Lo que nunca podemos perder


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Siempre he estado en contra de las campañas de marketing cuando de engañar se trata. Me refiero a esa publicidad excesiva que se utiliza habitualmente en el mercado norteamericano de la industria del entretenimiento, específicamente en el terreno de la canción. Famosos son aquellos conciertos realizados por el canal MTV que bajo el nombre de Divas, ha agrupado la actuación de diferentes cantantes en  ciclos de programas, pero si nos atenemos a la definición del término, esta selección estuvo determinada por la fama de cada intérprete en cuestión, más que por el mérito profesional de las mismas. Por lo tanto, cada concierto se anunciaba como si fuera una de las maravillas del mundo aunque en realidad a la hora de la verdad, no todas cumplieran con las expectativas de tal nivel de publicidad.

Sin embargo, por el lado de acá, los que asistimos el pasado sábado siete de marzo a la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, fuimos testigos de un concierto de alto vuelo creativo, a pesar de que se preparó en solo 15 días con toda la normalidad que asumimos los cubanos el transcurrir de un día tras otro. Ideado por Zenaida Romeu, la directora de la prestigiosa Camerata Romeu en saludo al Día Internacional de la Mujer, semejante espectáculo fue concebido y preparado dentro de la mayor naturalidad, con las pertinentes llamadas por teléfono para invitar a las intérpretes; ponerse de acuerdo para los arreglos a las piezas escogidas y por supuesto, planificar el ensayo necesario para que nada fallara en este evento inspirado en la magia del arte auténtico.

La Camerata Romeu, bajo la profesional guía de Zenaida Romeu, acompañó a tres de las mejores vocalistas cubanas de la actualidad. Ellas son Gretell Barreiro, Luna Manzanares e Ivette Cepeda, quienes, cada cual con su personal impronta, nos demostraron el valor de la modestia, sin la necesidad de tanto alboroto propagandístico. Aunque la sala de conciertos estuvo repleta por un público conocedor de lo que iba a disfrutar, muchos de los que paseaban por la zona en dicho momento, no se podían imaginar el fenómeno artístico que estaba teniendo lugar en el interior de la Basílica.

Gretell Barreiro, joven intérprete que frecuenta la escena del pop y del rock más creativo, puede dejar anonadado al espectador por su perfecta coordinación entre la singular emotividad del canto y una gestualidad tan de sí, que de hecho nos traslada al concepto que define el exigente calificativo de Artista. Canciones como Que nadie sepa que estás aquí, obra compuesta por la propia intérprete del mismo modo que sus versiones a las conocidas The man I love, de George Gershwin o Roxanne, de Sting, con atractivos arreglos de  la propia Gretell y de la violinista Yadira Cobo, como que nos obligan a preguntarnos “por donde rayos andaba uno extraviado que no conozco todavía más acerca del repertorio de este joven valor que hace mucho rato, ya dejó de ser una promesa”.

Por su parte, el espacio con Luna Manzanares es de nuevo una invitación a la sorpresa, esa que se manifiesta  con la mayor caída de la quijada en el rostro de cada cual, porque verdaderamente, resulta imposible calcular que esta menuda y joven mujer no solo es dueña de  tan poderoso torrente de voz sino además sea capaz de enviar el cálido y dulce abrazo que se le desprende en el acto de cantar. Como si procediera de la mismísima fuente originaria del jazz norteamericano más puro, escuchar a Manzanares es otra provocación para dejarnos sin aliento por el absoluto dominio de una musicalidad típica de las excelsas cantantes del jazz que tras una larga trayectoria, han llegado al cenit de la fama. Con arreglos del soberbio pianista Alejandro Falcón quien también se une a la Camerata Romeu en este momento de mística experiencia, las canciones Alma mía de Maria Grever, Summertime, otra de Gershwin y Blackbird de Paul McCartney representan apenas la cúspide del iceberg del talento de una Luna que no conoce de la mediocridad ni del oportunismo creativo.

Subir todavía más la parada, sería algo verdaderamente insólito, porque para nada esa era la intención del motivado concierto. No obstante, el arte de Ivette Cepeda encierra toda una madurez de la joven voz en la canción cubana de estos tiempos, donde la sinceridad del apasionado estilo, provoca la inmediata ovación de un  público emocionado ante la transparencia de hermosos sentimientos.

El concierto concluye con la interpretación del clásico de Silvio Rodríguez Rabo de Nube, a cargo de las tres intérpretes en las respectivas cuerdas que distinguen a cada cual con la correspondiente explosión de aplausos. Tras rápidos saludos de agradecimientos a todos los participantes, la acogedora sala de la Basílica, paulatinamente se va quedando sin público, menos de este cronista quien desde el asiento se queda meditando en que si semejante concierto, un día se ofreciera en el exterior, no solo habría que anunciarlo por todos los medios posibles con toda la publicidad que este se merece, sino que además las entradas al mismo tendrían un alto precio debido al nivel artístico acumulado en el exclusivo elenco. Sin embargo, para nosotros, este memorable espectáculo fue un bello homenaje a la mujer en su día, realizado con todo el rigor imprescindible, pero desde la sencillez que acostumbramos imprimir los cubanos a los grandes momentos artísticos. Y  ese gesto, no lo podemos perder jamás.


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