Brevísima historia de la burocracia (I parte)


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Caricatura sobre la Burocracia

Entre las expresiones literarias más antiguas hay textos en que se exhortaba a los jóvenes a hacerse funcionarios para librarse de los trabajos físicos pesados y lograr una posición respetable en la sociedad. Se han descifrado escrituras egipcias anónimas datadas algunos siglos antes del nacimiento de Cristo en que se estimulaba: “No seas agricultor, desconfía de la carrera de soldado e incluso de la del sacerdote. Nada es preferible a la profesión de escriba”. La mayoría de estos escribas se empleaban en hacer los memoriales, las reglamentaciones, los contratos y la contabilidad del imperio, una práctica que inició allí la carrera de quienes comenzaban a ejercer una profesión con un poder oculto pero seguro, pues tenían la cobertura de las autoridades y una información muy completa, por tratar con amplios sectores del público y a la vez ser enlaces de mensajes limitados a los más poderosos, lo cual los ubicaba en una posición favorable para mayores saberes; baste decir que los escribas controlaban las unidades de medida, seleccionaban los datos que transmitían y seguramente podían arreglarlos según su conveniencia. Esta intermediación, desde la Antigüedad, fue adquiriendo un poderío enmascarado, de gran eficacia, pero invisible; ejercía la necesaria influencia para tener un real poder en no pocas cuestiones de la sociedad civil, aunque el poder real lo tuvieran los de mayor linaje. Algunas obras nacidas de la encomienda de reyes y emperadores fueron famosas, como el Código de Hammurabi, de Mesopotamia, que recogió el régimen de propiedad de la tierra, la posición del esclavo, los delitos penalizables, las relaciones de índole familiar…; estableció principios éticos y registró costumbres, como la Ley del Talión: “Si un hombre destruyere el ojo de otro hombre, se le destruirá a él el ojo; si un hombre arrancare el diente a otro hombre de su misma categoría, se le arrancará el diente a él” ?a propósito de esta legislación, Gandhi predicó que atendiendo al cumplimiento de ella, dentro de muy poco la humanidad quedaría ciega y sin dientes. En el antiguo imperio persa, los sátrapas designados por el sha, generalmente nobles que iban como gobernadores vasallos a los territorios conquistados para cobrar impuestos, se encargaban del orden público, de mantener el ejército con nuevos reclutamientos y de ejercer el poder administrativo y judicial; como generalmente gobernaban de manera despótica, el término de “sátrapa” pasó a un registro peyorativo y estos empleados comenzaron a ser criticados. Darío I desconfió de su lealtad y situó a un secretario de confianza a su lado, pero ni así pudo controlar las conspiraciones.

Hay ejemplos de grandes obras escritas por funcionarios, como las que pueden leerse en la literatura hebrea; la Tora o Pentateuco, atribuida a la legendaria figura de Moisés y que constituye la primera sección del Antiguo Testamento, está incluida entre los libros que tratan sobre leyes hebreas y recogieron los mitos de la creación, el diluvio y algunos relatos como la huida a Egipto; Números es básicamente un censo en que se explican las descendencias, se precisan las herencias, están relacionadas algunas leyes muy antiguas, se describen costumbres y aparecen profecías. Aún cuando el sentido religioso y las formas poéticas acompañan a estos textos, eran los profetas los dedicados a recoger en la letra estas informaciones de utilidad social y religiosa, un empleo siempre asociado al sistema religioso como parte del Poder, cuya función consistía en registrar la tradición civil de un pueblo, datos y mensajes de uso para las autoridades constituidas y guía espiritual para la continuación de esa civilización en futuras generaciones. Un sector de la literatura de los Vedas en la India también se proyectó con similar objetivo; las Leyes del Manu recogen un estricto código que regula la vida civil y religiosa del pueblo indo, con énfasis en la necesidad de estructurar el pensamiento y la praxis jurídica para consolidar el respeto a las desigualdades sociales consagradas en el sistema de castas; en ellas se establecían las funciones de cada casta: los brahamanes, como dioses terrenales, estaban en la escala social superior: su deber era el estudio y la enseñanza, el cumplimiento de las oblaciones y la observancia de los sacrificios ofrecidos por los otros, y tenían el derecho de dar y recibir de manera compensada; los kshatriyas constituían un segundo escalón y su desempeño era similar al de los guerreros: proteger al pueblo, hacer caridad, sacrificarse, leer libros sagrados y no abandonarse a los placeres de los sentidos; los vaisyas componían la casta de agricultores y mercaderes, que debían cuidar los rebaños, labrar la tierra, comerciar, dar limosnas y también sacrificarse; por último, los sudras, cuyo destino, por haber nacido para la servidumbre, sin otro oficio, consistía en servir a las demás castas. Fuera del orden social quedaban los parias, expulsados de alguna casta por cometer pecado.

