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Las claves mágicas de Cenicienta


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Misticismo, magia, música, movimiento, color, danza, luz, cuerpos, ilusionismo, sonidos, símbolos, sombras, objetos… Y muchos otros elementos se barajan en la original versión de Cenicienta, que de la mano de Les Ballets de Monte-Carlo, del Principado de Mónaco puso el punto final al 16. Festival Internacional de Teatro de La Habana.

En un espacio singular transformó la sala Avellaneda del Teatro Nacional de la Plaza de la Revolución, la célebre agrupación monegasca que está presidida por Su Majestad Real la Princesa de Hannover Carolina de Mónaco, quien estuvo presente en la primera función conjuntamente con el ministro de Cultura de Cuba, Julián González, miembros de su comitiva, el cónsul honorario Jean Pierre Pastor y el cuerpo diplomático acreditado aquí. Porque sus miembros no hacen teatro, pero todo es pura y creativa dramaturgia. No son poetas, pero sus creaciones sumergen en paraísos oníricos. No son magos, pero crean espacios fantásticos, alucinógenos, con sus luces, con sus sombras, y con esa manera personal de decir desde la coreografía y el movimiento que involucra el nombre imprescindible de Jean-Christophe Maillot. Con su personal versión de Cenicienta, Maillot, coreógrafo y también director de Les Ballets de Monte-Carlo, marcó en La Habana la identidad artística de la célebre compañía.

El coreógrafo, diseñador de espacios y, por supuesto, de sentimientos, en el ámbito creacional, es uno de los más comprometidos. Sus obras deben ser tan certeras como para obligar a que la acción, los actos, personajes ataviados de gestos/movimientos en una atmósfera creativa, se introduzcan en nuestros ojos, en nuestra mente, pensamientos, como el buen arte, ese que penetra, incluso, por lo que no se dice…

Jean-Christophe Maillot, premiado con el Prix de Lausana en 1977,  fue solista de John Neumeier y fundó la compañía Centro Coreográfico Nacional, en Tours, aunque fue con Les Ballets de Monte-Carlo cuando alcanzó la excelencia, asumiendo la dirección de la coreografía. Sus creaciones forman parte del repertorio de otras agrupaciones como los Grands Ballets Canadiens, Royal Swedish Ballett, Stuttgart Ballet, American Ballet Theatre, Béjart Ballet Lausanne y otras. Es muy reconocido por su espíritu abierto al mundo, pues invita a otros coreógrafos a crear ballets para la agrupación. En el año 2000 fundó el Mónaco Dance Fórum, un Festival multidisciplinar que constituye, junto con la compañía y la Académie Princesse Grace, Les Ballets de Monte-Carlo.

El mito con tintes futuristas

Maillot con una sensibilidad expresiva de alto vuelo creativo —lo ha expresado en sus más de 30 coreografías desde 1993—, revisó el mito de Cenicienta con visión de futuro. La despojó del polvo del tiempo, desde una perspectiva donde reúne, lo onírico, fantástico y hasta sicológico (porque esta Cenicienta mira hacia los adentros, saca a flote los sentimientos más diversos que pone en juego en el baile). Todo ello a partir de una estética futurista que han tocado en el tiempo coreógrafos de la talla de Matthew Bourne, Mats Ek y otros. Porque estos creadores son como artífices del fuego que invaden nuestras almas mediante complicadas luminosidades, inciertas sugestiones y, especialmente, con frases hechas con el cuerpo. Son, en fin, maestros de las formas, trances y figuras: especialistas de la contemplación, dibujantes de la gestualidad o simplemente magos que nos llevan a diferentes mundos. 

Utilizar la técnica clásica en función de una comunicación netamente contemporánea, con un sentido renovador, es la base fundamental del quehacer de Les Ballets de Monte-Carlo. Al fin y al cabo los seres humanos aspiramos a respirar en el tiempo que nos toca vivir. El pasado siempre está como huella, se acumula pero hay que revitalizarlo, llevarlo al presente que es también futuro para estar en nuestra dimensión.

