Un primer acercamiento al periodismo revolucionario de José Martí


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Retrato de Martí, 1978
René Portocarrero (La Habana 1912-⁠1985)
Acrílico sobre cartulina
73 x 52 cm
Colección del CEM

El joven Martí tuvo una temprana iniciación en el periodismo. A los 16 años escribió uno de sus primeros trabajos políticos a favor de la causa cubana en el periódico El Diablo Cojuelo, de su amigo Fermín Valdés Domínguez, y realizaba la escritura íntegra de La Patria Libre, en cuyo único número apareció su drama patriótico Abdala. Desde su fogosa juventud, acusaba ardorosa y artísticamente las injusticias del colonialismo y, como sabemos, terminó en la cárcel. Después de su primera deportación a España, en 1870 publicó, con 18 años, El presidio político en Cuba, un vibrante folleto que no solo formaría parte del periodismo de denuncia, al incriminar al gobierno español en la Isla, sino que testimonió vehementemente crímenes horrorosos y abrió un debate ideológico sobre la actuación de la metrópoli. Le siguió en la misma perspectiva razonada, en 1873, La República española ante la Revolución Cubana, otro trabajo periodístico en forma de folleto, en que deducía la imprescindible libertad para su patria a partir de los fundamentos en que se estaba basando la recién proclamada república española. En todos estos escritos palpita la emoción sumada a la excelente escritura para denunciar y cuestionar las injusticias del colonialismo a partir de la lógica. Desde las entrañas de la metrópoli y después de desmontar la validez del sistema colonial para Cuba en relación con lo sucedía en la península, concluía: “España no puede ser libre. España tiene todavía mucha sangre en la frente” (La República española ante… En: José Martí. Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, t. 1, p. 74). Su ímpetu y razonamiento iban juntos desde que comenzó a hacer periodismo, y con mayor madurez, prefirió extenderse más en las razones, sin injuriar.

En España, junto a un grupo de patriotas, envió en 1871 una carta a El Jurado Federal, un periódico liberal de la época, justamente cuando comenzaba la monarquía parlamentaria de Amadeo de Saboya; en la misiva publicada en el periódico, se pide cuentas sobre la localización de los “círculos organizados del filibusterismo en Madrid” y acerca de los “filibusteros que a ellos concurren”, en referencia a un artículo publicado en La Prensa, cuyo director, Leopoldo de Alba Salcedo, elegido a Cortes por el Partido Liberal Conservador ─una de esas delicias lingüísticas inventadas por los políticos, creada por Antonio Cánovas del Castillo─, acusaba a los cubanos residentes en Madrid de “filibusteros que pidiendo reformas y reformas alientan y protegen las esperanzas separatistas”. Como un ejercicio típico de la mentalidad colonial, después de la publicación de esta carta, Alba Salcedo solicitó los nombres de sus autores, y Martí y Carlos Sauvalle, otro patriota cubano residente en Madrid, enviaron una segunda misiva, esta vez firmada, a El Jurado Federal, en la cual criticaban el tradicional método colonial y autoritario de ir tras las personas sin contestar el asunto. (Esta polémica, aún más compleja, puede encontrarse en las pp. 77-80 del mismo tomo de las Obras completas citadas).

La labor sistemática de Martí como periodista comenzó con su llegada a México en 1875; es allí donde regularmente colaboró en las publicaciones periódicas, sobre todo, en aquel momento, en la Revista Universal, bajo el seudónimo de Orestes. A pesar de ser extranjero se insertó en la dinámica social, cultural y política de ese país de manera impresionante. En mayo del propio año 1875, a propósito de enconadas diatribas de la oposición contra conductas erradas del gobierno, el Apóstol, que había estudiado bien a esa república americana, aconsejaba: “No existe gobierno invulnerable; la prensa debe ser el examen y la censura, nunca el odio ni la ira que no dejan espacio a la libre emisión de las ideas. Nunca se acepta lo que viene en forma de imposición injuriosa; se acepta lo que viene en forma de razonado consejo” (José Martí. Obras completas, cit., t. 6, p. 214).

Posteriormente, el 8 de julio de ese mismo año, en la propia revista y en medio de las elecciones en Jalisco y Monterrey, volvía a recordar los deberes de la prensa: “No es el oficio de la prensa periódica informar ligera y frívolamente sobre los hechos que acaecen, o censurarlos con mayor suma de afecto o de adhesión. Toca a la prensa encaminar, explicar, enseñar, guiar, dirigir; tócale examinar los conflictos, no irritarlos con un juicio apasionado; no encarnizarlos con un alarde de adhesión tal vez extemporánea, tócale proponer soluciones, madurarlas y hacerlas fáciles, someterlas a consulta y reformarlas según ella; tócale, en fin, establecer y fundamentar enseñanzas, si pretende que el país la respete, y que conforme a sus servicios y merecimientos, la proteja y la honre. […] La prensa no es aprobación bondadosa o ira insultante; es proposición, estudio, examen y consejo” (Ibídem, p. 263). Ahora, en México, más que acusación, solicitaba equilibrio y juicio.

