Juana Borrero: « Nadie más sedienta de idealidad que ella»


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...paloma tú de Cuba,
apocalíptico holocausto del amor
¡Ígnea! ¡Más que Isolda! ¡Juana!
¡Muerta en el arenal donde nací!
Cintio Vitier

 

Juana Borrero es, como dirían algunos, un ave de paso en la literatura y las artes plásticas cubanas de las postrimerías del siglo XIX, ya que tuvo una vida muy breve, no llegó cumplir los 19 años, pero ese paso breve fue bien marcado y personal.

Había nacido en la barriada habanera de Santos Suárez, el 18 de mayo de 1877, en un ambiente intelectual y literario, y recibió una esmerada educación; su padre Esteban Borrero, era médico poeta y patriota, y su hermana Dulce María Borrero, fue poetisa y narradora.

Su hogar acogía en frecuentes tertulias a escritores de la época como Carlos y Federico Uhrbach, y Julián del Casal, a quien mucho admiró la poetisa y quien la tenía en alta estima; suyas son estas palabras:

«Ella nos brindará después, en la concha de la rima, la perla de su ensueño, pálida unas veces y deslumbradora otras, pero siempre de inestimable valor. Así pasa los días de su infancia esta niña verdaderamente asombrosa, cuyo genio pictórico, a la vez que poético, promete ilustrar el nombre de la patria que la viera nacer».

Juana abrazó tanto la poesía como la pintura de manera precoz; entre los cinco y siete años de edad escribe sus primeros poemas y realiza sus primeros dibujos.

En 1887 matricula en la Academia de las Bellas Artes de San Alejandro, que bajo la dirección de Miguel Melero abrió las puertas de la enseñanza artística a las mujeres.

Allí se pusieron de manifiesto sus excelentes aptitudes para la pintura, y la independencia de su ingenio. La gente del pueblo, la naturaleza cubana, las marinas y las caracolas fueron temas centrales de sus dibujos a pluma y óleos. En 1888 abandona  esta academia, pero continuó recibiendo clases de varios profesores´

A los doce años, compuso los sonetos «Las hijas del Ran» y «Apolo», considerados entre los mejores de nuestra literatura.

El 7 de julio de 1892 abordó, junto a su padre, el vapor Niágara con destino a Nueva York; allí, en una velada en Chikering House, conoce a José Martí al que impresionó gratamente; el 25 de junio del siguiente año embarcaron en el vapor Saratoga, nuevamente con destino a esta nación, pues su padre debía responder a un llamado de del Apóstol cubano con vistas a colaborar en la preparación de la Guerra del 95.

Estos viajes a la nación norteña, contribuyeron a reforzar la formación intelectual de la joven, pues allí entró en contacto con el ambiente cultural de la época, y   alcanzó una perspectiva cosmopolita; visita la Exposición Internacional de Chicago, se actualiza acerca de las tendencias artísticas y literarias de moda, y recibe clases en el taller del retratista estadounidense Harold McDonald; la maestría lírica de sus obras, le ganó la admiración de sus contemporáneos y la circulación de sus poemas en  diferentes espacios promocionales. 

En 1895 publica Rimas, en la Biblioteca Gris y Azul que dirigía Francisco García Cisneros, muy bien apreciada por los especialistas; en esta época comienza su noviazgo con el escritor matancero Carlos Pío Uhrbach.

Luego de estallar la Guerra del 95 en Cuba, su familia debe marchar definitivamente a Cayo Hueso, obligada por la persecución por parte de las autoridades coloniales españolas. Durante su corta estadía en esta ciudad, su producción lírica fue especialmente fecunda, así como las cartas a su novio el poeta Uhrbach, las que constituyen un valioso conjunto epistolar, tanto para las letras cubanas como para la historia del país pues, más allá de temas domésticos y familiares,   abordan la situación del país marcado por las circunstancias dela guerra.

En Cayo Hueso fallece la joven escritora, el 9 de marzo de 1896, víctima de fiebre tifoidea; poco antes, ya sin fuerzas, había dictado los versos que componen «Última rima», que se convertiría así en su último poema.

La totalidad de sus poemas fueron publicados, en La Habana Elegante, La Habana Literaria, la revista neoyorkina Las Tres Américas, y en El Fígaro, en este último la mayoría de ellos; igualmente aparecen en   la antología Escritoras cubanas, de Manuela Herrera de Herrera, 1893 y en el volumen Grupo de familia. Poesías de los Borrero, publicado por su padre en 1895, con prólogo de Aurelia Castillo de González, ambos en La Habana.

Considerada por muchos estudiosos una figura de transición entre el modernismo  Hispanoamericano, del cual recibió sólidas influencias, y una lírica de mirada social, la obra literaria de Juana Borrero, breve pero de gran importancia, tiene un sello muy peculiar y personal, y destaca en la producción lírica de la época que abarca.

En cuanto a sus obras plásticas, se caracterizan por el dibujo de línea segura y vigorosa. Algunos de sus trabajos fueron concebidos para ilustrar sus poemas, por lo que predomina en ellos el tema alegórico, aunque trabajó también las escenas de género, la naturaleza muerta y algunos paisajes.

Varias de estas piezas se atesoran en el Museo Nacional de Bellas Artes; una de las más reconocidas Pilluelos, concebida poco antes de morir, se exhibe en la sala de Arte de la Colonia de este museo.

Los críticos resaltan de esta creación la frescura y espontaneidad que conserva, así como   la agudeza al incorporar al negro con una perspectiva de mayor alcance social que el tono caricaturesco a la usanza.

Carlos Pío Uhrbach  expresó a la muerte de su amada: «Pero sí diré lo que valía, lo que era, lo que pudo ser, dónde le hubiera sido fácil llegar, porque sus alas eran poderosas para cernirse sobre las cimas maravillosas del arte, porque la estructura de su pecho no estaba constituida para respirar los mismas de la tierra. Nadie más sedienta de idealidad que ella».


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