Brevísima historia de la burocracia (V parte)


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Después de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, surgió un sistema político que no pudo liquidar el burocratismo estatal zarista, sino que prescindiendo de algunas de sus deformaciones que se habían creado en esa sociedad explotadora, fue creando otras nuevas. Vladimir Ilich Lenin, el dirigente principal del partido de los bolcheviques, tuvo el mérito de dirigir en sus primeros momentos la sustitución del capitalismo atrasado de Rusia por la dictadura del proletariado, estrenando el socialismo en el poder; los funcionarios que lo acompañaban, mezcla de la burocracia estatal zarista con la burocracia política bolchevique, se mantuvieron en tensión durante la guerra civil en medio de la aplicación del llamado “comunismo de guerra”, hasta la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1922; posteriormente Lenin propuso el repliegue implícito en la Nueva Política Económica (NEP), con el propósito de reactivar la economía, incrementar la producción de alimentos y favorecer la creación de empresas después de varios años de guerra y hambruna; al introducir la NEP, un régimen parecido al capitalismo de Estado que liberalizaba el comercio, se privatizaron pequeñas y medianas empresas, pero el Estado seguía siendo el propietario de los intereses esenciales de la recién inaugurada Unión Soviética. A cinco años del inicio de la Revolución de Octubre, en el IV Congreso de la Internacional Comunista, concluido el 5 de diciembre de 1922, Lenin expresó: “Hoy poseemos una enorme masa de funcionarios, pero no disponemos de elementos con suficiente instrucción para poder dirigirlos de verdad. En la práctica sucede con harta frecuencia que aquí, en la cúspide, donde tenemos el poder del Estado en nuestras manos, el aparato, más o menos, funciona; pero en los puestos inferiores, disponen de ellos a su manera, de tal forma que muy a menudo contrarrestan nuestras medidas”(1). Después de la muerte de Lenin en 1924, Iósiv Stalin se apoderó del Partido, se deshizo de su rival León Trotski ?finalmente lo mandó a asesinar? y fue eliminando a cada uno de sus opositores o competidores hasta que entre 1929 y 1930 prescindió de todo vestigio de la NEP para implantar un sistema de planificación centralizada quinquenal, sustituyendo los mecanismos del mercado por un estricto control personal de la economía, la sociedad y la política, y por tanto, de la cultura; de esta manera impulsó el ascenso de burocracias políticas y estatales incondicionales a su liderazgo bajo un terror implantado en la década del 30 que se convirtió en reflejo incondicionado de todo el sistema de la URSS durante muchos años, hasta prácticamente su desaparición. Como la burocracia estalinista dispuso de los recursos del país, tuvo la posesión de la fuerza y el poder público, se separó del pueblo y se colocó por encima de la sociedad; no necesitó la propiedad de los medios de producción, y su posición fue todavía más cómoda que la de los capitalistas, sin los sobresaltos de las pérdidas de utilidades: siempre contaría con un paliativo a sus ineficiencias en razón de su incondicionalidad al líder. El poder burocrático no radicó solamente en que constituía el aparato regulador del Estado desde el punto de vista económico y social, sino también en que imponía su voluntad política a la sociedad; no solo se subvertía el clásico papel económico del burócrata para acomodarse mejor personalmente, sino que inauguraba un parasitismo político de nuevo tipo; la jerarquía conseguida en el poder económico que se prolongaba en sus personales beneficios, partiendo de la jerarquía política, y se trasmitía a la familia, igual que en la aristocracia. Como los burócratas estalinistas se convertían en diestros especialistas para poseer los secretos de la administración y tenían las informaciones sobre la voluntad política de su líder para desempeñar cualquier función, mantenían un obsesivo hermetismo ?no pocas veces legitimado por el sistemático espionaje de Occidente?  que los asemejaba al sacerdote egipcio que custodiaba los secretos del faraón.

