Autenticidad y tradiciones en las tablas


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El 3er. Festival Internacional de Danza Española y Flamenco, CubaFlamenco 2022 ancló en La Habana, con todas sus fuerzas entre el 20 y 26 de junio, en coincidencia con el aniversario 35 del Ballet Español de Cuba. Fue inaugurado en el vestíbulo del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, con una pasarela flamenca por parte del BEC y, después, durante cuatro noches, las Galas fueron acogidas en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, en la Plaza de la Revolución.

No fue por azar, que el encuentro se iniciara en el GTH Alicia Alonso, aunque se halle en plena restauración. Amén de ser la sede habitual de la compañía, allí nació, el otrora Conjunto de Danzas Españolas del GTH, en 1987, como resultado de la ardua tarea de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso, para poner en su lugar, algo que era parte de nuestras tradiciones e Historia, como país: lo hispano. Se logró con los ingentes esfuerzos de lo que quedaba de las Sociedades Españolas radicadas aquí, la Embajada de España, y el nombre/personalidad de Alicia Alonso, junto con el Ministerio de Cultura. Resurgía el arte, y, tres décadas después, aparecía el Festival (2017) que rinde tributo al Flamenco, pero también a la danza española en plural.

 

Cynthia Cano primera bailaora del Ballet Flamenco Lo Ferro España con bailarines del BEC en la Gala de La Zambra al Café Cantante

Cynthia Cano primera bailaora del Ballet Flamenco Lo Ferro España con bailarines del BEC en la Gala de La Zambra al Café Cantante

Las primeras imágenes acercaron a la escena de la sala Avellaneda, la Gala De la Zambra al Café Cantante. Y como esta edición del encuentro estuvo dedicada a la región de Murcia y al Festival Internacional de Cante Flamenco de Lo Ferro, apareció sobre las tablas una coproducción del Ballet Flamenco Lo Ferro, Peña Melón de Oro, Festival Internacional de Cante Flamenco de Lo Ferro y el Ballet Español de Cuba. La magia hispana, aderezada con recuerdos y tradiciones, vistió sus mejores galas, en este espectáculo integrado por dos partes, La Zambra o boda gitana, y el Café Cantante el habanero. Una entrega matizada por la fantasía de antaño, la historia, inspirada en documentos, prensa de la época y leyendas que idealizaron en las tablas instantes de una gran riqueza visual, musical y danzaria. Como en un todo se unieron los artistas españoles y la compañía cubana. La primera parte contó con dirección artística/coreografía de la bailaora Ana María Ruiz, ya muy conocida del público cubano, en la que se recrea la zambra con un hálito de buen gusto que llenó la sala de una mágica atmósfera de memorias. Mientras que, en la segunda, que contó con dirección artística/coreografía de María Dolores Ros (directora del Ballet Flamenco Lo Ferro) y la primera bailaora Cynthia Cano, se realizó una suerte de recorrido evocador de los cafés cantantes, que, a mediados del siglo XIX y principios del XX fueron el nido donde se profesionalizó el flamenco y donde alcanzó su esplendor el género. En esta parte, de alto calibre escénico/artístico, vibraron en las tablas todos y cada uno de los bailaores cubanos/españoles que se entregaron con pasión en la historia. Brillando particularmente Cynthia Cano, primera bailaora del Ballet Flamenco Lo Ferro con una fuerza, pasión y compás que marcó la función con su profesionalismo. Asimismo, dejó grata impresión en la escena la bailaora Blanca Herreros con su elegancia en el baile, y el ímpetu del juvenil Antonio Muñoz. Se sumaron a la riqueza del espectáculo los cantaores Thais Hernández y Andrés Correa, la guitarra espléndida de Carlos Zárate, el piano de Daniel Martínez, y la conducción de Mariano Escudero. Y por supuesto los bailarines del Ballet Español de Cuba que con fuerza y pasión realzaron la puesta.

 

El Flamenco coloreó las tablas

La segunda gala acercó un variado programa que incluyó al BEC y algunos invitados: la Compañía Flamenco Ecos, el Centro Pro Danza (Ballet Laura Alonso), y la compañía internacional PROART (México), quienes juntos aderezaron la magia hispánica con recuerdos/tradiciones y también aires contemporáneos y clásicos que motivaron a los espectadores, en una función donde se rindió homenaje a la primera bailarina, profesora y maître Aurora Bosch (una de las cuatro joyas del ballet cubano), a la Grand Maître Laura Alonso, directora del Centro ProDanza y al célebre bailarín y director español José Antonio Ruiz.

