Por el cetro de la verdad y la justicia, contra la indecencia y la incultura


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Finalizó el IX Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, que dio continuidad al camino abierto por los anteriores, en los cuales tuvo Fidel Castro intensa participación, como tuvo en el de ahora viva presencia. En ellos se manifestó la realidad por la que algunos —desde distintos ángulos— le han recriminado a dicha organización la voluntad de participar, de “inmiscuirse” resueltamente, en los grandes retos que el país ha tenido y tiene que encarar, no solo en lo más ceñidamente artístico y literario. Frente a tales recriminaciones, y tras haber presenciado una reunión en que ellas se hicieron explícitas de manera particular, el autor de estas líneas escribió el artículo “¡Viva la UNEAC!”, publicado en Cubarte el 29 de junio de 2014 —por mera casualidad el mismo día en que cinco años más tarde empezaría el reciente congreso de la organización— y recogido en su libro Detalles en el órgano (2014).

No se extenderé ahora en el significado del nuevo foro de la UNEAC, sobre el cual la prensa ha estado difundiendo valiosa información, y seguirá haciéndolo. Apenas apunta que si solo hubiera servido para que en el discurso de clausura el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República llamara a luchar contra la indecencia y la incultura, su celebración ya estaría más que justificada. Y hubo mucho más en un discurso que convocó a librar batallas necesarias contra el mercenarismo, la corrupción, la banalidad, la seudocultura y los rejuegos de algunos que coquetean con los enemigos de la patria a cambio de dividendos económicos, autocomplacencia egolátrica y otras búsquedas inmorales.

Claro que ni al congreso en su totalidad ni al discurso de clausura en particular les faltarán detractores. Ya los tienen, como era de esperar. Pero eso no es nuevo, como tampoco lo es que el país y su dirección revolucionaria deben tener como norma de primer orden actuar lo más acertadamente posible, con el bienestar de la patria, de su pueblo, como brújula, una brújula en la que es polo fundamental el antimperialismo, actitud determinante para que Cuba siga siendo Cuba.

El avispero contrarrevolucionario, y tal vez también —no hay que cerrar esas puertas— algunos equivocados o ilusos, o que se creen o quieren que se les crea poseedores de verdades absolutas, en todo hallarán asideros para devaluar lo que haga Cuba. Si quienes trabajan en el sector estatal y garantizan la orientación socialista central del sistema perciben salarios marcadamente insolventes, injustos, esos sabios arremeten contra un Estado al que acusan de no preocuparse por sus trabajadores. Pero si se toman medidas revolucionarias, justas, como el insoslayable aumento de salarios, entonces dichos sabios acudirán a todos sus saberes para probar que Cuba está equivocada, y zurcirán todo tipo de argumentos para condenar lo que para ellos será la nueva e imperdonable equivocación del gobierno revolucionario.

Poco les importa desplegar tal actitud aunque ellos vivan de servir —a cambio de pagos que les propician holgura, y gracias a la preparación profesional alcanzada en la Cuba revolucionaria de afán socialista— en países plegados al neoliberalismo y dóciles al imperio, y que, por tanto, no sufren el bloqueo que acosa a Cuba, en países donde se beneficia al cubano o a la cubana que han abandonado su patria y optado por buscar su bienestar personal sin tener en cuenta el destino de su pueblo. Hagan ejercicio de esa libertad individualista: acéptese que tienen tal derecho; pero deberían tener al menos —si pudieran— el pudor de guardar silencio ante los afanes con que el país se propone ir remunerando cada vez mejor, dentro de la justicia y la decencia, a quienes echan su suerte con la patria y asumen un sentido colectivista para el cual no tienen vocación alguna los sabios aludidos.

Actúe bien el gobierno cubano, haga lo que debe hacer, plantéese erradicar lacras y deficiencias, y no espere que los enemigos o quienes procuran no parecerlo —pero les hacen el juego a quienes no hay duda de que lo son hasta rabiar y cometer crímenes e inmoralidades variopintas—, aprueben algo de lo que aquí se haga para bien del pueblo y garantía de la Revolución. Frente a tales impugnadores, asuma Cuba —sin soberbia y sin vacilaciones— lo que José Martí, su gran inspirador, plasmó al frente de uno de sus poemarios: “Todo lo que han de decir ya lo sé, lo he meditado completo, y me lo tengo contestado”, y asimismo lo que en medio del dolor de su vida personal exclamó, con respecto a las penas de su existencia, en el primero de sus libros de versos: “¡Venid, tábanos fieros,/ Venid, chacales,/ Y muevan trompa y diente/ Y en horda ataquen,/ Y cual tigre a bisonte/ Sítienme y salten!” No habrá sitio invencible si para enfrentarlo se cuenta con el pueblo.

En su modesta escala, esa es la respuesta que por adelantado les da también por su parte a dichos sabios el autor de esta nota. No busquen otra.


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