Alfredo Guevara acaba de cumplir 95. Para Temas, su acompañamiento crítico, luz larga, apoyo invariable, en las verdes y en las maduras, sigue siendo más que la de un santo patrono. En Alfredo, raro ejemplo de intelectual y dirigente político de la cultura, el sentido revolucionario de la verdad y la lucidez intransigente, el pensamiento hereje enfrentado a dogmáticos y renegados por igual, el señalamiento de carencias y desacuerdos sin poner etiquetas ni dárselas de tribunal supremo, la crítica de los aparatos de gobierno, a veces muy dura, pero ajena al arte demagógico del tiro al blanco, el llamar a las cosas por su nombre, representaron una marca de identidad. En tiempos nublados como estos, cuando el debate de ideas se confunde con el zipizape ideológico, compartimos de nuevo sus palabras en la presentación del número de Temas dedicado a Transiciones, hace ahora trece años.
No puede prescindir un movimiento intelectual, no puede prescindir una corriente ideológica o una tendencia del desarrollo de la ciencia o de una ciencia, o de un grupo artístico, de ideología definida o de investigación en campo alguno, de la existencia de un órgano de expresión. Menos aún en tiempos de Revolución, tiempos previstos, cúmplase o no de modo integral la obligación y profecía, de cambio, y cambio no en marco de arbitrariedad sino de ajuste y perfeccionamiento a partir de la experiencia y de sus resultados. No logro pensar la Revolución, no digo ya la nuestra sino el concepto mismo, o pensar su imagen que como cineasta necesito, en términos de transición, término que a partir de la experiencia histórica reciente, o ya no tanto, queda ligado a pacto o concesiones o a procesos de lenta aplicación y que, cuando acelerados, más cerca andan de la descomposición de la realidad que se desmorona desde su interior esencial y acepta otra, que en medio de tal desestructuración se le impone triunfante. Comprendo, acepto, disfruto y de tan ingente y productivo esfuerzo de reflexión, análisis y disección y especulación me sirvo, cuando a mis manos llega una revista como este número 50 de Temas; pero no solo la que ahora comento a mi manera, sino las otras muchas de las que, como una hazaña del heroísmo intelectual y político, han permitido llegar a este tan simbólico ejemplar. No olvido aquellas que han recogido temas tan importantes y provocadores como la cultura cubanoamericana, las relaciones conflictuales con el imperio, los avatares de la economía y sus relaciones con la y las ideologías, raza y racismo, sexualidad, el mundo de las márgenes, y siempre América Latina y USA en el trasfondo y el primer término. Henos aquí en el número 50. La revista vive porque supervive; y Rafael Hernández, por esa y otras razones, no solo vive honrando y honrándose de este modo, sino que resulta sin proponérselo un sobreviviente. ¡Cuán complejo fue, por largo tiempo, esquivar con serenidad y dignidad, que es una de las formas del ser revolucionario, el asedio del funcionarismo-estaliniano y de sus recursos coercitivos, que además pervive, aunque hoy le toque pervivir y hasta reproducirse como gorrión mojado, por fortuna!
Lo que más admiro y respeto y me une a Rafael Hernández es esa forma de ser revolucionario. No es, no será la única, o la posible; los caminos del Señor son infinitos; pero es la que más admiro, la de la serenidad y dignidad del revolucionario que trabaja y trabaja construyendo sin tregua y sin concesiones, y sin llanto.
En el campo del pensamiento no hay atajos, ser o no ser tiene respuesta inmediata, ser siempre. Y además no existen monolitos, y cuando sentimos y hasta vemos presencia que no admite duda o que pretende no permitirla, debemos saber que se trata de espejismo y que un día u otro, más temprano que tarde, todo castillo construido con naipes caerá bajo el toque de algún que otro vientecillo o ventarrón.