En esta segunda noche destacó la reposición de la pieza Sonata y Fandango, de Eduardo Veitía, con la que el BEC obtuvo el Segundo Premio del 1er Certamen de Coreografía de Danza Española en Madrid (1992), y que vivió un instante de singular profesionalismo y excelente quehacer escénico con Leslie Ung, Claudia González, Analía Feal y María Z. Batule, junto al piano de Daniel Martínez y la flauta de Annara García. Aires del Levante y La sombra, llegaron de la mano de las bailarinas/coreógrafas Lucía Nicolás y Sandra Ostrowski, respectivamente, miembros de las Compañía Internacional PROART México quienes acercaron piezas donde mezclan con imaginación/destreza lo contemporáneo con lo español, mientras que la balada flamenca, coreografía de Francis Núñez (dedicada como homenaje del coreógrafo a su maestra Aurora Bosch, María Z.Batule y Henry Carballosa del BEC), dejaron una nota de fino lirismo y excelente interpretación que fue muy ovacionada.

La suite de Carmen, por el Centro ProDanza (Ballet Laura Alonso) llegó de la mano de la primera bailarina Patricia Ortega y el solista de demi-carácter Antoine Gómez en la que motivaron al auditorio –sobre todo ella- por su excelente desenvolvimiento en esta versión de Laura Alonso sobre la original de Alberto Alonso. Con un Cuadro Flamenco llegó la ágil tropa de Ana Rosa Meneses directora de la Compañía Flamenca Ecos, que dejó muy gratos momentos con tres piezas La fuente y Abrázame, coreografías de la Meneses, y Reencuentro, coreografía e interpretación de Danny Villalonga. Los bailaores del Ballet Flamenco Lo Ferro (Murcia) Blanca Herrera, con su buen hacer escénico acercó Guajira, el juvenil Antonio Muñoz, Tangos, mientras la primera bailaora del propio Ballet Lo Ferro, Cynthia Cano interpretó, de forma magistral Taranto y Alegrías de Cádiz. Hubo Música Popular Flamenca, y los miembros del BEC bailaron Rondeña, obra de María Dolores Ros y Cynthia Cano, y luego se unieron con la primera bailaora del Ballet Lo Ferro en Caña, que desató los ánimos del auditorio para terminar con Fin de fiesta.

 

 

Aquel Brujo Amor hechizó las tablas

La tercera noche del Festival ocupó la amplia escena de la sala Avellaneda del Teatro Nacional Aquel Brujo Amor, coreografía de Eduardo Veitía. La enigmática música de Manuel de Falla, marca los pasos y la atmósfera de esta obra en dos actos (prólogo y cuatro escenas), que está inspirada en el ballet pantomímico El amor brujo, aporta otra parte del triunfo. En poco más de una hora, Eduardo Veitía, ataviado como coreógrafo –enseña una sobriedad distinguida que se apoya en un empleo óptimo del espacio escénico-, y ha realizado una labor de investigación en los bailes, pues, no se trata sólo de flamenco, sino que se amplía al ballet clásico, del que es deudor el director, así como a otras danzas populares que dejan en él su huella. Hay, pues, la fusión de las raíces que conforman nuestra cultura nacional.

Los personajes dibujaron sentimientos, y vivieron sobre el escenario: la Candela, por ejemplo, acercó la sensualidad y el gesto preciso, de Claudia González, que todavía puede dar mucho más en el personaje, en cuanto a baile se refiere. Carmelo, en la piel del muy joven Eduardo Arango, siempre tierno, y por instantes con mucha fuerza escénica, se dejó sentir sobre las tablas, en un papel que va haciendo cada vez más suyo. Mientras que Daniel Martínez/ José atrapó al espectador por su enérgico baile. Y, como siempre, se entregó con pasión para bordar el personaje con todos sus matices. El Destino, que siempre ha sido protagonista en esta puesta, volvió a convencer con la entrega del juvenil Alian Pineda, quien se desdobla con un variado y ágil arsenal escénico/interpretativo que colorea con intensidad el decir del importante y mágico personaje que ya ha hecho suyo a pesar de su juventud. No por azar, fue intensamente ovacionado por el público.

Aquel brujo amor, sustenta un credo artístico, y vuelve a lograr su más alto instante cuando penetra en el mundo flamenco. Lope de Vega, uno de los grandes escritores del Siglo de oro español, definía con lucidez la esencia del arte escénico: dos pasiones y un tablado bastaban, según el autor de Fuenteovejuna. Porque lo más importante era la esencia del drama y lo legítimo de los actores, en este caso singular (bailarines, músicos – del grupo del BEC- y esa cantaora de voz divina, potente con una dimensión de trueno artístico que llenó el auditorio de una aureola singular, Chelo Pantoja, en un contacto muy directo con su público. Mucho de esa vocación popular y sanguínea está en esta obra Aquel Brujo Amor, y esa feliz conjunción de estrellas –sueño antiguo acariciado por Veitía-, que regaló a los presentes, el encanto de un hecho cultural: un espectáculo único, brillante... Una gran pena que por problemas de transporte la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por el maestro Enrique Pérez Mesa no haya podido participar en este encuentro nuevamente.

