Humberto Arenal recordado, a los 95 años de su nacimiento


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(Foto tomada de La Jiribilla)

Si en el ambiente intelectual cubano de los años 60 y posteriores hay alguien que merezca el título de “virtuoso” en el sentido en que lo definió el filósofo y esteta británico Shaftesbury, sería el narrador y dramaturgo, profesor y conferencista, eminente crítico literario y teatral Humberto Arenal (1926-2012).

Cuando hablaba de “virtuoso”, Shaftesbury se refería al perfecto conocedor del arte, el cazador y delicado acosador de la belleza, aquel que es capaz de extender a mucha gente su gusto, su juicio intuitivo, su inspirada perspicacia. Y Arenal era de los intelectuales capaces de lograr semejante hazaña.

Este hombre dirigió teatro, que había estudiado en París y Nueva York, donde también cursó Periodismo, Artes Dramáticas, Actuación (con la reconocida Stella Adler), Dirección de cine y Guion, con Hans Richter. También dirigió obras de teatro en inglés y español con grupos offBroadway. Entre las que comandó se cuentan Las armas son de hierro, del escritor cubano Pablo Armando Fernández; La soprano calva, de Eugene Ionesco; y La voz humana, de Jean Cocteau.

En Estados Unidos, Arenal también fue redactor de El diario de Nueva York, una importante publicación en lengua española, y de la RevistaVisión. Además, fue corresponsal en los Estados Unidos de la revista española Objetivo, dedicada a comentar el cine mundial.

Regresó a Cuba, y entre 1959 y 1960 dirigió tres documentales, entusiasmado por el tiempo de fundación en el Icaic, y también fue coguionista del primer largometraje de Tomás Gutiérrez Alea (Historias de la Revolución). Dos de sus documentales, Construcciones rurales (1959) y El tabaco (1960) contaron con fotografía del célebre Néstor Almendros, que luego continuó brillante carrera en el cine norteamericano y francés.

Con guion y dirección suyos, Construcciones rurales apareció como uno de los primeros documentales del ICAIC, junto con Esta tierra nuestra, de Tomás Gutiérrez Alea, y La vivienda, de Julio García Espinosa. Se trata de un trabajo que exalta el notorio mejoramiento en las condiciones de vida del campesinado cubano, después de 1959.

Pero Arenal también se interesó por buscar nuevos caminos para aquella escuela documental que entonces daba sus primeros pasos, cuando muestra la construcción de una escuela por los campesinos en el documental Chinchín (1960) a partir del punto de vista de un personaje, un guajiro escéptico que le da nombre a este otro cortometraje muy típico de una época de fundación y entusiasmo.

Durante los primeros años, escribió con frecuencia en el semanario Lunes de Revolución, dirigido en aquellos momentos por Guillermo Cabrera Infante. Por tanto, es fácil adivinar que Arenal fue de los perjudicados por la atmósfera de división posterior a la censura del documental PM, y a su cercanía con Cabrera Infante o Néstor Almendros.

Se encaminó a otros rumbos y se aparta del cine pero ni abandona Cuba ni renuncia a la creación, y así lo vemos consagrarse al teatro, la literatura y la enseñanza. Posteriormente también trabajó en la televisión como director artístico del programa Escenario Cuatro, y como escritor y director de otros espacios, pero muy pronto se integró al muy activo movimiento teatral con que contaba Cuba en los años 60.

A pesar de todo, en 1962, Arenal estaba otra vez en la primera plana del mundo cultural, con el estreno, el 8 de diciembre, en la sala “Las Máscaras” de Aire frío, en una famosa puesta que fue sintetizada en un breve documental de Enrique Pineda Barnet. Este celebrado montaje de la obra fue repuesto en 1963 y 1967.

Desde 1963 hasta 1990 fue contratado por el Consejo Nacional de Cultura y posteriormente por el Ministerio de Cultura como director artístico, escritor y maestro. En total, dirigió alrededor de 50 obras teatrales de todos los géneros: drama, comedia, farsa, comedias musicales, óperas y zarzuelas.

Entre sus principales montajes destacan la mencionada Aire Frío, además de Jesús y El Filántropo, de Virgilio Piñera; El travieso Jimmy y El chino, de Carlos Felipe; El fantasmón de Aravaca, de Joaquín Lorenzo Luaces; La madre, de Bertolt Brecht; Todos eran mis hijos y Panorama desde el puente, de Arthur Miller; La malquerida, de Jacinto Benavente; las óperas Los días llenos, de Natalio Galán, y Bastian y Bastiana de Wolfgang Amadeus Mozart; así como las zarzuelas El cafetal, de Ernesto Lecuona, y Cecilia Valdés, de Gonzalo Roig.

Y si alguien supone que Arenal solo dirigió obras pertenecientes a la llamada alta cultura, está profundamente equivocado, porque también consagró sus esfuerzos, y sus enciclopédicos conocimientos, a refrescar comedias musicales como Irma la dulceLos noviosLa pérgola de las flores, entre otras. En este incesante esfuerzo por expandir los límites del teatro que se hacía en Cuba, dirigió la comedia lírica Gonzalo Roig, así como diversos grupos teatrales, entre los que sobresalen el Teatro Musical de La Habana y el Conjunto Dramático de Matanzas.

De 1986 a 1989 fue profesor de Artes Dramáticas en el entonces Instituto Superior de Arte, poco antes de que su hija, la actriz Jacqueline Arenal, se graduara en ese mismo Instituto y debutara en el cine de la mano de Humberto Solás con El siglo de las luces.

A lo largo de un par de décadas Arenal ejerció también la crítica de cine y teatro en diversas publicaciones nacionales y extranjeras, entre las primeras, Casa de las AméricasUniónLa Gaceta de CubaCine Cubano y Revista Revolución y Cultura.

Aunque nunca volvió a trabajar en el cine, jamás dejó de intentarlo, y escribió, conjuntamente con el cineasta Enrique Pineda Barnet, un guion basado en la obra de teatro Aire frío, también de Piñera, y otro guion titulado Puro teatro, inspirado en la vida de la famosa cantante cubana La Lupe.

Humberto Arenal ocupa un lugar destacado en la historia de la cultura cubana del siglo XX, sobre todo como narrador y teatrista de primer nivel, pero también como profesor y director de actores de carrera nacional e internacional, y maestro de jóvenes narradores.

Además del inmenso laboreo antes referido, Arenal había escrito sin cansancio y publicado varios títulos de ensayos amén de narraciones, como los libros de cuentos La vuelta en redondo (1962) y Del agua mansa (1981), y las novelas El sol a plomo (1959), Los animales sagrados(1965), ¿Quién mató a Iván Ivánovich? (1996) y Allegro de habaneras(2004).

En 2007, el ministro de Cultura le entregó el Premio Nacional de Literatura de Cuba, el más alto galardón de las letras cubanas. A esas alturas contaba ya con la Medalla por la Cultura Nacional y la Orden Alejo Carpentier.

 


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