Quizás porque, como medio de expresión artística, posean en lo esencial más de un elemento en común, no faltan en la historia de la cultura universal quienes hayan descollado por igual en la pintura y en la poesía. En nuestro país, varios nombres pudieran citarse, entre ellos el de Fayad Jamís, quien además incursionó en la edición, el periodismo y la diplomacia, susceptible de considerarse también un arte.

Representante de la llamada Generación de los 50, nos legó una trascendental obra literaria, gran parte de la cual aparece recogida en los poemarios Brújula (1949), Los párpados y el polvo (1954), Vagabundo del alba (1959), Cuatro poemas en China (1961), Los puentes (1962), La victoria de Playa Girón (1964), la antología Cuerpos (1966) y Abrí la verja de hierro (1973), entre otros.

Sin embargo, gracias a la musicalización que de ellos hiciera Amaury Pérez, tres de sus textos son los más conocidos: Por esta libertad, homónimo del libro que le mereciera el Premio Casa de las Américas en 1962; Con tantos palos que te dio la vida y Cuando miro tus ojos, este último popularizado en la voz de Sara González.

El compromiso social y un estilo en el que se mezclaban lo coloquial y las imágenes surrealistas, caracterizan la obra poética de Fayad Jamís, carente aún de un estudio profundo por parte de los especialistas.

En cuanto a las artes visuales, el Moro, como muchos le llamaban por su ascendencia libanesa, matriculó en 1951 en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, estudios que se ve forzado a abandonar dos años más tarde, ya como integrante del grupo Los Once, colectivo notablemente influido por el abstraccionismo estadounidense.

En 1954 viaja a París, donde traba contacto con André Breton quien patrocina allí la primera de las numerosas exposiciones en que participó a lo largo de su existencia, tempranamente truncada a los 58 años de edad por una grave enfermedad, en noviembre de 1988.

Nueve décadas se cumplen hoy de que naciera en Zacatecas, México, un artista que aunando en sí tantas culturas fue siempre fiel a la isla que llegó siendo niño; al espirituano poblado de Guayos, donde hoy reposan sus restos y al empeño jamás abandonado de “abrir ventanas y sembrar luceros”.