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Desde el terreno un aeda en el estadio


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Cuba y la pelota están unidas desde la época de los aborígenes. Es probable que en los areitos se recogieran cantos donde se lamentaran o festejaran por lo que para ellos era algo más que un pasatiempo. Y aunque algunos no ven ninguna relación entre el juego de batos que realizaban nuestros primeros habitantes con el actual, no es menos cierto que fue motivo de inspiración para nombrar Batos, a la fábrica de implementos deportivos.

El béisbol se empieza a jugar en la Isla en la segunda mitad del siglo XIX y aunque hasta hace poco se discutía sobre la paternidad de este deporte, no se le ha dado mucha promoción, a pesar de los esfuerzos del historiador Félix Julio, al hecho de que fue en nuestro país, en 1889, que se publicó lo que fue el primer libro sobre la pelota en el mundo: El Base ball en Cuba, de Wenceslao Gálvez y Del monte. Este fue reseñado por el poeta Julián del Casal, quien, a pesar de su carácter melancólico, del cual se hizo eco su poemario Nieves, volcó su calor exaltando este título. Bonifacio Byrne, otro de nuestros poetas insignes, dirigió El Bat, un seminario deportivo en Matanzas. Literatura y béisbol se unen por algo tan afín a los hombres como es la pasión y si de eso se trata la poesía emerge como la mejor manera de expresarse.

En Cuba la lista de poetas que han escrito sobre la pelota se engalana con autores de la talla de Nicolás Guillén, Poeta Nacional, si a alguien aún le queda duda de por qué lo es, subráyese su amor hacia el béisbol. Comprendió la importancia que tenía este deporte para nuestra soberanía y lo defendió. De su pluma salieron poemas que trataban de recobrar nuestro orgullo nacional a través de la ironía, el choteo, algo tan afín al cubano, como el publicado en Cualquier tiempo pasado fue peor: “Un club cubano de béisbol: / Primera base: Charles Little. / Segunda base: Joe Cobb. / Catcher: Samuel Benton. / Tercera base: Bobby Hog. / Short stop: James Wintergarden. / Pitcher: William Bot. / Files: Wilson, Baker, Panther, Sí, señor. / Y menos mal el cargabates: Juan Guzmán”. Sirvan estos versos para cuando comparamos hoy nuestros equipos “cubanos 100 por ciento”, con la nómina de otros países. También rindió sentido homenaje en una elegía a ese pelotero insigne que fue Martin Dihigo, con frases tan dignas de destacar en su lucha contra el racismo como: “El rostro de ceniza (la muerte de los negros) y los ojos cerrados persiguiendo una blanca pelota, ya la última”.

José Lezama Lima se enorgullecía de ser un buen field de una novena organizada por los muchachos de Prado y Consulado, es difícil de imaginarlo como un fanático capaz de permanecer inmóvil en el estadio observando un juego entre el Habana y Almendares que duró 21 entradas, como él mismo le confesara a Ciro Bianchi. A otros integrantes del grupo Orígenes como el matrimonio formado por los poetas Fina García Marruz y Cintio Vitier, la pelota, les motivó artículos y poemas, donde dieron fe de su importancia para nuestra identidad. Nótese la coincidencia de estas palabras de Fina, con Guillén: “Hablo de un tiempo en lo que lo único serio fue el deporte…Sólo era libre el pelotazo de Luque”.

Después de la Revolución la Pelota siguió su paso arrollador ganando cuanto título era posible, grandes momentos inspiraron a este pueblo que la seguía primero por la radio y después en la televisión. Los ánimos se exaltaban, los amigos se hacían enemigos y viceversa y los poetas corrían lápiz o bolígrafo en mano a escribir su poema donde sus ansias de ser jugadores quedaban implícitas en cada verso. Para destacar está el Pio Tái de Roberto Fernández Retamar donde hace un verdadero homenaje a figuras destacadas de este deporte como al citado Adolfo Luque, Martin Dihigo y hasta al árbitro más famoso que ha pasado por nuestro deporte nacional, Amado Maestri, entre otros: “… donde quiera que estén, reciban los saludos de estos jugadores en cuya ilusión vivieron ustedes/Antes (Y no menos profundamente) /Que Joyce, Mayakosvski, Picaso o Klee, /Esos bateadores de 400. / Y ahora, pasen la bola”. Al poeta no le interesa inclinarse ante los grandes peloteros a quien pone en igualdad de condiciones que los grandes poetas, narradores y pintores; ya lo había hecho Guillén en Deportes al comparar a Darío con el pitcher Méndez.