Cenicienta sin zapatillas de punta…

La Cenicienta de Maillot nos ofrece claves. Desde que se descorren las cortinas, el auditorio atrapa una sucesión de escenas que comprenderán a medida que avanza la trama porque el creador da un vuelco al cuento, toma lo que le conviene y modifica lo que quiere, alcanzando una coreografía atractiva, inquietante y equilibrada. Sorprenden la estética/caracterización de los personajes. La Cenicienta —encarnada por Anjara Ballesteros—, donde se aúna fragilidad y fuerza, es la única que no lleva zapatillas de puntas. ¡Baila descalza todo el tiempo!, focalizando en sus hermosos pies (brillan con el polvo dorado) el quid del cuento: la pérdida del zapato de cristal que llevará al príncipe (espléndido, en la piel de Stephan Bourgond) a su amada, al final. En la historia danzada de Maillot, el padre (el excelente bailarín Álvaro Prieto) cobra protagonismo escénico en toda la pieza, y su madre, que es solo recuerdo de un tiempo feliz en el original, aquí está presente en el “espíritu” del Hada que la acompaña, bailada de forma magistral por Mimoza Koike. Original la utilización de los maniquíes para entregar el cambio de vestuario de Cenicienta cuando la convoca el baile.

Con un prólogo, tres actos (9 escenas) y un epílogo, en poco más de una hora y 40 minutos, se suceden imágenes que nos llevan por un universo mágico, casi irreal, donde confluyen como un todo la coreografía, los diseños escenográficos de Ernest Pignon-Ernest. Unos paneles móviles que transforman espacios: puede ser la casa de la protagonista, el palacio del Príncipe, los jardines, el salón de baile…, a los que “visten” la atractiva puesta en escena con un vocabulario singular, los diseños de iluminación (con tecnología de avanzada). Ellos  añaden tonalidades, formas, palabras que aportan al desenvolvimiento de la pieza y la enriquecen, contemporaneizan como el imaginativo vestuario firmado por Jerome Kaplan. Todo ello suma una elegancia visual a la caligrafía coreográfica de Maillot, cuya técnica está siempre al servicio de la dramaturgia. Los bailarines expresan en sus acciones lo que la trama necesita, a partir de un amplio caudal de movimientos —distintos e innovadores— para cada personaje, sin grandes virtuosismos. Reúne en el mágico espacio de la obra: baile, mímica, actuación, magia, sueños matizados con movimientos novedosos que por momentos sorprenden al espectador.

La música de Prokofiev regala el toque final. Abre puentes, transforma instantes, guía los pasos del magnífico reparto donde destacan, especialmente, los Superintendentes del Placer: Alexis y George Oliveira, la madrastra (Maude Sabourin), las hermanastras: Gaelle Riou y Anne-Laure Seillan, los cuatro amigos del Príncipe: Christian Tworzyanski, Julien Guerin, Lucas Threefoot y Koen Havenit… Todos y cada uno hasta el cuerpo de baile aportan un grano de arena al buen desenvolvimiento de la historia danzada.

Es menester señalar que en su propósito de traer a la contemporaneidad la historia, el ballet…, Maillot utiliza aquí de manera libre, los momentos de la danza clásica en su formato original, y desaparecen las variaciones, pas de deux, codas… como se conocen habitualmente, y construye movimientos nuevos. Al final, no son Cenicienta y el Príncipe quienes despiden la obra. Es su padre y el espíritu de la madre los que bailan, ocupan sus lugares, como un canto al bien que vuelve a triunfar sobre el mal una vez más. Una certeza que ni el tiempo ni el arte pueden borrar, ni tampoco los creadores quieren cambiar. Es la huella imperecedera de una verdad que la vida misma propone.

Recuadro Les Ballets de Monte-Carlo

La celebración del centenario de la creación de los Ballets Rusos motivó en toda Europa una ola de homenajes en su honor. La mítica compañía fundada por Sergei Diaghilev a principios del siglo XX renovó los fundamentos de la danza, impulsó una verdadera revolución en el modo de bailar y abrió el mundo del baile a la colaboración con artistas de otros campos, como Picasso, Stravinsky o Coco Chanel. Diaghilev hizo de Montecarlo la sede de los Ballets Rusos hasta su muerte en 1929 y los actuales Ballets de Montecarlo tienen en esa compañía sus raíces. Gracias a la voluntad de S.A.R. la Princesa de Hannover, hacia 1985 se funda Les Ballets de Monte-Carlo, manteniendo lazos de continuidad y de apertura, como un diálogo entre tradición y contemporaneidad. Motivo más que especial para que el coreógrafo y director desde 1993 de la prestigiosa compañía monegasca, Jean-Christophe Maillot, haya querido hacer renacer el espíritu de Diaghilev y reescribir nuevas páginas de danza como forma de “rendir homenaje a esta compañía mítica y a quien la modeló con sus sueños y con su carácter”.


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