David López Ximeno: «Que nadie dude, en estos tiempos hay sed de poesía»


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El poeta y ensayista David López Ximeno

El poeta y ensayista David López Ximeno tiene una historia profesional interesante; es licenciado en Derecho y Máster en Ciencias Políticas Internacionales, pero para él escribir, es «un proceso de higiene mental, casi imprescindible». 

Es, según sus propias palabras, un habanero recalcitrante, un arraigo que lleva en la sangre, pero nació en la bella Matanzas; a La Habana le canta en sus poemas, le rinde homenaje en sus crónicas y ensayos, y además la sueña más dignificada.

En este tiempo de enclaustro la poesía lo salvó, porque siempre lo salva, pero Ximeno es un poeta con muchas preocupaciones, por eso el Blog Cubarte lo convocó a una conversación digital para hablar de sus desvelos y también de sus expectativas.

En una entrevista que hicimos en octubre del 2016 a raíz de la publicación por la editorial Extramuros de su Cuaderno de La Habana, usted me dijo, y cito: «Creo en el poder salvador de la poesía».

¿Lo ha salvado en este tiempo de pandemia?  ¿Se ha podido refugiar en la lectura o en la escritura poética en estos meses?   

Sí. La poesía siempre me salva. La pandemia es un elemento ajeno a mi sed poética, y al sentido enaltecedor que veo y busco en la poesía. La pandemia es el reflejo de toda la negatividad y el daño que como especie le hemos causado al planeta. Ahora son tiempos de andar con cuidado. Son tiempos de guarecerse y alejarse involuntariamente del amigo, son tiempos de claustro.


 

Por tal razón creo que la poesía no tiene nada que hacer dentro de un claustro. Al menos mi poesía ama intensamente la libertad, las buenas maneras, el arte más profundo.

Durante los primeros tiempos de confinamiento no lograba escribir nada. Me encontraba desorientado, como seco. Pero mis amigos y mi familia me pedían que pasara la página para volver a refugiarme en la poesía.

Los primeros tiempos de pandemia fueron un intenso bombardeo de imágenes horrendas. Cosas solo vistas en los libros de la Segunda Guerra Mundial. Muerte, desolación, sufrimiento. Un capítulo ya cerrado al parecer, pero cuando despiertas te das cuenta que no es así. Después de un tiempo volví a escribir. Es un proceso de higiene mental, casi imprescindible. Diría impostergable.

Sí, me refugié en la lectura de poesía. Comencé por disfrutar de un cuaderno enigmático: «Vasija», escrito por mi amiga la poeta madrileña Laura García de Lucas. Después redescubrí al gran poeta mexicano José Emilio Pacheco, a quién tuve el placer de conocer en el año 1998, y del que conservo un libro dedicado con su puño y letra.

También he disfrutado de mis poetas recurrentes: Constantino Cavafis, Roberto Manzano, y los textos de mi hermosa amiga matancera Maylan Álvarez.

Ahora aprovecho para continuar en mi búsqueda poética, escribo casi todos los días. Estoy creando una suerte de historia humanista. Como digo en un poema: con sentido sanador para el alma.

¿Ha vuelto al tema erótico?                         

Te confieso que el tema erótico no ha sido un propósito marcado dentro de mi creación poética. Alejandría es un libro escrito en circunstancias personales muy dolorosas. El erotismo llegó a sus textos como necesidad de reencontrarme a mí mismo. Para aceptar la realidad de la inminente pérdida física de mi padre.   

Pero creo que el erotismo siempre ha estado dentro de mi poesía. Es decir, no resulta un propósito, o un pre concepto literario. No simpatizo con las fórmulas y pre conceptos en la poesía. Escribo por necesidad. Cuando hago poesía me someto a mi fuerza interior. Si en ella habita el erotismo: bienvenido sea.      

En aquel momento me comentó que tenía entre manos, literalmente, otro libro sobre la capital, que contenía crónicas y pequeños ensayos. ¿Lo terminó, lo publicó? ¿Por qué tanta insistencia con La Habana?

Mi libro de ensayos sobre La Habana antigua, ya está terminado. Me dio mucho placer investigar durante un año y medio, descubrir algunos aspectos de su vida social, económica y cultural en los siglos XVI, XVII y XVIII. En realidad algo de lo que poco se habla.  Creo que todo lo que aprendí sobre la ciudad, me enseñó a quererla y a entenderla mucho más.

El libro se encuentra inédito aún. Pero tengo fe en que pronto vea la luz. Para mí La Habana es un tema apasionante y siempre recurrente, tanto en mi poesía como en el ensayo. Soy un habanero recalcitrante, no en el sentido estricto de la palabra, por supuesto, sino porque no imagino mi vida en otro sitio que no sea La Habana. He permanecido por mucho tiempo en otras ciudades del mundo. He disfrutado de sus ambientes, su gente, su cultura cosmopolita, pero aquí está mi hogar, mi pertenencia, no como arraigo vulgar, y cotidiano, sino como arraigo disfrutable, del que se lleva en la sangre.