Félix Luis Viera y Raúl Rivera, también dedicaron poemas a la pasión beisbolera, pero en ambos casos la mujer emerge como protagonista, no es un ente pasivo, puede ser tan fanática como los hombres. Por ejemplo, en Cada día muero veinticuatro horas, dice Viera: “…pero cuando le pregunté su opinión de la Poesía, me respondió que lo más importante era saber qué base yo jugaba”.

En el año 2000 un muchacho pinero, José A. Taboada, al igual que a Wenceslao Gálvez, le toca tal vez sin saberlo, estadísticamente hablando, la gloria de haber sido el primero en publicar un título de poesía íntegramente dedicado al béisbol, Infield Hit, pero a diferencia de nuestro pionero letrado en pelota, la calidad literaria no dejaría espacio a la duda y recibió el Premio de la Ciudad. Logra Taboada a través de un lenguaje coloquial, e intencionalmente subrayo el adjetivo que se ha vuelto maldito en los últimos años para la poesía cubana; repito, como coloquial es la pelota y porque así fue el lenguaje de los primeros aedas, trasmitirnos la historia casi completa del béisbol en Cuba, a partir de unos versos donde una vez más la palabra ora bate, ora pelota, va de página en página ante la vista del lector que participa de una jugada casi perfecta.

Fui testigo de un hecho que vale la pena contarse: Era el año 2009 y en el Prado de La Habana, junto a los leones, se presentó un libro de poemas y otro de pelota; el poeta era Mario Martínez Sobrino y el exjugador que motivó el libro era Agustín Marquetti, los transeúntes se detuvieron un buen rato para oír hablar de poesía y béisbol. El pelotero disfrutó los poemas de Sobrino y este se mostró sobre todo orgulloso y confesó haber sido un buen pelotero.

En el 2010 Ediciones Unicornio publicó dos títulos imprescindibles si se trata de vincular la literatura con el béisbol. Escribas en el estadio y Aedas en el estadio, en el primero un grupo de narradores entre los que sobresalen Leonardo Padura, Terry Valdespino, Alberto Guerra, entre otros, hacen revivir instantes de la pelota cubana a partir de historias que toman como denominador común el béisbol. Los aedas son antologados por José A. Taboada y…, quienes siguen el camino iniciado por Casal y se dan a la maravillosa tarea de unir a Guillén, Retamar,… quienes junto a voces nuevas como las de Carlo Esquivel… se inspiran en el deporte de las bolas y los straight para recrear un universo lírico capaz de conmover hasta los que no aman el béisbol.

Taboada, es uno de esos fanáticos a quien es imposible de imaginar como a Julián del Casal, escribiendo sobre la nieve, es más fácil imaginárselo indio que juega batos sin zapatos, ligero de ropas en una de las polvorientas calles de su ciudad natal. El padre siempre alentándolo, viendo en él lo que no pudo ser: un gran campeón, por eso en la sección denominada De los terrenos ofrece una preparación no física sino espiritual, y se inspira en su propia infancia, traumatizada por ser un gran pelotero, como también lo hizo Guillén en Deportes y cuenta cómo solo puede hacerlo la poesía a partir de la palabra precisa, como su padre amante de los Almendares soñó con verlo convertido en una de sus grandes estrellas -Martín, Adolfo o José Antonio-: “Entonces me convertí en cantor/en el intruso que lo capta todo/ lo escribe todo./ Ahora soy el elegido que se conforma con ver el juego/ desde las gradas”, pero nos alerta a través de la metáfora “fui un trueno irreverente”. Entonces nada escapa de la mirada privilegiada del poeta que conoce el béisbol, los fanáticos, los jugadores, las estadísticas y sobre todo las muchachas que van al estadio, todo es motivo de escrutinio poético y de canto. Nos contaba el autor un hecho particular del estadio de la Isla, Cristóbal Labra, que fue el primero en Cuba, donde las jovencitas, muchas de ellas becadas allí, iban y gritaban con la misma pasión de los hombres, inspirando muchas veces los jonrones de más de un pelotero: “la muchacha del colegio se reirá de ti/dirá que no estás preparado/ para jugar al duro/y habrá que sacarla del terreno/para que no te devore./ Ella no puede entender por qué Guillén/ Maiakovski /y Darío son inmortales/por eso se escapa al stadium/por eso fuma a escondidas/y no le importa la mediocridad/del aula”. Esta imagen se resume en “y es que el stadium es eso/un hervidero donde brotan muchachas”. Esta es una particularidad real del Cristóbal Labra que el poeta inmortalizó a través de estos versos.

