Jesús Cabrera, una vida que rompe el silencio del olvido


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Los finales de este 2022 trae la lamentable pérdida de un imprescindible de la televisión cubana, Jesús (Chucho) Cabrera.

Premio Nacional de Televisión, 2004, es de los nombres que logró ser reconocido por el gran público. Policiacos como Sector 40; series inolvidables: En silencio ha tenido que ser, Julito, el pescador, El regreso de David y Finlay; espacios dramatizados del corte de Horizontes, Teatro ICR¸ Comedia del domingo¸ y un cúmulo importante de noticieros, bajo su égida, formaron parte del recuerdo visual y emocional de varias generaciones de cubanos.

Chucho Cabrera, como cariñosamente se le llamaba, contaba con orgullo que había transitado desde el autodidactismo hacia el escalón de director y productor, y lo cierto es que dejó su impronta también en espacios musicales como Viernes de gala y Palmas y Cañas; conoció de las interioridades de la publicidad antes del triunfo revolucionario, y del especial reto que significa alternar la televisión y la radio, accediendo al singular mundo de los sonidos y los efectos a través de Radio Progreso.

Su constante fuerza para llevar adelante los proyectos le permitió llegar a Nicaragua para inaugurar allí la televisión, de igual modo lo hizo en Angola. Hoy, mientras sobrevienen recuerdos de cuantas obras impulsó, se le aplaude desde la Sierra Maestra por su estancia de un año en Santiago de Cuba, viendo nacer y hacerse fuerte la planta de Tele Rebelde.

Chucho fue un incesante creador, amante de estar rodeado de jóvenes, a los que en conversación más personal los refería como esa semilla lista a germinar; de ahí su condición de Maestro de Juventudes, como mismo su liderazgo al frente de una facultad que formara trabajadores del medio; el umbral de lo que sería la facultad de radio, cine y televisión en el Instituto Superior de Arte. Fue su primer decano y el hombre que desde muy pronto se convenció de la necesidad de contar con un relevo creativo en todas las especialidades de los medios, con especial énfasis en esa pequeña pantalla que a la vez que acompaña, condiciona e influye enormemente en saberes y haceres.

De probada sencillez, de ser callado -como de paso casi inadvertido-, su baja estatura escondía su inmensa grandeza humana y absoluto respeto hacia el público. No permitió que por conocidas o tal vez hasta reiteradas las historias, su modo de decir no estuvieran en consonancia con la profundidad del hecho en sí, cualquiera que este fuere. De ahí que el trabajo sobre las emociones, mayormente respaldado por una cámara omnisciente y convertida en un personaje más, propiciara que escenas finales como la de Julito, el pescador, entre “Julito” (René de la Cruz) y “la flaca” (Consuelo Vidal), así como el encuentro de “Fernando” (Sergio Corrieri) e “Isabel” (María Eugenia García), en la primera parte de En silencio ha tenido que ser, se hayan convertido en clásicos de la pantalla cubana.

Las propuestas dirigidas por Chucho Cabrera, en ese sentido, corrieron por todas las líneas de lo humano, amén de las circunstancias, y eso fue él mismo: un hombre que frente a su destino transitó por el camino de la verdad artística y personal. Ese que le favoreció a sus personajes, ser muchas vidas creíbles, genuinas, valederas, de modo que todas, unidas, permitan hoy que Jesús (Chucho) “celebre”, eternamente, una vida que rompe el silencio del olvido.


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