Robin Hood vivió en Cuba


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El Rey de los campos de Cuba, como lo imaginó el pintor Carlos Enríquez.

Pudo llamarse Robin Hood, o Jesse James, o Jesuinho Brillante o Cartouche.

Lo cierto es que, en el folklore de cada nación, aparece el fenómeno del bandolerismo.

Tan atrás se remonta el asunto que, para algunos historiadores, Procusto y el archiconocido ladrón mitológico Caco no fueron más que renombrados bandoleros del mundo antiguo.

El esquema se repite de pueblo a pueblo, y la leyenda popular del bandolero “noble” constituye una constante.

Protector de viudas y huérfanos, desfacedor de entuertos que despoja a los pudientes en beneficio de los menesterosos, entre los cuales deviene ídolo, es el hombre bueno que, obligado por la sociedad, las circunstancias y la miseria, se ve compelido a convertirse en un fuera de la ley.

Que hable la Condesa de Merín

María de las Mercedes Santa Cruz, la habanera Condesa de Merlin –quien se enseñoreó de los salones europeos––, tras un viaje a Cuba dejó constancia, en 1844, sobre la presencia del fenómeno del bandolerismo en Cuba.

Quizás la escritora cargó un poco la mano en cuanto a lo romanticoide, pero su descripción, que cuadra perfectamente con el llamado bandolero “noble”, dice así: “El que mata a otro huye al interior de la Isla, se le persigue y se le pone precio a su cabeza. Abandonado como enemigo de la especie humana, obligado a temer y a defenderse, se hace ladrón para proveer su existencia y asesino para conservarla. Pero en medio de esa degradación suelen conservar los más de ellos un espíritu aventurero y caballeresco que no está desprovisto de cierta generosidad.”.  

Interesante nómina del siglo xix

En la relación de los más famosos bandoleros cubanos hallamos a Gustavo Machín y Ulloa, célebre por su sensacional evasión del habanero Castillo del Príncipe. Recapturado, se casó con su concubina Simeona antes de sufrir pena de garrote, en 1888.

José Moreno y Suárez, compañero de Machín, era padre nada menos que de veintisiete hijos. Fue tal su popularidad que las atemorizadas autoridades españolas, para trasladarlo a Guanajay, lugar de su ejecución, prepararon un tren con una custodia de doscientos soldados. Desde el patíbulo gritó: “¡Se acabó esto! ¡Adiós, caballeros!”.

Y de Cristóbal Fernández Delgado, bandolero de Jovellanos, se asegura que, como María Antonieta, encaneció totalmente en la noche anterior a la ejecución.

Un héroe popular

Cuando el bandolerismo se tornó leyenda en nuestro país fue con Manuel García Ponce (Alacranes, 1850 - Ceiba Mocha, 1895), El Rey de los Campos de Cuba, quien ha sido considerado como la figura más firme y popular de nuestro folklore.  

Baste decir que cuando aún estaba en vida, ya se cantaba un danzón con su nombre. Después, inspiraría películas, comics, episodios radiales y numerosas polémicas periodísticas.

Personaje controvertido, fue para unos el corajudo patriota; para otros, vulgar bandido. Lo cierto es que resultó muerto a traición, de un tiro de revólver por la espalda, el mismísimo 24 de febrero de 1895, cuando iba a sumarse a los alzados contra la Metrópoli en Ibarra, para capitanearlos.

Muy enterados investigadores afirman que el alacranense había entregado un cuantioso efectivo a ciertos corruptos, incluidos en la conspiración, suma que ellos dilapidaron en francachelas.  

Al parecer, temían que El Rey les pidiese cuentas al respecto.

Y, lo que no pudieron los batallones ibéricos, lo realizaría la traición.


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