El costumbrismo literario cubano


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Antes que el Papel Periódico de la Havana (1790-1805) publicara sus artículos de costumbres o poemas satíricos, ya la sociedad ilustrada habanera prefería leer análisis sobre ciertas prácticas rutinarias en la sociedad y acerca de comportamientos típicos de algunos personajes, casi siempre con una velada o biliosa crítica que invitaba al humor, en escrituras alejadas de la tradición conservadora española. La Historia de la Isla y Catedral de Cuba —concluida hacia 1760 por el sacerdote dominicano Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, obispo de Cuba entre 1750 y 1768— muestra una riqueza documental de gran valor sociológico, ilustra asuntos cotidianos de la Isla desde una perspectiva de cronista y da a conocer tradiciones, con lo cual se distancia de otros informes de la época. Morell deja ver la vida de sectores no hegemónicos de la sociedad colonial cubana, con modos y costumbres revelados por vez primera. En estas páginas puede encontrarse el germen del costumbrismo cubano.

Sin comprometer el término “costumbrismo” al de la literatura romántica relacionada con la clase burguesa en ascenso, sino solo al relato que describe un cuadro de costumbres y sus personajes arquetípicos, comprobamos que estuvo presente en la literatura española desde el Libro de buen amor (1343), y durante el siglo xviii se reactivó en Europa mediante la prensa; en la Península tuvo éxito en el periódico madrileño El Pensador, de José Clavijo y Fajardo. El historiador Jacobo de la Pezuela afirma que también en La Habana hubo un “Pensador” redactado por Morell de Santa Cruz e Ignacio José de Urrutia y Montoya. Morell, Urrutiay Félix de Arrate y Acosta fueron nuestros primeros grandes historiadores y registraron las costumbres de la Isla con gran sentido crítico y proyección sociológica. Sin embargo, quizás el cuerpo literario más sistemático corresponde al Papel Periódico de la Havana hasta que cambió de nombre.

En el Papel… aparecen polémicas y críticas sobre el vicio, los hospicios, el trato a los presos, las formas de educación de los hijos, la confusión en el uso de los trajes, la imitación del estilo, los medios violentos de que se valen los maestros para educar, los correctivos que le aplican los hombres a las mujeres, la conversación entre hombres, la ironía hacia un caballero educado en Madrid, los funerales y los pésames, la concertación de duelos… Además, pueden encontrarse cuentos raros, historias de extrañas enfermedades, prácticas supersticiosas y fanáticas… que entrañan una descripción de la vida cotidiana, así como sonetos dedicados a personajes arquetípicos de la época como el petimetre, junto a letrillas satíricas o reflexiones sobre la manía de versar. Este costumbrismo tuvo tanto éxito entre los lectores del Papel…, que posiblemente de sus demandas surgiera un continuador del costumbrismo en el Regañón de la Havana.

El Regañón… cuyo dueño y único redactor fue Buenaventura Pascual Ferrer, prometía que haría “una crítica juiciosa, y arreglada de los usos, costumbres, y diversiones públicas de esta ciudad, y de los monumentos de las bellas Artes, que en ella existen: Censurará mensualmente todos los Discursos, que se dan a la luz en los diversos Periódicos que se han publicado”. De esta manera se dedicó casi exclusivamente a la crítica social, para reflejar costumbres y vicios de sus contemporáneos, aunque también sus progresos. El Regañón… polemizó con otras publicaciones y fue duro con el teatro y los espectáculos. El investigador Joaquín Llaverías afirma que, en el último número de 1802, Ferrer se despedía de sus lectores alegando que “ha llegado ya el tiempo de que se concluya el Tribunal censorio que tanto ha dado que hacer a los escritorcillos y poetas que han danzado en la literatura de esta ciudad. El Regañón y censor general que los dirigía está próximamente a marcharse por la capital del reino de España”.

