Luis Toledo Sande: Las preocupaciones y esperanzas que me animan (I)


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Foto: Susana Méndez.

Ya ha comenzado a aparecer en algunas librerías el volumen Detalles en el órgano. Cuerdas y claves en la Cuba de hoy, del doctor Luis Toledo Sande (Velasco, Holguín, 1950), que ha sido publicado por la Editorial Extramuros de La Habana.

Toledo Sande, periodista, ensayista y profesor, es uno de los colaboradores más notables del periódico digital Cubarte, espacio que valora profundamente sus trabajos, los que contribuyen en mucho a la conformación del pensamiento intelectual cubano más vigente.

Detalles en el órgano…, reúne veintidós textos de Toledo que originalmente fueron publicados en la sección Letra con Filo de Cubarte, entre junio del 2010 e igual mes del pasado año, a los que se suma el que da inicio al libro  y que vio la luz el 21 de octubre de 2008.

Estos trabajos han recibido una buena recepción por parte de los lectores de esta publicación  y de diferentes sitios digitales de la Isla y de otros países que han tenido a bien reproducirlos, y  ahora llegan juntos a públicos diferentes que,   conocedores de la obra del autor o interesados en los temas tratados unos, y otros por carencias tecnológicas o apego al libro  “de verdad”, ponderarán seguramente su advenimiento.

Usted es un dedicado estudioso de la obra del Maestro, de José Martí. ¿Cómo considera que ha influido él, su pensamiento, en su apreciación crítica de la realidad?

Al menos teóricamente, con Cristo, con Buda o con Carlos Marx, por solo citar algunos ejemplos, cabe tener modos de relación que pueden oscilar, respectivamente, entre la cristología y el cristianismo, entre la budología y el budismo o entre la marxología y el marxismo. En cada caso, esos “extremos” y sus interconexiones pueden obedecer a perspectivas y actitudes diferentes, con mayor o menor grado de honradez y acierto, y de falseamiento involuntario o consciente. Actitudes similares pueden darse en el acercamiento a José Martí. Ni la desvergüenza hay que descartar, pues no han faltado intentos conscientes de tergiversarlo, e incluso de calumniarlo. Pero no vale la pena detenerse en ellos. Concentrémonos en lo preguntado.

La vida y la obra de Martí han tenido grandes, dignísimos estudiosos. Sin salirnos de Cuba, merecen ser recordados, entre otros, de antes y de después, y de hoy, dos relevantes autores que ya no viven pero cuyas contribuciones perdurarán: Juan Marinello y Cintio Vitier. Ahora bien, incluso ante ellos, viendo cuánto ahondaron, uno siente que el legado martiano no es coto para especialistas. Se resiste a la especialización, no solo por su vastedad y su riqueza colosales, que reclaman un abordaje multidisciplinario a esa altura, sino porque acercarse honradamente a él incluye una dimensión movilizadora, que brota de su profunda eticidad y de su condición de luchador a quien ninguna realidad humana, ni próxima ni remota, le fue indiferente. En el caso de Cuba esa condición tuvo el sello de la entrega total, y Cuba sigue reclamándonos pensamiento y voluntad de sacrificio. Desoír ese reclamo sería traicionar su ejemplo.

¿Cree que ese reclamo en su esencia es escuchado hoy por los cubanos más jóvenes?

Toda generalización corre el riesgo del extremo ¿no?, porque, además, en este caso, uno puede hacerse ideas muy abstractas y prejuiciadas de cómo piensan los jóvenes. Tengo un amigo sabio que dice que no sabe por qué se cita tanto esa frase de Martí, “Los niños son la esperanza del mundo”, porque está lejos de ser la mayor revelación martiana: es una verdad de Perogrullo, y habría que añadir entonces que niños y niñas son la esperanza del mundo en todos los sentidos, y los jóvenes son los que siguen, y entre ellos está la vanguardia patriótica del futuro, pero está  la vanguardia del antipatriotismo del futuro, están las personas honradas del futuro y los bandidos del futuro, están los revolucionarios del futuro y los contrarrevolucionarios del futuro…

Una sociedad como la cubana merece estar formando una juventud mayoritariamente identificada con el proyecto nacional, y creo incluso que en esencia eso se ve en manifestaciones diversas, pero hay realidades económicas, cambios políticos, o hay a veces torpezas que favorecen que los jóvenes no asuman el proyecto tan masivamente como uno quisiera… Pero, pensándolo bien, ni siquiera estoy seguro de que sería muy bueno que los jóvenes fueran tan unánime o mayoritariamente abrazadores —no digamos ya acríticos— del proyecto, porque eso supondría entonces que habría un cierto tipo de inercia en la evolución de la sociedad; y la negación de un proyecto es parte de su evolución. Cuando digo negación no estoy diciendo que los jóvenes se vuelvan contrarrevolucionarios, sino que exijan cambios, ajustes…

