Antonio Pérez (Ñiko): «El cartel de cine se convirtió en la razón de mi vida»


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Es un honor para la Revista Cine Cubano entrevistar a Antonio Pérez (Ñiko), uno de los diseñadores gráficos más relevantes de la época de oro del cartel de cine cubano. Actualmente, Ñiko reside en México, mantiene su trabajo creador, es profesor, acaba de celebrar su ochenta cumpleaños y hace apenas unos días recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Veracruzana.

Antonio Pérez (Ñiko)

Antonio Pérez (Ñiko)

Ñiko, cuando miras hacia el pasado, ¿qué representan para tu formación como diseñador los veinte años de trabajo en el ICAIC, con más de trescientos carteles diseñados?

El ICAIC es un hito en la vida nuestra. Tanto por lo que significó como trabajo creativo como por los seres que fueron nuestros compañeros. Recuerdo que trabajaba en el DOR, en la Casa del Orientador Revolucionario, y me hicieron una invitación para hacer carteles como freelance. Eso fue en 1968. Era un regalo poder desarrollar semejante ejercicio, diferente en lo imaginativo y libre de cualquier restricción. El siguiente año, fue en verdad muy creativo y productivo en cuanto al número de carteles. En 1970, me propusieron trabajar a tiempo completo en el Departamento de Publicidad del ICAIC. Eso significó poder dedicarle toda mi atención a lo que diseñaba.

El cartel de cine se convirtió en la razón de mi vida gráfica. Por estar consciente de lo que debía hacer y dar. La imaginación se ponía a prueba una y otra vez. Nuestros carteles nos hicieron crecer y ser mejores en lo que realizábamos. Hicimos 320 carteles con la más absoluta libertad de expresión. Aplicábamos todas las técnicas gráficas que se nos antojaban. Recuerdo que detrás nuestro había un mural donde se colocaban los carteles que se iban imprimiendo. Era la etapa del pop-art. Todos estaban repletos de colores. Y mi preocupación era lograr hacer algo que fuera distinto. Diseñé el cartel Ganga Zumba. El blanco y negro logró que luciera distinto. Y con ello, que destacara sobre los otros, coloridos en exceso. Fue el primer cartel hecho en una sola tinta en mucho tiempo. Ello valió para cambiar un poco lo que hacía. Busqué la simplicidad, en tanto imagen y color. También tratando de hacer entonces lo que después me he mantenido haciendo por años. Darle la espalda a lo evidente y aplicar lo sugerente como razón de todo el trabajo creado a lo largo de tanto tiempo.

El ICAIC y el trabajo con los carteles fue la consagración de toda mi actividad de diseño desde 1968 hasta hoy. Diseñamos sin esperar algo a cambio. Lo realizamos llenos de gusto por lo que se veía impreso en las calles y por el interés que pusieron muchos en lo que se lograba. Exposiciones, publicaciones, premios que se daban sin pretenderlos. Transcurridos 53 años de haber comenzado mi actividad en el cine cubano y de haber realizado el primer cartel, Iluminación íntima (curioso que haya sido ese cartel y ese título), puedo decir que mi presencia en el espacio donde trabajamos sigue viva y acompañando cada diseño que se realiza. Hoy, el trabajo que hicimos durante tantos años produciendo carteles de cine tiene la condición de Memoria del Mundo por la UNESCO.

Mi corazón y mis recuerdos están felices y seguirán agradecidos de haber sido parte de ese grupo de creadores gráficos, que tanto hicieron para convertir los carteles cubanos de cine en acervo histórico, nuestro y del mundo.

Fuiste protagonista de la época de oro del cartel cubano de cine, cuando casi todas las películas que se estrenaban en el país se acompañaban de un cartel, que además tenían una presencia permanente en las salas de cine, en los espacios públicos y hasta en la decoración de muchas casas. La creación de un cartel es un proceso individual, pero formabas parte de un equipo de diseñadores del ICAIC, a los que eventualmente se sumaban artistas invitados. ¿Cómo recuerdas esa atmósfera de trabajo personal y colectivo?

Cada diseñador tenía un espacio que llamábamos «cubículo». Ahí se generaban los carteles, cuyo proceso creativo compartíamos entre todos. Creo que si algo recuerdo con admiración y respeto es que ninguno se sentía superior, y que lo que obteníamos significaba el logro de todos. Y, con ello, del lugar donde estábamos, el ICAIC.

Tal vez, éramos modestos en demasía. Nos reuníamos por la tarde a ver las películas que se nos asignaban para hacerles sus carteles. Por lo general, asistíamos todos, incluyendo la jefa del departamento de Publicidad, Juanita Marcos. Entre bromas y comentarios diversos transcurría la actividad. Después, cada uno seguía en su rutina de trabajo. Terminado el cartel que te correspondía, pasaba a su aprobación por el director de Relaciones Internacionales, Saul Yelín.

A su regreso, se le hacía su original para la impresión por los llamados «realizadores». En este caso, Emeria Verde y Néstor Coll. Todo, absolutamente todo, se hacía a mano. No existía ningún equipo moderno que ayudara a la labor de estos compañeros cuidadosos y eficientes. Después, la impresión y el disfrute de ver nuestro cartel listo para ser admirado por otros.

Confieso que los que participábamos en esta actividad nos sentíamos especiales. Y sobre todo cuando llegaban visitas de otros lugares a ver lo que habíamos diseñado. En una ocasión llegó un italiano y le regalé unos carteles impresos, y fue tanta su alegría que me hizo una exposición personal con ellos en su país, aunque sin mi participación personal.

