El simbolismo de un ascenso


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Subir al punto más alto de Cuba, a la cima del Pico Turquino, no es cosa de juego. Implica sacrificio y atrevimiento. Cada escalada tiene su historia, sus sensaciones más íntimas. Hacerlo significa mucho más que un hecho o metas individuales. Constituye un símbolo, un mensaje de voluntad y fidelidad a las esencias, de capacidad para vencer los obstáculos y seguir en el camino de los sueños.

Desde hace más de 10 años, jóvenes creadores de la Asociación Hermanos Saíz siempre llegamos en agosto al encuentro con el busto del Apóstol, a mil 974 metros sobre el nivel del mar. Ahí está también el recuerdo de la heroína Celia Sánchez Manduley, su padre y la escultora Gilma Madera, quienes lo llevaron hasta la emblemática elevación cuando se cumplían cien años del natalicio del Héroe Nacional.

Para nosotros es muy especial esta tradición, que mantenemos a pesar de la complejidad de las circunstancias. En la ocasión más reciente fuimos apenas 20 escritores y artistas del oriente del país, 20 amantes de la utopía, que desafiamos el fango y el cansancio, 20 inquietos que subimos como hermanos, inspirados en los poetas Luis y Sergio Saíz Montes de Oca, en Fidel y Martí. Ese fue también un ascenso por la esperanza y la vida.

Preámbulo

El itinerario incluyó durante los días anteriores las visitas al Museo de Cera de Bayamo y a la Casa Natal de Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria y Primer Presidente de la República en Armas, patriota y hombre de literatura y música. Disfrutamos una exposición dedicada a Fidel en el Museo Provincial de Granma, y caminamos por la primera Plaza denominada de la Revolución en el país y por el lugar donde fueron estrenadas las notas del Himno Nacional el 20 de octubre de 1868. Otro momento especial ocurrió en la sede de la AHS en ese territorio, fuente de trova y poesía.

Hasta el Monumento Nacional La Demajagua, en el municipio de Manzanillo, llegamos conscientes de estar en un altar sagrado de la nación, lugar donde palpita parte importante del corazón de Cuba. Muy cerca de la campana que retumbó el día del alzamiento inicial y de las ruinas del ingenio, conocimos más sobre los acontecimientos de aquel 10 de octubre de 1868, cuando comenzó la primera guerra por la independencia aquí. Más tarde desandamos el centro urbano de la ciudad también conocida como Perla del Guacanayabo, urbe con rica historia artística, cuna de Carlos Puebla, llamado Cantor de la Revolución, y de otras personalidades de la cultura de ayer y hoy.

Luego nos fuimos a Santo Domingo, comunidad de la Sierra Maestra, ubicada apenas a ocho kilómetros de donde radicó la Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata. Ahí la AHS tiene otra familia, pobladores que esperan cada año esta expedición de arte y sueños. El saludo de Jorge y otros trabajadores del campamento de pioneros exploradores Ramón Paz Borroto. El cariño y la certeza de que estábamos en otra casa.

Hacia lo más alto

El 12 en la madrugada comenzamos el ascenso hasta el campamento de Aguada de Joaquín, cinco kilómetros antes de lo más alto. Nos acompañaban los guías Oilet y Yordanys, dos amigos que siempre dan pasos firmes. Y el día 13 a las tres de la madrugada, fecha del cumpleaños 94 de Fidel y del aniversario 63 del asesinato de Luis y Sergio Saíz, retomamos el rumbo hacia la cima.

En la oscuridad compartimos la luz de un teléfono. Cuando alguien temblaba por el cansancio le brindamos la mano. Ante la lesión de alguien nos convertimos en enfermeros y algunos hasta en ambulancia. Así fuimos metro a metro por la serranía.

Los instantes siguen en nuestras mentes como recuerdos en movimiento. Ahí está el cansancio, la seguridad de que llegaremos a pesar del mal estado del sendero. Íbamos todos con agua, caramelos y algo más.

Cerca de las nubes hubo canciones, versos, y un abrazo gigante, muestra de hermandad. También fotos, muchas fotos, tal vez porque todos querían guardar el momento.

Para el joven poeta holguinero Norge Luis Labrada la experiencia fue inolvidable. “Llegar con un grupo de jóvenes diversos a lo más alto de Cuba me devolvió la fe, a pesar de este tiempo de coronavirus. Este ascenso y el abrazo entre todos fue una confirmación de que quedamos muchos comprometidos. Gracias por la devolución. Estoy orgulloso, ahora un poco llorón con ganas de encontrar otra vez a quienes me acompañaron en esta aventura”.

La actriz tunera Leonor Pérez Hinojosa asegura que nunca olvidará esas vivencias, gracias a las cuales conoció un poco más a su país y a otros creadores enamorados de la utopía.

Es inevitable recordar la emoción de la trovadora guantanamera Annalie López mientras cantaba al lado del busto de Martí, el entusiasmo del investigador baracoeso Carlos Urgellés, el ánimo del actor granmense Ruslán Domínguez o la fuerza de Yoana Aranda, a pesar del esguince en un tobillo.

El ascenso al Turquino representa también el espíritu de la AHS, una familia grande que jamás se deja vencer por los obstáculos, un grupo de creadores que se apoya en la conquista de los anhelos.

Son muchas las imágenes en nuestras mentes: las sonrisas, las canciones, el abrazo en lo más alto. Seguramente el Turquino seguirá recibiendo a jóvenes escritores, artistas e investigadores cada 13 de agosto durante muchos años. Ahí habrá siempre poesía.

 


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