Para un joven pelotero cuando yo era muchacho, y hasta no hace mucho, plantearse ir a jugar a las Grandes Ligas de cualquier país, era un insulto nacional. Ahora —y no juzgo, solamente describo, sin menospreciar el peso ni las resignaciones que pueda haber en frases como “los tiempos cambian”— los jóvenes están pensando, y el país les propone y les viabiliza, hacerlo en Japón y otros países, y no en los Estados Unidos porque el gobierno de allí no lo acepta: si lo aceptara decentemente como en otros lugares, también lo harían allí sin que mediara el acto de la penosa deserción. Más allá de eso, que parece anecdótico, en la inconformidad de los jóvenes pueden estar algunos de los resortes para la transformación y el mejoramiento del país. No creo que todas las insatisfacciones juveniles sean iguales, porque no todo el mundo está insatisfecho por las mismas razones, como tampoco ocurre entre los adultos, y sabemos que no todos los cubanos adultos apoyan la Revolución y abrazan a Martí, no. Hay cubanos adultos que no saben quién era José Martí, que no les interesa, y tienen una imagen muy distorsionada, grosera e insuficiente de Martí, incluso irrespetuosa a veces. ¿Eso distingue a Cuba? No, esos son casos.

Por otra parte, si hablamos de Martí y de la juventud, él a los 16 años era tan joven como el que más, y tan maduro como el que más, pero era un caso excepcional; y a veces se hace un uso oficioso o equivocado, quizás oportunista, de algunos términos suyos. Cuando habló de “los pinos nuevos” se refirió a los que abrazaban un proyecto nuevo: “Cuando venía por la tierra calcinada por el fuego, entre los pinos quemados se alzaban gozosos algunos pinos nuevos, esos somos nosotros, pinos nuevos” —lo cito de memoria y seguramente aligerado—, y ese “nosotros” incluía a Máximo Gómez, mucho mayor que él; a José Francisco Lamadrid, mucho mayor que Gómez; a Antonio Maceo, mayor también que Martí, quien tenía entonces treinta y siete años, y a otras personas que eran mucho más jóvenes. Cuando oigo, dicho mecánicamente en términos generacionales estrechos, que hay que dar paso a los pinos nuevos, me digo: bueno, los pinos nuevos pueden ser honrados o bandidos. Escojámoslos bien.

De lo que se trata es de que la juventud se defina también ideológicamente, no quiere decir que para ser joven hay que ser comunista, sino que ojalá los jóvenes abracen una digna transformación hacia el porvenir, que no estén pensando en un pasado capitalista, ni en las banalidades y superficialidades que el capitalismo les vende y que a veces nuestros medios les venden también en los llamados productos audiovisuales, en los que a menudo la imagen que se da es que hay que tener cuatro automóviles y unas cuantas mujeres semidesnudas. No estoy en contra de las mujeres semidesnudas, o desnudas. Al contrario, pues son uno de los grandes espectáculos de la naturaleza y del arte. Me refiero a la banalidad de la vida fácil, y un clímax de esa deformación estuvo recientemente en el caso de un reguetonero de Guanabacoa, y digo reguetonero sin que parezca que estoy tratando de condenar el reguetón, ni considerarlo malvado, pero da la casualidad de que ese género prospera en una época en que están prosperando ciertos valores y desvalores que frecuentemente se aprecian en él.

Por otra parte, si la juventud formada por la Revolución no siguiera a la Revolución, habría que ver qué hay en ello de influencia externa, pero también qué hay de defectos internos y carencias, no solo materiales, porque cuando yo tenía veinte años, los jóvenes de mi generación teníamos un solo pantaloncito y un par de botas, y a veces al par de botas rústicas que nos daban para que cortáramos caña le pasábamos lija para que parecieran de gamuza y hacíamos unos zapatos que ahora darían mucha risa, pero en aquella época eran nuestros zapatos de vestir, y no nos sentíamos avergonzados por eso; también es verdad que había un grado mucho mayor de igualdad en Cuba. Salvo “los hijos de Papá”, como se les llama sabiamente a nivel de pueblo, y otros que más o menos recibían ropa por distintos caminos, en general todos estábamos igual.

Ahora los proyectos igualitarios son mal vistos, son de mal gusto, empezamos a apostar contra el igualitarismo, lo cual me aterra porque en esa lucha contra el igualitarismo puede estar el rechazo a la justicia social, a la equidad. No creo que sea justo que el bandido viva igual que el trabajador, y lo que es peor, a veces vive mejor que el trabajador. Pero tampoco debemos aspirar a que crezcan las desigualdades, ni verlas como lo más natural del mundo. Si crecen, que sea porque no quede más remedio, pero la aspiración, el ideal, debe estar más cerca siempre de la equidad que de la desigualdad, y cuando echamos por la borda el igualitarismo podemos tirar la palangana y el niño, y sería muy peligroso.

Se corre también el peligro de quedar atrapados en uno de los grandes “logros” de la llamada academia posmoderna, promovida desde los Estados Unidos, que es magnificar la importancia de los sectores a expensas de soslayar la importancia de las clases sociales, y de las luchas entre ellas.

