Brevísima historia de la burocracia (III parte)


brevisima-historia-de-la-burocracia-iii-parte

A la altura del siglo xviii, la organización o la estructura organizativa de la burocracia en los Estados monárquicos mantenía la administración pública con procedimientos regularizados, división de responsabilidades, especialización del trabajo, así como jerarquía y relaciones impersonales, porque las personas se identificaban por la eficiencia de sus cargos y apenas importaba su linaje o carisma. Empleados de empresas privadas, públicas o sociales; funcionarios del Estado y personal administrativo de hospitales, tribunales, iglesias, escuelas, ejército… formaban ya una legión necesaria para el funcionamiento económico, social y político de cualquier sociedad; manejaban recursos disponibles; eran contratados, promovidos o despedidos; constituían grandes corporaciones o áreas laborales muy especializadas y mantenían un nivel de jerarquización muy precisa: comenzó a forjarse entre ellos una ideología común que se “desideologizaba” de la política, con una impresionante capacidad para asumir los cambios frente a cualquier estatus político. Antes de la Revolución Francesa y refiriéndose a las políticas practicadas por la monarquía absoluta, Jean-Claude Marie Vicent de Gournay los había calificado como una enfermedad en Francia  y le llamó “buromanía”; fue la primera vez que se introdujo en el vocabulario socioeconómico y político este término, con una fuerte carga peyorativa, pues a cada solución le buscaban un problema para que ellos pudieran intervenir como salvadores; cuando se refería a la forma que prefería usar este sistema, la llamaba “burocracia”. En Alemania el barón  Von Grimm por esta época se quejaba también de que funcionarios, secretarios, inspectores, intendentes… no eran nombrados para beneficiar el interés público, sino que su objetivo dependía, en la práctica, de sus intereses, defendidos desde sus oficinas. Sin embargo, en Inglaterra, con la Revolución Industrial en marcha y la creación de la Compañía Británica de las Indias Orientales, se desarrolló el concepto de que estos funcionarios eran civil servant ?servidores públicos?, aunque fueran empleados  por el gobierno o privados. Uno de esos empleados fue John Stuart Mill, quien trabajó para la Compañía y era miembro del Parlamento y del sistema electoral; Mill fue quien ideó el sistema representativo basado en la proporcionalidad demográfica y su extensión hacia el sufragio; aunque era uno de los teóricos del utilitarismo ?doctrina según la cual lo que es útil es bueno, por lo que el valor ético de la conducta está determinado por los resultados prácticos?, se abrió a otras corrientes de pensamiento partiendo de sus experiencias como funcionario empresarial y político; sostenía el criterio de que cada individuo tenía derecho a actuar de acuerdo con su propia voluntad, en tanto que sus acciones no perjudicaran o dañaran a otros, una forma novedosa y emancipatoria para su época de considerar la libertad, por lo que condenó la esclavitud y estuvo a favor del feminismo; además, consideró que la lucha entre la libertad y la autoridad era el rasgo más destacable de las etapas en la historia; estaba convencido de que los placeres espirituales eran superiores a los materiales: como se puede comprobar, se trataba de un burócrata que aportó un conjunto de ideas valiosas, no solo para la organización social y política de su tiempo, sino también para el desarrollo de la filosofía en el siglo xix.

