Pedro de la Hoz: «Decir trova es decir Cuba»


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El Movimiento de la Nueva Trova cumple 50 años ya, lo que determina que no es tan joven. Sin embargo, tal y como le pasa a muchos mayores, su esencia y espíritu siguen frescos en algunos de sus cultores más experimentados y, claro, en los más jóvenes que aportan sus aires de renovación.

De todas maneras el MNT merece mucha veneración; sus canciones han sido, a lo largo de su vida, himnos de amor, del amor grande, el amor a todo, y muchas conservan, a pesar del paso del tiempo, esa cualidad.

El MNT fue en sus primeros años un fenómeno peculiar de ruptura y a la vez veneración de los ancestros musicales; son muchos los creadores cubanos que están afiliados a este movimiento; diferentes generaciones con denominadores comunes: voz, poesía y música, para compartir ideas de revolución, rebeldía, irreverencia, compromiso, fidelidad, patriotismo y amor.

El Periódico Cubarte, ha querido tributar al programa de conmemoración de este aniversario 50 del MNT, con una serie de entrevistas a trovadores de diferentes generaciones, herederos todos, tanto de Sindo Garay, Pepe Sánchez y Manuel Corona, como de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola y Vicente Feliú.

Al periodista y crítico Pedro de la Hoz (Cienfuegos, 1953), poseedor de los premios nacionales de Periodismo “José Martí”, (2017) y de Periodismo Cultural “José Antonio Fernández de Castro” (1999), solicitamos su colaboración en esta serie de entrevistas, osada petición que recibió una cálida aceptación con afecto incluido, que mucho se agradece en estos tiempos.

De Pedro de la Hoz no hace falta mucha presentación, por su amplio reconocimiento en tanto uno de los más experimentados y lúcidos periodistas cubanos en el ámbito de la cultura, y en especial, en el universo musical de la Isla. 

Estas entrevistas, que comenzaron a publicarse en el mes de noviembre con una frecuencia semanal, tienen un cuestionario casi único, cuestionario que le hicimos llegar a Pedro y que él respondió disciplinadamente, pero su maestría en el oficio, hizo que sus respuestas constituyan el cuerpo único al que aspira todo entrevistador, por lo que aquí va el texto de Pedro, para el que nunca hicieron falta las preguntas.

«Soy de la generación que creció espiritualmente con Pablo, Silvio y Noel; de los que apreció que algo nuevo estaba sucediendo en la canción cubana en el segundo lustro de los años 60 del siglo pasado. ¿Historia antigua? Para nada. Ahí está al doblar de la esquina; cierro los ojos, abro los oídos y me traslado a los conciertos iniciales en la Casa de las Américas.

Ya por entonces me interesaba el fenómeno llamado canción protesta, y eso que yo era un adolescente. Pero a la Escuela Vocacional de Vento, antecedente de la Lenin, llegaron los participantes del encuentro internacional convocado por la Casa, escuché al peruano Nicomedes Santa Cruz, al uruguayo Daniel Viglietti y a la estadounidense Barbara Dane, que me ganaron para siempre.

Para algunos amigos Carlos Puebla estaba ahí con humor y filo, y en los visitantes al encuentro hallábamos una comunidad con el cantor cubano. Luego hubo canciones definitorias: La era está pariendo un corazón, Fusil contra fusil, la canción de Pablo a Vietnam.

Luego, en el preuniversitario Carlos Marx, mi condiscípulo Carlos León y yo nos constituimos en difusores del temprano quehacer de la Nueva Trova entre los muchachos que cultivaban la poesía, como Bladimir Zamora, animador de un formidable Taller Literario al que invitamos a Nicolás Guillén, Dora Alonso y Manuel Cofiño, quienes llegaron a nosotros.

Mi banda sonora nada tuvo que ver con el pop español que entonces arrasaba. En materia de canción, las de la Nueva Trova; y para bailar, Los Van Van y Rumbavana.

En los 70 comencé a ejercer la crítica en Bohemia, El Caimán Barbudo y más tarde en el periódico Vanguardia, de Santa Clara. En sus páginas están mis aproximaciones iniciales a la Nueva Trova. Sara González recordó siempre mi irreverencia en una nota sobre un concierto suyo. Virulo, Rubén Galindo, Ángel Quintero y el malogrado Alfredo Carol —murió muy joven— fueron mis amigos.

De aquella etapa recuerdo a trovadores que hacían su obra fuera de La Habana y a los que no debemos olvidar: Augusto Blanca y Fredy Laborí (Chispa) en el Oriente; Miguel Escalona en Camagüey; el grupo Nuestra América en Matanzas, por citar algunos referentes. En Cienfuegos, Lázaro García reveló su enorme talento. La historia de la Nueva Trova no puede prescindir de ellos.

No me costó mucho comprender que la trova es sucesiva. Con estilos y códigos diversos, el tiempo y la altura han hecho confluir a los grandes de la trova primigenia con los que vinieron después. El filin está ahí para siempre. Y a Silvio, Pablo y Noel le siguieron muchos otros; a mí particularmente no me gusta hablar de nuevos ni de novísimos. La vecindad con el rock, la guaracha, el son y el bolero enriquecieron el torrente trovadoresco.

Si tuviera que levantar una cordillera, situaría en las cumbres a Sindo y Corona; a César, José Antonio y Marta; a Carlos Puebla; a Silvio, Pablo, Noel y Vicente; a Santiaguito… y tendría que hacer un escrutinio para evaluar la trova del siglo XXI.

Hacia Pablo guardo una particular devoción. Suscribo lo que meses atrás expresé: si alguien en nuestra tierra y época encarnó de arriba abajo, del antes al después, de la raíz al vuelo, la esencia del trovador, ese fue Pablo Milanés.

En determinados sectores de la juventud, la trova ha dejado huellas antes, después y ahora mismo. Ha aportado sensibilidad y dejado un sedimento cultural importante. A veces se piensa que lo que más suena, que lo que está de moda, es lo que prefieren los jóvenes. Pero no se cuentan las veces en que un concierto en una plaza o una tertulia en una casa, por mencionar espacios diferentes, convoca a quienes uno menos se imagina.

Decir trova es decir Cuba. En nuestra imagen ella no puede faltar.


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