En la cúspide del mundo


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Los principales órganos de prensa de Cuba y de varios países del mundo reflejaron las consecuencias del devastador terremoto que el 8 de octubre de 2005, con una intensidad de 7,6º en la escala de Richter, azotó las cadenas montañosas contiguas al Himalaya, al norte de Pakistán, país ubicado en el Asia meridional, con más de 170 millones de habitantes y límites fronterizos con Afganistán, China, India, Irán y el mar de Arabia. Los zarpazos del subsuelo convirtieron a Pakistán en una gran tragedia humana. Las cifras de víctimas fueron aterradoras: unos noventa mil muertos, de los cuales diecisiete mil nunca traspasaron la niñez.

En medio de la desdicha, la destrucción, el hambre, la desolación, el crudo invierno, las pérdidas y los sufrimientos, tal vez pocos lugareños tuvieron tiempo para pensar que desde la distante isla de Cuba separada por más de once mil kilómetros les llegaría el aliento y la solidaridad del Contingente Internacionalista Henry Reeve, integrado por colaboradores y profesionales de la medicina cubana, agrupados en treinta hospitales de campaña, tres de referencia y los puntos de apoyo necesarios para desarrollar esta tarea. Experiencias, preparación y disposición no les faltaban a sus integrantes.

Cuando países del llamado Primer Mundo no escucharon el reclamo humano de cientos de miles de hombres, mujeres, niños y ancianos pakistaníes, llegaron los ángeles caídos del cielo como les calificaron las autoridades civiles y religiosas locales dispuestos a ayudarlos en su desgracia. De esto trata la obra testimonial En la cúspide del mundo del Dr. Orlando Jiménez Martín, Especialista en Medicina General Integral, publicada por la Casa Editorial Verde Olivo y disponible en la red de librerías del país.

A pesar de haber cumplido anteriormente misiones internacionalistas en Venezuela, Guyana y San Vicente y las Granadinas, esta fue posiblemente la que mayor impresión dejó en la conciencia del doctor, y lo motivó a escribir sus recuerdos y vivencias cotidianas para que un amplio grupo de lectores conocieran la magnitud de la proeza realizada por un pequeño grupo de hombres de batas blancas en tan complejas y difíciles situaciones.

Escrito de modo ameno, con un lenguaje sencillo, asequible al más común de los lectores, el doctor Jiménez Martín nos conduce desde el momento en que estando cumpliendo misión en Venezuela, acudió al llamado de incorporarse al Contingente, del encuentro con Fidel en el Palacio de Convenciones y de su amplia conversación sobre los sucesos relacionados con el desastre en Pakistán, las zonas donde estarían dislocados, su preocupación por la alimentación, el consumo de frutas y alimentos energéticos, la calidad de las tiendas, la calefacción, los abrigos que debían entregarles y hasta por el agua que debían beber. No faltó la incitación a que algunos escribieran sus memorias, fruto de ello es también la que ahora reseñamos.

El médico-escritor o el escritor-médico nos va conduciendo con la certidumbre de quien siente la necesidad de dar fe de lo ocurrido con la mayor descripción posible de los hechos, de ubicar al lector en la topografía, el medio social, la cultura, costumbres y la condición humana de aquellos sufridos hombres, mujeres y niños, sin olvidar que ellos también son seres humanos, dotados de sentimientos y sensibilidad, capaces de sentir en su propia carne el dolor de los necesitados.

Así nos lleva a lo desconocido desde el despegue del IL 62 del aeropuerto de Rancho Boyeros el 11 de noviembre en un vuelo de más de veinte horas, hasta la llegada a Islamabad; el traslado hasta el lugar de residencia en el que al decir del propio autor parecía el viaje al nunca jamás, mientras que, a la vez, nos describe no solo la topografía que les rodea, lo accidentado del camino, el peligro por el acecho de tigres, osos, chacales y otras fieras bastante comunes en aquellas regiones, sino el comportamiento personal de cada uno, las expresiones de humor negro propio de las situaciones extremas, los recuerdos familiares y el sentido del deber ante aquellos que se aferraban a la vida, la preparación de condiciones mínimas para el trabajo, la alimentación y el descanso.

