Cuantas veces a lo largo de la vida uno se enfrenta a ese dilema. Todo comienza con un comentario hecho al vuelo, o bien comete una indiscreción al sumarse a una conversación que narra un hecho real o ficticio acerca de “X” persona, cuya vida está en el centro del ojo público.
Más una vez, sin proponérnoslo, o simplemente por obra y gracia de la casualidad, participamos o repetimos tal historia acerca de esa persona a la que muchas veces no conocemos en lo personal, pero que lo hacemos cercano en la medida que conocemos esos detalles de su vida que se alimentan de dos fuentes fundamentales: la historia distorsionada de cierto acontecimiento y la teoría del rumor.
Sin embargo; nadie repara que desde la infancia vamos formando parte de ese grupo de gente, casi mayoritario diría un amigo escrito, que no tiene reparos en poner su lupa sobre la vida de esos que hoy llaman celebridades, pero que siempre fueron conocidos como los famosos del barrio.
En la infancia, una vez que se descubre el valor del lugar en que se vive –la primera independencia que da poder dar la vuelta a la manzana lejos de la mirada paterna--, se comienza a conocer a los vecinos, sobre todo a los hijos de estos que son los primeros promotores de la importancia de sus padres. No se debe ignorar el papel de las madres que suelen reunirse al final de la jornada escolar y que establecen largas conferencias sobre los temas más disímiles mientras esperan que suene la campana que anuncia el fin de la jornada. Estos conclaves vespertinos generalmente terminan con la misma frase “… te dejo que tengo que cocinar…”; marcando una pausa que retoma el diálogo la tarde siguiente.
Recuerdo que mi infancia estuvo marcada por la cercanía de nombres de personas famosas, tanto en lo familiar como en lo cotidiano. De la familia, prefiero no comentar en esta entrega y si concentrarme en mi otro entorno, la escuela y el barrio.
Tuve la suerte de tener sentados en la misma aula por años, en la enseñanza primaria, a hijos de cineastas, músicos, actores y poetas. Una combinación letal en esos años setenta. “Cada uno con sus traumas”, según le escuche decir a la maestra Ada Negrín cierta tarde mientras se quejaba de muchos de nosotros y el amor que demostrábamos por la indisciplina.
De ellos, el más inquieto era Reinaldito Miravalles, al que todos llamaban “Nani” y cuyas bellaquerías pasaban por imitar voces de personajes famosos de los programas de Tv; sobre todo la fonética de don Armando Calderón –el hombre de las mil voces— mientras asumía el actuar de algún maestro conocido; que interrumpía el silencio en aquellas dos horas dedicadas a “la siesta”. Resultado: todos estallábamos en una atronadora carcajada. Fue en esos años que más veces su padre, el actor Reinaldo Miravalles, cruzó la puerta de la escuela; y su presencia provocaba un terremoto en todas las aulas; y es que en ese entonces encarnaba al personaje de Melesio Capote.
Estaba, también, Abigail García; hija del fotógrafo del ICAIC Mario García Joya, quien desde siempre mostró dotes para la actuación y que era capaz de hablar de cosas desconocidas para muchos de nosotros en ese entonces. Del gremio cinematográfico era Ricardo Vega, hijo de cineasta, sobrino del director Pastor Vega y nieto del repentista Justo Vega. Ricardo era todo un personaje y sus bellaquerías terminaban siempre en la dirección a la que acudía su abuelo mostrando una hidalguía que pude descubrir años más tarde al leer El Quijote.
Abigail tenía como compañera de juego a Adriana Díaz, su padre era el poeta Manuel Díaz Martín; que en ese entonces asumió el papel de mecenas literario de nuestro grupo al donar libros de la colección Aventuras.
Los hijos de los músicos
Después estaban los hijos de los músicos. Donde destacaban los hermanos Milagros y Jesús Hierrezuelo; hijos del cantante Rey Caney que formaba parte del dúo Los Compadres y Hammady Despaigne Bayard. De aquella combinación de familias musicales, todos provenientes de Santiago de Cuba, recibimos más de una vez el regalo de canciones trascedentes de la música cubana. Esas canciones que años después comenzamos a admirar, pero cuya semilla sembraron esas personas.
En el barrio donde nací, crecí y viví los primeros treinta años de mi vida y en el que aún continúa girando mi existencia profesional; era común tener de vecino o de conviviente a artistas del cine, de la televisión, de la radio, figuras de la música y escritores. En resumen gente del arte. Y junto a ellos venían sus hijos.