Posiblemente una de las figuras que más contribuyó a la fisonomía del burócrata omnipresente en la construcción del Estado moderno, aunque esta contribución no fuera utilizada con fines nobles, fue Joseph Fouché. Seminarista y profesor, desde joven hizo carrera política con una sorprendente habilidad para asegurarse su propia supervivencia y mantenerse al lado del Poder a toda costa, independientemente de quién lo ocupara y la naturaleza que tuviera; maniobraba sin escrúpulos y con la más desmedida de las ambiciones en su vida de funcionario, pero permanecía en la oscuridad o en la casi invisibilidad para lograr sus macabros planes con gran operatividad en las acciones, escondiendo sus verdaderos propósitos: actuaba sin discursos y en silencio, relacionando informaciones que parecían intrascendentes y aprovechándose de cada coyuntura o situación. Dentro de la Revolución se unió a los girondinos, que al principio formaban la mayoría en la Asamblea Nacional, pero cuando estos perdieron la hegemonía por la entrada de Robespierre, se fue acercando hacia los jacobinos, de cuyo club llegó a ser presidente y votó por la ejecución de Luis XVI; después de desatarse el terror jacobino, se convirtió en “el carnicero de Lyon” y se aproximó tanto a Robespierre que llegó a convertirse en su cuñado; mas posteriormente lo enfrentó, fraguó una conspiración contra él y en las sombras se enroló en el golpe de Estado de 1794 en su contra para decidir su caída. En la época del Directorio, a pesar de que fue apresado por su cercanía a Robespierre, después de ser perseguido por un breve período, comenzó a participar en acciones que le hicieron ganar la confianza de Babeuf, quien lo empleó como diplomático del gobierno y desde su puesto fundó el espionaje moderno en la política exterior con sorprendentes resultados; por su eficaz labor, Fouché fue nombrado en 1799 Ministro de Policía, posición desde la cual trabajó al servicio del golpe de Estado que llevó al poder a Napoleón Bonaparte; creó una oficina de censura de prensa llamada “Gabinete negro”, e inauguró también los procedimientos legales para la censura de panfletos, permitidos o se prohibidos según la situación política del país. Napoleón mantuvo al principio unas relaciones muy tensas con él, entre otras cosas porque no lo ensalzaba, sino le hacía sugerencias, a veces con observaciones o pequeños desacuerdos para complementar la realización práctica de sus órdenes con gran astucia; sin embargo, su habilidad para retener y jugar con la información, así como para usar a los seres humanos en función de sus propósitos secretos, fue demostrando una eficacia que lo hacía inamovible. Después del atentado a Napoleón en 1802, Fouché fue acusado por el propio cónsul, quien sospechaba de los jacobinos y creía que su seguridad no había hecho lo suficiente para evitarlo; a pesar de que Napoleón le había ordenado suspender la investigación sobre este atentado, le demostró que fue una conspiración legitimista; después de este incidente, Napoleón retiró a su Ministro pero pensando que podía desembarazarse de él de la mejor manera, lo convirtió en uno de los hombres más ricos de Francia y le regaló dos millones de francos. Sin embargo, cuando Napoleón I se declaró emperador en 1804, como crecieron las conspiraciones y confiando en sus habilidades, necesitó de sus servicios y lo llamó para nombrarlo Ministro de Interior; Fouché superó todas las expectativas al alertar un desembarco de Inglaterra por Holanda y Bélgica, una investigación que hizo por su cuenta, sin nadie habérselo ordenado, gracias a lo cual el Emperador, al considerar que había salvado a Francia, le otorgó el título de Duque de Otranto. Siempre por su cuenta, el flamante duque conspiró contra Napoleón a favor de Luis xviii, quien con la restauración monárquica y a pesar de su reticencia por haber votado a favor de la ejecución de uno de sus ascendientes, lo designó otra vez Ministro de Policía de Francia. Napoleón, al escribir sus memorias, aseguró: “Si la traición tuviese un nombre, sería Fouché”.