Estas obras por lo general estaban escritas con refinada belleza y un sentido muy agudo del juicio, por ello alcanzaron notable reconocimiento social, y algunos de los primeros funcionarios de aquellas civilizaciones fueron también sus grandes poetas o filósofos. Una historia diferente tuvo China; su civilización es más antigua y la complejidad de sus lenguajes escritos, especialmente en el disfrute visual y en la disposición pictórica de los signos según el soporte en que se escribían, ha constituido un aspecto que evidentemente requirió de un adiestramiento mayor, tanto para la creación de la caligrafía como para su apreciación; esta importancia de la forma no contribuyó a que los empleados del Emperador, es decir, los mandarines, ganaran merecimiento social, pues la mayoría de ellos, aunque eran buenos administradores, no poseían dones de perfección en la escritura. Cuando revisamos las primeras expresiones culturales chinas basadas en la rica tradición oral e indagamos en su representación gráfica, no encontramos ejemplos similares a los antes expuestos, ni reconocimiento social a las legiones de anónimos mandarines. La primera figura fundacional de la cultura china fue Confucio, quien resultó el primer “antólogo” de la oralidad anterior a él; después de ser mayordomo se dedicó al magisterio e instruía a sus discípulos, precisamente contra la degeneración y decadencia de los funcionarios, estableciendo modelos morales que a la larga instauraron los principios y preceptos en que se ha basado la milenaria cultura china, con el objetivo de alcanzar prosperidad y felicidad. Confucio como poeta subrayó el valor de la música, y como filósofo propugnaba de manera constante actuar con el ejemplo ?aunque nunca escribió obra propia, resultó ser un recopilador de la sabiduría oral antigua y sus valiosas enseñanzas fueron recogidas por sus discípulos en las Analectas, compendios y principios generales de esa gran civilización?; fue el primero en obtener un reconocimiento social de gran admiración por todos los pueblos de China, y quizás esa fama hizo posible que fuera magistrado, un cargo semejante al de Ministro de Justicia; entonces, como funcionario, pretendió transformar las costumbres para eliminar el crimen y establecer la justicia, pero no pudo lograrlo y fue destituido por las intrigas de los propios mandarines, que no poseían sus cualidades de filósofo y poeta; dejó su cargo y se dedicó a viajar y a continuar impartiendo sus enseñanzas con la esperanza de ser reivindicado para emprender sus reformas, hecho que nunca ocurrió. Fue la primera victoria del sistema instaurado por los mandarines; a pesar de que era fama que sus nombramientos y promociones se basaban en exámenes competitivos muy rigurosos para ejecutar las funciones correspondientes a sus posiciones, y que generalmente desarrollaban con gran eficacia, no pudieron igualar la sabiduría de Confucio y a partir de entonces los mandarines prestaron más atención a la utilidad de la cultura para funcionar en sus puestos. Los escribas de Egipto o Mesopotamia, los profetas hebreos, los brahamanes del hinduismo y los mandarines de la China antigua, emergieron también como funcionarios en los diferentes regímenes económico-sociales cuyas clases dominantes necesitaban de sus servicios para mantener la coacción económica y extraeconómica.             