Soy matancero de nacimiento. Pocas veces hablo de ello. Mis padres se mudaron a la capital por cuestiones de trabajo. Después por razones prácticas de la familia, mi madre dio a luz en la Ciudad de los Puentes, y yo, vine con muy pocos meses. A esta ciudad me unen mis recuerdos de la infancia. Aquí estudié derecho y me hice escritor.

Creo en la hermosa continuidad de La Habana. Hasta en su decadencia encuentro la belleza. No pierdo la esperanza de encontrarla un día más dignificada, elevada al rango que ella merece. Critico el olvido involuntario o no del que ha sido víctima la ciudad más auténticamente barroca de Cuba. La historia de La Habana nos resulta tan desconocida, y da pena saber que las personas pasan por algún sitio de notable valor patrimonial o histórico, y es como si nada.

Para dignificar a La Habana, tenemos que comenzar por dignificarnos nosotros mismos. Terminar con la indolencia, el descuido y la ilegalidad. Las carencias materiales no son motivo legítimo para atentar o degradar el patrimonio. Las carencias no justifican la irracionalidad de algunas medidas lesivas al derecho que tiene la ciudad de auto regenerarse sin perder sus valores más notables.

Espero que después del encomiable esfuerzo realizado para la celebración de sus 500 años, tomemos conciencia de la ciudad en que habitamos.    

Su interés por la investigación de la obra del tercer descubridor de Cuba, lo llevó a su ensayo «Fernando Ortiz ante el enigma de la criminalidad cubana», reconocido con mención en el Premio de la Crítica Científico-Técnica 2012, donde uno de los temas esenciales es la racialidad e intenta una reivindicación del negro en relación con la criminalidad y los prejuicios en este sentido. A la luz de la realidad actual, ¿mantiene los criterios de aquel momento?

Soy un hombre negro, por lo tanto nunca he vivido ajeno a los conflictos y problemas esenciales de mi raza. Ahora más que nunca hay que tomar conciencia del peligro que se expande sobre ella, y sobre todos los individuos no blancos.

Muchos habían pensado que el racismo era cosa del pasado. Abolido por la norma más pura y elemental del Derecho Natural inalienable. Pero no es así. El racismo nunca desapareció. Después de la llegada de Donald Trump, lo que parecían planteamientos e ideas indecentes, inaceptables y no dichas en público por pudor, diplomacia o elemental cortesía, se lanzan a la cara de la gente como si arrojaras una manzana.

Este discurso racista y peligroso por su anti humanismo, tiene sus cimientos en la incultura y el miedo al otro. Se trata de fomentar en la conciencia de los ignorantes que los individuos de piel oscura somos salvajes e inmorales por predisposición genética. Estos ideales fueron ampliamente combatidos por Don Fernando Ortiz y Fernández, escritor, abogado, etnólogo e investigador, quien es un paradigma para mí.

Muchas personas no han logrado comprender todavía la alta escala ética del pensamiento de Ortiz, y lo que él significa para Cuba en estas circunstancias contemporáneas. A veces pienso que a los hombres y mujeres negros de nuestro país, nos falta mucho todavía por madurar, para lograr comprender muy bien de qué lado se encuentra el verdadero rostro del racismo, el menosprecio y la explotación.

A muchos que dicen ser académicos y estudiosos de estos temas raciales, les he escuchado decir que Ortiz tenía un pensamiento racista porque cuando en 1906 publicó su obra «Los Negros Brujos», expuso criterios polémicos, muy poco comprendidos en su época tanto por la intelectualidad blanca, como por los negros.

Pero el pensamiento del joven Ortiz, nunca fue portador de prejuicios raciales y religiosos. Esto lo dejó muy claro años después, durante el homenaje que se le ofreciera el 12 de diciembre de 1942. En su discurso pronunciado ante los asociados del Club Atenas, integrado por miembros de la pequeña burguesía negra habanera, explicó con profundidad sobre los disgustos e incomprensiones que para él trajo la publicación de su libro.

Me vinculé al estudio de la obra criminológica y de etnografía criminal de Don Fernando Ortiz por una razón muy evidente. Yo había estudiado en la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana. Muy joven me enfrenté a la impartición de la justicia penal, me llamó poderosamente la atención por qué incurrían en delitos de naturaleza penal tantos hombres y mujeres negros. Entonces mi madre me recomendó acercarme a Don Fernando Ortiz para poder comprender este fenómeno desde su raíz.

Nadie como Ortiz logró aportar una clara visión del problema de la criminalidad entre los sectores más desfavorecidos de la sociedad cubana colonial y post colonial, entre los que por supuesto se encontraban los negros de manera activa.