Tanto la praxis de Stuart Mill como la de Fouché fueron el resultado de grandes burocracias estatales y políticas de “las sociedades ilustradas” europeas, y la condición humana de cada uno de ellos decidió al fin y al cabo sus conductas y la proyección de su obra en los respectivos Estados. El pensamiento filosófico del siglo xix evaluó la ruptura que implicaron la Revolución Industrial Inglesa y la Revolución Francesa para la sociedad moderna, y posiblemente el primer balance favorable a la burocracia lo realizó el filósofo francés Auguste Comte, fundador del positivismo y de la sociología; partía de una crítica conservadora a Voltaire y a Rousseau, pues los acusaba de generar utopías metafísicas irresponsables, incapaces de ofrecer un orden moral y social; consideraba que la ciencia ofrecía todas las respuestas sociales, por lo que proponía a la Sociología ?término de su invención? como una nueva religión basada en el empirismo científico para explicarse el comportamiento individual y social. Comte enunció la ley fundamental de los tres estados, piedra angular del positivismo, mediante la cual, tanto el individuo como la sociedad deberían pasar por un primer estado teológico o ficticio, un segundo momento de estado metafísico o abstracto, y por último, el estado científico o positivo; con este esquema, el filósofo intentó demostrar que el hombre sigue una ley de progreso social, necesaria y universal, que emana del espíritu humano y que se reafirma positiva ?contraria a la de Voltaire y Rousseau?, por lo que lo real y lo positivo llevarían a una reorganización económica, social, política, intelectual y moral dentro del contexto de sucesivas revoluciones industriales que ya se estaban produciendo en el siglo xix: los dirigentes de esas sociedades deberían ser los tecnócratas. Para Comte, el gobierno tendría que conducir la acción individual hacia “el bien común”, por lo cual debía ser autoritario ?en polémica con Saint Simon, con quien compartió algunos criterios filosóficos en su juventud, cuando fue secretario particular del teórico socialista?, y limitada la iniciativa de cada cual por las medidas de los administradores, científicos y técnicos del Estado; propugnaba que solo se le proporcionara a cada ciudadano el conocimiento necesario para comprender su lugar, con lo cual nacía una estricta compartimentación de la información en los asuntos estatales, y con ello se anularía la intervención de la individualidad a partir de una centralización uniformada y la presencia de una jerarquía de funcionarios especialistas, responsables ante un superior. Se trataba de un sistema de dirección que comenzaba a modelar un Estado autoritario sin rey, que avanzaba hacia la organización industrial como necesidad de un orden capitalista para su desarrollo. La burocracia en Comte adquirió una argumentación filosófica para legitimarse dentro del sistema de explotación industrial del capitalismo premonopolista.

Los primeros cuestionamientos a esa burocracia partirían de Karl Marx, el mejor crítico del capitalismo, pues fue quien penetró en sus esencias más profundas. Marx estaba convencido de que el Estado hegeliano debería despojarse de sus funciones políticas opresivas, pues no era un poder impuesto desde afuera, sino que había sido el resultado de la sociedad en determinado estadio de desarrollo. Si bien Hegel fue el máximo apologista filosófico del Estado, las críticas que le hizo Marx incluyeron la revalorización de las ideas de Voltaire y Rousseau sobre el “nuevo contrato social”, pero no para provocar una posible anarquía, sino para aprovechar su espíritu emancipador; tanto Marx como Engels fueron también críticos de Proudhon y Bakunin, quienes mantenían una concepción anarquista del Estado, pues no se trataba de enfocar este tema del Estado ni desde su fuerza burocrática hacia la que derivaba Hegel, ni desde la visión anarquista a la que conducían las ideas de no pocos pensadores revolucionarios de la época. En el siglo xix ya se sabía que la sociedad se sentía enajenada del Estado, pero a la vez constituía una parte inseparable de él: el mecanismo estatal era una carga opresiva, y además, para algunos, un “ángel protector”. Los estudios de Marx contemplaron las relaciones entre el individuo y la sociedad, así como las tensiones entre el burócrata o funcionario estatal y el obrero; ellas están íntimamente relacionadas con las diferencias entre la labor intelectual y la manual, frente a la cada vez más honda división social del trabajo, la expansión de la economía de mercado y el papel de las finanzas, que dejaron visible la influencia de la burocracia como grupo social distintivo y con relativa independencia. Algunos estudiosos han repetido que Marx no profundizó en el análisis de la burocracia, pues se concentró en desentrañar asuntos esenciales de la naturaleza capitalista; esto es parcialmente cierto, pero tampoco se desentendió del tema; él y Engels, al analizar la experiencia de la Comuna de París, alertaron acerca del peligro que entrañaba la intervención del Estado en los asuntos sociales. Si bien Karl Kautsky analizó la evolución de la Iglesia, de representante de la fe de los oprimidos a gran maquinaria burocrática del Imperio Romano, y se preguntaba si a la sociedad socialista no le sucedería otro tanto, Marx y Engels fueron quienes con más precisión y rendimiento ahondaron en la esencia de estas cuestiones al abordarlas desde los estudios sobre la enajenación del ser humano; la explotación capitalista del Estado burgués precisaba más burocracia, y ello provocaba una enajenación que se generalizaba y se potenciaba. En las tesis para explicar el origen y el desarrollo de la enajenación del ser humano, Marx partía de cuatro fuentes: la religión, el Estado, el comercio y la tecnología; si bien enfatizó en el papel negativo de la burocracia eclesiástica en la Edad Media, se empeñó en demostrar el carácter explotador del burocratismo capitalista con su maquinaria estatal, comercial y tecnológica. Cuando Marx analizaba la guerra civil en Francia, se dio cuenta de que los órganos del Estado se podían transformar, de servidores de la sociedad, en dueños de ella; fue el primero en vislumbrar la diferenciación entre la  burocracia como instrumento necesario de la sociedad civil y como generadora de papeleo o trámite estatal enajenante que conduce a la petrificación de cualquier república; la primera, necesaria hasta ciertos límites porque estaba asociada a la vida económica y social, y la segunda, conservadora del estatus político que servía ?quizás por esa razón proclamaba para el socialismo una “revolución permanente” que Troksky convirtió en tesis esencial?; en el primer caso, consideraba que no contribuía a la creación de riqueza, aunque ayudaba a controlar y organizar la producción y la sociedad; por tanto, lo útil o no de ella, y la posibilidad de su aceptación, se decidía en última instancia por el costo social que entrañaba. 

