Fina, siempre entre nosotros


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Fina García Marruz y Roberto Fernández Retamar sostuvieron una profunda relación de amistad Foto tomada de Internet

«Lo primero fue descubrir una oquedad», dijo Fina García Marruz al inicio de su ensayo «Hablar de la poesía». Solo entonces percibía, a partir de ese vacío, que para ella la poesía no estaba «en lo nuevo desconocido sino en una dimensión nueva de lo conocido, o acaso, en una dimensión desconocida de lo evidente». Esa reveladora forma de mirar, esa capacidad para asombrarnos allí donde parecía no quedar espacio para el asombro, explican parte del atractivo de la obra de García Marruz. O simplemente de Fina, como la han llamado siempre tanto sus amigos como sus lectores.

Ahora que Fina se ha ido, esa oquedad (que recordábamos al dedicarle un dosier de la revista Casa de las Américas en 2015) se ha hecho insondable. Integrante del mítico grupo Orígenes, dueña de una deslumbrante obra lírica que ha sido recono­cida –además de con el Premio Nacional de Literatura– con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda y con el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Fina es también una agudísima lectora, por citar solo tres casos descollantes, de esas cumbres del idioma que son Quevedo, Martí y Darío.

Quiso el azar que la Casa naciera, como ella, un 28 de abril. Pero es mucho más lo que nos une a ella que esa mera coincidencia. Su profunda relación con Roberto Fernández Retamar, su presencia en las páginas de Casa de las Américas, su colaboración con nuestra editorial –que en 1978 publicó una selección hecha por ella de Páginas escogidas de Sor Juana Inés de la Cruz, y en el año 2014 su poemario Créditos de Charlot– formaron parte de la fecunda cercanía entre ella y la Casa. No es nada casual, por otra parte, que en reconocimiento a su trayectoria dentro de la literatura del Continente, le dedicáramos la Semana de autor(a) en 2014.

La Casa de las Américas –que tiene previsto reeditar el próximo año, con motivo del centenario de Fina, su libro El amor como energía revolucionaria en José Martí– la recordará siempre, además, porque su poema a Haydee Santamaría, «En la muerte de una heroína de la patria», es uno de los más hermosos y conmovedores dedicados a la también fundadora y presidenta durante dos décadas de esta institución.

La legendaria modestia de Fina corrió paralela a su obra. Cuando recibió el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, ella se mostraba agradecida, aunque consciente de que ante cualquier premio había que recordar, con humildad, que su adorado Martí «no tuvo sobre su pecho más que una medallita escolar que recibió a sus nueve años». Hoy que podemos elogiarla sin pudor como ella merece, la recordamos como un ser humano excepcional y como una de las voces más sobresalientes de la poesía y el ensayo latinoamericanos. Una voz que, por fortuna, quedará siempre entre nosotros.

 


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