Los factores de esta criminalidad nunca fueron atávicos, como siempre se quiso explicar. Con sus estudios históricos, antropológicos, etnográficos y criminológicos Ortiz desmonta todo un entramado racista, que incriminaba al negro como sujeto del delito con características atávicas. Por eso queda clara para mí la magnitud y el humanismo de la obra de Don Fernando Ortiz en defensa del negro cubano. Por el rescate de su imagen mancillada con el calificativo de criminal. En tal sentido creo que los postulados sobre los que sostuve mis ensayos conservan total vigencia.     

¿Ha cambiado su visión del mundo y de las relaciones humanas o se han reafirmado algunas intuiciones o certezas que ya tenía, en esta etapa?

Creo que mi visión sobre el mundo y las relaciones humanas sí ha cambiado después de la experiencia terrible de la pandemia. Ahora se con más certeza que todo el montaje tecnológico desarrollado por el hombre en los últimos treinta años no ha servido de nada cuando se trata de luchar contra un enemigo diminuto, microscópico.

Las relaciones sociales se quedaron detenidas, estancadas entre cuatro paredes. La vulnerabilidad de ellas resultó evidente, solo fue posible replicarlas a través de fórmulas frías e impersonales. Lo que nos costó años y siglos construir, fue desactivado en fracciones de segundo.

Un virus tan letal solo encontró contención mediante el distanciamiento social y el uso de una prenda incómoda pero salvadora, como lo es el nasobuco. En la calle casi no nos reconocemos los unos a los otros. En una cultura de tanto contacto como la nuestra, estas privaciones son mayores.

Sin dudas que ya no será igual. Al menos hasta el momento en que se descubra la tan necesaria vacuna. La cultura sufre mucho. El sentido de todas las artes radica en la estrecha comunicación. Los artistas nos hemos visto privados de ese contacto. No es lo mismo disfrutar un espectáculo de danza o ballet a través de la pantalla de un móvil, que contemplarlo en la sala de un teatro. No se contempla igual un cuadro desde un móvil, que en las salas de los museos. 

En una reciente entrevista a Josué Pérez, director del Centro Cultural Dulce María Loynaz, él me comentaba, «Creo que la crisis sanitaria cambiará de una vez y por todas la promoción de la literatura». Quisiera saber sus consideraciones al respecto.

Creo que Josué tiene razón en lo que afirma. Habrá que pensar cómo hacer promoción literaria tomando en cuenta todas las restricciones que nos impone la compleja nueva normalidad. Ya no habrá lecturas de poesía en los espacios tradicionales, ni los necesarios intercambios entre escritores. La presencia de los poetas en las redes sociales tendrá que hacerse mucho más sostenida y notable. Entonces debemos pensar en una estrategia inteligente para jerarquizar la creación poética y literaria.

Sinceramente en este tiempo he visto en las redes sociales performances de dudosa calidad. A la par del esfuerzo personal por difundir nuestra obra creativa, me parece que tenemos la responsabilidad de acercarnos a las instituciones culturales para extenderles propuestas interesantes y sostenibles.

La sostenibilidad de los espacios de promoción literaria es algo trascendental en estos momentos. La Unión de Escritores y Artistas de Cuba y el Instituto Cubano del Libro tienen experiencias importantes en el campo de la promoción literaria. Pero ahora esto no resulta suficiente, reitero que tenemos que volcarnos en las redes sociales de forma activa. La multiplicidad estética y discursiva que convive hoy dentro de la poesía cubana contemporánea merece este esfuerzo. La promoción literaria debe tomar como piedra angular al autor y a su obra publicada e inédita. Las entrevistas, cápsulas promocionales, los textos animados, son estrategias que funcionan y acercan al público.

Un poeta logra ser conocido por vez primera mediante la publicación de sus textos en un libro. Pero cuando su imagen personal se hace visible, y su trabajo es escuchado por cientos de personas, se ha ganado una inmensa batalla en lo cultural y en lo estético. Que nadie dude. Se lee poesía. En estos tiempos hay sed de poesía.         


1 comentarios

Maylan Álvarez
13 de Julio de 2020 a las 10:15

Me he repetido, le he repetido, que David López Ximeno es de esos poetas imprescindibles. Entre sus manos teje mitos, toca jazz desde la poesía y hace que admitas, alguna que otra vez, que La Habana también es tuya, aunque tu nacimiento te ubique a cientos de kilómetros de la Capital de todos los cubanos. Leer a David es reconocer que el planeta POESÍA es, a ratos, solo para entendidos, para dadores y él siempre te espera desde cada palabra para consolarte, maldecirte, confundirte, abrazarte, apaciguarte, descomponerte entre sus libros. Leer a David, escuchar leer a David es suponerte la piedra en la honda. Y cuando estés a la distancia prudencial, tú, trasmutado en esa piedra, la silueta, lágrima que funda, mirarás atrás, como la mujer de Lot y verás la efigie negra, con el brazo en alto, dispuesto a lanzar a la multitud versos, más versos, que sigan llenándonos el vacío tan nuestro de la soledad que no cesa. Desde Matanzas, la bienamada ciudad de David López Ximeno y Marta Ximeno.

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