Solo se construye en sólido sobre el saber. Y la realidad que es su objeto, su materia de desbroce, es tan compleja, tan móvil, tan inapresable de modo absoluto o definitivo, que toda conquista realizada supone nuevas metas. A ese sueño de la verdad solo llegamos por aproximación. El absoluto afortunadamente es tan solo un concepto tentativo, un modo de hablar para entendernos; todo punto de llegada no hace otra cosa que anunciar la partida. Por eso las revistas que surgen y desaparecen, que cumplen su función para un período, y permiten apreciar la complejidad extrema de esa realidad que no sabe ni de monolitos ni de absolutos, revistas que acaso como Temas perduran y se renuevan en cada número, resultan un remanso repasador de lo logrado, el oasis que se permite la memoria en letra impresa, la memoria que puede ser (no toda) manantial o sostén de lo más duro, aquello que resiste en la experiencia y va siendo y enriqueciendo la cultura. Eso fueron en su tiempo y circunstancias y para esa época y necesidad de ser, por decir algunos títulos probantes, las Memorias de la Sociedad Económica, o El Habanero o Patria o la Revista de Avance u Orígenes o Nuestro Tiempo o la revista Ultra, la Revista Bimestre Cubana o Lunes de Revolución o Cine Cubano o La Gaceta de Cuba o Pensamiento Crítico o la Revista de la Universidad de La Habana o la del Ministerio de Industrias o Cuba Socialista y Teoría y Práctica o la Revista de Información y Traducciones, Criterios y Nuevo Cine Latinoamericano, etcétera, etcétera.
Quede clarísimo que no he querido ser exhaustivo. Tan no lo he querido, que no me detendré en esa otra fórmula, fuerza, canal, tubo que se llama Internet y correo-electrónico, fórmula que todo lo permite, lo valioso y lo superfluo, el rigor tal vez, quizás, a veces, y la banalidad que puede, también a veces, quizás, tal vez, tocar la indignidad…
Revistas y revistas, las que menciono y las que no, me han servido de ejemplo y que, como se constata en alguna relación más completa que alguien numeró en el simposium que siguió a la conferencia más que magistral dictada por Fernando Martínez en el Instituto Superior de Arte hace unas semanas, han resultado, resultan tantas como criterios debaten ante oídos atentos y a veces sordos sobre nuestras vidas, sociedad y futuro.
¿Será ese debate que quisiera ampliar también para atentos y sordos este número 50 de la revista Temas?
¿Propone cada revista o publicación en su escala y para su auditorio, discútase lo que se discuta, al abordar problemas no resueltos, con sus reflexiones o proposiciones, una visión sobre lo que Temas ha abordado como «transición-transiciones» y uno de los autores incluidos en el sumario como transitología», inaugurando un término que él aspira a considerar esclarecedor y que no cabría decir si para mí resulta divertido o preocupante.
Diré por qué; no para polemizar, sino para introducirme en el debate fascinante que este Temas 50 recoge bajo el título genérico de «Transiciones y posttransiciones».
Me encantaría ser un gran teórico y apasionarme tanto con la claridad clarificante de las teorías que formulase, adentrarme tanto en ellas, que viviéndolas en mi mente las convirtiese en realidad. Debo conformarme, en cambio, con la experiencia que no sé si valiosa pero sí que mucha, variada, desconcertante e inserta en la historia del siglo XX, en diferentes latitudes y siempre como protagonista menor, a veces tan menor, y hasta menorísimo, que el testimonio que puedo dar solo tendrá el valor de la presencia. Era muy joven, adolescente casi, cuando entré en contacto con los anarquistas españoles que llegaron a Cuba; eran, se hacían llamar, libertarios y me impregnaron de ese ideal. Es que la generación habanera de que formo parte vibró con la República española, con sus comunistas, con sus socialistas y con sus anarco-libertarios. Esos profesores españoles revolucionarios que habían vivido el primer capítulo de la libertad y el fascismo, ese combate que precedió la Segunda guerra mundial, aportaron a Cuba la experiencia de una revolución social, y la de sus aciertos y errores, la depuración de aquellos en la reafirmación clarificante que se materializó en la reflexión y la intersolidaridad: todos habían pasado a ser, ante todo, republicanos. Cuando muchos años después llegó la transición –para valerme esta vez de ese término que desde España se hizo voluntaristamente modélico–, había pasado tanto tiempo que me preguntaba si los retornos eran posibles. Transterrados, había llamado María Zambrano a aquellos miles de seres que vinieron a refertilizar las tierras de América Latina; ellos, los que volvieron, fueron también capaces de refertilizar España y sacarla del horror del alma pandereta en que la había sumido el franquismo. Con los vivos y devueltos llegó el recuerdo y la obra, y llegaron los principios defendidos hasta el último día por aquellos que quedaron para siempre en nuestros países. Han sido necesarios varios decenios para que en estos dos últimos años aquella transición que se proclamó modélica porque pacífica y útil, bien calculada, acaso la única posible; pero también simple traspaso pactado de poderes y ceremonia de símbolos, comience a reconocer en la República, y en la excepcionalidad de aquella experiencia histórica, los valores éticos y el heroico coraje de sus protagonistas, la esencia más pura de la España que tenía que ser. En estos días he podido apreciar en la TV internacional la imagen recién descubierta y recién restaurada de grupos de entre los 300 000 refugiados republicanos que llegaron a México bajo el amparo del General Lázaro Cárdenas, que es decir de la Revolución mexicana, que había hecho temblar las tierras de América y, ante todo, la de México, más que todos sus terremotos ancestrales; Revolución nuestra, paradigma, Revolución que precedió a la rusa, quiero subrayarlo para más tarde servirme de ese subrayado.