Cuando llegaba la noticia de que habíamos ganado algún premio internacional era extraordinario, porque cada uno lo disfrutaba por igual. Fue una época imposible de olvidar. Nos marcó a cada uno. Hasta nuestros días. Y aún más… para siempre. Porque cuando ya no estemos en activo, esa labor de la imaginación y la creatividad seguirá recordándose.

Desde sus comienzos, el cartel cubano de cine se apartó de la tradicional imagen publicitaria, con fotos de los actores o de las escenas llamativas, para ser una elaboración gráfica conceptual sobre la esencia narrativa de cada filme, que ustedes convirtieron en una imagen artística con valor propio. ¿Puedes hablar de ese proceso creativo?

Era una premisa de todos que repetir lo que se hacía no era nuestro propósito. Por ello, cada trabajo buscaba un resultado diferente. Así los estilos de cada uno se mantenían como parte indispensable de la actividad. Azcuy, con su foto al alto contraste. Muñoz, sus preciosas ilustraciones. Reboiro, sus coloridos delirantes. Julio Eloy, en busca del decir inmediato. Y yo, en la confrontación constante de lo perceptualmente fácil, como premisa indispensable de lo simple. Pero buscando lo que para cada uno era fundamental: las ideas. Mostrar lo sugerente y alejarnos de lo evidente. Trabajamos mucho, y eso permitía ejercitar la creatividad a su máximo nivel.

Aunque el primer cartel del ICAIC, que fue diseñado por Eduardo Muñoz Bach para la película Historias de la Revolución, fue impreso en offset, los siguientes se hicieron en silk-screen o serigrafía, técnica artesanal que era reflejo de la escasez de recursos materiales, pero que, a pesar de sus limitaciones, le dio a nuestro cartel un estilo propio, con su olor a pintura fresca y su textura de pieza original. ¿Cómo recuerdas esos años de trabajo con el silk-screen?

Cada cartel realizado e impreso nos ayudaba a seguir. Aunque las limitaciones eran constantes, el esfuerzo de todos, y aun más de los impresores, resultaba un reto y a la vez un aliciente para disfrutar lo que se hacía. Igualar el color que se aplicaba en los originales con precisión demostraba cuánta pasión y respeto por el trabajo tenían esas admiradas personas. La serigrafía se tornó la razón final de nuestro trabajo de diseño. Los carteles resultaban inevitablemente serigrafías. Su olor y textura no se podían comparar con nada. Incluso los que tenían oportunidad de adquirirlos esperaban ese resultado.

La serigrafía era lo mejor que podía tenerse para cada cartel. El esfuerzo de la impresión aparecía en cada uno. Hubo una etapa en que se lograron imprimir por cartel hasta 54 colores. Hoy, a la distancia del tiempo, no podemos dar crédito a semejante esfuerzo y amor para que esos carteles fueran bien impresos. Tuve un cartel de 42 colores, y Muñoz fue el que lo superó con el anterior resultado. Increíble para la situación que existía en ese momento.

Hablar de los carteles del ICAIC y sus diseños, también es verlos en su impresión serigráfica.

¿Conoces el trabajo de los jóvenes diseñadores cubanos y el trabajo promotor del proyecto CartelON?

Claro, y creo que es un esfuerzo magnífico y estimulante para quienes participan en esta actividad. Y es otra manera de mantener el esfuerzo que nosotros realizamos hace muchos años. Yumey Besú ha desarrollado una actividad vital para el diseño gráfico cubano de cine.

Lo aplaudo a él y a cada uno de los jóvenes creadores que mantienen el interés, la imaginación y el respeto por lo que hacen. En aras de que Cuba siga teniendo ese lugar que ha logrado gracias a lo creado gráficamente. Y que los demás lo vean como ejemplo para continuar trabajando e imaginando diseños únicos y diversos.

¿Conoces el proyecto, actualmente expuesto en la Galería Saúl Yelín, de la Casa del Festival, que consiste en que varios diseñadores intervienen carteles clásicos de tu generación con modificaciones creativas sobre la pandemia? En la exposición se muestra el cartel original y el modificado.

No he podido tener a mi alcance todos esos carteles. Pero sí he visto algunos, incluyendo el de Soy tímido, pero me defiendo. Que el diseñador Javier G. Borbolla reinterpretó. Es un proyecto cargado de humor y creatividad, donde las ideas de otros, de hace tiempo, ahora se llenan de juventud y de una imaginación desbordante. Es tomar con ironía una situación muy preocupante, pero que puede ayudar a hacer conciencia, gracias a lo que dice cada cartel. Es su manera de enfrentar la pandemia que asola a la humanidad.

Entre tantos carteles tuyos, cómo explicas que el de la película Soy tímido, pero me defiendo haya devenido tu identificación personal.

Primero, me considero una persona discreta, y tal vez tímida. Aunque he tenido que hacer uso de la palabra para dar pláticas, impartir conferencias, y para la docencia, me hubiera gustado participar más del silencio. Lo fundamental es que esta situación de enfrentamiento con uno mismo, de ser tímido, pero a la vez capaz de sobrepasar el conflicto que genera esa timidez, me ha ayudado a entender realmente cuáles son mis límites. Sí, soy discreto, pero eso no me limita. Al contrario, me estimula a querer llegar a otro nivel en la vida.

El cartel es parte de mi forma de mostrarme y seguir en este mundo que nos exige hacer mucho. Me siento complacido, porque ser tímido es una condicionante magnífica para demostrar que lo que tengo lo pude lograr, porque la tranquilidad y la imaginación me acompañan por siempre. Tener esta imagen como parte de mí es un acicate maravilloso, y que ya sea parte de mi identidad gráfica, es perfecto. Haber tenido la oportunidad de diseñar un cartel con tal tema es magnífico. Y utilizarlo como imagen de identidad personal, una oportunidad inigualable.

 


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