 

Fin de fiesta hispana...

De la mano de danza, música y canto, de altos quilates quedó embrujado el "tablao" de emociones en que se convirtió el domingo, el escenario de la sala Avellaneda, cuando la cantaora estrella Chelo Pantoja (España), y la intensa cantante cubana Raquel Hernández, unieron su carisma y sus voces potentes/mágicas, para dejar cautivado a un auditorio que aplaudió hasta el delirio, unas actuaciones que fueron de lo flamenco a lo cubano, y cerraron con una Dos gardenias para el recuerdo.... Acompañadas de un grupo musical de lujo, Charlie Gaytán (piano), Raúl Verdecia (guitarra), Juan Carlos Otero (cajón), Luis A. Pérez (violín) y Reinier Monserrat (guitarra), se conjugaron todos los astros con plena comunicación, y un sentido integral del espectáculo. Flamenco sin trazos folclóricos, sino muy vivos, aderezado con lo cubano/caribeño de estas tierras, vibró el bolero, y un aire de futuro que se avizora en la ausencia de prejuicios, en la frescura del lenguaje, en la amplitud de miras, y, más que todo, en el compromiso con la música y la amistad de los pueblos. Fue una lección de conjunción de música e histrionismo este Encuentro de dos culturas. Es profesionalismo, concebir la música con intencionalidad sin perder un ápice el hilo de la comunicación, es airear lo que hierve en la sangre con los vientos de lo que puede acontecer mañana. Una lástima que la televisión cubana no pudiera estar, para grabar tamaño tesoro.

 

 

La última jornada se inició justamente en la calle, frente al teatro, cuando la Compañía Flamenca Ecos, de la mano de su directora y coreógrafa Ana Rosa Meneses y el Ballet Español de Cuba y otros cultivadores del género, se reunieron en un Flashmob (por Bulerías), que traducido del inglés significa "multitud relámpago", una acción organizada en la que un grupo de personas se reúne de pronto, en un sitio público, realiza algo inusual –en este caso bailar flamenco- y luego se dispersa... Luego, en las tablas apareció la Gala de clausura con el Conjunto Folclórico Nacional, al que se rindió homenaje por su aniversario 60. Con esa magia escénica que los acompaña siempre y el profesionalismo a flor de piel, interpretaron las piezas: Eshu, y Ayaba, de su director y coreógrafo Manolo Micler. Otro alto instante de la noche donde vibraron nuestras raíces culturales, y en las que volvieron a hermanar las culturas hispana y africana que llevamos en la sangre los cubanos. Un canto a la amistad y al amor…

 

 

Las jóvenes bailarinas/coreógrafas Sandra Ostrowski y Lucía Nicolás, de la Compañía Internacional PROART (México) acercaron su coreografía Mismidad, en la que desataron cuerdas sensibles de la danza contemporánea, con una combinación de fuerza, arte, banda sonora, entremezclando tradiciones que fue muy bien recibida por el público. Un alto instante del encuentro.

Las huestes de Eduardo Veitía, muy motivados y bailando con destreza y arrojo, interpretaron Pasión (Martinete), y luego Esencia (Farruca), ambas de Francis Núñez, y música popular flamenca, en los que las tablas cobraron un brillo muy especial por la sutil entrega de todos y cada uno de los danzantes, donde vibra el encanto hispano, matizado de recuerdos/tradiciones, que marcan nuestra identidad como cubanos. Y que lleva la huella de quienes fundaron la compañía en 1987, entre otros la maestra Alicia Alonso, Olga Bustamante, el propio Veitía y otros nombres que están grabados en sus raíces. En Arte y Tronio, de Francis Núñez, la primera bailarina Claudia González, matizó de puro lirismo y elegancia en el gesto su actuación junto a la compañía, y en la Danza ritual del fuego, coreografía de Eduardo Veitía, la primera bailarina Leslie Ung, desbordó las fronteras artísticas en una interpretación magistral donde se combina fuerza, pasión y esa magnitud de una entrega digna de todo elogio. Es arte puro que nace de los adentros y vibra en ella.

Mientras que, en La Boda de Luis Alonso, coreografía de Eduardo Veitía sobre la original de Alberto Lorca, ya todo un clásico del Ballet Español de Cuba, la compañía desplegó toda su energía, fuerza y ritmo para subrayar que está viva luego de 35 años de existencia.

 

 

 

Fotos: Adrián Chalu Nuñes


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