Mas con este cierre el costumbrismo no quedó clausurado, pues en la abundante prensa de entonces muchos escritores dejaron huella de continuidad con esta demanda de los lectores cubanos. El poeta neoclásico Manuel de Zequeira y Arango fue uno de los autores que más se destacó en el cultivo de temas vernáculos, mediante la décima y el soneto, especialmente desde sus colaboraciones de El Aviso de la Habana, publicación del gobierno que siguió al Papel… y en otros periódicos. Poetas románticos como José Jacinto Milanés y José Lorenzo Luaces también contribuyeron con su obra poética a la regeneración moral de su tiempo mediante poemas con críticas a figuras y prototipos, que de alguna manera formaban un cuerpo de literatura costumbrista. Milanés se esforzaba por escribir una poesía de carácter moral que denominaba “segunda naturaleza”, alentada por Domingo del Monte: “El ebrio”, “La ramera” y “El hijo del rico” son algunos ejemplos. Luaces lo hacía desde su mirada filantrópica, pero con un carácter también de restauración ética; son los casos de “La madre impura”, “La madre infame”, entre otros. Un aparte merece Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, quien describió en décimas escenas inolvidables, como el guateque o las monterías.

En numerosos artículos y autores aparecidos en la prensa entre 1830 y 1870 cristalizaron los primeros ejemplos literarios dignos de consideración desde esta perspectiva costumbrista en la centuria. Resulta curioso que esta contribución esencial a la integración de la nacionalidad cubana apareciera en diversas ciudades y a cargo de autores disímiles. Aun cuando se reconocen influencias españolas como las de Ramón de Mesonero Romanos, Mariano José de Larra y Serafín Estébanez Calderón, los artículos de los cubanos concretaban tipos y costumbres que retrataban su realidad con gran conciencia de lo nacional. Entre los articulistas de costumbres cubanos más destacados se encuentran Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño; José María de Cárdenas y Rodríguez, Bartolomé José Crespo, Antonio Bachiller y Morales, Felipe Poey, José Victoriano Betancourt, Manuel Costales y Govantes, Anselmo Suárez y Romero, Pedro Santacilia, Francisco de Paula Gelabert, Luis Victoriano Betancourt…

Desde todas las posiciones políticas como el reformismo, el anexionismo o el independentismo, incluso, desde el autonomismo, los articulistas de costumbres fueron definiendo una posición de identidad cultural cubana en tiempos en que era necesario presentar ya el verdadero rostro de la nación. Es frecuente que los críticos de estos artículos señalen que, en sentido general, no plantearon problemas esenciales de la sociedad, porque solo recorrían lo epidérmico o se escurrían hacia lo externo de sus manifestaciones, y es cierto; sin embargo, no hay que exigirle al género este requisito; grave sería que los textos con pretensión de “artículos de fondo” no tengan tal profundidad, como a veces sucede, sin que esos mismos críticos se fijen en ello y miren hacia otra parte para no buscarse problemas con quienes los escriben. Los artículos de costumbres deben entretener con buen humor, y al mismo tiempo descubrir aspectos ocultos de individuos y mecanismos sociales velados, que contribuyan a definir el tejido que nos distingue como nación. Su apreciación no solo debe estar relacionada con su valor literario, sino además con la objetiva caracterización de los problemas de “la cosa pública” en los diferentes sectores, un elemento determinante para penetrar con otros ojos en la realidad.

Dentro del género se realizaron ediciones de lujo como Los cubanos pintados por sí mismos, de 1852, y el álbum Tipos y costumbres de la Isla de Cuba, de 1881, ilustradas por el proespañol Víctor Patricio de Landaluze. Tipos… fue dedicada a don Ramón Blanco, marqués de Peña Alta y gobernador de Cuba, y presentada por Antonio Bachiller y Morales, con textos de algunos de los articulistas mencionados, y otros como Francisco Valerio, Fernando Urzais, J. A. Suzarte, José Agustín Millán, José E. Triay, Enrique Fernández Carrillo, J. García de la Huerta…, con títulos recordados como “El oficial de causas”, “El gallero”, “La mulata de rumbo”, “El bombero del comercio”, “Los guajiros”, “El mascavidrio”, “El médico del campo”, “La vieja curandera”, “La partera o la comadrona”, etc. No obstante su carácter integrista y reaccionario, Landaluze, empeñado en ocultar los horrores de la esclavitud con escenas amables y galantes protagonizadas por negros, y desconocer el amor de los cubanos por la independencia, contribuyó sin quererlo a forjar sentimientos de identidad cultural y tributó, paradójicamente, al fortalecimiento de los ideales nacionales.