Entre las numerosas etnias que componían la Hélade, como los eolios, los dorios, los aqueos, los jonios… caracterizados dentro del orden gentilicio en la antigua Grecia, ya el geronte administraba los bienes comunes de la gens, y esta necesidad de proteger de manera civil a sus miembros derivó en la organización de las fratrías, una especie de asociación de hermandades. El orden fue creciendo e integrándose en el demos; los basileos constituyeron sus jefes supremos y se convertirían, con las guerras y la obtención de esclavos, en los principales esclavistas, especie de reyes antiguos con dominios restringidos. La aparición de la propiedad privada implicó el surgimiento del Estado y la creación de los primeros nobles descendientes de estos reyes primitivos que sometían a los prisioneros de las guerras en esclavos; surgieron asimismo nuevos empleados asociados a la recién nacida aristocracia; para mantener a los esclavos en la sumisión, organizar a la plebe en la ampliación de las ciudades-estados de las polis, defender la colonización… se necesitaba una estructura de jueces y tribunos, registradores de cuentas, recaudadores de impuestos, organizadores de asambleas en el ágora, asesores e inspectores, cohortes militares que ordenaban las campañas… que fortalecieron un sistema de funcionarios en las ciudades-estados de la cuna de la civilización occidental. Desde su período arcaico se hicieron visibles, pero sobre todo sobresalieron en el clásico. Los sabios de Grecia, fundadores de la política, la ciencia y la filosofía, fueron los máximos exponentes y servidores de las necesidades de las polis para su desarrollo económico y social; entre ellos se encontraban legisladores, como Solón, considerado uno de los iniciadores de la democracia ateniense. Al Areópago, situado al oeste de la Acrópolis, se podía llamar a cualquier funcionario del gobierno por algún litigio o delito contra el bienestar de la comunidad; las leyes de Solón contribuyeron a fundar la democracia ateniense de Pericles, una organización social de una élite de ciudadanos que tenían derechos, apoyados en una sociedad de esclavos. Los primeros historiadores como Heródoto o Tucídides se dedicaban a recopilar investigaciones e incluían en sus escritos e informes, tradiciones y leyendas junto a los análisis de las guerras; a estas recopilaciones posteriormente se les conoció como Historia, y de alguna manera mantenían un vínculo con el sistema de colaboradores del Poder; el enfoque o el contenido de sus obras muchas veces no era del agrado de los políticos, por lo cual casi siempre tuvieron problemas con ellos y una buena parte de los historiadores se mantuvieron en el exilio.

En Roma se hizo más complejo el conjunto de empleados estatales después de la caída de la monarquía y en la formación de la república, cuando se agudizó la lucha entre patricios y plebeyos. La nueva aristocracia requirió de un senado con responsabilidades mayores para los censores y una división de categorías de más complejidad; fueron distinguiéndose los dictadores, los cónsules y los pretores dentro del curul, junto con los plebeyos, los tribunos y los cuestores en los ediles. Para organizar los campos de competencia, las asambleas populares y los comicios curiales y tribales, además de aplicar la política romana de la república en un territorio cada vez más extenso, se multiplicaron los funcionarios estatales con el sistema de magistraturas, como parte de los requisitos del Derecho romano. La oratoria se convirtió en un gran instrumento de la cultura romana transmitida a Europa, y sus recursos para obtener éxito fueron tenidos en cuenta por estos empleados del Estado, especialmente a partir del triunfo en el Senado de la elocuencia de Cicerón y sus Catilinarias, que le garantizaron la victoria sobre Lucio Sergio Catilina, aunque posteriormente no sería del agrado del emperador Julio César, que consideró excesiva su dureza. Después de la caída de la república y con el nacimiento del imperio, el personal utilizado por el Estado para sus variados servicios no disminuyó, sino todo lo contrario, solo se fueron transformando en su manera elocuente de decir y en su forma enmascarada de obrar. Tito Livio se había convertido durante el mandato del emperador Augusto en el historiador más aceptado por los patricios del imperio e intentaba demostrar que Roma había sido destinada a la grandeza; los 142 libros de Décadas, su obra más importante, fue la Historia más leída, admirada y promovida hasta el Renacimiento: los historiadores habían aprendido la lección frente al Poder. Cuando el imperio romano de Occidente estaba llegando a su decadencia, después de la transformación del sistema de polis en un Estado imperial de amplia geografía, los representantes de cada lugar habían logrado un altísimo nivel de independencia y simulación, pericia leguleyesca e imitación de la estructura de la política romana, especialmente por la ampliación de las ciudades organizadas según esas regulaciones y de una vida civil urbana que reproducía los modelos romanos.

Desde el siglo II el gobierno central de Roma comenzó a nombrar en algunos municipios funcionarios especiales, los curadores urbanos, para vigilar las finanzas y vigorizar el Estado territorial; la intervención del gobierno en cada asunto local con intenciones de mantener una política centralizadora resultó a la larga una práctica que originó una experiencia descentralizadora imposible de detener. Con el fin del imperio romano de Occidente, debido fundamentalmente a la rebelión de los esclavos y a las sucesivas invasiones de los llamados “bárbaros”, no más porque tenían otra organización social diferente a la de Roma, estos mismos empleados se reciclaron con la experimentada habilidad adquirida, y se adaptaron a los nuevos sistemas sociales de cada sitio. Entre los años 413 y 426 fue escrita la apología cristiana La ciudad de Dios, de San Agustín de Hipona, convertida en un modelo de sociedad feudal, y muy pronto los funcionarios estatales estarían preparados para asumir los cambios que ya se planteaban.

 

 

Continuará…

 


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