Entre príncipes y habaneras: « (…) por encima de todo, es una novela de amor»


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 A 30 años de la aparición de su primera novela, Sobre un montón de lentejas (1989), Rodolfo Alpízar Castillo, (La Habana, 1947) entrega Entre príncipes y habaneras, escrita de 1998 a principios del 2000 y que hace el número once en la novelística del también reconocido traductor y lingüista.

Publicada por la editorial Letras Cubanas y editada por el escritor Michel Encinosa Fu, esta novela de amor se apoya en un narrador omnisciente que en ocasiones dialoga con el lector y lo invita a participar en una historia en la que se mezclan y entrecruzan situaciones y personajes de tres planos espacio-temporales: Cuba, 1998; Cuba, mediados del siglo XIX y Rusia, 1891.

El Blog Cubarte conversó con un Alpízar gozoso de la reciente presentación de su último hijo nacido en Cuba —como llama a sus libros— que sin embargo es uno de los más viejos, extrañeza que se aclara aquí, donde además, al final, el autor reta con una pregunta a los posibles lectores de la novela, los cuales, si quieren contestarla, pueden hacerlo en el espacio para comentarios de esta entrevista.

En el pasado Sábado del Libro fue presentada su novela Entre príncipes y habaneras. ¿Está satisfecho con esta presentación?

Sí, muy satisfecho. La asistencia fue buena, aunque, como autor, hubiera querido que fuera el doble, pues tengo el recuerdo de Robaron mi cuerpo negro (2016), que fue numerosa hasta un punto que difícilmente yo pueda superar. Esta vez tuve la desventaja del reciente cambio de sede y horario, más la lluvia intermitente. ¡Pero había abundante público!

También tengo que mencionar como muy satisfactoria la presencia del director de la editorial Letras Cubanas y de buena parte del consejo de dirección del Instituto Cubano del Libro, incluido su presidente, quien hizo un alto en la preparación de la tesis que defenderá en pocos días para asistir. Ello es muy halagador para cualquier autor, y aprovecho para expresar mi agradecimiento a todos. 

Debo destacar otro elemento muy relevante para mí: La presentación de Entre príncipes y habaneras coincide con los 30 años de la aparición de mi primera novela, Sobre un montón de lentejas (1989), que ya anda por cuatro ediciones, dos de ellas en el extranjero.

La novela fue escrita entre 1998 y principios del 2000, pero sale ahora en el 2019; usted ha comentado que tuvo que sacrificar su publicación por otros de sus libros…

Eso parece difícil de comprender, pero los autores cubanos lo entendemos. Las condiciones de publicación en Cuba son complicadas; estamos a expensas de muchas contingencias materiales… Más dos conceptos enraizados en nuestra sociedad: todos tenemos el mismo derecho, y el libro es cultura, no mercancía.

En consecuencia, no importa cuán bien conceptuado estés como autor, ni cuán rápido se agote tu libro, tienes que hacer la cola y esperar dos o tres años como todo el mundo, pues hay más autores que publicar (y ni hablar de reimpresiones, mucho menos de reediciones).

Entre príncipes y habaneras es mi cuarta novela, si no recuerdo mal, y no quise publicarla antes que la segunda, La sublime embriaguez del poder, que tiene una historia complicada que no deseo contar ahora para no desviarme. La presenté después, por tanto, y esperé mi turno. Cuando ya «le tocaba» debí escoger entre publicarla o publicar Empecinadamente vivos, mi novela dedicada al Directorio Revolucionario y el ataque a Palacio. No lo dudé: Empecinadamente vivos no podía esperar, era un compromiso con los sobrevivientes de la gesta, mis informantes en la investigación en que se apoya.

Al final de la nueva espera, vino el fenómeno de Robaron mi cuerpo negro, mención especial en el Alejo Carpentier 2015. Rogelio Riverón, el director de Letras Cubanas, me convenció de publicarla primero, y tuvo razón: Se presentó como parte de los actos en recordación del fin de la esclavitud en Cuba, en un Sábado del Libro realmente masivo en que se vendieron más de doscientos ejemplares, y la edición se agotó enseguida. Incluso acaba de salir una edición en Puerto Rico.

En resumen, ha sido una carrera de resistencia, pero finalmente ahí está Entre príncipes y habaneras, esperando el dictamen de los lectores. 

Esta es una combinación, desde la ficción, de novela histórica y la actualidad del país. ¿Tanto tiempo de espera no cambió algunas de sus apreciaciones sobre todo de la realidad nacional?