Al fin pronuncio la palabra clave, la que quería decir sin ambages: ¡Revolución! De eso se trata en estas, mis reflexiones en la presentación del número 50 de Temas.
Las revoluciones son cataclismos y al pasar de una etapa a otra de la organización, desestructurando raigalmente una sociedad con la esperanza de estructurar, quiero decir, de construir otra, es obligado ese cataclismo y no, de ello estoy convencido, como he leído en algunos de nuestros autores, simple transición del capitalismo al socialismo. No logro evitar un sentimiento de estupor porque esa repetida frase parece empeñada en sustituir lo que anima la vida de una época. Revolución, así, con mayúscula, Revolución, con mayúscula y con orgullo al pronunciar esa palabra, palabra mayor. En el caso de Cuba, esa nueva terminología me resulta, para servirme del autor que parte de una nueva ciencia o rama, la transitología, como recurso para situar este juego o recurso formal o método como lo que me parece escapatología o evasionología o academiología. Las revoluciones son revoluciones y la nuestra se inicia con un baño de sangre que fue, también en ese nacimiento, de sacrificio, heroísmo, coraje y solidaridad.
Ese día 26 de Julio, tan cercano para el recuerdo, terminaron todas las teorías y legitimidad de las estrategias que se apoyaban en fraseologías y sueños y sobre todo en mimesis: la lucha armada era ya irrevocable; como irrevocable había sido el inicio de las insurrecciones cubanas que reunieron el 10 de Octubre de 1868 con el repique de La Demajagua dos revoluciones, la de la independencia, revolución nacional; y la de la liberación de los trabajadores-esclavos negros, revolución social. Esos entrelazados ingredientes eran pólvora. Fidel en 1968, y en La Demajagua, declaró con toda firmeza y lucidez que allí había comenzado la lucha cubana: la Revolución cubana. En el Moncada, en La Historia me absolverá, tenemos ya esbozado el programa para la revolución armada triunfante. Retorno a un instante de este texto. Tengo muchos años. Desde el Moncada sufrí persecuciones y prisiones que no terminaban, participé activamente en la clandestinidad habanera, pago aún –y no me importa– las consecuencias del odio y el abuso ejercitado sobre mi persona y más aún el dolor profundo que anida en mi alma, que no admite el olvido, ante el recuerdo de los compañeros caídos. Lo pagamos muy caro, en sangre, sacrificios, combates frontales. Derrotamos a la dictadura y al imperio, y mejor diré al Imperio y a su testaferro-dictador; y lo hicimos como un ejército martiano de jóvenes, muy jóvenes, como muchos o algunos de ustedes, encabezados por jóvenes, muy jóvenes, y por un lúcido jefe, Fidel, tan inteligente y sabio estratega en el combate armado como en el político. Días después del triunfo daba instrucciones que no podré olvidar jamás: «las leyes revolucionarias y la primera, la de Reforma agraria, deben ser un golpe tan destructor a la organización social que no haya modo de reconstruirla». Lo dijo de otro modo, más gráfico, más para mí que amo la palabra, pero mejor si deviene también imagen. En el Programa nacido del Moncada Fidel ya había diseñado, para un país pequeño, transformaciones de base, de esas que hacen del hombre ciudadano, del ciudadano ser pensante, del ser pensante ejercitador consciente de la libertad. Como señala con razón uno de los ensayos que aparecen en la revista, la reforma agraria y las nacionalizaciones resultaron determinantes en la destrucción del poder burgués y la explotación imperial estadounidense, es decir, de la presencia del capital extranjero y de la oligarquía testaferra; pero no tendríamos que olvidar nunca que se inició casi de inmediato la alfabetización, y que la sucedió el seguimiento y quedó establecida la meta del noveno grado. Los campesinos de todo el país visitaron a los citadinos; los niños de las sierras bajaron del monte, sierra y bosque, a estudiar a la ciudad; y las campesinas llegaron por miles a aprender corte y costura y acceder o ampliar «sus letras» y visión del mundo; los adolescentes citadinos pasaban semanas en el campo; muchas revoluciones se entrelazaban y complementaban y entre ellas, entre tantos cambios, el Ejército Rebelde se ejercitaba en el conocimiento, por demás imprescindible para el ejercicio de nuevas armas, en primer término defensivas.