El libro deviene homenaje a los peloteros de antes como mencionamos, pero también a Pacheco, Germán, Anglada, Alexander, et al. El poeta sabe aquilatar el sacrificio que hacen los que están entre el Polvo y el sol, bien pudo ser el otro título de este libro, pero más que escribir Taboada juega en las distintas posiciones y psicológicamente saca partido: “El jugador –tenso los muslos–/avanza por la intermedia /registra su música interior/ –la ama–/echa a correr sus piernas/y deja un temblor de aliento/en las tardes”.

Pero es en Probabilidad estadística donde ese conocimiento del hombre que hay en cada atleta se eleva poéticamente hablando como jonrón a las estrellas y se dicen frases como: “Estaba tirado en la línea de cal/sin fuerzas para sostenerse/las gradas estaban repletas de aficionados/que veían al jugador lleno de tierra/como el hombre que ha venido de tan lejos a morir/a recoger el polvo/porque la guerra era una mujer difícil/con mucho miedo enterrado en los ojos”.

Desde las gradas el aeda juega las diferentes posiciones, lo domina todo, se convierte en todo, menos árbitro; no va él a “cantar una jugada”, no cometerá un error, sabe que más importante que decidir un partido es ir a los barrios y rescatar a los chamas, de ahí esa sección que hace en este poemario tan original y necesario para estos tiempos en los que la pelota cubana necesita de la poesía para enaltecer los ánimos. Los más jóvenes encontrarán el consejo oportuno, sin teque: “Aún estás a tiempo/el tren para ti no ha partido/ espera paciente tu llegada/ pero debes sudar sofocarte/ y calentar los hierros de tus brazos/para que ocupes el lugar de Antonio/ de Oscar/ de Alexander/ y seas la estrella/ el capitán”. El homenaje oportuno, nos hace recordar al Juan Candela de Onelio Jorge Cardoso: “el tipo duro que ha escupido el techo/ de su casa/el de los cuentos increíbles/ que resoplan en la pared/mientras la tarde cae con su resplandor de oro”. Y como buen heredero de Nicolás Guillén se hace extensivo el homenaje a los negros: “Son dos los negritos y no diez/ que prefieren jugar al taco/en la esquina de 57 y 24/antes de ir a la grama/al pasto verde/ al diamante/ y hacer realidad el sueño de sus vidas”.

Han pasado 16 años desde la primera edición por Abra de este poemario, sin embargo la pelota cubana no logra emular con los tiempos de su historia de oro, los que fueron narrados por Leonardo Padura y Raúl Arce en Estrellas del béisbol, el final de este poemario coincide con aquellas palabras de Félix Isasi de cómo dejar el alma en el terreno: “Nos falta todo para creernos invulnerables:/nos falta el corazón/tocar la bola/robarnos el home/sacrificarnos/ maltratarnos/lesionarnos /morirnos”. Y el poeta imbuido de un Casal nos dice: “Nos falta todo hasta las ganas de seguir luchando”. Publicar libros como este desmiente sus palabras. “Nos falta todo, menos las ganas de seguir luchando”.


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