Racismo sistémico, protesta y politización: ¿hacia un movimiento de coaliciones múltiples?


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¿Qué implica el racismo sistémico en Estados Unidos? ¿Por qué ha desencadenado las recientes manifestaciones sociales y políticas masivas, más allá del movimiento antirracista? ¿Cuál es el alcance de esta movilización y qué expresa? Reflexiones de un profesor y veterano de las luchas sociales en EEUU.

Profesor (r). Universidad de Massachusetts, Boston.

Miembro del Consejo Asesor de Temas.

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¿Qué implica el racismo sistémico en Estados Unidos? ¿Por qué ha desencadenado las recientes manifestaciones sociales y políticas masivas, más allá del movimiento antirracista? ¿Cuál es el alcance de esta movilización y qué expresa? Reflexiones de un profesor y veterano de las luchas sociales en EEUU.


Soy un hombre blanco de setenta y tres años. Mis interacciones con la policía han sido participar en protestas políticas y de desobediencia civil; ser obligado a detener mi auto por ir a exceso de velocidad; tener luces traseras en mi vehículo que no funcionaban, entre otras infracciones de conducción o estacionamiento; haber sido atrapado robando en una tienda por un empleado, quien después llamó a la policía, y por sospechas de una vecina quien expresó que yo era el causante de ruidos extraños en su ático; colocar carteles en propiedad privada; y, en una o dos ocasiones, en las que llamé a la policía para denunciar acciones de vandalismo o daños a la propiedad, según lo exigen las compañías de seguros.  En las protestas políticas, ocasionalmente me golpearon con una porra, me rociaron con gas lacrimógeno utilizado contra la multitud de la que yo formaba parte, o con sustancias químicas irritantes o me retorcieron el brazo mientras me arrestaban; nunca he pasado en la cárcel más de una noche. En otros incidentes no he tenido que encarar el más mínimo uso de la fuerza y ​​ningún arresto. Nunca he enfrentado a un policía que me estuviera apuntando con un arma de fuego o que disparara contra mí. Debo este grado de seguridad principalmente a lo que expresé en las primeras cuatro palabras de este ensayo: soy un hombre blanco. No uno negro.

Esta diferencia es la causa inmediata de la ola sin precedentes de manifestaciones del movimiento Black Lives Matter producidas día tras día en los cincuenta estados de los Estados Unidos. Gracias especialmente a los videos grabados por ciudadanos privados en sus teléfonos celulares, y también a los tomados por las cámaras en los tableros de instrumentos de la policía, así como por cámaras que portan en sus cuerpos los policías y cuya existencia se debe a reformas obtenidas como resultado de anteriores oleadas de protestas se ha vuelto dolorosamente obvio para una amplia gama de estadounidenses que los hombres afroamericanos (y las mujeres, pero en especial los hombres) están sujetos a más violencia policial que los blancos, y probablemente que otras etnias también, aunque los hombres latinos también son un objetivo. Debido a su experiencia, los estadounidenses negros siempre lo han sabido.