La degeneración del burocratismo estalinista en la Unión Soviética, que provocó la usurpación de poderes e indujo a la desmovilización social por la exclusión del pueblo en la toma de decisiones y la consiguiente ausencia de control popular, fue uno de los factores esenciales que condicionó la caída de ese socialismo. El sistema verticalista de administración, generador de privilegios a los burócratas dóciles y de la eliminación de quienes ejercieran cualquier tipo de crítica, también creó una alta dosis de injusticia social e hipocresía, opuestas a las esencias del socialismo; si bien las propias leyes de desarrollo del capitalismo refrenaban la expansión de su poder burocrático cuando atacaba los intereses vitales del sistema, en este socialismo, el aumento de la burocracia político-administrativa resultó una amenaza a la consolidación y expansión del propio sistema, y colaboró a la concentración de poder en pocas manos, que en última instancia lo llevó a la destrucción. Es lógico que este burocratismo socialista percibiera con mucho temor cualquier crítica o cambio, control o participación social, percibido como una intromisión en sus prerrogativas o un cuestionamiento negativo de su gestión; se trataba del nacimiento de una alta violencia en que se opuso el poder burocrático al social: un enfrentamiento cultural autodestructivo. Más que clase, ese grupo retrocedió hasta ubicarse en la categoría de casta, por la posición de inmunidad hegemónica que ocupaba; pero una casta parasitaria cuyo destino inevitable, aunque para algunos inconscientes, era restaurar el capitalismo. Esta burocracia intocable, con su acumulación de privilegios desde el poder político y administrativo, constituía el peligro real interno más importante como elemento de autodestrucción del sistema socialista, al multiplicar la enajenación sin cuestionarla; a la pérdida de valores se asoció una monstruosa corrupción que especulaba con operaciones encubiertas, practicaba el tráfico de influencias, a partir de las prerrogativas que sus cargos concedían sin ninguna contraparte, y el desfalco continuo de las arcas públicas, por lo que impidió o hizo formales los mecanismos de participación social, deliberación y toma de decisiones, control y fiscalización, desde la empresa hasta la cúpula administrativa; este poder no favorecía y más bien obstaculizaba cualquier vigilancia desde abajo, por lo que la transparencia era rehuida y la información intervenida y secuestrada a su favor; inevitablemente tal rumbo condujo a un autoritarismo centralista cuya expresión se completó con el culto a la personalidad de un líder, pues su interés consistía en quedar bien con los jefes y no con los subordinados, gracias a lo cual los burócratas se convirtieron, de supuestos servidores públicos, en dueños de la sociedad. Se impuso un método que redujo al mínimo la  capacidad de previsión, consagró el abuso del poder y la ausencia de autogestión, y desconoció al pueblo como verdadero actor revolucionario, tanto en su aspecto creativo como en su capacidad transformadora; en estas condiciones se fosilizaron las estructuras participativas y se eternizaron los cargos, por lo que todo el sistema se anquilosó sin generar relevos ni una continuidad de liderazgos capaces de mantener conquistas y tomar como bandera la emancipación del ser humano. Rosa Luxemburgo, a quien Lenin, no obstante sus discrepancias, calificó de “águila”, rechazaba el socialismo autoritario y estaba convencida de que la burocracia no podía quedar como único elemento activo en la sociedad civil, por lo que nunca entendió bien la dictadura del proletariado basada en el centralismo democrático ?que en la fase terminal de la URSS se convirtió en centralismo burocrático autoritario?, y prefería desarrollar la democracia socialista; en La Revolución Rusa, aseguraba: “La democracia socialista empieza con la destrucción de la hegemonía (burguesa) y la construcción del socialismo (...) Pero esa dictadura (del proletariado) tiene que ser la obra de la clase y no de una pequeña minoría que dirige en nombre de la clase; es decir, ella debe ser la expresión leal y progresiva de la participación activa de las masas, ella debe sufrir constantemente su influencia directa, estar bajo control de la opinión pública en su conjunto, manifestar la educación política consciente de las masas populares” (2). Antonio Gramsci, que había profundizado en la teoría política marxista aportándole conceptos como hegemonía, dominación, dirección y dominio, sociedad civil, sociedad política, gobernantes y gobernados…, siempre tuvo en cuenta la contrahegemonía construida por el pueblo, y previó que el llamado centralismo democrático en el Estado, saturado el grupo dirigente, podía transformarse en una camarilla que perpetuara sus privilegios, sofocando el nacimiento de nuevas fuerzas aunque fueran afines a los intereses dominantes fundamentales; el propio Gramsci fue muy enfático en profetizar que si la burocracia se separaba de la masa, formaría un grupo conservador muy peligroso para los intereses del socialismo. Tanto Luxemburgo como Gramsci realizaron aportes significativos al estudio del papel de la burocracia en el socialismo, cuyas acciones podían poner en riesgo el objetivo emancipador del sistema.

