Obara Koso / Por Heriberto Feraudy


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Refranes:

Virtud hay una, maldad hay muchas.

El que come marañón se le aprieta la boca.

 

Había una vez una tierra de misterios raros donde un muerto vivía encerrado en una cazuela de Azojuano (1) para producirle la impotencia a quien la adquiría. Para quitarse aquel muerto de encima la persona que lo poseía tenía que ir al monte, buscarse un tronco caído y sentarse en él para hacerle una rogación a su olowiri (miembro viril) con lo que Orula mandara. Era el tiempo del marañón paluchero. La gente se preguntaba que tenía aquel fruto que cambiaba de colores, un día era verde, otro amarillo y otro día era rojo. El marañón se envanecía porque apretaba la boca y se perdió por ser desobediente, soberbio y hablador.

En aquella tierra Shangó tenía un hijo que se llamaba Omolade, a quien le tenía prohibido comer paloma y le daba de comer guineo. El día que Shangó no estaba en casa, Omolade tremenda hambre pasaba pues su madre se empecinaba en servirle paloma y él siempre la evitaba.

En una ocasión, Shangó que estaba de viaje, al regresar le preguntó a su omó cómo lo trataba su iyaré y si había comido eyelé. Omolade le respondió que su madre lo trataba bien y que no le servía de la comida prohibida.

Shangó comprendió que su hijo mentía y por ello anunció que partía sin hacerlo. Dudoso como estaba se escondió sobre el techo de su casa para ver lo que ocurría en su ausencia. Fue entonces cuando descubrió cómo su mujer le servía paloma a su hijo y cómo este la evitaba.

“Hijo un día te haré rey de esta tierra porque tú sabes respetar las palomas. Esas eyelé servirán para rogación de cabezas a todos los que se van a consagrar en nuestra religión. Yo las puedo comer, pero tú no”, dijo Shangó cuando bajaba del techo para sorpresa de todos.

Disgustado se fue a casa de Olofin.

Pasado algún tiempo la mamá de Omolade, sin que este se diera cuenta, le sirvió dos palomas cocinadas con fufú de plátano y amaláilá (harina de maíz y quimbombo).

Omolade comió, se enfermó y por pena se marchó hacia otra tierra y en otra religión se juró. No quería que su padre se enterara del proceder de su madre y del error que él sin querer había cometido.

Al regreso de Obara Kosó, el otro nombre de Shangó, lo primero que hizo fue preguntar por su hijo, y la madre le informó que se había ido sin decir causa ni adónde.

“Seguro que algo hiciste mal y por eso se marchó. A partir de ahora yo también me voy y tú arréglatela como puedas”. 

Shangó se fue cantando:

Obani Lodé Mayiré Oba Ni Lodé Omó Labeda.

Omolade al escuchar el canto de su padre salió corriendo, se le tiró delante y lo abrazó.

- ¿Qué te ha ocurrido hijo mío, por qué abandonaste tu tierra? preguntó Obara Kosó emocionado.

- Violé lo que usted me prohibió y por pena me marché.

- Seguro fue tu madre, por ello mientras tú vivas yo no la perdonaré.

- Babá, usted está disgustado con mi Iyaré, pero para hacerme rey tendrá que perdonarla a ella, dijo el hijo.

Shangó convocó a todos los Orishas para consagrar a su omó, a quien hizo rey del Ayé.

Ya cansado Obara Kosó llamó a Orunmila y le dijo:

- Aquí te entrego mi ashé para que se lo des a mi hijo, y mientras decía esto cantaba:

Omó Obashe Omó Ifá Odara Obashe Omó.

Orunmila tomó el ashé y lo coronó mientras cantaba:

Omó Oba Lade Obayire  Ni Shangó, Shangó AsheIbashe Olodumare.

Es así como los hijos de Obara Kosó reciben la consagración y el Ashé de Orula.   

 

NOTAS:

(1) San Lázaro


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