Si fuéramos a confiar en las encuestas de opinión, en las últimas semanas se ha producido un cambio drástico en la comprensión de los estadounidenses blancos respecto del uso de la violencia estatal contra los afroamericanos; por primera vez, la mayoría de los primeros dicen que pueden percatarse de lo que es la disparidad y la discriminación. A ello se debe que jóvenes europeos-estadounidenses, latinoamericanos, asiáticos-estadounidenses, musulmanes-americanos y nativos americanos hayan estado presentes en un gran número en las protestas, como se puede apreciar en cualquier foto o video.
La causa subyacente de la ola de protestas es más profunda y se resume en la consigna: Black Lives Matter. La creación de la esclavitud de vasallaje africana en América del Norte hace cuatro siglos, que proporcionó una parte significativa de la fuerza laboral para la acumulación y prosperidad del capital de los Estados Unidos, requirió una visión del mundo que consideraba que los africanos y las personas de ascendencia africana estaban por debajo de los humanos, y que sus vidas y seguridad eran menos importantes que las de otros. Después de doscientos cincuenta años, a pesar de la eliminación de la esclavitud y las victorias del Movimiento de Derechos Civiles (MDC) de mediados del siglo xx para poner fin a la discriminación legal y la segregación, y obtener más acceso a los derechos de voto y al poder político local, las vidas de los negros siguen siendo menos importantes que las de los blancos a la hora de la distribución de recursos, respeto y seguridad. Y una de las manifestaciones y justificaciones de este racismo sistémico es, como lo ha sido desde la época de la esclavitud, la visión de los hombres negros como inherentemente violentos y amenazantes —incluidos los niños en edad escolar. (Los lectores cubanos con acceso a películas de Hollywood y a programas de televisión o a las noticias nocturnas de Miami con historias de crímenes no necesitan buscar más allá de estas fuentes para entender la idea). Como argumenta Michelle Alexander en su libro The New Jim Crow —uno de los muchos libros sobre raza y racismo que de repente se agotaron en las librerías y en Amazon.com, debido a los acontecimientos de las últimas semanas— la antigua segregación legal que limitaba las oportunidades de los negros, y especialmente de los hombres no blancos, ha sido reemplazada, en parte, por el sistema de «justicia penal» de sospecha, arresto, defensa legal inferior en la corte, encarcelamiento y discriminación posterior a la prisión. Más recientemente, los logros políticos en virtud de una de las dos importantes leyes nacionales ganadas por el MDC, la Ley de Derechos al Voto de 1965, han sido seriamente diluidos por el Tribunal Supremo, que ha permitido a legisladores estaduales y funcionarios electorales inventar nuevas formas para suprimir los votos de las personas negras. La actual ola de protestas está liderada y poblada por una nueva generación de activistas afroamericanos que dicen, una vez más, como las generaciones anteriores: ¡basta ya!

Por otro lado, la ola actual de protestas sigue a tres años de la presidencia de Donald Trump y de la agenda republicana de derecha. El presente artículo no es el lugar para tratar de analizar ese fenómeno y su compleja amalgama de determinación corporativa para borrar la socialdemocracia económica del New Deal; la determinación de la industria de combustibles fósiles de negar su papel en el cambio climático; deseos nacionalistas y xenófobos de volver a blanquear a los estadounidenses; la determinación de la religión fundamentalista de restaurar el poder patriarcal, el heterosexismo, el creacionismo y otros dogmas; por la ira de la clase trabajadora ante la disminución de empleos bien remunerados en las industrias tradicionales; y una apelación protofascista y masculinista a la «fuerza» sobre la «debilidad». Lo que importa, más inmediatamente en términos de protestas, son dos aspectos:

a) Trump es el anti-Obama. Parte de su atractivo ha sido lo que el escritor Ta-Naheesi Coates llama, en uno de sus ensayos, «Miedo a un presidente negro». Él y su partido han empezado a borrar casi todas las reformas, aun cuando sean vacilantes o parciales, emprendidas por la administración del primer presidente no blanco en la historia de los Estados Unidos: reformas en las áreas de derechos civiles, protección ambiental, regulación corporativa, protección de las mujeres y personas LGBTIQ e inmigrantes, etc. Eso ha incluido poner fin a todas las iniciativas federales para reformar los departamentos de policía locales después de los asesinatos policiales de Eric Garner en Nueva York en 2014, Mike Brown en Missouri, etc. En los últimos tres años, me he preguntado con frecuencia: «¿Estamos presenciando un deterioro a largo plazo de los ideales estadounidenses de inclusión y justicia social? ¿O estamos viendo el último estertor del otro ideal estadounidense: el de un poder blanco, cristiano, dominado por los hombres y dominante en el mundo?»

