginación de lo ideal y lo esperado frente a la realidad. Ella es hija de una “soñadora” de las que creyó en la utopía de la posibilidad de cambio a  finales de los sesenta y, por tal motivo, participó en el mayo parisino de 1968. Como aquello fracasó, vino a parar con sus sueños a Cuba, donde disfrutó, brevemente, la experiencia de la Revolución fundante y fundente y aquí amó a un hombre, a quien nunca le confesó su embarazo y el nacimiento de su hija y vivió, desde entonces, como una inadaptada.

Vuelos prohibidos se inicia en el momento en que Dominique le rinde tributo a su madre recién fallecida en un accidente (ocurrido en el opening del filme), y está a punto de iniciar el viaje hacia sus orígenes. En ese instante se encuentra con Mario, un periodista que viene de regreso desde África. Un retraso en el vuelo, les permite ampliar la relación nacida por casualidad. Él se convierte en el primer contacto con lo ideado, con su destino.

Contada así, sencillamente, el filme de Rigoberto López parece muy interesante; sin embargo, el diseño del personaje masculino protagónico y  la estructura de su relato, afecta ese juego entre lo real y lo soñado. Me explico.

Contra el personaje de Mario están dos elementos fundamentales. Uno, su propio diseño dramatúrgico y la elección de su intérprete, algo que no ocurre con Dominique.

El desarrollo de Vuelos prohibidos recae prácticamente en ella, quien constantemente lleva el rol activo de la historia, pues es la que necesita resolver un problema existencial: entender a su madre y encontrar su origen. Eso está muy bien y la actriz Sanâa Alaoui sabe conducir a su personaje en ese viaje a la semilla, sembrado de preguntas y dudas hacia un espacio referido constantemente; pero desconocido.

Mario debió funcionar en la fábula como el reformulador de ese lugar imaginado y deseado por ella, especie de limbo previo a una Cuba simultáneamente soñada como paraíso e infierno por parte de Dominique; pero su diseño ante la fuerza del carácter femenino se comporta demasiado ambivalente, inestable, y esto no sería un problema, si el desarrollo de la trama hubiera estado en consonancia con la actitud asumida por ella ante un ser que no tiene claro su sentido de pertenencia y, por tanto, no le brinda las respuestas seguras para el importante paso que desea dar.

En este punto, es donde aparece una de las debilidades del filme, pues los diálogos y las respuestas que le brinda Mario a su recién conocida son excesivamente retóricos y por momentos manidos, a lo cual se une la impericia histriónica de Paulo Fernández Gallo, quien no logra comunicar la incertidumbre de un ser colocado entre dos aguas, es decir, deseoso de continuar viviendo en su país, pero inconforme con muchas de las situaciones que no funcionan en el mismo. La ineptitud como actor de Paulo y, por ende, su falta de comprensión sobre su personaje se hace mucho más notable en la situación considerada como la crisis existencial más importante para él: la partida de su hijo de forma clandestina hacia los Estados Unidos de América y la incertidumbre inicial de saber si llegó con vida y todas las consecuencias que se produjeron después de ese suceso.

Otro elemento disfuncional en el texto fílmico es la estructura del relato, contado por medio de retrospectivas, que trasladan el argumento hacia la isla, con la intención de ir armando y preparando el reencuentro de Dominique con su familia cubana. Lo desdichado de estas apelaciones a lo que debía estar ocurriendo aquí, se manifiestan en el tratamiento fotográfico y en la intención, nuevamente, de caricaturizar la vida actual en el país.

Desde la visualidad, la película propone una imagen nada novedosa en la selección de las locaciones para mostrar Cuba (malecón, solares retocados, los autos antiguos o “almendrones”, bares), filmada con colores vivos y una brillantez en la iluminación, que deja- como resultado- el tono “turístico” esperado por un público foráneo y que no es justificable - a pesar de ser un lugar siempre evocado en la conversación de los protagonistas- como lo imaginado por ella o como la imagen que él supone que Dominique está construyendo en su imaginación sobre el país.

En lo de la caricatura a la vida nacional, contribuye en gran medida el diseño del padre de la protagonista (interpretado por Mario Balmaseda), un militar devenido en taxista (o botero, hablando en buen cubano), a quien no se le da tiempo suficiente en la narración para que entienda el hecho de tener una hija en Francia, y quien se ve envuelto en una de las más fallidas escenas del audiovisual nacional: el momento en que le tiene que comunicar a su esposa la noticia de que tiene una descendiente gala. Fragmento que no lo salvó ni la presencia de dos de los actores más experimentados de nuestra filmografía, y que queda como una de las actuaciones más incoherentes de Daysi Granados. Todo lo contrario a la desarrollada entre Manuel Porto y el propio Balmaseda, la cual, a pesar de su tono folklorista, quedó coherente en la actuación de ambos.

Estos momentos de la narración en el locus Cuba, lastran la intimidad de la historia, la sutileza que pudo haber alcanzado el filme en el plano de la evocación con la cual comienza su narración, es decir, la secuencia de la proyección de las imágenes rescatadas de la madre en su breve estancia aquí. La isla debió permanecer como geografía simbólica que no era necesaria explicitar.

Hay un momento en que el tema Cuba cobra un matiz polémico dentro de la conversación entre Dominique y Mario, y él le contesta con una frase alusiva, sin dudas, a Hiroshima, mon amour (1959. Alain Resnais): “tú no sabes nada”. En el filme francés, es un leitmotiv enel diálogo inicial entre los dos amantes, es la esencia del encuentro de las dos culturas, de la incapacidad de la mirada foránea de apresar una realidad no vivida. Vuelos prohibidos se planteó –salvando muchas distancias- un conflicto similar, solo que, aunque la protagonista femenina también cree saber todo sobre el otro país, al punto de juzgarlo, y Mario funciona como el representante de ese locus imaginado, el encuentro entre ambos se produce –al contrario de Hiroshima…- en el país de ella, donde el carácter masculino es un extranjero.

Siento que los realizadores de este texto audiovisual perdieron la posibilidad de contar ese encuentro azaroso entre una mujer con una historia anclada en la utopía y un hombre, dudoso de lo acertado de su vida, detenido – por un breve tiempo- en la Ciudad luz, tan importante para el imaginario occidental, concepto que si está presente en el cartel promotor de la película. Y este sentimiento de frustración se me refuerza cuando pienso en el final de la cinta durante el cual se produce el reencuentro feliz, sin traumas, de padre e hija, con la anuencia –caritas por medio- de su cónyuge. Un happy end forzado y sin sentido.

No obstante, me gustaría señalar, a favor de Vuelos prohibidos, el trabajo de fotografía logrado por Ángel Alderete en las locaciones francesas, sobre todo en las iluminadas durante la noche que permitieron crear un espacio de intimidad para el acercamiento paulatino de los personajes; la música de Miguel Nuñez que ambienta positivamente los momentos de los protagonistas por las calles de París; y reconocer el esfuerzo –solo logrado por su maestría en el oficio- de Miriam Talavera, como editora de una historia en la que tuvo que emplear todo su ingenio para insertar el capítulo cubano y mantener una suficiente coherencia en la trama, con el objetivo de alcanzar una conclusión.

En fin, Vuelos prohibidos queda como otra buena historia mal contada, sobre todo por el ansia de aterrizar en suelo patrio un conflicto que pudo haberse quedado en ese lugar tan heterotópico que es el aeropuerto Charles de Gaulle.


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