Recientemente la sala Adolfo Llauradó presentó el más reciente estreno de la compañía Vitral Teatro, el cual cautivó al público por el profundo y convincente hilvanado de los personajes protagónicos de tres estremecedoras piezas de la dramaturgia nacional del año 1962: Contigo Pan y Cebolla , de Héctor Quintero (La Habana, 1942-2011), Aire Frío, de Virgilio Piñera (Cárdenas, 1912-La Habana, 1979) y Santa Camila de La Habana Vieja, de José Ramón Brene (Cárdenas, 1927-La Habana, 1990).
Se trata de la puesta en escena (dirección artística y general) de Alejandro Palomino de Vuélveme a querer, un texto de la experimentada dramaturga, investigadora y ensayista, Esther Suárez Durán, quien rinde homenaje a tres célebres figuras del teatro cubano a través del engranaje de la sicología de cada una de las principales mujeres creadas por ellos para igual número de clásicos: Lala Fundora (Contigo…), Luz Marina Romaguera (Aire frío) y Camila (Santa Camila…).
Cuidadosa simbiosis dramatúrgica que, en tanto alude a varios pasajes de los libretos originales, traspala, con respeto y preciso uso del humor, situaciones extraídas de estos para recrearlas en la contemporaneidad insular y conmover al espectador que –identificado con nuestra alegre idiosincrasia–, se ríe de las adversidades que al paso de casi 60 años aun marcan la vida cotidiana, en gran medida debido al criminal bloqueo impuesto por el gobierno de Estados Unidos.
Esther, también crítico y pedagoga, retoma presupuestos esenciales de Contigo…, Aire…y Santa Camila… para estructurar su propia arquitectura dramática. Para ello utiliza como pretexto introductorio un disonante ensayo de la pieza Las tres hermanas, del célebre escritor y médico ruso Antón Pávlovich Chéjov (Taganrog, Rusia, 1860- Badenweiler, Alemania, 1904), asumido por Lala, Luz Marina y Camila, quienes se divierten en la recreación de aquella representación teatral que retrata la vida rusa de finales del siglo XIX, con sus penas, ilusiones, angustias y pesares.
Pero la autora solo se vale de un breve segmento de este drama lírico para “enganchar” al público con su propuesta de teatro dentro del teatro, la cual reflexiona sobre la necesidad de que estas piezas de la escena cubana de todos los tiempos no queden en el recuerdo como grandes acontecimientos de hace ya varios años, aunque la correspondiente a Virgilio Piñera pudimos disfrutarla, primero en el año 2012 en la excelente puesta de Argos Teatro bajo la dirección de Carlos Celdrán con motivo del centenario de su autor, y repuesta en 2018 por la misma compañía; y la de Quintero llevada al cine en 2014 y también a las tablas, en ese mismo año, por Teatro D´Dos, en el aniversario 50 de su estreno, dirigida por Julio César Ramírez.
De ahí el sugerente título escogido por Esther para su ovacionada propuesta: Vuélveme a querer, frase que insta a los teatristas del patio a incluir en sus repertorios estas radiografías del cubano y de nuestra historia. Son creaciones surgidas de las mismas entrañas del pueblo, impregnadas en el imaginario nacional como patrimonio de un teatro auténtico, reflexivo y crítico, que a más de medio siglo de engendrado nos permite mirarnos hacia dentro y comprender las esencias de muchas de las dificultades que enfrentamos, tanto en el ámbito doméstico como en el social, para finalmente dejar en el espectador sentimientos de unidad, alegría y optimismo.
Las tres actrices –con igualdad en el peso de sus respectivos discursos– encargadas de asumir esta obra sobresalen en sus desempeños, aunque es la Lala de Yaisely Hernández (Contigo…) la que mejor trasmite la sicología de su personaje. Serena, dueña del espacio escénico y enriquecedora de su papel con atinadas expresiones corporales y desplazamientos, ella dibuja a la madre de la familia Prieto (segunda mitad de los años 50 del pasado siglo), con ese sentido del humor criollo con que la concibió su autor.
En el personaje de Luz Marina, caracterizado por Mayelín Barquinero, trasciende la vida de otra familia cubana, con sus problemas, sueños, inquietudes y desilusiones. Esta experimentada intérprete comunica, con crudeza y humor, su amargura y su espíritu de lucha ante los infortunios, entre los que el excesivo calor propio del Caribe es su mayor desgracia. Sin embargo, aunque trasmite algunos de los momentos más cáusticos de la obra, en ocasiones se percibe un tanto sobreactuada.
Camila (Santa Camila…), quien se mueve bajo los designios del mundo de los orishas, es asumida por Alina Molina, quien no obstante sus hábiles prácticas escénicas al tratar de interiorizar a esta mujer incapaz de reconocer los beneficios traídos al pueblo por la Revolución cubana, pues su “vida es vivir con mis santos y querer al hombre que me gusta. Nada más me interesa…”, no trasmite con entereza la personalidad de uno de los papeles más codiciados por las mejores actrices cubanas.
La puesta cuenta con una escenografía y un diseño de luces, minimales, funcionales y dispuestos para que las protagonistas trasciendan con total libertad sobre el escenario. Un apropiado diseño de vestuarios estuvo a cargo de Nora Elena Rodríguez.
Ojalá, Vuélveme a querer sea prontamente repuesta, en la Llauradó o en otra sala, para que los cientos de espectadores que no pudieron ocupar asientos esta vez, puedan disfrutar una de las mejores obras producidas en lo que va de año para la escena nacional.
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