Los del Circo Montalvo
Había casos interesantes como el de la familia Montalvo. Esos mismos, los del circo más famoso de Cuba, como solía decir Natividad, o simplemente Naty como era llamada por los vecinos todos. Y no era para menos, ella había sido artista del trapecio en esa carpa, lo mismo que sus hermanos y su padre; el viejo Montalvo que nos deleitaba a todos con sus piruetas acrobáticas. Pero los pelos se nos ponían a todos de punta cuando recordando sus viejos tiempos caminaba por el pasamanos de su balcón –el cuarto piso del edificio situado en la esquina de 17 e I—y prendía un tabaco o simplemente bebía una taza de café.
Su acto temerario, que ponía los pelos de punta a todos en el barrio y a los transeúntes; terminaba acompañado de fuertes aplausos de quienes el observaban agradecidos por una larga reverencia, pero en la intimidad de su hogar recibía un fuerte regaño de sus hijos y nietos. He llegado a la conclusión que el viejo Montalvo solamente estaba anunciando lo que harían sus descendientes en un futuro cercano; que su estirpe perduraría con nuevas propuestas más complejas en eso que algunos llaman de modo despectivo “hacer maromas”. Hoy esa familia sigue siendo parte importante de la historia circense cubana y universal.
Los Rentería
Pero la creme de la creme de los personajes famosos de nuestra cuadra la constituían los hermanos Rentería: Lily y Mauricio.
No voy a negar que desde la infancia todos en el barrio, sin excepción, estuvimos enamorados de Lily. Era el ideal de mujer que soñábamos. No había tarde que ella pasara que no detuviéramos el juego para admirarla y ella siempre respondía con una sonrisa de aprobación que abarcaba a los presentes. Su popularidad entre todos menguó cuando descubrimos que era inalcanzable una vez que debutó en el cine y en el programa de TV Para bailar; pero incluso aquel salto en su carrera no melló esa sonrisa encantadora que regalaba al pasar en medio del juego de pelota o de bola, según fuese la temporada.
El caso de su hermano era particular. Mauricio era un excelente jugador de pelota y por norma general era el capitán de algún equipo, con una particularidad para él todo era una puesta en escena. Era normal que Mauricio llegara al juego en el momento menos esperado y sin mediar palabras asumía el papel ampaya y diera rienda suelta a su histrionismo y comenzara a coreografiar las jugadas o la manera de cantar los outs. Más de una vez su demora para arbitrar una jugada provocó disgusto entre los equipos. Disgustos que se solucionaban cuando él hacía una reverencia y pedía un aplauso para los jugadores. Conclusión, el juego recomenzaba y Mauricio estaba ya en el terreno como parte de uno de los equipos.
Había otros personajes famosos en nuestro barrio. Estaban los hermanos López-Nussa, que para aquel entonces estudiaban música y eran parte de nuestra vida los fines de semana; pero la figura que más conocíamos era a su padre, cuyo nombre se asociaba a la revista Bohemia y a nuestro descubrimiento de los crucigramas, aunque él no tuviera que ver con eso directamente (firmaba como Ele Nussa).
Sin embargo; los personajes famosos más singulares del barrio eran Billo “el saxofonista” y su esposa Dunia la Taina. Biilo, que era mexicano, formaba parte de la orquesta del Cabaret Tropicana y todas las tardes, religiosamente a las tres comenzaba a estudiar su instrumento en su balcón y como prenda vestía unos calzoncillos de esos llamados “mata pasiones” a rayas unas veces o con flores otras; y aquel espectáculo suyo era la comidilla del barrio. Por su parte Dunia “la Taina”; que parecía no desprenderse nunca del maquillaje que usaba en el show, mujer de una figura exuberante y de un color de piel cobrizo poco común en Cuba; le acompañaba en ese tiempo de estudio ensayando pasos de bailes.
Uno de los renovadores de la música cubana
Una tarde de fines de 1981 supimos que Billo había regresado a México con su esposa porque su salud ya no lo acompañaba y su lugar en aquella familia fue ocupado por un joven negro de poco hablar que pasaba parte del día estudiando su flauta y soplando un saxofón de sonido muy grave que respondía al nombre de José Luis Cortes y que tocaba en Irakere. Muchos de nosotros no imaginábamos que aquel hombre discreto sería uno de los renovadores de la música cubana y que su apodo,“ el Tosco”, y su vida serían parte de esas charlas indiscretas y alimentadoras de leyendas y rumores de parte de nuestras vidas futuras.
Quedan otros personajes por mencionar. De mayor o menor fama, según se mire. De todas formas; mantengo en pie la pregunta que guían estas líneas: y tú, ¿tienes vecinos famosos?
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