No continuaré por este camino. Sé que los estudiosos, sociólogos y economistas prefieren o han preferido plantearse en sus artículos y ensayos más que el reanálisis de la obra de aquellos años fundadores, una visión crítica enriquecedora en relación con la formación, estado y perspectivas de la organización social y la economía en el contexto latinoamericano e internacional de la globalización en Cuba, pero más allá de nuestro país y contextualizándonos. No esquivaré el tema. Ya lo discutía Che con más de un contradictor en los años 60. Acaba de publicarse un libro que apenas circula y que recoge sus tesis de entonces y las discusiones internas en el Ministerio de Industrias. Se titula Apuntes críticos sobre la Economía Política. Hace trizas Che del Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS y el concepto mismo de los manuales. Ese engendro de papilla ideológica, inventado para sostén del estalinismo y de todo el antintelectual que en el mundo existe; es decir, para disfrute de todos los que prefieren renunciar al pensamiento, al análisis autónomo y crítico, diremos que por dogmático-miméticos, pero sobre todo por vagos, satisfechos en la estúpida placidez de su ignorancia. Che no propuso nunca nuevas Biblias; no me sentiría obligado a recomendar ese maravilloso libro, su libro, para seguir sus tesis, unas me entusiasman otras no tanto; pero es ante todo una incitación a pensar, a abordar los problemas como parte de una realidad siempre cambiante y no permite fabricar fórmulas que no deban o puedan ser desechadas años después si necesario fuese.
Tuve la oportunidad excepcional de descubrir a un senador chileno, algo frustrado porque alojado desde hacía varios días en el hotel Deauville, no lograba hacer contacto con dirigentes de la Revolución cubana. Él tenía sus tesis y lo llevé a conocer a Che y tuve así, como quien dice, accidentalmente, la oportunidad de, testigo mudo, escuchar parte de aquellas primeras conversaciones. Allende creía sincera y profundamente en la posibilidad democrática electoral de llegar al poder y desde el poder abrir caminos al socialismo; no de instaurar en horas, semanas, meses una sociedad de inspiración socialista radical, no era un ingenuo, pero sí de abrir caminos muy serios y cada vez más raigales en esa dirección. Probó que el democrático tradicional podía llevarle al gobierno e intentó ir más lejos: alcanzar el poder e iniciar las transformaciones soñadas. Lo pagó con la vida. Muchos años antes, en 1950, llegué a China cuando todavía los ejércitos de Chiang Kai Shek combatían; unos meses antes había caído Shanghai, en septiembre de 1949. Era parte de una delegación de estudiantes universitarios que recorría la China casi liberada participando en concentraciones populares que apoyaban a Mao Tse Tung; era todavía la guerra y nuestra caravana se apoyaba en tropas y ametralladoras de grueso calibre. Encontramos a Mao. El apoyo y entusiasmo popular eran impresionantes, pero tuvieron que combatir hasta el último instante. Los bolsones de los ejércitos enemigos estaban por todas partes y eran eso, bolsones muy, muy elásticos, avanzaban y retrocedían.
