Periodismo en Cuba: tres años, un siglo


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El tiempo puede medirse de formas diversas: por el paso de los segundos, las horas o los días, o por el alcance de los acontecimientos. Cuántos no sentimos, a veces, la sensación de que a nuestro alrededor todo parece detenido, estático, anclado en una pesada eternidad. Otras veces la sensación es contraria, en lapsos pequeños suceden impulsos dramáticos.

Algo como lo anterior describe mejor lo ocurrido desde que en julio de 2018 concluyera el X Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec), evento del que recordaremos en este 2021 los tres años. En el período, más que un salto de rana —como catalogan los expertos— Cuba dio un salto «Sotomayor» en el ámbito de la comunicación y el periodismo. En esta etapa el país entró, de lleno, en la denominada era de la convergencia.

La nación que siempre era marcada en rojo, señalada críticamente por sus niveles de conexión a la red de redes, emparejada incluso con los países más atrasados del mundo, daba un giro extraordinario, no solo desde el punto de vista tecnológico, sino en el acceso, cuyas cifras de presentes —en vez de ausentes— ya supera a la mayoría de su población.

Sería un error medir la significación de ese hecho solo en cifras, pues a lo profundo de la sociedad y sus instituciones representativas acontecía algo mayor, más relevante y sustantivo: había comenzado a derribarse una barrera, además de económico-tecnológica, sicológica, sociológica e ideológica: triunfaba la idea de que Cuba tenía que abrirse definitivamente a la modernidad, que pasa, inexorablemente, por el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

En febrero de 2017 el Consejo de Ministros aprobaba la Política Integral para el Perfeccionamiento de la Informatización de la Sociedad, en cumplimiento de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución y la Conferencia Nacional de dicha instancia política.

Adicionalmente, el Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030: Propuesta de visión de la nación, ejes y sectores estratégicos, reconocía las telecomunicaciones, las tecnologías de la información y la conectividad como un sector escencial de desarrollo, con un elevado impacto para la seguridad nacional, el desarrollo socioeconómico del país y la elevación de la calidad de vida de los ciudadanos. En el año 2019 esa voluntad política y gubernamental encontraba su forma jurídica con varios instrumentos normativos.

Si nos faltaba alguna prueba de la relevancia de acelerar esa transformación, que no puede ser únicamente tecnológica, sino especialmente cultural, de cambio radical de los paradigmas de funcionamiento de la sociedad, y especialmente de sus sistemas y modelos comunicacionales, la pandemia de la Covid-19 y su crisis total acompañante se encargaría de hacerlo con todo su dramatismo. Casi ninguna institución o sistema de estas, desde la salud misma, pasando por la educación, los medios, o cualesquiera del resto de los servicios básicos, eran sorprendidos en el inicio de ese vuelo hacia la digitalización.

Como si no hubiese sufrido suficientes pruebas, el país se enfrenta, desde entonces, en medio de dicha incursión acelerada en redes, a una «tormenta perfecta»: la combinación entre la crisis universal provocada por la Covid-19, la saña de la administración Trump con sus fuertes derivaciones hacia la era de Biden, y los problemas internos, estructurales y de otra naturaleza, a los que se busca salida con una atrevida como compleja estrategia gubernamental camino a la pospandemia, que contempla las reformas monetaria, cambiaria y salarial.

Lo anterior devino pasto especial para atizar las llamas de la fragmentación, la desmovilización, la enajenación y el desaliento. Hemos llegado a este 14 de marzo de 2021 en medio de lo que un comunicado de la Unión de Periodistas llamó el inicio de la fase aguda de la batalla comunicacional contra el país.

Y como parte de esa batalla comunicacional, el intento de deslegitimar, dentro de un proyecto erosionador más ambicioso, el sistema de medios públicos, columna esencial de la construcción del consenso y la unidad en Cuba.

Un flanco muy especial de la actual contienda simbólica se dirime precisamente entre ese sistema, sofisticados laboratorios de intoxicación mediática y el ecosistema de medios privados, que crece en paralelo, con la misma intensidad y cantidad de financiamiento que ponen la derecha norteamericana e internacional en derrotar el proyecto político de la Revolución Cubana.