Considero que, para muchos, las protestas son una vía de votar por la inclusión y la justicia social, con los pies en el suelo y los puños en el aire.

b) Los tres años de la administración de Trump han visto al presidente y a sus aliados republicanos pisotear todo tipo de leyes, precedentes y normas de comportamiento, y abandonar cualquier respeto por los hechos o la verdad. Esto ha provocado una gran ola de indignación entre los sectores de la población, especialmente la población más joven. En mi criterio, varios observadores han argumentado, de manera convincente, que esta experiencia ha permitido que los blancos y otros se identifiquen con la experiencia de los no blancos quienes sienten ese trato en carne propia: primero, identificarse con los refugiados centroamericanos encarcelados en jaulas y separados de sus hijos o de sus padres, y ahora identificarse con los afroamericanos y latinos, víctimas de la violencia policial. Permitir a oficiales de la policía actuar y practicar una cultura (hacia las personas negras) como si estuvieran por encima de la ley e inventar narrativas falsas que justifiquen su comportamiento va en paralelo a permitir que el presidente actúe de esa manera. Y, más recientemente, la administración ha desaprovechado por completo las oportunidades para controlar la pandemia de COVID-19, con efectos aterradores en la salud y, como resultado, en la seguridad económica. Irónicamente, uno de los efectos es que hay muchos jóvenes que están enojados, que están desempleados o que trabajan desde su casa, y que han estado sufriendo de aislamiento y anhelo de acciones colectivas.

 


En resumen, lo expresado anteriormente es mi intento de explicar las causas de las protestas, la amplitud y profundidad de las acciones, y la determinación de sus participantes de no rendirse a pesar de la represión y los posibles riesgos para la salud que representa la COVID-19. (Debo decir que los manifestantes y los organizadores de las protestas han sido muy proactivos respecto del uso y la distribución de las mascarillas, y también han exhortado a los participantes a que intenten hacerse la prueba de la enfermedad. Si esto es suficiente para evitar un contagio significativo es algo que probablemente aprendamos en las próximas semanas). Resulta más fácil una percepción tardía que la previsión. Postular causas es mucho más fácil que postular efectos.

Lo que podría suceder. Tres preguntas y algunas respuestas posibles

¿A favor de qué se puede luchar y lograr una victoria a nivel local y estadual?

  El racismo sistémico es un problema nacional. Pero los gobiernos locales y estaduales (ciudades, pueblos y condados) son los encargados de la fuerza policiaca y de brindar servicios sociales.

Hasta ahora, de las manifestaciones han surgido, de manera consistente, dos exigencias de respuestas planteadas al gobierno local. Una es despedir a los efectivos de la policía que hayan ultimado a personas de color desarmadas, que trataban de escapar o ya arrestadas, y además, llevarlos a juicio por asesinato; y, paralelamente, disciplinar a los oficiales que han hecho uso de fuerza innecesaria contra los manifestantes. Pero hay una segunda demanda que va más allá. Al ver que los esfuerzos anteriores para reformar la policía a través de la capacitación o la supervisión no han tenido éxito en la prevención de la violencia policial, la nueva demanda popular es «desfinanciar a la policía».
La primera demanda ha producido resultados. En Minneapolis, se formuló un cargo por asesinato contra Derek Chauvin, quien asesinó a George Floyd al mantener su rodilla contra el cuello de este último por espacio de nueve minutos, y se presentaron cargos menores contra los otros tres oficiales de la policía que estaban presentes en la escena; a todos se les despidió de la fuerza policiaca. En Atlanta, se inculpó por asesinato y por otros delitos a Garrett Rolfe relacionado con los disparos efectuados contra Rayshard Brooks; al otro policía que estaba presente en la escena del crimen se le formularon cargos menores, pero hasta ahora, no se le ha despedido de la fuerza policiaca; el jefe de policía de Atlanta presentó su renuncia. En Búfalo, Nueva York, en Fortt Lauderdale, Florida y en otras partes efectivos de la policía se han visto suspendidos de empleo, sin derecho al salario, por agresiones contra los manifestantes (blancos y negros). En Dallas, Texas, el jefe de la policía emitió nuevas regulaciones de «deber de intervenir» que requiere que otro efectivo de la policía intervenga en caso de que uno de sus colegas haga uso de fuerza excesiva contra un civil. En muchas otras localidades, casos relacionados con violencia policiaca que se habían ignorado durante semanas o meses en la actualidad están siendo investigados. También en Búfalo, el concejo municipal ha exigido que se investigue el caso de una mujer policía negra que fue despedida, en 2008, después de que ella intervino cuando un policía blanco estaba asfixiando a un ciudadano negro ya esposado.

