La Habana 500 años y 48 horas después


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Fuegos arficiales por los 500 años de La Habana en la noche del 15 de noviembre 2019. Fotos: Ariel Cecilio

Atrás ha quedado el jolgorio. La vida regresa a su curso. Lo cotidiano regresa a por su victoria diaria, algo que no importa a esos que han extendido el goce más allá de lo previsto y que no les duele transgredir las barreras que las costumbres comienzan a imponer.

Es el día quinientos dos de la fundación de esta ciudad y aunque en apariencia es la misma se nota que cambia. En estas horas debe haber nacido alguien al que su familia nombró Cristóbal y no fue en honor al Gran Almirante genovés.  Desde hace horas hay quienes se juraron amor mientras forcejeaban por dar la obligada vuelta a la ceiba; en algún altar de esta ciudad se venera con flores y frutas frescas a las tres diosas que la protegen: Ochún, Yemaya y Las Mercedes y a sus pies se pide la buena ventura para algún familiar y amigo.

Vuelta tradicional a la Ceiba fundacional de San Cristóbal de La Habana en el Templete, todos los 16 de noviembre a medianoche. Foto: Ariel Cecilio

Hay menos calor que de costumbre. La croma de la ciudad cambia. Sus habitantes exhiben sus abrigos como trofeos, aunque algunos exageran  con sus bufandas, guantes de estambres y pasamontañas. Es el primer frio de la temporada y todos quieren celebrarlo; a ciencias ciertas no se sabe si habrá otro en los próximos días o meses.

En esta ciudad, como en muchas de sus viviendas, conviven varias generaciones que se niegan y complementan. Que se contradicen mientras comparten espacios y sueños. Cada una de ellas creará y validará su leyenda de los días anteriores; habrá de sobrevivir la de los más jóvenes y la de aquellos que escuchen el relato de sus mayores cuando la memoria sea el último recurso y los medios la estimulen reiterando unas imágenes que se han de establecer en la memoria.

Hubo quienes recordaron a Ruperto, el mohoso cañón que funcionaba con pólvora y estopa que marcaba el comienzo de la vida nocturna por más de dos siglos. Su bramido –audible en cualquier punto de la ciudad—invitaba a la familia a reunirse, frente a la radio primero y a la televisión después, para disfrutar la sobremesa (una costumbre hoy en desuso).

Hay quienes recuerdan sus noches caminando por la Rampa o escondidos en uno de sus clubes nocturnos donde dieron riendas sueltas a sus primeras ansias amorosas; o el helado a altas horas en Coppelia y hasta la espera interminable de una guagua para regresar a casa tras cruzar la ciudad en busca de un amor recién descubierto.

Otros trataran de regresar al malecón, a su muro y a sus horas perdidas mirando al mar, rumiando su pasado y lamentando que en el presente no hayan regresado. Saben que no volverán nunca más y eso les duele. El futuro les cambió la vida y aquellos sueños se les mezclan los rostros de los amigos, los conocidos y otros tantos a los que ya no ven; los que ya no están.

Esta es una ciudad plural. Que se reinventa cada día y que a pesar de sus años siempre sonríe. Su optimismo no siempre es contagioso. Sin embargo; sus habitantes viven orgullosos de las calles en que habitan, de sus barrios y repartos, de sus calles aboyadas y hasta de sus olores.

La Habana es cada uno de nosotros. Está en quistada en nuestras vidas y acciones. Ella tiene sus múltiples sonidos, su propio ritmo interno y lo impone a todo el que a ella llega.

Quinientos años y cuarenta y ocho horas después renacemos sus habitantes.

 

 


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