En 1968 estaba en la Sorbona cuando comenzó la rebelión estudiantil y toda la mañana permanecí bajo el fuego graneado de las bombas lacrimógenas que habían sido estrenadas en Vietnam. Walter Achúgar, un tupa de mi amistad más íntima, andaba en las mismas, nos separamos frente a una librería de izquierda, La Joie de Lire, en el borde del Boulevard Saint Michel y solo cuando logré salirme de la zona más caliente, descubrí mis ojos dañados. Cuando regresé a Cuba los oftalmólogos encontraron solución y me salvaron, pero otro de mis amigos de entonces, el director de la librería y la editorial que publicaba Tricontinental en francés, quedó tan dañado que permaneció meses hospitalizado. Una de las bombas había estallado sobre él. El general De Gaulle (al que pese a todo admiro) voló en helicóptero a Alemania a pedir ayuda a las tropas francesas allí acantonadas. Lo logró. Se sostuvo con ese apoyo militar pero el Estado francés, nacido de una revolución que transformó el mundo y la única que tras el Derecho romano que todo rige, fue capaz de imponer a cañonazos la estructura toda de la sociedad europea y con el Código napoleónico reestructurar a fondo el Estado fortaleciéndolo para la modernidad, había corrido riesgo mayor. Aquel Estado sin embargo, fuerte como pocos, estuvo a punto de derrumbarse en unas horas.
Era la segunda vez en mi vida en la que apreciaba esa debilidad estructural y militar ante un estallido de carácter popular y potencialmente revolucionario. Había aprendido en Bogotá, en 1948, junto a Fidel, cuán endeble puede ser esa y cualquier estructura estatal.
En Bogotá, en el corazón de América Latina, simbólicamente en los Andes y mientras tenía lugar la Conferencia Panamericana con la presencia del general Marshall, el asesinato de Gaitán, el líder liberal más popular y amado en la historia de aquel país, desencadenó una revuelta que, cuarenta y cinco minutos después, conmovió de tal modo los cimientos de la sociedad que pudo derrumbar el gobierno y desbordar sus fuerzas armadas. Policías y soldados entregaban las armas o no combatían. Debió llegar para detener la revuelta otro ejército, «los chulavistas». A ellos brutalmente tocó controlar al pueblo armado, saqueante e incendiario. Bogotá desapareció entre las llamas.
De nuevo un salto, 1968, en junio me tocó entrar a Brasil. Los jóvenes estudiantes de São Paulo, no pocos de ellos ligados a Acción Libertadora y muy directamente a Marighella, casi insurrectos, y en Río, Chico Buarque, Gilberto Gil, Glauber Rocha, Caetano Veloso, etcétera, etcétera, encabezaban manifestaciones contra la dictadura. Parecía otra vez el Mayo francés; pero los militares aplastaron aquel estallido. Cuando la policía militar pisaba mis talones, lo digo en broma, porque los mismos estudiantes que había conocido en una trinchera paulista me habían situado junto al piloto de un Air France sin plaza y sin billete y andaba ya sobre el Atlántico, vía París. Ellos en cambio conocieron más tarde las cárceles y algunos fueron asesinados. Pero no cesó el combate hasta la derrota de la dictadura. No, los que intentan cambiar la sociedad en cualquier dirección o inspirados en cualquier ideología o religión, marxistas y hasta reformadores, radicales o no, afrontan riesgos y responsabilidades y tareas y enemigos difíciles de quedar reducidos a esquemas técnicos. Ved a los líderes haitianos o a Juan Bosch en Dominicana, en tiempos no tan lejanos o actuales. Los regímenes oligárquicos, el imperio, y sus ejércitos, reprimen, aplastan y llegado el caso, asesinan. Siempre amenazan, cercan, empobrecen y limitan. Es el caso de Cuba, no olvidarlo.
Que me quiten lo vivido –se dice en broma– Eso, lo vivido, de lo que he reseñado bien poco, de esas experiencias, nace y se afirma un cierto sentido común. Eso me creo: las revoluciones son revoluciones.
Aciertan o fracasan. Navegan con suerte o encuentran obstáculos, tantos que no logran realizarse plenamente, sufren períodos de estancamiento y se corrompen o rectifican a tiempo y renacen a nuevos bríos.
