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Tesoros sumergidos (I)


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Dicen que nuestro planeta debiera llamarse Agua, y no Tierra, por el vasto azul que la viste. Cinco océanos constituyen parte del tesoro acuático que nunca ha dejado de sorprender y atraer a todos —o casi todos— los habitantes de este maravilloso mundo. Bajo la fina capa líquida, muy lejos de la superficie, se ocultan misterios por explorar, formas de vida que descubrir e historias esperando ser contadas.

La mítica Atlántida, la fortuna de corsarios y piratas oculta en barcos tragados por el mar, y otras tantas leyendas y realidades nos llegan a través de sueños infantiles, series, películas y documentales. Sin embargo, quizás muchos ignoramos que existe una rama en el árbol de la ciencia dedicada al estudio de ese universo. La arqueología subacuática hace posible contar la porción de la historia que yace en las entrañas de mares y océanos.

Gracias a quienes han dedicado esfuerzo e ingenio a tan atractiva actividad han sido halladas y conservadas obras tan llamativas como el Faro de Alejandría, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, junto al palacio de Cleopatra y numerosos templos. Este y otros muchos hallazgos en disímiles puntos geográficos forman parte de lo que se conoce como Patrimonio Cultural Subacuático.

Inmersión en el contexto cubano

La Convención de la Unesco sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático, adoptada por la Conferencia General de la Unesco en 2001, establece en su artículo 1, apartado a): “Por ‘patrimonio cultural subacuático’ se entienden todos los rastros de existencia humana que tengan un carácter cultural, histórico o arqueológico, que hayan estado bajo el agua, parcial o totalmente, de forma periódica o continua, por lo menos durante 100 años”.

La convención establece principios básicos para la protección de este patrimonio, y prevé un sistema de coordinación internacional y normas prácticas para su investigación. Cualquier estado puede ser parte de ella.

En opinión de Roger Arrazcaeta Delgado, director del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, la cuestión del tiempo es relativa. El sitio o conjunto de objetos no necesariamente debe acumular esa cantidad de años.

Mientras, respecto a la ubicación, Antoni Fonolla Sánchez, especialista en Arqueología, subraya: “No todo está debajo del agua. En Boca de Jaruco, Santa Cruz del Norte, por ejemplo, se encuentra la rada de construcción naval más antigua de América (siglo XVI, principios del XVII). Sabemos que de ahí salió la expedición para conquistar México. Es excepcional por la cantidad de rasgos arqueológicos que conserva”.

“Una particularidad que otorga relevancia y actualidad a las medidas de protección del patrimonio cultural subacuático es que las condiciones de conservación en el medio acuático, particularmente de los vestigios orgánicos, son muy superiores a las que se conocen en tierra, por lo cual preservan huellas del pasado que durante siglos permanecieron protegidas sin haber sido perturbadas y que en tierra hubiesen ya desaparecido. Esto confiere al patrimonio cultural subacuático una capacidad única para proporcionar información sobre épocas anteriores”, afirma Tatiana Villegas, especialista del Programa Regional de Cultura para América Latina y el Caribe.

Sin embargo, su riqueza no ha sido lo suficientemente valorada a nivel mundial, incluso muchos de los pecios han sido víctimas del pillaje. En Latinoamérica existe desconocimiento, por parte del público en general, de la importancia y necesidad de preservación del patrimonio subacuático, así como escasa exploración especializada y poco desarrollo de la esfera. Cuba no escapa a esa realidad.

De acuerdo con Daniel Torres Etayo, profesor auxiliar en el Centro de Estudios de Conservación, Restauración y Museología (CENCREM) y especialista en Arqueología, hay casi 3 mil pecios reportados en documentación histórica, de esos poco menos de 100 se han localizado y solo aproximadamente 15 se han excavado.

“Por características histórico-geográficas, La Habana era punto de reunión de la flota. En esa etapa hubo accidentes, naufragios, ciclones, piratas, corsarios, de todo. Por ahí viene la riqueza de Cuba en pecios”, comenta.

Las primeras incursiones profesionales en aguas cubanas se inscriben en la década del 60 del pasado siglo. Con escasos recursos materiales y humanos se inició un camino que ha ido en pausado ascenso.

“En noviembre de 1987 es fundado el Gabinete de Arqueología, cuyas pesquisas se circunscriben al centro histórico, especialmente el área urbana. Dentro de este existe, desde el 2003, espacio para el estudio del patrimonio subacuático, área que exhibía un gran vacío”, relata Roger Arrazcaeta Delgado.

En opinión de Etayo, la etapa de mayor auge de la arqueología subacuática se establece en los 80, cuando existía la empresa Carisub S.A., dedicada esencialmente a la recuperación de valores.

