El regreso de Manteca en el setenta aniversario de su autor


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Este año cumpliría Alberto Pedro Torriente (1954-2004) setenta años y el teatro cubano lo mantiene vigente con una nueva puesta en escena de Manteca, uno de sus textos más conocidos, de la mano del director cubano norteamericano Alberto Sarraín con un reparto de actores de diversas procedencias profesionales como Faustino Pérez, Indira Valdés, Enrique Bueno, David Reisk y Falconerys Escobar.

Durante tres semanas consecutivas, de jueves a domingo, se presentó el espectáculo en la sala Adolfo LLauradó de la capital con una nutrida concurrencia de público.

La obra, creada en las circunstancias del llamado “período especial” de los años noventa del pasado siglo, encuentra una nueva caja de resonancia en las condiciones de la realidad cubana del presente.

El elenco que disfruté compuesto por Faustino Pérez, como Celestino; Indira Valdés, como Dulce y Falconerys Escobar, como Pucho realizan sus labores con esmero a tono con la concepción de esta puesta de Alberto Sarraín, la tercera que el director realiza sobre la obra. Las anteriores corresponden a 1997 y 2002.

Para quienes vivimos el suceso teatral de su estreno, en 1993, rodeado, además, de una serie de condiciones que crearon un clima de “amenaza de censura” resulta difícil dejar atrás aquella experiencia en la cual intervenían Sergio Vitier y sus músicos en vivo, en un reducido y abigarrado espacio del Centro Brecht, en la sinagoga de 13 e I, en El Vedado. Para mayor realce la función del Festival de Teatro de La Habana de aquel año dio inicio a las seis de la tarde y aún los reflejos del sol irrumpían por los cristales superiores de la amplia puerta de entrada y caían sobre las figuras del intenso Jorge Cao, como Celestino, una inspirada Celia García, como Dulce y Michaelis Cué en su austero e inquietante Pucho.

 Cierto es que el teatro es arte efímero, pero tal pareciera como si, no obstante, algunas representaciones pudieran quedar grabadas en piedra.

Sin embargo, se agradece a Sarraín y todo su equipo el regreso de la obra de Alberto Pedro a escena para diálogo y gozo de todos, sobre todo de nuevas generaciones y sectores de público.

En lo general, nuestras condiciones de vida pueden guardar ciertas similitudes con las de los tempranos y sorpresivos noventa, pero, en lo esencial, las de ahora han remontado las cotas de aquellas y se trata de una situación socio política – que es el plano donde habita también el arte— de una enorme complejidad y trascendencia.

Tal vez por ello, esta vez la obra me llegó “historizada” sin que tal idea sea propósito de este proceso. Continúan siendo referentes comunes la aguda escasez y los cortes de luz, pero ahora otros tópicos ocupan nuestros primeros y raigales planos.

La zona de la acción escénica esta vez se ha reducido y trabajado como un sitio inextricable donde cada hermano cuenta con un limitado espacio propio y hay algunos recursos que escapan a mi lectura, como la reiterada ida a proscenio para expresar ideas de mayor importancia, la apertura de los paraguas en un momento dado o la capa roja brillante y nueva que envuelve al Celestino que regresa tras cumplir la tarea que los otros le han dejado.

En la misma cuerda supongo que Pucho está vestido a “lo Pierrot”, sin que falte el fondo blanco de su máscara, porque la trama se desarrolla un día final de año y es este una especie de disfraz festivo, pero la máscara tiene, entre sus características, la función de anular el rostro del intérprete como recurso de comunicación en tanto ella mantiene una expresión fija, con lo cual el actor que la lleva está obligado a valerse de otros medios para expresarse.

Inevitablemente Manteca nos devuelve a uno de los grandes temas de nuestra dramaturgia: la familia, y me sumerge en un universo de imágenes y sensaciones. Entre sus exponentes distingo a Aire frío, La casa vieja, La noche de los asesinos… Más adelante vinieron otros, con nuevas características: Morir del cuento, Mamíferos hablando con sus muertos… Comparte la estirpe y, al igual que las referidas, en su estilo, con los particulares procedimientos creativos de su autor, también tributa a ese misterio que muchas veces, en voz queda, nombramos Cuba.  

 


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