Lamentablemente, si cambiaron no fue para mejor. Preferiría no extenderme en el punto, pues, si bien lo descrito en la novela se trata como ficción, la base es la realidad extraliteraria que me rodeaba al momento de escribir. Rubén, el personaje masculino del siglo XX,  tiene mucho de mí mismo, y su deambular de parroquia en parroquia sobre una bicicleta se corresponde con los viajes que en esas condiciones hice para recabar información para la novela. Su hamaca era mi hamaca real. Un dato importante para mí: Los nombres de las personas que ayudan a Rubén son los nombres de quienes me ayudaron en esa búsqueda, es mi homenaje a ellos, mi muestra de agradecimiento. Y los sueños y desilusiones de Rubén son los míos de entonces y de ahora.

¿Pudiera comentar sobre los diferentes espacios temporales y geográficos que aborda la narración?

Como comenté en la presentación, de inicio pensaba escribir solo lo correspondiente al siglo XIX y la visita de un Romanov a La Habana. Un amigo francés, a quien le comenté mi intención mientras él esperaba su avión rumbo a París, me increpó por pretender escribir «sobre zares borrachos, paranoicos y subnormales», en lugar de reflejar la realidad de mi país. Meses después me llegó la noticia de su muerte. Me sentí en deuda.

Pero no debí esforzarme mucho para combinar mi idea inicial con la suya, y honrar así su memoria. En mi mente todo se combinó sin que debiera violentarme buscando soluciones.

El resultado me satisfizo, y siento que el cambio al que el amigo me obligó fue enriquecedor. El lector lo comprobará, pues las historias fluyen y se relacionan armónicamente, según me afirman personas que han leído la obra.

Por tanto, hay dos planos espacio-temporales principales que se entrecruzan y sostienen la novela: La Habana, segunda mitad del siglo XIX, en plena Guerra de los Diez Años, y La Habana, finales del siglo XX, en pleno «Período Especial».

Pero eso no es todo, pues están otro espacio y otro tiempo, los del zar Alejando III, ya muerto, en su cajón, en espera de ser incinerado (por tanto, Rusia, 1894), y recordando escenas de su vida (incluida la visita que nunca hizo a Cuba), pero también echando una mirada hacia lo que vendría después de él, incluidas la revolución rusa y la caída de la urss.

En todos los planos hay pequeñas tramas que se entrecruzan con las principales, ganan importancia por un momento y después se diluyen en ellas. También hay anacronismos intencionales que actualizan al lector y lo invitan a participar.

¿Por qué su interés de plasmar la historia de Cuba durante la primera guerra por la independencia, desde planos íntimos, no bélicos?

No estoy seguro, tal vez sea mi poco gusto por la descripción de batallas y guerras. Para mí, la guerra es el peor invento de los humanos, una muestra más de su inferioridad como especie.

Siento como muchísimo más fascinantes las luchas interiores del más sencillo de los seres humanos que los combates cuerpo a cuerpo, o tanque a tanque, de soldados o grupos de soldados. Prefiero hurgar en el alma (perdón por el término cursi, pero me gusta y me viene bien) de los personajes. De ahí novelas mías como Habrá milagro, Brindis por Virgilio o Estocolmo, las cuales, por cierto, no se refieren a ningún tiempo ni ningún espacio en particular, porque lo que en ellas se narra no tiene fronteras espaciales ni temporales.

¿Qué lugar ocupa esta novela en su conjunto narrativo?

Me cuesta mucho definirme en cuanto a mis novelas. Pienso en mi madre: Tuvo once hijos: Todos éramos sus «niños», y todos éramos diferentes. A veces parecía preferir a este, pero después era otro el  preferido. Desde luego, el más reciente era siempre el más protegido. Pero resulta que Entre príncipes y habaneras, siendo el último nacido en Cuba, es uno de mis hijos más viejos, su categoría en ese sentido no me queda clara.

Si tengo que dar una respuesta, expresaría: Si de novelas se trata, tengo muchos hijos publicados (once, como mi mamá), pero no pongo a ninguno sobre los demás, pues todos me han dado muchas satisfacciones. El día que merezca el estudio de los críticos tal vez alguno se encargue de señalarme cuál es mi novela preferible.

¿Cómo la presentaría a los lectores para estimularlos a su lectura?

Pienso que Entre príncipes y habaneras puede gustar por más de una razón: Tiene de novela histórica, pues recrea y lleva a la actualidad hechos del siglo XIX desconocidos o casi desconocidos, y es a la vez una crónica de la Cuba actual (como me exigía el amigo francés), pero no anecdótica, externa, sino desde lo más íntimo de los personajes; una crónica no contada, sino vivida por personas comunes, de las que uno encuentra todos los días en la calle, como uno mismo. Contiene dosis de erotismo, de crítica social, de humor y de sátira. El uso del lenguaje es cuidadoso, aunque sin pedanterías.

Pero, por encima de todo, es una novela de amor.

Ah, por último, me atrevería a retar con una pregunta a los posibles lectores: Por fin, ¿quién escribió la historia de la visita del príncipe a La Habana, María Magdalena o Rubén? El narrador nunca lo aclara.

 

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