Con gran sencillez, el doctor Jiménez nos describe la humildad de los campesinos que acudían a las consultas, el modo en que eran atendidos, cómo se fueron eliminando las barreras idiomáticas y ciertas normas tradicionales que acompañaban el comportamiento de los habitantes a favor de una mejor atención clínica y los gestos de gratitud de aquellos para con los galenos cubanos.

Narra el autor que si se agradecía la ayuda sustentada en las posibilidades materiales, impactante era la manera en que los pobres se desprendían de lo escaso que poseían para ofrecérselo: reiteradas veces eran apenas su fuerza física y la voluntad en lo que fuera necesario: “¿Qué puedo hacer por usted? Me tengo a mí nada más”. Tales frases, nacidas de lo más profundo del corazón, se escucharon en reiteradas ocasiones. Así son los agradecidos.

No escapa en el texto la expresión de los sentimientos de cubanía presentes en los cooperantes de la misión médica desarrollada entre los meses de octubre de 2005 y junio de 2006 en Pakistán; su lucha férrea contra las adversidades climáticas, y la entereza por mantener de modo ininterrumpida la atención médica con todos los servicios disponibles aun cuando en ocasiones la naturaleza no les favorecía.

Todos, como uno, actuaron bajo el principio de resistir y vencer, y lo lograron. Así lo refleja el Dr. Jiménez Martín cuando manifiesta: allí enfrentamos y vencimos obstáculos de todo tipo: lo agreste del terreno, lo crudo del clima, la presencia de fieras salvajes; el riesgo biológico de atender pacientes con elevadas tasas de enfermedades trasmisibles, como la tuberculosis y la escabiosis; la gran barrera idiomática, la cultura y la religión totalmente distintas. Vivimos y trabajamos durante esos meses en condiciones de campaña, en zonas de muy difícil acceso, recorriendo largos trayectos por peligrosos caminos para poder desarrollar las labores de consultas y terrenos; durmiendo por espacio de muchos días sobre el suelo, con limitaciones de acceso a agua potable y a fuentes de abastecimiento de alimentación, en una zona de conflicto internacional entre dos potencias nucleares; pero aun así, pudimos llevar a cabo con todo éxito esta campaña.

Con la maestría del que sabe lo que quiere lograr, el autor dedica un espacio a sus compañeros de misión, sobre todo, a los que conoció más de cerca; al papel de las mujeres, que brillaron durante esos gloriosos días, sin quejas ni lamentos; a los que asumieron tareas de dirección o alguna responsabilidad extra a su trabajo; a los médicos, especialistas, enfermeras y personal técnico. Particular atención dedica a la bisabuela Zenaida Jiménez, la cocinera, compañera, amiga, madre y abuela que abrigaba con su trabajo y amor maternal a todos sus compañeros.

En la cúspide del mundo, capítulo que da título a la obra, su autor nos acerca no solo a la accidentada geografía pakistaní sino al valor espiritual y material del río Jhelum y cómo sus aguas y laderas se enlutaron ante el dolor y la muerte de quienes fueron arrasados por la fuerza de sus corrientes; a la labor realizada por los aguerridos hombres y mujeres del contingente internacionalista Henry Reeve, que con sus batas blancas, mochilas en sus espaldas, amor, patriotismo y sentido de responsabilidad, administraban medicamentos y manipulaban costosos equipos en nombre del pueblo cubano y su máximo líder para atender en solo siete meses a casi dos millones de pacientes.

No falta en la obra el momento del adiós, cargado de emociones, recuerdos, la llegada al país; el encuentro con los dirigentes cubanos, la familia, el hogar, las tareas y la espera de nuevas misiones…

Este es el libro que la Casa Editorial Verde Olivo pone a disposición de un amplio grupo de lectores. Si usted se decide a leerlo, sentirá el placer de una obra que lo ha acercado a la generosidad de un pueblo, a la consagración y preparación del ejército de batas blancas cubanas y sus elevadas cualidades éticas. Ojalá, y al igual que yo, se sienta agradecido por conocer un relato tan enaltecedor y humano como el que nos brinda Orlando Jiménez Martín en su testimonio En la cúspide del mundo.


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