Soy enemigo de los obituarios. De esas esquelas en las que se suele convertir al finado en un Dios o en un total dechado de virtudes. De ellas opino recordando una frase leída en cierto poema de Nicolás Guillén que afirma “…pura porquería…“. Esa debe ser la razón por la que cuando se dé “la fuga” (así definía el compositor cubano José Antonio Méndez al acto de morir) de algún amigo, conocido o persona que admiro hago un profundo ejercicio de introspección y le traigo a mi cotidianidad por segundos, horas o días.
Con algunos repaso hechos, lugares comunes o simplemente una de esas frases dicha en el momento que menos se espera, pero que se adhieren a la memoria y son rumiadas cuando menos se espera. Así me ocurre con la figura del músico dominicano Johnny Ventura, quien falleciera el pasado 28 de julio.
Le falló el corazón. Es de humano, diría un poeta. Es una mierda de la vida, diría el hombre común que al saber la noticia tomó la firme determinación de volver a escuchar sus discos e impuso a todos sus cercanos, cofrades y conocidos la obligatoriedad de escuchar tu música nuevamente hasta el cansancio. Es el mismo hombre que por casi medio siglo te siguió sin poner reparos; que conoció a la mujer de sus sueños aquel día que diste un concierto memorable; que en su soledad se esforzaba por repetir y perfeccionar esos pasos baile que imponías en cada presentación.
Qué pasará ahora con el merengue que ya no estás. Es la pregunta del millón de pesos. Quién va a llevarnos nuevamente por esa picaresca muy tuya. Y qué decir de aquellos que al vestirse con esa elegancia que te caracterizaba fueron “dandis” de su tiempo.
Te comento, Juan de Dios, que al saber la noticia me di un atracón de patacón pisao. Me harté. Que aunque no soy católico apelé al novenario y durante nueve días con sus nueve noches repetí una y otra vez tus discos; que incluso un vecino amenazó con llamar a la policía porque le estaba restando espacio sonoro a la música que oye; y en tu defensa salieron todas las señoras y hasta algunos niños que recién te descubrían.
Lo único que no pude decirte es que me jode cuando te comparan con cualquier ídolo blanco, como si nosotros, los que descendemos del barracón, los que tuvimos sueños grandes y los fuimos logrando, los que como tú se atrevieron a cambiar el rumbo de la música no tuviéramos un paradigma del mismo color. Pero así es el mercado y así a veces funcionan los críticos y la prensa.
Nada, que vamos a sentir tu falta y nos acostumbraremos a recordar tu sonrisa. Pero que no se te olvide aquella frase dicha en pleno carnaval de Quisquella y repetida nuevamente en La Habana “… hermano cuando no estemos el merengue no va a parar… la tambora es como la vida inagotable… en su golpe me pueden encontrar y suden y vivan…
Eso, amigo, es lo que te puedo decir.
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