En la propia Revista Universal, donde escribió mucho, también en 1875 Martí reseñó en tres artículos de exquisito impresionismo los conciertos que ofreció el excepcional violinista y compositor cubano José White. Asimismo, el inquieto y curioso reportero escribía sobre el movimiento de Chiapas, los sucesos de Toluca o la “república” de Guanajuato; de “antaño y hogaño”. El periodista culto lo mismo podía plasmar una emocionada revelación de amor a México en su “Extranjero”, aparecida en El Federalista en 1876, que un comentario sobre la obra del recientemente fallecido poeta Manuel Acuña, en el mismo periódico y año. Si en México se obligó a investigar profundamente para hablar con propiedad acerca de realidades desconocidas y descollar entre colegas nativos, en Estados Unidos se convirtió en uno de los mejores periodistas de América.

Establecido en Nueva York desde la década de los 80, sus envíos a diversas publicaciones constituyeron una miscelánea imposible de clasificar, ya fuera un breve comentario para invitar a la lectura de los Estudios críticos de Rafael M. Merchán —La Estrella de Panamá, 1887— o un análisis de las Seis conferencias de Enrique José Varona —El Economista Americano, Nueva York, 1888—, cuando todavía la filosofía tributaba directamente a la sociedad. En ese mismo periódico y año reivindicó para siempre la figura de José María Heredia, consciente de su grandeza: “El primer poeta de América es Heredia. Sólo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. Él es volcánico como sus entrañas, y sereno como sus alturas”. Sabe que debe extenderse en razonamientos y matices para explicar aquella carta a Miguel Tacón que le permitió visitar a su familia y a su queridísima patria antes de morir. Considera que el Cantor del Niágara, a quien “le sobraron alientos y le faltó mundo”, murió “grande como era, de no poder ser grande”, y defendió su legado contra viento y marea (Obras completas, cit., t. 5, pp. 133-139).

Martí vivió el momento en que Estados Unidos pasaba del capitalismo premonopolista al monopolista e imperialista, que llevaría su mirada expansiva hacia el mundo, y en primer lugar, hacia América Latina. En El Avisador Cubano de Nueva York, con motivo del 10 de Octubre, escribió en 1888 “Céspedes y Agramonte”, uno de los mejores homenajes a los “hombres del 68”, firmado nada más y nada menos que por un joven que no había peleado junto a ellos, capaz de resumir en una frase inmortal su grandeza: “De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud” (Obras completas, cit., t. 4, p. 358). Lo que parecían temores al llegar a Estados Unidos, a finales de esa década se convirtieron en sólidas convicciones; baste para comprobarlo su respuesta, conocida como “Vindicación de Cuba”, al periódico The Manufacturer en 1889, que había expresado su desprecio a los cubanos; la digna réplica la publicaba The Evening Post justamente en los momentos en que Washington convocaba a la Primera Conferencia de Naciones Americanas.

En su respuesta el Apóstol aprovecha para referirse a los anexionistas, de quienes realiza un retrato que, aunque extenso, no está de más recordar: “Hay cubanos que por móviles respetables, por una admiración ardiente al progreso y la libertad, por el presentimiento de sus propias fuerzas en mejores condiciones políticas, por el desdichado conocimiento de la historia y tendencias de la anexión, desearían ver la Isla ligada a los Estados Unidos. Pero los que han peleado en la guerra, y han aprendido en los destierros; los que han levantado, con el trabajo de las manos y la mente, un hogar virtuoso en el corazón de un pueblo hostil; los que por su mérito reconocido como científicos y comerciantes, como empresarios e ingenieros, como maestros, abogados, artistas, periodistas, oradores y poetas, como hombres de inteligencia viva y actividad poco común, se ven honrados dondequiera que ha habido ocasión para desplegar sus cualidades, y justicia para entenderlos; los que, con sus elementos menos preparados, fundaron una sociedad de trabajadores donde los Estados Unidos no tenían antes más que unas cuantas casuchas en un islote desierto; esos, más numerosos que los otros, no desean la anexión de Cuba a los Estados Unidos. No la necesitan. Admiran esta nación, la más grande de cuantas erigió jamás la libertad, pero desconfían de los elementos funestos que, como gusanos en la sangre, han comenzado en esta República portentosa su obra de destrucción. Han hecho de los héroes de este país sus propios héroes, y anhelan el éxito definitivo de la Unión Norte-Americana, como la gloria mayor de la humanidad; pero no pueden creer honradamente que el individualismo excesivo, la adoración de la riqueza, y el júbilo prolongado de una victoria terrible, estén preparando a los Estados Unidos para ser la nación típica de la libertad, donde no ha de haber opinión basada en el apetito inmoderado de poder, ni adquisición o triunfos contrarios a la bondad y a la justicia. Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting” (Obras completas, cit., t.1, pp. 236-237).        

Martí intensifica su periodismo revolucionario, al igual que sus discursos y epistolario, a favor de la causa cubana, y para ello se convierte en el periodista más útil para preparar ideológicamente la nueva guerra de independencia, pero antes se había dedicado, durante toda la década, a conocer bien a los Estados Unidos, donde había desarrollado, en diarios de allí y de América Latina, uno de los cuerpos más valiosos del periodismo mundial, digno de ser tratado en un segundo artículo. En los preparativos para la revolución cubana funda Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano, que tenía como propósito alcanzar la total independencia de Cuba y Puerto Rico mediante la lucha armada. Como se podrá comprender, este corpus de excelencia del periodismo revolucionario, también exige un análisis independiente.


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