En mi opinión, el Premio aporta, en primer lugar, la posibilidad de que expresemos nuestros criterios a la hora de analizar los trabajos presentados. Los historiadores por lo general participamos en el jurado de Ensayo histórico- social y también en algún Premio extraordinario de matiz histórico, como en mi caso que fui jurado del Premio por el Bicentenario del inicio de la guerras de independencia en América Latina.
Participar en el Premio representa muchas gratificaciones. Primero, ponerse en contacto con la obra de personas que uno no sabe quiénes son hasta que no se decide el Premio. Y en segundo lugar, por el intercambio con historiadores u otros profesionales de la ciencias sociales cercanos al tema que se ha convocado, y de ahí resulta, por lo general , una amistad y un intercambio de ideas que se traduce a veces, a largo plazo, en una colaboración. Pero quizás lo más importante es que uno se siente feliz cuando ve que ese libro ganador no solo obtiene el Premio, sino que alcanza cierto estatus de reconocimiento y se convierte en un libro útil, o que levanta comentarios favorables.
En las dos ocasiones en que he sido jurado, el ambiente del Premio ha sido muy satisfactorio. Uno no siente presión alguna por parte de la Casa en cuanto a fijar algún criterio en torno al concurso y los concursantes. Se crea un clima de lectura muy intensa y apretada en tiempo, cuando se trata de muchas obras. No quiero imaginar el trabajo que pasan jurados de otros géneros, como la Poesía, que es más compleja de valorar que un ensayo, donde uno busca, sí, los valores literarios, pero donde se valora sobre todo el contenido, el rigor desde el punto de vista investigativo. En las dos ocasiones en que he sido jurado, nos hemos puesto de acuerdo muy rápido y las decisiones han sido unánimes.
En 2010 me invitaron a pronunciar las palabras de apertura del Premio. Fue uno de los discursos más complicados de mi vida. Cuando me llamaron Retamar y Fornet me quedé sorprendido, agradecido y muy preocupado. Les dije: “¿pero ustedes me están poniendo a la altura de Alejo Carpentier?”, pues recordé que fue el primer cubano que había hecho un discurso de inauguración del Premio. Ellos me dijeron: “no, pero en este caso tú eres la persona indicada”. Desde luego era el momento en que se estaban conmemorando los bicentenarios del inicio de las guerras de independencia. Yo traté de hacer un discurso no que se enfocara en un análisis histórico de aquellos acontecimientos, sino en sus valores y enseñanzas para el presente. Traté también de hacerlo desde Martí porque era una manera de que Martí estuviera presente porque él fue un continuador, en nuevas condiciones, de aquellas ideas capitales que habían dado lugar a las epopeyas de la independencia a partir de 1810.
Cuando terminé mis palabras hubo un aplauso cerrado. El discurso se publicó en varios lugares… Después Retamar me dijo, creo que en broma: “quedaste como Alejo”. Yo me sentí feliz porque Carpentier fue mi profesor en la Universidad y entre él y mi grupo se produjo un intercambio fuerte. Él hizo una relación muy cercana con algunos estudiantes, entre ellos yo. Y habíamos vivido un momento muy interesante de su vida porque nos daba las clases mientras estaba escribiendo La consagración de la primavera, muchas cosas de las que leí después se las escuchamos en tertulias que hacía con nosotros. Así que tuve muy presente a Carpentier cuando leía el discurso en la Casa.
Y por otra parte, he podido comprobar a través de la Casa, cómo la obra de José Martí no decae, sigue abriendo caminos hacia el futuro y eso es en primer lugar responsabilidad del propio Martí. Eso explica que en un concurso como éste muchas personas han participado desde una posición martiana o con estudios dedicados a Martí. La propia Casa ha impulsado en su línea editorial la presencia sistemática de obras relacionadas con el pensamiento martiano y creo que en eso fue decisiva la presencia de Haydee Santamaría. Ella fue una martiana notabilísima, de las de verdad, de esas que no solo se aprenden a Martí de memoria, sino que son martianas por su acción, por su obra, por su ética. Y además la Casa ha tenido en ese sentido otra suerte tremenda pues uno de los grandes estudiosos y divulgadores de la obra de José Martí es Roberto Fernández Retamar y quizás ello ha contribuido también a que muchos de losestudiosos de Martí se sientan llamados por el Premio Casa. Y ganar el Premio o ser publicados por la Casa garantiza para un autor, de inmediato, una amplia posibilidad de llegar a un mundo de lectores no solo cubanos sino latinoamericanos.
Creo que inclusive, y esto no lo había pensado hasta este momento, habría que considerar si esta presencia de Martí en el Premio y en general en la obra de la Casa de las Américas, tiene un valor significativo en el crecimiento, durante los últimos 40 años, de la bibliografía pasiva dedicada a estudiar a Martí. Cuando uno revisa lo que se publicó en el mundo hasta el triunfo de la Revolución Cubana, es impresionante. Martí fue siempre el gran tema de los cubanos, lo sigue siendo hoy, sale por aquí y por allá, en obras o trabajos dedicados a él o en referencias sistemáticas en cualquier trabajo de cualquier naturaleza. Pero realmente el volumen y la profundidad de trabajos en torno a la obra martiana ha sido mayor en los últimos 60 años y en ellos la Casa ha desempeñado un papel significativo porque ha dado a conocer libros imprescindibles para cualquier estudioso tanto en el plano de su obra literaria como de su pensamiento y acción.
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