Por supuesto, existen muchas otras localidades donde no se ha tomado acción alguna. En Louisville, Kentucky, el fiscal general del estado asumió la investigación por la muerte de Breonna Taylor, pero hasta ahora no se ha obtenido ningún resultado.  (Taylor resultó fatalmente herida en su cama por la policía durante un intercambio de disparos con su novio quien pensó que los policías que derrumbaron la puerta de entrada de la casa —persiguiendo a un hombre que ya había sido detenido en otra parte— eran delincuentes). Una consigna que es fundamental en las protestas a escala nacional es «Justicia para Breonna». Igualmente es la de «Decir sus nombres», en referencia a todas las otras víctimas en un pasado reciente; en muchos otros casos, poca o ninguna acción se había acometido contra los policías que los asesinaron.

De igual o quizás de mayor importancia ha sido que gobiernos locales han reaccionado a la exigencia de «desfinanciar a la policía». La demanda es un resumen de muchas acciones posibles que se pueden acometer, pero la idea general es que todo el sistema de la policía está corroído por el racismo a lo que se le añade el uso excesivo del armamento y de la fuerza letal, por lo que se deben re-inventar desde sus cimientos los mecanismos de seguridad pública. Muchas acciones policiacas responden a delitos menores o actos perjudiciales que no constituyen delito y estos incidentes se pudieran evitar o minimizar si se retiraran los millones que las ciudades y pueblos gastan actualmente en las fuerzas del orden, y se reasignara ese dinero para darle empleo a trabajadores sociales, trabajadores de salud mental y para apoyar otros servicios —y realizar mejoras en las oportunidades de educación y empleo. En Minneapolis, el alcalde y el concejo municipal se han comprometido a ello. En Los Ángeles, el concejo municipal votó a favor de «estudiar» formas para recortar en 10% el presupuesto del departamento de Policía y desviar estos fondos para otros usos. Miembros del mencionado concejo en otras muchas localidades han formulado propuestas de recortes similares o mayores.

Sin embargo, esta será una lucha larga y cuesta arriba, que enfrentará una feroz resistencia de los sindicatos policiales y los políticos de «la ley y el orden». Debido a la división de poderes y presupuestos entre los niveles de gobierno, se requerirá los votos de los gobiernos estaduales y de los condados, y en muchos casos una u otra parte recurrirá a referéndums estaduales o municipales donde las propuestas estarán sujetas a votaciones populares. Habrá muchos debates y caracterizaciones contenciosas sobre el significado de «desfinanciar a la policía», debates dentro del movimiento sindical sobre si se debe considerar que los sindicatos de la policía son defensores de los derechos de los trabajadores o si son grupos de presión que apoyan la violencia estatal contra los trabajadores.

¿Cuál será el efecto a nivel nacional y en la política electoral nacional?

En este momento, los legisladores demócratas y republicanos han presentado en el Congreso proyectos de ley de reforma policial en las cámaras que controlan (la Cámara de Representantes y el Senado, respectivamente). Ninguna de las propuestas aboga por terminar o reducir el financiamiento federal para los departamentos de policía locales, pero la demócrata va mucho más allá que la republicana, ya que hace que los oficiales tengan que rendir cuentas en los tribunales federales por el uso injustificado de la fuerza y que el financiamiento de los departamentos locales dependa de su toma de acciones para eliminar el perfil racial (interrogar y detener a miembros de algunos grupos raciales más fácilmente que a otros). El presidente Trump ha alentado constantemente al uso de la fuerza por parte de la policía; buscó el apoyo de los sindicatos de este gremio y grupos paramilitares blancos de derecha; y caracterizó a los manifestantes como anarquistas y terroristas. La lucha a nivel del Congreso será no solo entre los partidos, sino también dentro de ellos, puesto que muchos congresistas demócratas enfrentarán la presión de los partidarios para tomar posiciones más radicales, y quizás algunos republicanos se distancien de Trump respecto de ciertos detalles específicos. La lucha se extenderá hasta la próxima administración presidencial y el próximo Congreso. Las posibilidades de que el movimiento pueda ganar una legislación significativa respecto a la actividad de la policía, el racismo y la desigualdad serán mucho mayores si Trump y los republicanos pierden el control de la Casa Blanca y el Senado en las elecciones de noviembre.
Sobre el efecto de las protestas en las elecciones presidenciales, solo puedo decir que la mayoría de los intentos de predecir el resultado de las elecciones de 2016 resultaron erróneos, cualquiera que le diga que puede predecir de manera confiable lo que sucederá en 2020 está mintiendo o está despistado. En mi opinión, espero que las elecciones sean vistas como un referéndum sobre la pregunta que describí anteriormente, sobre qué «Estados Unidos» quieren tener los millones de votantes. Deseo fervientemente, y trabajaré en favor de un repudio abrumador a Trump. Pero puede que quizás muchos votantes no basen su decisión de esta manera, y algunos de los que sí lo ven así, seleccionen la vieja y errada visión.

La oposición de Trump a la reforma policial y su negación de la existencia de un racismo sistémico son evidentes. Claramente, los participantes en las protestas y la gran mayoría de sus simpatizantes no votarán por él. Cuántos de ellos votarán (y tratarán de convencer a otros para que voten) a favor de Joe Biden no está muy claro. Biden (al igual que Hillary Clinton, y el resto del aparato político del Partido Demócrata) ha tenido un historial muy variado durante su larga carrera política en asuntos policiales y criminales y sobre remedios específicos para superar el racismo y la desigualdad económica. Su leal servicio como vicepresidente de Barack Obama, por supuesto —ningún otro político blanco en la historia de los Estados Unidos ha servido como Vice de un presidente afroamericano— y la percepción de la posibilidad que tiene de vencer a Trump le valió el apoyo de cruciales votantes negros de más edad en las primarias demócratas. Al mismo tiempo, hasta ahora ha sido poco inspirador para los jóvenes demográficos, negros y de otro tipo, que lideran y participan más activamente en la protesta, que tienen muchas más probabilidades de ser partidarios de las políticas defendidas por Alexandria Ocasio-Cortez, Bernie Sanders, o Elizabeth Warren. Y entre los muchos factores impredecibles en esta elección está el efecto de la pandemia de la COVID-19 sobre los que se arriesgarán a presentarse en las urnas y en qué medida la votación por correo estará disponible como alternativa y para quién.

¿Qué nuevas coaliciones de múltiples temas surgirán de esta ola de protesta y politización?

Las protestas desde el asesinato de George Floyd han involucrado y energizado a miles de personas, probablemente decenas de miles de ellas, que nunca antes habían participado en acciones políticas o les habían dedicado mucho tiempo a pensar sobre estrategias políticas. Lo mismo ocurre con las protestas en los últimos años por el cambio climático, la inmigración, la desigualdad de ingresos, la Marcha de las Mujeres de 2017 y sus sucesores, las acciones para aumentar el acceso a la atención médica y otros temas. La epidemia de la COVID-19 no ha dado lugar a protestas o demandas masivas, pero sus efectos desproporcionados en los trabajadores esenciales no blancos y con salarios más bajos son obvios, al igual que sus conexiones con fallas en el sistema privado de salud con fines de lucro. ¿En qué medida estos movimientos se unirán en coaliciones o formas de cooperación múltiples y multirraciales que pueden inspirar a los participantes a sentirse representados y respetados por el liderazgo y las demandas? Esta probablemente sea la pregunta más importante de todas.

 

Traducción: Miguel Ángel Pérez


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