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Carilda y el amor al sur de su garganta


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Allá, a mediados de la década del 40,  del pasado siglo, un grupo de muy jóvenes alumnos del Instituto Preuniversitario de la Víbora, en La Habana, conformamos un Grupo literario llamado “Raíces”. En otras ocasiones, me he referido a él. El principal animador de estos encuentros de creadores, fue el poeta matancero Isidoro Núñez, hace un tiempo fallecido. Recuerdo aquellos instantes de la vida, con una especial emoción.

Leíamos y escribíamos incansablemente. Muchas de nuestras lecturas predilectas se circunscribían, a los poemas de Martí, Darío, Neruda y Vallejo.

Nos dominaba en ese momento, un intenso deseo de amar, de crear y de vivir a plenitud.

Un día, de esos maravillosamente claros y soleados de nuestra Patria, pasaron de mano en mano unos poemas, que para nosotros constituían una revelación. Eran de una muchacha matancera, que desde hacía algunos años, venía apareciendo en algunas publicaciones periódicas con sus preludios líricos, y que se llamaba: Carilda Oliver Labra.

Fue en 1949, cuando publica su segundo poemario: Al sur de mi garganta. Este cuaderno, también llega a nuestras manos, quizás a través de Isidoro, que pertenecía a la misma localidad de la autora y que además, la admiraba extraordinariamente.

La reacción de la intelectualidad cubana de la época, no se hizo esperar. El libro fue una sensación.

Emilio Ballagas, José Ángel Buesa, Galo Herrero, Antonio Iraizoz, Rafael Marquina, Salvador Bueno, Enrique Labrador Ruiz, Samuel Feijóo, Agustín Acosta, entre otros muchos cubanos y otros intelectuales extranjeros, dieron sus autorizadas opiniones.

 Era un caso muy especial, tan especial, que en el libro imprescindible de Cintio Vitier, Cincuenta Años de Poesía Cubana, el distinguido poeta y crítico expresa lo siguiente:

“Dentro del lirismo neo-romántico que representan, con modalidades diversas, según ya hemos visto, José A. Buesa, y Guillermo Villarronda, Carilda Oliver Labra, obtiene con su segundo libro: Al sur de mi garganta, un tono directo y personal, aunque inseguro todavía entre las experiencias reales de la provincia —que provocan sus mejores textos— y los peligros del provincianismo literario. Apuntamos en ella, su desenfado formal, esa ansia de veracidad, una pupila tierna o vigorosa para lo cotidiano, y desde luego, un temblor lírico genuino, que pueden conducirla a desarrollar plenamente sus más valiosas posibilidades”.

Aquella joven de cabello rubí, que como ella bien decía, la música de pronto le sube a su garganta, se presenta como una muy especial cantora, con una voz diferente y audaz:

Uso la frente recta, color de leche pura,

y una esperanza grande, y un lápiz que me dura,

y tengo un novio triste, lejano como el mar.

 

En esta casa hay flores, y pájaros, y huevos,

y hasta una enciclopedia y dos vestidos nuevos;

y sin embargo a veces…. ¡qué ganas de llorar!

 

Cuando con este libro de poemas, la poetisa, ganó el Premio Nacional de Poesía, tenía nada menos y nada más, que 28 años.

Se comentaba, que  muchos de los libros presentados a esa Convocatoria, hubieran podido merecer el galardón, pero el de Carilda, había roto todos los esquemas, muy auténtico, muy novedoso y arriesgado. Dicen, que ella no sabía que estaba concursando. Su novio medio paralítico, Hugo Ania, también poeta, lo había enviado, sin decirle absolutamente nada.

 

De su  poema, Elegía por mi presencia, son estos versos antológicos:

Señor tú  que  me quieres

y levantas al cielo las semillas:

comprende que la roca también sueña,

que hay una luz dormida en cada rayo,

que la yerba no quiso ser pequeña,

ni la flor es culpable de su tallo…!

 

Y haz algo por el día que atardece,

por la muchacha ya sin primavera,

por el enfermo joven que fallece,

por el que no te nombra, por cualquiera….

 

No pido por mí… Yo estoy conforme

queriendo paralíticos y ortigas.