Tuvimos un Moncada y tuvimos un Primero de Enero de 1959, el Año Nuevo más nuevo de nuestra historia. Cayó Che en Bolivia y Bolivia tiene a un revolucionario en la Presidencia y multiplica por dos su proyecto revolucionario con un boliviano aymara retornando a la dignidad del poder real a un descendiente de los pueblos autóctonos, un acto de justicia histórica. Tuvimos un Período especial, lo tenemos aún, un poco menos especial, y esperamos que tal especialidad se acorte si trabajamos bien y cumplimos la tarea que nos imponen las circunstancias: defender la Revolución y su esencial eticidad, el valor supremo que la legitima: su pasión por la justicia, por la verdad, aportando ideas, soluciones posibles o, en la mayoría de los casos, los marcos referenciales en que esas eventuales medidas-soluciones o de acercamiento a ellas serían factibles. Este número de Temas –estése o no de acuerdo con una u otra reflexión o proposición, con uno u otro texto– cumple largamente uno de los objetivos que me atrevo a suponer inspiran su diseño: provocar en el lector nuevas inquietudes, enriquecer las que ya seguramente tiene, alimentar esa angustia productiva que nace del compromiso activo, aquel que no admite que el pensar útil quede sumergido en el letargo corruptor de la inacción.
Recuerdo siempre de aquellos años más que juveniles a que he hecho referencia, las extrañas relaciones que establecí con Ortega y Gasset, a quien leía sin descanso pero no porque me fascinara sino porque provocaba en mí rechazo y silencioso diálogo, casi siempre turbulento. No porque negase sus tesis de modo total sino porque me parecían demasiado poco, poco menos que conformistas con el progreso y la modernidad tal y cual se presentaba en la época. Época de esperanzas en un mundo mejor posible y, por tanto, poco propicia a revoluciones de escala mundial. Conservo aún aquellos libros y los amo porque me hacían pensar y debatir en medio de la lectura. Preparando estas notas he apreciado no la fase del rechazo, que a veces he sentido más que pensado en la lectura de algunos párrafos, sino en la fase del estímulo, pues puede descubrirse o mejor apreciarse en la diversidad generacional y de responsabilidades y posibilidades, un debate virtual, la presencia de una conciencia activa. Esta vez en un período histórico en el que tengo la convicción de que lo posible es posible; y que lo necesario lo es también.
En uno de los artículos de Temas se cita una frase de Fidel, muy, muy bien seleccionada para este debate. Es una referencia al discurso del 1ro. de mayo de 2002. «¿Qué será la Revolución, me atrevo a preguntarme, y a hacerlo para nuestros días?» Fidel daba respuesta entonces a su propia reflexión y dijo: «Revolución es sentido del momento histórico, cambiar todo lo que debe ser cambiado».
En ocasión del lanzamiento del libro de Ignacio Ramonet 100 horas con Fidel, seguro de que aquellas páginas recogían ya un mensaje que recapitulando historia y vivencia apuntaban hacia el futuro, me dije que faltaba aún a Fidel y que esperaba eso fuera posible, y lo está siendo, entregar a las nuevas generaciones, las que están y las otras, mensajes y diseños de futuro. Y no es que no crea que puedan surgir otros Fidel, distintos pero válidos, otros José Carlos Mariátegui, otros Martínez Villena u otros Julio Antonio Mella u otros Flores Magoon, otros Salvador Allende u otros Che u otros Prestes o Marighella o Albizu Campos u otros Juan Bosch. Unos sucedieron a otros y ya han ido apareciendo quienes intentan completar historias o realizarlas, tomando el liderazgo de sus pueblos y entregando al espíritu de eticidad y justicia la forma de ser necesaria y posible a cada época o período o circunstancia con comprensión y «sentido del momento histórico». Siempre veremos, verá el curso de la historia, más previsible o inesperadamente, surgir el pensador, el jefe, los jefes, los organizadores necesarios. La barbarie capitalista, la explotación del ser humano, la injusticia y las máscaras que se inventan no tendrán jamás cuartel.
¿Por qué entonces Fidel, porque soñar entonces, reclamar de su persona mensajes y diseños, o esperarlos, o desearlos, y es mi caso? Solo porque me toca esta tribuna lo subrayo, no porque me dé significación particular alguna, es que he apreciado en los textos leídos más recientemente, en sus reflexiones, una común presencia. Todos parecen anhelar, ante nuevas realidades y oportunidad excepcional, históricamente excepcional, una necesaria refundación, revitalización del socialismo.