Inglaterra desarrolló el capitalismo más clásico en su estricta racionalidad; sin embargo, estableció, en sus inicios, el sistema menos burocrático. Hacia finales del siglo xvi Shakespeare representó en el teatro casi todas las tensiones del alma humana: la ambición de poder, la tragedia de los celos, la fuerza del amor, la división de la familia, la duda del ser ante su existencia, la codicia por los bienes materiales…; entre sus personajes hubo caballeros, doncellas, príncipes, aventureros, comerciantes, guerreros… pero apenas encontramos burócratas. Sin embargo, en Rusia, al concluir el siglo xix, el gran poder del zar y del Estado eran ridiculizados en las narraciones de Chéjov ?vale la pena recordar el cuento “La muerte de un funcionario”?, o se sufrían las consecuencias de la actuación de empleados públicos en las novelas de Dostoievsky ?los personajes que se mueven alrededor de la investigación en la novela Crimen y castigo lo demuestran?, pues constantemente la burocracia zarista era representada en la obra artística ?véase la caracterización de El inspector de Gogol o algunos personajes de Tolstoi?; los ridículos elementos feudales de Rusia, que para esa época ya habían perdido mucha fuerza, y los insuficientes aparatos capitalistas creados por el subdesarrollado ejército de funcionarios, que tampoco podían dirigir bien los procesos económicos y sociales de ese extenso país, propiciaban situaciones difusas e ineficaces, pero siempre enajenantes, que podían abordarse con humor o amargura. No obstante las características diferenciadoras, cuando el capitalismo se desarrolló, comenzaron a perfilarse nuevos mecanismos burocráticos: se ampliaron de una manera arrasadora en los países más “subdesarrollados”, aunque los de mayor eficacia capitalista, es decir, los “subdesarrollantes”, se desenvolvieron de forma enmascarada. En los Estados Unidos surgía un nuevo tipo de burocracia asociado a la organización monopolista del Estado: de ello daba fe José Martí, quien fue capaz de detectar su carácter, aunque no fuera visible. El Apóstol de la independencia y la libertad de Cuba enviaba regularmente a periódicos latinoamericanos artículos y ensayos en que se ponía de manifiesto la marcha de los procesos económicos, sociales y políticos en los Estados Unidos; en 1886 escribía a La Nación de Buenos Aires, a propósito de algunos cambios de burócratas en el Senado por parte del presidente norteamericano: “¡qué abyecta se vuelve por el pan fácil la persona oficinesca!, ¡cómo quiebra la honra la larga posesión de un beneficio público!, ¡cómo debilita la costumbre de los empleos la energía de los hombres!” (1). Basado en esta experiencia, pero sin desconocer la herencia española, alertaba sobre el riesgo de las burocracias heredadas en Cuba en los momentos en que él mismo trabajaba por la unidad de los cubanos contra el colonialismo; de “vicio español” calificaba este lastre cuando enfatizaba: “Nuevo queremos el carácter, y laborioso queremos al criollo, y la vida burocrática tenémosla por peligro y azote, y bregaremos por poner la tierra abierta, con el trabajo inmediato y diverso, a la vida natural, que es en la república la única garantía del derecho del hombre y de la independencia del país”(2). “Vicio español”, “peligro y azote”, “peste de los burócratas” (3), habían sido los calificativos que el Apóstol otorgaba sin misericordia a la burocracia, por lo que también se sumaba quienes alertaban sobre su carácter perjudicial para la sociedad.