Los burócratas del capitalismo de Estado fueron capaces de generar una violencia cada vez más creciente ante las cíclicas crisis pronosticadas por Marx, y frente a aquellas ni imaginadas por él, surgidas por la complejización y desarrollo del sistema. Después de la Segunda Guerra Mundial, el Comité de Actividades Antiamericanas alimentó la paranoia de los burócratas, con Joseph Raymond MacCarthy a la cabeza, cuyas acusaciones iniciaron “la cacería de brujas” en los Estados Unidos bajo un feroz y demente anticomunismo. Otras formas de burocracia del capitalismo de Estado mantuvieron cierta estabilidad momentánea ante la crítica situación social a que había conducido la modernidad; Charles de Gaulle, por ejemplo, en la posguerra francesa descapitalizada y con una industria no competitiva, se había preguntado: “¿Cómo se puede gobernar un país que tiene 300 clases de quesos?”; el gaullismo inició un sistema burocrático para organizar una industria en crisis mediante un sistema planificado de dirección estatal que buscó coordinar los sectores privados y públicos para reactivar la economía dentro del capitalismo; sin embargo, en el llamado Mayo Francés de 1968 estallaron disturbios en París protagonizados por estudiantes que una vez graduados no tenían trabajo: apareció una violencia que terminó por derribar al régimen gaullista y la burocracia sorprendida no pudo controlar la situación. Se ha manejado el término “capitalismo de Estado” para identificar a sistemas en que existen burócratas de varios tipos, tanto procapitalistas como anticapitalistas, por lo que los primeros se incluyen en la proyección weberiana y los segundos forman parte de la política y la economía de un Estado que intenta la construcción del socialismo. Técnicos privados o estatales; asesores de corporaciones, empresas, presidentes y ministros; especialistas de compañías o de ministerios, conforman una gran burocracia con autoridad legal y administrativa que constituye un grupo o modelo, llamado a enfrentar los problemas económicos, sociales, políticos, culturales… de la sociedad en cualquier parte del mundo; esta construcción puede ser equilibrada y necesaria, o desequilibrada y enajenante, en dependencia del costo social que implica y los objetivos que se trace: la burocracia estatal o administrativa es una necesidad, lo que es una disfunción es el burocratismo, y en el socialismo hay que tener presente que socialización no es estatalización. Pero en la sociedad posmoderna, se desequilibraron los burócratas estatales a favor de los privados y sus nuevos teóricos; esta vez los neoliberales de los años 80 y 90, volvieron a echar mano a la desregulación estatal para consagrar el fetiche del mercado y conseguir superganancias, por lo que la fuente teórica volvió al irracionalismo de Nietzsche y Heidegger; se argumentaba sobre las relaciones de poder y la hegemonía de la individualidad, otros enfatizaban en la salvación del mercado como la solución de todos los problemas. Bien sabemos la debacle que ocasionó este último ensayo del neoliberalismo. Con el desarrollo de la informática, la globalización de las telecomunicaciones y el perfeccionamiento de la robótica, los últimos estrategas del capitalismo han pronosticado que posiblemente a finales del siglo actual, no se conocerá ningún sistema burocrático en los países de mayor desarrollo tecnológico; sería la muerte definitiva de Weber, pues los burócratas serían reemplazados por sistemas automatizados. ¿Comenzará la era de los “robótcratas”?

Continuará…

 

Notas

(1) V. L. Lenin: “IV Congreso de la Internacional Comunista”, en: Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1961, t. 3, p. 773.

(2) Citado por Aurelio Alonso Tejada en “Rosa Luxemburgo, una mujer demasiado revolucionaria” , incluido en Rosa Luxemburgo, una rosa roja para el siglo xxi, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2001, p. 167.

 

 


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