“Su principal objetivo era la búsqueda de valores que podían encontrarse en el patrimonio subacuático: joyas, metales preciosos…, a pesar de lo cual también hacían sus informes arqueológicos. Ello hizo que Carisub, a pesar de su faena extraordinaria en la investigación histórica, fuera muy selectiva con los sitios a trabajar. Le daba preponderancia a los galeones vinculados a la carrera de Las Indias y que pudiesen estar transportando mercancías valiosas”, expone Arrazcaeta.

Por más de 20 años Carisub S. A., institución pionera en la explotación de la actividad subacuática, facilitó el estudio de numerosos naufragios. Su legado ha sido heredado, desde el 2000, por el Departamento de Arqueología de la empresa Sermar S. A., adscrita al Grupo Empresarial de las FAR.

Contra viento y marea

Disgregación y desinterés institucional parecen azotar el desempeño de la arqueología subacuática en el país. El grupo del gabinete de la Oficina del Historiador, el departamento de Sermar y aficionados, se desenvuelven por rutas diferentes, aunque en ocasiones aflora la comunicación entre investigadores —afirma Arrazcaeta—, quien ante tal realidad subraya la necesidad del surgimiento de un centro nacional para el desarrollo de esta actividad, sobre todo teniendo en cuenta que Cuba posee uno de los patrimonios subacuáticos más ricos de América.

“En cierta medida estamos tratando de trabajar en conjunto con Sermar en un proyecto de mapa arqueológico de Cuba. Eso implica no repetirnos y aprovechar informaciones ya existentes. Con algunos aficionados tenemos contacto, ellos vienen a pasar cursos. Tratamos que su trabajo sea de respeto al patrimonio. Asimismo, estamos tratando de influir en otras oficinas de historiadores y conservadores. En tal sentido, Camagüey y Trinidad lo están intentando, pero van muy lento. En la creación de un centro nacional, el Estado tendría que tomar cartas, pues no tenemos recursos para eso”.

El especialista señala como otro elemento negativo la no contemplación de la arqueología en el currículo universitario, vacío metodológico que conlleva a un mayor esfuerzo por parte de los investigadores en su preparación.

“Propiciamos cursos en los cuales la Unesco nos apoya. Estamos continuamente preparándonos, precisamente por esas deficiencias en la formación”, argumenta Fonolla.

Por su parte, Daniel Etayo hace referencia a la escasez de expertos aplicados a la arqueología subacuática: “El Consejo Nacional de Patrimonio tiene una lista de profesionales de la arqueología, en la cual se debe estar inscrito con el fin de solicitar permiso para hacer una intervención. Hace tiempo atrás, en esa lista no estaba ningún arqueólogo subacuático, y aunque eso ya ha cambiado un poco en los últimos tiempos, la proporción sigue siendo muy pequeña”.

Pese a los inconvenientes, la actividad subacuática en Cuba no solo podría desenvolverse sin elevados costos, sino también podría aportar a la cultura y economía del país.

Por su belleza, los restos de significativas embarcaciones se han convertido en atracciones turísticas, lo que resulta muy beneficioso tanto desde el punto de vista educativo como material, pues los ingresos pueden ser utilizados en su propia conservación. El buceo turístico, así como la visita con fines de observación e investigación se encuentran amparados por la Convención de la Unesco.

En cuanto a esa opción, en el contexto nacional, Etayo revela: “Aunque no está implementado, podría hacerse. De hecho, esa sería una de las maneras de financiar el gasto de investigaciones. Existe un proyecto muy interesante con la flota del Almirante Cervera, lamentablemente son pocos los involucrados, y sin sustento suficiente”.

Respecto a los costos de las exploraciones submarinas y la conservación de objetos hallados, Fonolla aclara:

Cuando uno ve Discovery Chanel siempre aparecen barcos con grandes aparatos y en realidad la arqueología subacuática no necesita ni una cuarta parte de lo que ellos presentan. Eso es solo un escaparate.

Todos los barcos que pueda haber en Cuba están a muy poca profundidad, ya sea por fuertes vientos o huracanes, por tanto no necesitan tanta instrumentación. A pesar de que necesitamos recursos y tecnología, esta no es tan cara como la requerida para otras ramas.

La historia de una sociedad yace, en silencio, en lo profundo del mar. Imaginar la tragedia que los trajo hasta aquí o el esplendor de lo que en épocas pasadas fueron grandes navíos o majestuosas edificaciones constituye un viaje en el tiempo, fascinante a la par que instructivo. Esta travesía la han emprendido varios arqueólogos y buzos de nuestro país. Vivamos con ellos la aventura en otras inmersiones en la Historia.


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