Unos quisieran sacudirnos del lastre que suponen restos que todo traba en el pensar y el ser desde las concepciones dogmático-rutinarias-mimético-empobrecedoras del estalinismo. Che llamaba bíblicas a las concepciones que devenían cristalización, ya para siempre inapelables. Y ¡Dios mío!, me toca matizar, lo hacen sin poesía alguna. Fidel ha dicho y ahora repito que lo revolucionario «es [tener el] sentido del momento histórico, cambiar todo lo que debe ser cambiado».
Tendrá América Latina, tendrá uno u otro país, tendrá Cuba acaso, tendrá la Revolución aquí, allá, en alguna parte, otros Fidel y otros Che y otros Martí y otros Bolívar, pero Fidel está aquí y es hoy. En el mundo y en nuestra época no hay alguien, otro pensador y jefe, con autoridad tal ante las nuevas generaciones, y ante la historia voz mayor, comunicador e –insisto– autoridad moral de tal magnitud que, como él, Fidel, pueda contribuir mejor y más productivamente al rediseño o retorno a las raíces con visión de contemporaneidad y de realidad real. Su voz puede entregar a las izquierdas y más precisamente al socialismo lo que le queda por dar.
¿Le queda por dar? Ya se está entrenando como en los días del Stadium Universitario y de la FEU. Atisbo en algunas de sus recientes reflexiones algunos de esos rasgos. Y no son pocos de entre los autores que reúne Temas en sus textos los que apuntan en algunas de esas direcciones, probando que no son pocas las líneas a repensar mirando hacia el futuro. No se trata de preocupaciones nuevas. ¿Es que puede repensarse el socialismo o una aproximación a un programa o programas socialistas sin que a su primer plano se incorpore el verde, la ecología, esa responsabilidad moral que el capitalismo salvaje y los imperios han pateado y el imperio de nuestros días destruye a mansalva? He ahí una bandera que redimensiona su presencia. No podrá estar ausente de un socialismo del siglo XXI la salvación del planeta, y de la vida humana, y de cada ser, uno a uno.
Ese Renacimiento socialista que cargado de humanismo, humanismo ante todo, ante todo humanista, debiese, tendrá que renacer, se apoya ya, y se apoyará igualmente en conceptos que fueron olvidados o relegados y que Mariátegui había situado en primer plano. Mariátegui y Zapata y la Revolución mexicana toda y más cercanamente los movimientos revolucionarios bolivianos que un cineasta subvalorado, Jorge Sanjinés, recogió en imágenes tan importantes sí, tan, tan importantes como las de Octubre. Habrá que pensar, repensar, valorar por eso, buscar inspiración en los movimientos populares de base, los Sin Tierra, las mujeres, los del margen, los pueblos indígenas, en los
de aquellos que reclaman respecto a su dignidad en el marco de opciones naturales, y hasta en los delincuentes que deben de ser reeducados, son personas, para su reinserción social y el autorrespeto, y habrá que detenerse
en esas otras formas y reclamos del campesinado sea donde fuera. Los revolucionarios, su vanguardia universitaria y sus «académicos» suelen ser citadinos o lo devienen, agrarismo, naturaleza, ecología y su interrelación no serán palabras vanas. Retornan a su justo lugar.
No he hecho referencia alguna al proletariado, a la clase obrera, y no la haré. Su papel como sostén del socialismo e impulso hacia el socialismo requiere
reflexión complejísima y no seré capaz de centrar criterio en un párrafo. Mejor proponer a Temas provocar un debate, pero no cubano, latinoamericano, sobre
tamaña inquietud y posibles respuestas en medio de una segunda revolución científico-tecnológica, en medio de una globalización que enriquece y empobrece hasta lo monstruoso, en medio de un nuevo perfil de la sociedad, el perfil del saber.