Martí se había pronunciado en contra de la reproducción de esta plaga parásita desde 1884, cuando publicó un artículo en La América de Nueva York que comentaba el tratado “La nueva esclavitud”, de Herbert Spencer, quien había identificado incorrectamente como “socialismo” la acción excesiva del Estado en la sociedad y el crecimiento del funcionarismo en nombre del “populismo”, para referirse al desarrollo de la burocracia en la Inglaterra de entonces; Spencer, un teórico social inglés ?es decir, de los primeros sociólogos?, fue el creador de la filosofía evolucionista y modeló los cambios en la sociedad desde la perspectiva de lo que posteriormente ha sido conocida como “darwinismo social”, pues siguió la teoría de la evolución biológica de Lamarck, hoy desacreditada, e intentó, con muy poca fortuna, aplicarla a la sociedad. El Apóstol, remitiéndose a la esencia de lo expuesto por Spencer, realizó una severa crítica en la que se ponen de manifiesto sus criterios en torno a la intervención del Estado en los asuntos sociales, convencido de que este camino convertía “el alivio de los pobres en fomento de los holgazanes”, y argumentaba: “Teme Spencer, no sin fundamento, que al llegar a ser tan varia, activa y dominante la acción del Estado, habría éste de imponer considerables cargas a la parte de la nación trabajadora en provecho de la parte páupera”; y añadía: “Con cada nueva función, vendría una casta nueva de funcionarios. […] ¡Mal va un pueblo de gente oficinista!”. Aunque Martí se estaba refiriéndo a la Inglaterra del siglo xix, tal y como hiciera Spencer, la esencia antiburocrática de su pensamiento tenía un profundo sentido humanista, reafirmador del carácter de justicia y lógica social que habría de proyectar más allá de su tiempo: “Todo el poder que iría adquiriendo la casta de funcionarios, ligados por la necesidad de mantenerse en una ocupación privilegiada y pingüe, lo iría perdiendo el pueblo, que no tiene las mismas razones de complicidad en esperanzas y provechos, para hacer frente a los funcionarios enlazados por intereses comunes. Como todas las necesidades públicas vendrían a ser satisfechas por el Estado, adquirirían los funcionarios entonces la influencia enorme que naturalmente viene a los que distribuyen algún derecho o beneficio. […]. De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios. […]. Y como los funcionarios son seres humanos, y por tanto abusadores, soberbios, ambiciosos, y en esa organización tendrían gran poder, apoyados por todos los que aprovechasen o esperasen aprovechar de los abusos, y por aquellas fuerzas viles que siempre compra entre los oprimidos el terror, prestigio o habilidad de los que mandan, este sistema de distribución oficial del trabajo común llegaría a sufrir en poco tiempo de los quebrantos, violencias, hurtos y tergiversaciones que el espíritu de individualidad, la autoridad y osadía del genio, y las astucias del vicio originan pronta y fatalmente en toda organización humana” (4). ¡Cuánta falta hubiera hecho que algunos líderes políticos del siglo xx hubieran puesto más atención a estas palabras! El razonamiento trasciende lugar, tiempo y signo político, pero desgraciadamente José Martí era un desconocido en Europa en el siglo xix, e incluso, todavía no parece ser muy leído, a pesar de tantos empeños cubanos, y ahora, latinoamericanos.

 

Continuará…

Notas

(1) José Martí: “El Senado y el Presidente”, en Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 10, p. 387.

(2) Ibídem., “Los cubanos de afuera y los cubanos de adentro. La campaña española”,  t. 1, p. 479.

(3) Ibídem., “En casa”, t. 5, p. 405.

(4) Ibídem., “La futura esclavitud”, t. 15, pp. 388-392.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte