Mi generación tuvo como referencias en el mundo de las caricaturas y las historietas algunos paradigmas. Pocos recuerdan o hablan de la tira de “los gugulandia” que se publicaba en el DDT junto a los personajes de Manuel y otros nombres que hoy se pierden en el olvido, lo mismo que aquella publicación.
O de la esperada edición de Pionero –que no siempre era constante su circulación—para conocer las historias de Elpidio Valdés en un comienzo y después soñar con aquel Matías Pérez que había pasado de ser una leyenda popular del siglo XIX a un ser extraordinario en un, para ese entonces, siglo XXI o XXII, de acuerdo a la imaginación de cada uno.
Aquel Matías Pérez fue para muchos de nosotros la antesala de una ciencia ficción que algunos conocimos con los libros de Julio Verne en las ediciones Aventuras. Por ese entonces nunca imaginamos que el cine nos volvería adictos a una ciencia ficción pletórica de efectos especiales que harían palidecer la imaginación de aquellos niños, que con un aro metálico que provenía de los bidones de manteca que por aquel entonces llegaban a las bodegas y un perchero metálico robado a la familia, desafiaban la gravedad y la imaginación con sus piruetas mientras se creían los reyes del universo.
Sin embargo; había una publicación que pocas veces fallaba; o lo que era lo mismo era fácil de conseguir, sobre todo en esos tiempos que sus tiradas eran limitadas: el semanario Palante.
Ciertamente entre el DDT y PALANTE se dividían los gustos de muchos de nosotros y era de esperar que el segundo llevara ventaja por su proyección más afin con nuestros intereses infantiles (no se hablaba entonces de gustos estéticos y todas esas parafernalias de conceptos que hoy bombardean a los niños, sus padres y a los no natos). Estaba más cerca de nuestra visión populista; es decir del choteo.
Si los “gugulandia” y “las chicas de Manuel” eran algunos de los personajes principales del DDT; en Palante estaban Matojo de Lilo y las Criollitas de Wilson, entre otros no menos notables. E innegablemente “las criollitas” se llevaban las palmas en cuanto a atención para muchos de nosotros; sobre todo por la hiperbolización de la sensualidad femenina de la mujer cubana.
Hechas con un trazo fino y con muy buen gusto Wilson dotó a sus personajes de una calidez sorprendente y sobre todo de una agilidad para entender los diversos procesos sociales y culturales de su tiempo. No eran más de dos viñetas por cada edición a menos que por “la libreta” le tocaran las páginas centrales; entonces era el momento en que aparecía el genio del dibujo que acompañaba al mulato guantanamero y su colección de criollitas hacía las delicias sus lectores.
Con el paso de los años llegué a conocer a Wilson. Fue en las citas vespertinas de la Sala de Té de la UPEC; a la hora del chácata, que comenzaba a partir de las 3 de la tarde y terminaba justo cuando aquella mezcla de té congelado con ron del día se agotaba. Era la segunda mitad de los años ochenta.
Él regularmente se sentaba en “la mesa de Palante” a menos que viniera acompañado de algún amigo o alguna “criolla”. La llamada mesa de Palante no era más que una justificación de la voluntad de gremio que por aquel entonces reunía a los parroquianos en aquel lugar. Por ese entonces, Wilson, siempre estaba en compañía de la actriz Aida Isalbe, guantanamera como él; y que físicamente se correspondía con sus personajes.
Era el momento en que el Icaic comenzaba a producir con más frecuencia las aventuras de Elpidio Valdés, de Matojo y de Cecilin y Coti; mientras los Estudios Fílmicos de la TV buscaban material para desarrollar su propia línea de animados.
Una de aquellas tardes en lo que se pudiera considerar el lobby de la Sala de Té se inauguró una exposición de dibujos de Wilson; no recuerdo si el motivo era su cumpleaños o el de sus personajes. Eran unos doce o catorce cuadros a gran tamaño de dibujos inéditos con colores llamativos en los que destacaba cierta estética pop, según las palabras dichas por quien hizo la presentación; pero lo más curioso de aquel evento fue la presencia de dos “criollitas” muy cercanas al dibujante; eran ellas las actrices Miriam Vázquez y su inseparable Aida.
Había otras “beldades”, como llamaban los poetas de comienzos del siglo XX a las mujeres de figura voluptuosa al estilo del paradigma del dibujante; que habían sido invitadas exprofeso por sus colegas de Palante y que despertaron, además de las consabidas miradas lascivas; la necesidad de comparar “la santa criollez” de las presentes y asociarlas a los dibujos presentados.
Todo parecía marchar a pedir de boca cuando alguien alzó su voz en protesta por la “exageración y vulgarización del cuerpo femenino” en esos dibujos. Por ese entonces ignorábamos que comenzaban a expandirse los estudios del “tema género” y sus diversas escuelas y puntos de vista.
No es menester de esta crónica mencionar a la persona agraviada visualmente porque los muertos no pueden ejercer el derecho a réplica (los muertos dominan el arte del silencio, escribió cierto escritor famoso en el siglo XIX); pero lo cierto es que aquella persona ya era conocida por pedir a gritos la supresión de aquel espacio de socialización gremial y hasta había impulsado “una ley seca del té” que no prosperó.
Lo cierto es que aquel reclamo fue la primera experiencia que en materia de “temas de género” tuvimos muchos. Todo indicaba que se podía terminar aquel guateque de los sentidos; pero no fue así.
Pasados unos minutos la supuesta agraviada regresó acompañada de Julio García Luis, por aquel entonces presidente de la UPEC, que solo atinó a decirle a los presentes que era un honor que “las criollitas” estuvieran en aquel lugar.
Aquella tarde, entre tantas cosas se gritó a los cuatro vientos que pronto estarían las “chicas de Wilson” en formato de cine. Lamentablemente aquel anuncio se lo llevó el viento. El mundo del dibujo animado cubano perdió una gran oportunidad de hacer historia.
Pasaron los años y aquel ideal de mujer, muy voluptuosa parecía condenado al olvido, no solo de los dibujos e historietas, sino del ideal de belleza que nos definió alguna vez; más Wilson siguió en sus trece, tanto que una tarde confesó que “…compay un día las criollitas regresarán… ojalá yo esté aquí para verlas…”
Ahora vuelven a estar de moda las mujeres “a lo Wilson”. Ya no son “Criollitas”; ahora son “modelo brasileño”; solo que las de mi amigo guantanamero se ufanaban de un modo muy personal de entender la vida, la sociedad y hasta a los mismos hombres que les rodeaban.
Las de hoy tienen decenas de carencias y mucho de botox, silicona, colágeno y sustancias prohibidas. Y los que antes se ofendían por aquello de “verlas como objeto” hoy callan por miedo a ser repudiados en las redes sociales.
Wilson, mientras tanto terminó sus días con “una criolla” muy al estilo de las que había creado. Tanto las amó que se las llevó consigo; privando a los hombres de hoy tener la referencia de esa cubana que se adelantó a la moda brasileña y que su estructura era de pura cepa.
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