Otros resultados e impactos tuvieron las prosas del joven poeta Julián del Casal en diversos periódicos y revistas, no pocas de ellas conceptualizadas dentro de la crónica social del modernismo, pero a veces cercanas a los artículos de costumbres del romanticismo, con un estilo literario nuevo. Casal se mantuvo activo como cronista y usó varios seudónimos —Conde de Camors y Hernani, entre ellos— en varias publicaciones como La Habana Literaria, El Fígaro, La Discusión, El País y La Habana Elegante, esta última, órgano oficial del Círculo Habanero, cuyos directivos desautorizaron los artículos de tono satírico de Casal relacionados con el general Sabás Marín y su familia, pues produjeron incomodidad no solo entre la familia aludida sino entre la clase pudiente del país. El incidente terminó con la cesantía del humilde poeta que tenía un cargo público menor en la Intendencia de Hacienda. Baste ese ejemplo para tener en cuenta las diferentes recepciones del reflejo las costumbres.

Las escenas de costumbres estuvieron muy apegadas al teatro vernáculo durante mucho tiempo y llegaron a su máxima expresión en el Alhambra, con los libretos de Federico Villoch, una tradición retomada después de 1959 en algunas presentaciones del Teatro Musical de La Habana y más recientemente en espectáculos promovidos por el Centro Promotor del Humor, empeñado en mantener y perfeccionar su compleja línea de trabajo, una de las más demandadas por el público. Asimismo, pasaron al imaginario popular las “estampas” declamadas por Luis Carbonell, de fuerte impronta costumbrista, los monólogos de Virulo y del inefable Carlos Ruiz de la Tejera, y programas televisivos como Casos y cosas de casa, Detrás de la fachada, San Nicolás del Peladero y Punto G, entre otros que con mayor o menor fortuna se acercaron al género.

Los periodistas que con más frecuencia y definición reactivaron el costumbrismo literario durante los años de la República fueron Emilio Roig de Leuchsenring y Eladio Secades. Roig colaboró en las principales publicaciones de su tiempo y acumuló una extensísima obra como historiador, etnólogo y periodista, siempre a la vanguardia de las causas más justas y democráticas; fue uno de los estudiosos más importantes del costumbrismo cubano y recopiló cuatro tomos de La literatura costumbrista cubana de los siglos xviii y xix; resulta imposible conocer a fondo la República sin leerse sus crónicas aparecidas en Carteles o en Gráfico, con la caricatura correspondiente de Conrado Massaguer; temas como la manía de hablar por teléfono, la politiquería, la falsedad del Día de los Difuntos, la chismografía, los llamados “consagrados” a una materia, los moralistas, los especialistas en darse “autobombo”, los “mariposones”, las que reafirman su condición de solteras, la familia “distinguidísima”, el caballero que ha perdido a su señora… forman parte de las lecturas obligadas para quien pretenda conocer a Cuba. Secades, especializado en crónica deportiva, escribió en diversas publicaciones periódicas como Alerta, Bohemia, Carteles, Zig-zag, Diario de la Marina, etc.; sus Estampas o crónicas costumbristas ubicadas entre 1941 y 1958 demostraban un poderoso sentido de la observación y el ridículo; bien escritas y con humor, conformaron un estilo inconfundible porque se apropiaron de una síntesis de las maneras de actuar regular del cubano y dejaron una huella en sucesores como Héctor Zumbado, que publicó asiduamente durante un tiempo en el periódico Juventud Rebelde memorables textos que solían “castigar riendo las costumbres”, al igual que, en el propio diario, los de Enrique Núñez Rodríguez, autor que estimuló esa modalidad en el periodismo, el teatro y la televisión.

El costumbrismo literario cubano prácticamente ha desaparecido hoy en la prensa plana, aunque sobrevive en medios digitales gracias a creadores como Laidi Fernández de Juan y Ricardo Riverón. Lo que más se le acerca en medios de amplio acceso son los libretos o guiones para programas de radio y televisión, aunque también está desapareciendo de la radio —todavía se extraña el programa Alegrías de sobremesa, escrito por Alberto Luberta, cuyas estampas humorísticas mantenían un sabor costumbrista. Hoy queda en la televisión Vivir del cuento, que escribe Jaime Fort, con Luis Silva en el personaje protagónico de Pánfilo, un prototipo de anciano sin recursos, obsesionado por que no se elimine la libreta de abastecimientos; y en la escena, la labor de grupos y humoristas “en solitario” que acuden a la cotidianidad del cubano como fuente de inspiración. Estimular su ejercicio culto y agudo podría ser un camino más para diversificar y enriquecer nuestros medios, y para tomar muy en serio esa suerte de indagación sociológica que ha sido siempre la literatura costumbrista.


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