Solo me pesa aquí la prisa enorme

de repartirme, cuando tú lo digas…

 

El tema era el amor, en todas sus formas. Algo, que quizás nos llamó la atención, era su manera de comunicar ideas, desenfadada y muy atrevida en aquellos tiempos tan conservadores y mojigatos. Alguien rompía el cerco. Con su voz, Carilda, desafiaba convencionalismos y decía cosas, que muchos no se atrevían a expresar.

Años después, cuando estudiaba en la Universidad la carrera de Filosofía y Letras, supe que mi profesora de Literatura Española, la Dra. Blanca Dopico, había formado parte del Jurado que otorgó a Carilda, el Premio Nacional de Poesía, junto a Iraizoz y Ballagas. Ella había votado por el libro, porque le veía asombrosas perspectivas.

Antes del 1ro. de Enero de 1959, el amor a la Patria, invita a la poetisa a escribir, y envía a la Sierra Maestra, su emblemático Canto a Fidel, muy apreciado y reconocido en nuestra cultura nacional.

En 1962, escribe esta cantora del amor eterno, su poema Al Dorso de un Retrato, del que escojo algunos versos:

Soy algo boba,

soy algo miope.

(Uno me daña y otro me roba,

Pero ando en sueños siempre a galope.

………………………………

Vida absoluta.

Hay cierta monja que nunca azoro,

hay cierta puta

aquí en mi carne. Con ambas lloro.

 

Cuando mañana se vuelva ayer

me haré de polvo un parentesco

En el retrato siempre  parezco

¡una mujer!

 

Muchos otros reconocimientos y premios, vinieron después para ella y flores, aplausos y recitales.

 

En 1997, le fue otorgado, tras múltiples nominaciones, “El Premio Nacional de Literatura”.

Una vez, estando yo en México, en el 2006, en un Encuentro poético latinoamericano, el principal organizador del evento, me dijo: “Me encantaría conocer a Carilda. Es sin duda, mi poetisa favorita. Si la ve, dígale que siento por ella, una gran admiración”.

Era un joven y valioso poeta mexicano. Con mucho gusto, trasladé el recado.

Hace algunos años, la poetisa visitó la Librería Ateneo, ubicada en Línea y 14,  en La Habana. Yo fui a verla. Llevaba nuevos poemas. La librería se repletó. Vi las caras de muchos asistentes. Tan jóvenes como éramos nosotros, aquellos estudiantes que nos reuníamos en el Grupo “Raíces”. Sentí una gran emoción. Carilda no envejecía. Seguía fulgurante, para que nadie pudiera equivocarse. El público la rodeaba y la aplaudía delirantemente.

Como ven, se siguen repitiendo esas demostraciones que siempre acompañan  a la creadora matancera  a lo largo de toda su  fructífera vida, tanto en Cuba, como en otros países del mundo.

La década del cuarenta, de nuevo, vino a mi mente, el poeta matancero Isidoro Núñez,  que admiraba tanto a Carilda, los amigos con quienes soñamos, los momentos de escarceos amorosos,  y los textos, que repetíamos una y otra vez, a veces, bajo un álamo donde solíamos reunirnos.

¡Cuánto tiempo ha transcurrido!

¡Qué bien vale recordarla en este mes de febrero del amor y la amistad!

Y ahora,  aquel poema Discurso de Eva, y este fragmento:

Ayer soñé que mientras nos besábamos,

había sonado un tiro

y que ninguno de los dos soltamos la esperanza.

Ese es un amor

de nadie;

lo encontramos perdido

náufrago,

en la calle.

Entre tú y yo lo recogimos por ampararlo.

Por eso, cuando nos mordemos,

de noche,

tengo como un miedo de madre a quien dejaste sola.

Pero no importa,

bésame,

otra vez y otra vez

para encontrarme.

 

Sin dudas, es Carilda, la Novia de la Atenas de Cuba, la que convoca a su hombre a las sales del cielo, esa mujer que sepultada por gatos y papeles, jamás sospecharán que vive, esa creadora, que a sus fabulosos 93 años, no deja de decir:

 

…y aunque quiero besarte arrodillada,

cuando voy en tu boca, demorada.

me desordeno, amor, me desordeno.

    


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