Por ello es insoslayable superar los problemas estructurales de nuestro sistema público de prensa, que avanza hacia su solución definitiva, como se planteó en el 1er. Festival Nacional de la Prensa, con el avance de la voluntad recogida en la nueva Constitución, la Política de Comunicación del Estado y del Gobierno.

Se trata de impulsar una sólida gestión de innovación y desarrollo, lo cual impone replanteos sistémicos en la gestión editorial, económica y tecnológica de los medios, así como en su relación con las universidades y los estudios académicos.

Como se demostró en dicho 1er. Festival, y lo prueban los centenares de proyectos periodísticos reconocidos en el sistema de premios y concursos de la Unión de Periodistas,  nuestros medios tienen la posibilidad de funcionar como multiplataformas, generar espacios y contenidos que empaticen con distintos tipos de destinatarios, actuar con previsión estratégica, agilidad y fuerza analítica, construir historias en tiempo real y con honduras humanas, así como desplegar toda la batería de posibilidades que favorece el mundo digital.

Para ello, como en otros ámbitos de la vida cubana, en el sistema de medios se busca superar una cultura profesional todavía muy dependiente de las respuestas analógicas.

Como se afirmaba en el informe al último pleno del Comité Nacional de la Upec, todavía no damos la respuesta profesional adecuada a la pregunta más inquietante que nos dejó el Doctor en Ciencias de la Comunicación Social Julio García Luis, uno de los más importantes estudiosos de nuestro ámbito en el país: ¿Cómo se construyen los consensos y la hegemonía de las ideas patrióticas, socialistas y revolucionarias en el inédito contexto de la era de la convergencia?

Se trata de un escenario en el que ya no podrían ser la respuesta el silencio o las réplicas tardías, porque hoy sería el camino al suicidio, no solo mediático, sino además político.

No por casualidad comienza a florecer un nuevo tipo de relación entre el sistema de instituciones públicas —incluyendo al Partido—, y el sistema de medios, que apunte a lo que Julio García Luis definió como la autorregulación responsable. El anterior solo sería un pilar, entre otros básicos, para avanzar en la construcción del nuevo modelo de prensa público para el socialismo, que planteó como objetivo esencial el X Congreso de la Upec.

El segundo pilar sería un nuevo modelo de gestión editorial, que demanda concebirse como multiplataformas, dejar atrás el empirismo y la improvisación, crear mecanismos de estudios de tendencias y de audiencias, con atención particularizada a la agenda pública.

También dejar atrás los modos discursivos propagadísticos y apuntar más a una narrativa de profundo calado humano, al análisis y el juicio razonado y de altura conceptual, al carácter cuestionador del periodismo. Todo lo anterior respaldado por las universidades y los estudios académicos.

El tercer pilar sería un nuevo modelo de gestión económica de los medios, que apunte a la coexistencia en nuestro entorno de las diversas formas reconocidas en la política: presupuestadas, presupuestadas con tratamiento especial y empresas de comunicación.

Y el cuarto pilar sería un nuevo modelo de gestión tecnológica, que no solo implica adquirir nuevas tecnologías, sino además dominar y utilizar potencialmente las que disponemos.

El sueño es saldar las deudas sistémicas del periodismo cubano del siglo XX compatibilizándolas con las modernizadoras del XXI. Porque cambiar la prensa, como consideraba Julio García Luis, no resuelve los problemas del socialismo, pero sin hacerlo este no sería nunca tan pleno, democrático, próspero y participativo como lo hemos proyectado.

Por el tipo de valores y propósitos liberadores que animan el proyecto socialista del país y por la tradición de la que es heredero el periodismo revolucionario nuestro, podemos construir un modelo público de prensa referencial, que forme parte de los mecanismos de control popular, y no de dominio y manipulación de los grandes grupos económicos y de poder como prevalece en el resto del planeta.

Esto último sería un hermoso salto en el tiempo en las siempre tercas manecillas de la historia cubana.   

 


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