El tema del mercado preocupa igualmente a los que en Temas publican sus ensayos, y aparece de algún modo en las reflexiones de Fidel, y presente estuvo siempre en las de Che. Me interesa en este instante adelantar un fragmento de una cita más amplia de Emir Sader utilizada por uno de los ensayistas de Temas. Él señala: «La lucha contra la mercantilización del mundo es la verdadera lucha contra el neoliberalismo, mediante la construcción de una sociedad democrática en todas sus dimensiones, lo que necesariamente necesita una sociedad gobernada conscientemente por los hombres y mujeres y no por el mercado». Aparece en el ensayo de Gilberto Valdés Gutiérrez «El socialismo del siglo XXI. Desafíos de la sociedad más allá del capital», y particularmente en su segunda parte, «América Latina: posneoliberalismo y socialismo». No me detengo en este ensayo por falta de interés en los otros, es que preparo para el XXIX Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que tendrá lugar en diciembre, un Seminario dedicado a «Realidad y/o utopía, América hoy». Es decir, a pensar el marco en el que el Nuevo Cine seguirá siendo cine nuevo o no lo será, porque ese cine surgió acompañando y no pocas veces protagonizando, en su escala, el combate por la liberación nacional. Ya no es el mismo, lo sabemos, pero ¿cuál será su compañía?, ¿qué le tocará protagonizar reseñando, descubriendo y enriqueciendo no solo la realidad, sino su imaginario ético-poético? Es Osvaldo Martínez quien afirma esperanzado «el socialismo tiene una segunda oportunidad para repensarse. Para los cubanos, repensar el socialismo implica una gran dosis de responsabilidad. Se trata de valorar el significado de las cosas fundamentales que hemos alcanzado para avanzar, a partir de ellas, en ese socialismo del siglo XXI». Hasta aquí cito. Entonces diré, subrayando, que entre esos fundamentales objetivos alcanzados, que profundizar y cuidar, está el saber, el más alto tesoro de la conciencia para el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad, y para el desarrollo.
Desde el saber y el análisis de la realidad real tal vez evitemos la fobia antimercado que tendrán que controlar, como todo, esos hombres y mujeres del socialismo a que hace referencia Sader, y las instituciones instrumentales que les sirvan y no fuerzas ciegas que al final ni son ciegas ni logran enmascarar la brutalidad de sus objetivos.
Refiriéndose a ese tratamiento del mercado, que al final todo lo define en la organización y tratamiento de la estructura económica, Osvaldo Martínez lo califica de «asignatura pendiente del socialismo» y de «fenómeno sumamente ambivalente», pero no renuncia a llamar la atención sobre el peligro de pasar a ese extremo «peligro de que al reprimir (lo) ahogándolo totalmente, podamos
conseguir efectos negativos, de desestímulo productivo.». Me serviré de uno de sus párrafos porque resume en imagen casi cinematográfica este objeto de debate y vida. El mercado resulta «brioso caballo que corre el riesgo de lanzar a su jinete y descalabrarlo, pero al mismo tiempo, no hay otra cabalgadura disponible». «Entonces tendría que ser manejado en el día a día, mediante un proceso de prueba y error». Y esto de prueba y error me hace pensar en
Che; en ese no a la inacción o el inmovilismo frente a las urgencias que suponen disponibilidad para la rectificación y el ajuste, un componente del espíritu anti-dogmático, ya desbordando el problema y enfoque referido al mercado, pero a partir del mismo principio.
La revolución no es solo un proceso racional, pero no puede dejar de serlo: toda fuerza ciega tiene que ser humanizada.
Debo llamar la atención finalmente sobre dos aspectos de la entrevista a Ignacio Ramonet (incluida en este número). Uno, la calidad de las preguntas, otro la importancia de todas las respuestas y detenerme en una que me impresiona con dolor porque seguramente constata una realidad que aun si parcial resulta desgarrante. Dice Ramonet que las nuevas generaciones
interesadas en el cambio social que como «la generación de los años 60» podían vernos como Meca, es su lenguaje, nos consideran «un país socialista a la antigua, haciendo una especie de corte entre Cuba y América Latina». «Ese corte es un error», afirma. Subraya entonces y lo da como una de las inspiraciones y objetivos de su libro, que, «lo que ocurre hoy en América Latina no sería concebible si no se comprende a Cuba». Era hora ya de que alguien como Ramonet lo dijese. Esa entrevista debe tener la más amplia divulgación. Si el cuestionario es inteligente, el curso de las respuestas resulta prueba de lucidez y profundidad, y coraje moral, y equilibrio, y por ello, de rigor.
Y aquí termino, felicitando a Rafael Hernández y a sus colaboradores por el número 50 de Temas y por sus cincuenta números. Por su ejemplo de dignidad y coraje intelectual revolucionario; por el aporte que hacen y harán, que han hecho a la Revolución, porque pensar es un acto revolucionario.
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