Vuelvo al inicio: las generalizaciones son todas peligrosas, como las comparaciones, pero si hay sospechas en ese terreno, se debe acudir a los estudios sociológicos, no para que lo que haga una institución científica en Cuba sea engavetado, disimulado, o envuelto en una caja de lo peligroso que no se puede divulgar; las ciencias sociales no pueden seguir siendo las escuderas de las decisiones políticas, tienen que ser las exploradoras, no para que se erijan en palabra sagrada, porque no hay palabra sagrada en la sociedad, salvo para los creyentes. Pero se debe oír lo que las ciencias sociales tengan que decirnos, y pueden estar equivocadas; pero ¿por qué las equivocadas no pueden ser las decisiones políticas, que después de todo no son ajenas a las ciencias sociales? ¿Son sagradas e infalibles las decisiones políticas?

La Editorial Extramuros, de La Habana, le acaba de publicar un libro titulado Detalles en el órgano. Cuerdas y claves en la Cuba de hoy. ¿Por qué ese título?

Este no es un libro acerca de Martí, sino con él. No lo asume precisamente como tema, ni persigue erudición al citarlo. Tampoco lo hace en pos de su aval para lo que, como país, estemos haciendo, pues resulta preferible la desaprobación del propio Martí antes que fabricarse a partir de él un resguardo que nos complazca y nos sirva para soslayar nuestros errores. Si con respecto a nuestra América en general, y al mundo, Martí —como dijo él de Bolívar— tiene mucho que hacer todavía, en Cuba nos convoca un deber todavía mayor de buscar y hallar en él enseñanzas y reclamos fundamentales, y hasta recriminaciones. No con la pretensión de hacer al pie de la letra lo que él demandó, y menos aún para responsabilizarlo de lo que hagamos mal, sino porque el mundo —y de ahí su gran vigencia— no ha cambiado tanto desde que él vivió y luchó con la vista puesta, son sus palabras, en el “fin humano del bienestar en el decoro”.

Además, tuvo una gran capacidad para entender dialécticamente la realidad, aunque usaba el término dialéctica en su acepción original, vinculada con diálogo, de donde viene —salpicado por los debates, diálogos, de la Grecia fundadora— el actual entendimiento filosófico de la dialéctica. Él fue capaz de apreciar que “un pueblo es en una cosa como es en todo”, y que “un detalle en el órgano es a veces una revolución en el sistema”. Con ello, de lo que toma título el libro, no apuntaba precisamente al instrumento musical, sino al órgano como conjunto integrado de una realidad concreta o de la realidad en sus abarcamientos mayores. Tenía en mente, sobre todo, la sociedad. Y a ello remiten las cuerdas y las claves del subtítulo.

En eso se debe pensar seriamente cuando se emprenden cambios —actualizaciones, ajustes, modificaciones, reformas…, como se les quiera llamar— en un modelo social, en un país. Los detalles pueden revolucionar ese modelo para bien o para mal, incluso convertirlo en otro, y en esa brega el pensamiento resulta determinante, de acuerdo con su índole y con su aplicación. No cabe entregarse al pragmatismo, que es otra forma de voluntarismo, pero no afincada en la voluntad justiciera, sino en la voluntad mecánica de hechos asumidos como palabra divina, y entre los cuales pueden campear por sus desafueros las groserías del mercado. Frente a este se requiere poner en máxima tensión la voluntad justiciera, sin la cual no habrá sociedad que valga la pena. No confundamos voluntad con voluntarismo, ni igualitarismo con equidad. Sin voluntad y equidad, ¿qué valdría realmente la pena construir?

Detalles… está formado por veintidós textos suyos aparecidos originalmente en el periódico digital Cubarte. En las palabras introductorias usted plantea: “Este libro contiene briznas de preocupaciones y esperanzas que desvelan al autor” ¿Cuáles son esas preocupaciones cardinales?

Que los detalles aplicados a nuestro órgano, a nuestra sociedad, le impriman la eficiencia económica necesaria y deseada, pero se pierda la brújula de la justicia social, lo que podría ser una fiesta para pragmáticos exitosos o ávidos de serlo, no para quienes, en el camino de la historia de nuestra patria y, en ella, de la Revolución en que Fidel Castro reconoció a Martí como autor intelectual, se mantengan fieles al ideario de justicia que esa continuidad histórica y moral ha fundamentado.

Que no seamos capaces de cumplir un mandato que Martí plasmó con respecto a lo que la independencia política lograda en esta zona del mundo debió haber representado y no fue capaz de conseguir: hacer causa común con los oprimidos para afianzar —cito aquí, o gloso, del ensayo “Nuestra América”, palabras de alguien que verdaderamente echó su suerte con los pobres de la tierra— un sistema opuesto no solo a los intereses de los opresores, sino también a sus hábitos de mando. Que las golosinas de la llamada modernidad, invención del imperialismo llamado neoliberal, nos saquen del camino de raigalidad y justicia en que Martí se afianzó para todos los tiempos.

Que el sentido de responsabilidad por el cual se deben regir nuestras instituciones y nuestros medios informativos pueda permanecer anclado en silencios y resignaciones cómplices de lo que debemos combatir y erradicar. Que las chapucerías de la época, combinadas con las que prosperan en nuestro entorno inmediato, nos dejen sin la fineza necesaria para la plenitud del alma.


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